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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Biografía

Memorias (48 page)

BOOK: Memorias
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Fui a mi despacho a escribir la carta de disculpa y a humillarme y descubrí algo extraño. Podía ser un cobarde, pero mis dedos eran valientes como leones. Se negaron a escribir la carta. Poco importa lo que les dijera; no lo harían. Me quedé mirando la hoja en blanco y finalmente abandoné. No habría carta de disculpa. Que Al Capp hiciera lo que quisiera. Llamé a mi abogado.

Se rió y me dijo que no podía demandarme sin demandar también al periódico por publicar la carta. Y le repliqué:

—Pero yo la envié para que la publicaran.

—Pero nadie obligó al periódico a hacerlo —me respondió—. Llámales.

Llamé al periódico y se rieron. Dijeron que Al Capp era una figura pública y que su trabajo era un blanco fácil para los comentarios. Lo mismo que en mi caso, según me dijeron. (Pensé en todas las calumnias que los críticos habían dicho de mis obras y me sentí relajado.) Además, me aseguraron que le explicarían a Al que un juicio no haría más que dar publicidad a sus sentimientos en contra de los negros, lo cual no sería de su agrado.

El periódico me llamó al día siguiente. Justo veinticuatro horas después de que Al hubiera lanzado sus amenazas, se retractaba y yo nunca pedí perdón.

Al cabo de un tiempo, me lo encontré una vez en una gran recepción. Le saludé amablemente y no comentamos el asunto.

¡Pobre Al! Su final no fue feliz. La popularidad de
Li’l Abner
decayó con rapidez, a lo mejor como consecuencia de lo que yo consideraba una mala propaganda. Después de todo, perdió su público liberal y los conservadores sólo leen los informes de la Bolsa.

Además, el joven Charles Schultz le eclipsó con sus
Peanuts
, que aportaron una nueva visión a las tiras cómicas que hicieron que las payasadas de Al se pasaran de moda (lo que ofendió mucho a Al). Por fin, un escándalo en el recinto universitario en el que estaba implicada una estudiante puso fin a su carrera como profesor. Después de su muerte, en 1970, nadie continuó con su tira.

Cómo me hubiera gustado que lo que sucedió a mediados de los sesenta e hizo cambiar todas las opiniones y la personalidad de Al no hubiese ocurrido.

El embrollo de Al Capp tuvo una peculiar consecuencia. Me había amenazado, como ya he dicho, a las tres de la tarde, justo en el momento en el que los jóvenes del colegio salían como locos. Estuve demasiado preocupado para oírlos. La tarde siguiente, también a las tres de la tarde, el periódico me llamó para decirme que todo estaba en orden. Busqué a Gertrude para darle las buenas noticias y la encontré fuera, sermoneando a los chicos.

Me precipité al exterior lleno de jovialidad y amabilidad, envié a Gertrude adentro, reuní a los chicos, puse mis brazos alrededor de los dos más cercanos e indagué si alguien había leído alguno de mis relatos. Unos pocos lo habían hecho y dijeron que les gustaban. Les pregunté si alguno había intentado escribir uno. Sólo un chico levantó la mano y admitió que era muy difícil hacerlo.

Entonces les solté:

—Bueno, estoy tratando de escribir, y si pasarais cerca de la casa sin armar follón, me resultaría más fácil. ¿Qué os parece?

—Su mujer nos grita —dijo uno.

Miré hacia la casa para asegurarme de que Gertrude no podía oírme, porque estaba seguro de que no entendería mi estratagema y murmuré:

—Tengo que vivir con ella. ¿Cómo creéis que me siento?

Hubo una carcajada y se creó un vínculo masculino. Después de esto, ya no hubo problemas.

Me creé la obligación de estar fuera de vez en cuando a la hora que pasaban. Los saludaba con una sonrisa y ellos me gritaban: “¿Cómo van los relatos?” Era una fiesta entre amigos.

Al recordarlo, no siento más que pena. ¿Cómo pude dejar que mi desagrado irracional por los jóvenes creciera hasta hacerme sentir que ser desagradable lograría mejores resultados que mostrarme amable? ¿Por qué tuve que esperar a que las circunstancias me enseñaran algo que ya sabía?

Desde entonces he tratado de evitar este error y, a veces, no es fácil. Una tarde, después de que anocheciera, me dirigía con algunos amigos a una reunión en un gran edificio. Tenía que subir un tramo de escaleras para llegar a la puerta, pero en las escaleras había un grupo de jóvenes que me miraban con solemnidad a medida que me acercaba.

Mi cobardía me decía: “¡Son ladrones!” (Hasta ahora no me han atracado nunca.) El primer impulso fue darme la vuelta y largarme, pero no iba a dejarme dominar por un miedo irracional y seguí con resolución. Levanté la mano para saludar mientras me miraban de cerca, bajo la tenue luz que brillaba en lo alto de las escaleras y les dije:

—¡Hola, chicos!

Como si el sonido de mi voz fuera lo que estaban esperando, uno de los jóvenes preguntó:

—Oiga, ¿no es usted Isaac Asimov?

Me paré en seco, sorprendido.

—Sí, soy yo.

—Me gustaron los libros de la Fundación —me dijo el joven, mientras los demás me sonreían de manera agradable.

Les di las gracias, les estreché la mano y seguí mi camino, muy contento.

103. Los oasis

Se puede escribir un libro que sea un éxito comercial y de crítica y, sin embargo, odiarlo. Esto fue lo que ocurrió, como ya he explicado, con la primera edición de
The Intelligent Man’s Guide to Science
.

Una situación parecida, pero a mucha menor escala, se produjo con
Anochecer
. Antes de su publicación, Cambpell añadió un párrafo hacia el final. Era muy poético, pero no estaba escrito en mi estilo, y a mis ojos era un “no Asimov”. Además, en el párrafo Campbell mencionaba la Tierra, que yo había eludido mencionar en el relato porque no quería que el lector considerara el planeta Lagash un cuerpo celeste alienígena.

Para mí, el párrafo de Campbell destrozó el relato y ayudó a que cuando la gente lo alababa y aseguraba que era mi “mejor obra” mi reacción fuera negarlo rotundamente.

Hace unos años todavía se insistió más en ello cuando el escritor de ciencia ficción Harry Harrison afirmó que yo podía escribir poéticamente cuando quería, y para probarlo, citó el párrafo de Campbell en
Anochecer
. Todo esto me sumió en la desesperación.

Sin embargo, aunque en los años sesenta y setenta me dediqué al trabajo literario de la no ficción, ello no quiere decir que no escribiera ciencia ficción. Hubo algún oasis en el desierto y en ese intervalo escribí varios relatos de ciencia ficción, algunos bastante buenos. Entre ellos,
Feminine Intuition
, por ejemplo, que apareció en el número de octubre de 1969 de
F&SF
. Después vino
Light Verse
, un relato por encargo muy corto para
The Saturday Evening Post
, que apareció en el número de septiembre-octubre de 1983 y me gustó mucho.

Ya había publicado relatos en esta revista (después de su relativo renacimiento como una sombra difusa de lo que fue), pero todos eran reimpresiones. En 1983 el
Post
me pidió un relato original y para recalcar que
Light Verse
lo era, les adjunté una carta que certificaba su reciente creación: había sido escrito ese mismo día.

Me preguntaron asombrados cómo lo había hecho. No les contesté, pensé que no sería bueno explicarles que en realidad lo había escrito en una hora. La gente no entiende lo que significa ser prolífico.

También escribí novelas de ciencia ficción en esa época, y la primera fue
Viaje alucinante
, acerca de la cual hay cierta confusión, ya que en realidad yo no la considero una novela mía. Por lo menos, no en mi fuero interno.

Se había rodado una película titulada Viaje alucinante, en la que un submarino miniaturizado, con una tripulación también miniaturizada, se pasea por el flujo sanguíneo de un hombre moribundo. Para curarle desde adentro. Existía un guión de película y la idea era convertirlo en una novela. Bantam Books, en aquel entonces dirigida por Marc Jaffe, se hizo con los derechos en rústica y quería que yo la escribiera.

Dudé. Nunca había hecho algo así y pensé que no me divertiría escribir una novela que en cierto modo ya estaba escrita. No obstante, me convencieron para que leyera el guión. Era una historia emocionante, y Marc siguió dándome coba y afirmó que yo era el único escritor en quien podía confiar y cosas así. Como siempre, los halagos hicieron su efecto, y acepté.

No me costó mucho escribir la historia, aunque tuve que perder tiempo corrigiendo unos pocos errores elementales del guión. (Sus autores habían asumido que la materia es continua, y no entenderían que cuando los seres humanos eran reducidos al tamaño de una bacteria, las moléculas de aire sin miniaturizar serían demasiado grandes para respirar. Además, al final dejaban el submarino en el cuerpo y afirmaban que había sido devorado por un glóbulo blanco. Tuve que señalar que, devorado o no, estaba formado por átomos miniaturizados que se expanderían y desintegrarían al hombre que los contenía.)

A pesar de perder el tiempo corrigiendo los errores, terminé de novelar el guión en sólo seis semanas.

Ésa era la parte más sencilla, lo difícil vino después. Las novelas en rústica de películas lo único que pretenden es hacer publicidad de las mismas mientras se exhiben en los cines. Después, no se vuelve a oír hablar de ellas. Estaba decidido a que esto no le sucediera a uno de mis libros. Una obra mía puede fracasar y desvanecerse, como
The Death Dealers
, pero nunca premeditadamente. Por tanto, puse como condición para reelaborar el guión, el que hubiera una edición encuadernada en tapas duras.

Bantam se avino, pero controlaba sólo los derechos en rústica. Tenía que encontrar a mi propio editor de libros encuadernados en tapas duras. Doubleday no lo haría si no poseía también los derechos en rústica. (Éste fue otro de sus errores, sobre todo teniendo en cuenta que, veinte años después, Doubleday y Bantam pertenecerían al mismo grupo de empresas.)

Así que convencí a Houghton Mifflin de que lo hiciera. Austin dudaba de que la edición en tapas duras se vendiera, puesto que casi a la vez se publicaría la edición en rústica. Le aseguré que en mi caso las ventas de una no se ven afectadas por la presencia de la otra. En realidad no lo sabía, pero corrí el riesgo y acerté. La edición de tapa dura se sigue vendiendo en la actualidad, un cuarto de siglo después, no en grandes cantidades, lo admito, pero se sigue vendiendo.

Trabajé tan rápido y las películas avanzan tan despacio que la edición de tapa dura de
Viaje alucinante
se publicó a principios de 1966, seis meses antes de que la película se estrenara, y pareció que la película se había hecho a partir del libro. Esto era terrible porque había tenido que ceñirme al guión y estaba convencido de que yo solo podía haber escrito un libro mejor. Por tanto, declaré muchas veces, oralmente y por escrito, que el libro procedía de la película y no al revés. No creo que eso ayudara mucho.

No fue una mala película, dicho sea de paso. Además, Raquel Welch interpretaba su primer papel estelar y distrajo la atención de cualquier pequeño fallo de la película.

La edición en rústica apareció a la vez que la película se exhibía en los cines, y ante la extrañeza de Bantam (y mía), resultó no ser un producto desechable. Siguió vendiéndose mucho después de que la película dejara de exhibirse y aún sigue vendiéndose en la actualidad. Se han hecho varias docenas de reimpresiones y se han vendido unos cuantos millones de ejemplares. Hoy en día, después de la serie de la Fundación, es el libro que mejor se vende.

Sin embargo, no me ha hecho rico, ya que no era un trabajo original sino que seguía el guión muy de cerca, y sólo me ofrecieron una suma fija de cinco mil dólares. Al final, Marc Jaffe admitió que se había vendido mejor de lo esperado, y me dio otros dos mil quinientos dólares.

Insistí en pactar un arreglo de los derechos de autor para la edición de tapa dura, la cuarta parte sería para mí y el resto para Hollywood, y conseguí recibir mi parte directamente, y no a través de Hollywood. Esto fue inteligente por mi parte, ya que si Hollywood hubiese recibido todos los derechos, yo nunca habría visto ni un penique.

No me gusta Viaje alucinante y es uno de mis pocos libros que nunca volvería a leer. No es porque consiguiera tan pocos beneficios de un éxito fácil y perdurable, sino que el libro se basaba en un guión que no era mío, y no creo merecer más de lo que he recibido.

Seis años después escribí
Los propios dioses
. Fue el mayor oasis en el desierto de aquellos años, puesto que fue la única novela de ciencia ficción que produje en estos veinte años. La publicó Doubleday en 1972, y como ya dije antes, la segunda parte de esta novela contenía algunos de los mejores fragmentos que haya escrito jamás; estaba escribiendo por encima de mis posibilidades.

Me nominaron para el Hugo y en 1973 fui a Toronto para la Convención Mundial, por si acaso. El viaje mereció la pena, ya que gané el premio a la mejor novela de 1972. Era mi tercer Hugo y el primero por un relato de ficción actual. Ése fue un momento maravilloso.

Por entonces, los Escritores de Ciencia Ficción de América entregaban un premio anual llamado Nebula y
Los propios dioses
lo ganó también.

Después, en 1975, una joven me pidió que escribiera un relato corto de ciencia ficción. El año siguiente se conmemoraba el bicentenario de la independencia de los Estados Unidos y quería publicar una antología de narraciones originales, todas tituladas
El hombre del bicentenario
. Le pregunté qué quería decir el título y me respondió:

—Nada. Haga lo que quiera con él.

Así que intrigado por la idea escribí un relato de un robot que quería ser un hombre y que luchó por ello durante doscientos años antes de ser aceptado como tal. Me fascinó tanto que su extensión duplicó la requerida.

Una vez más, escribí por encima de mis posibilidades. Dio la casualidad de que la antología nunca llegó a publicarse. La joven que la propuso tuvo problemas sociales y económicos y yo fui el único que había escrito un relato publicable.

Así que me devolvió el relato y yo le devolví el adelanto, porque: (a) lo necesitaba, y (b) tenía otra salida para la novela, que logré de una manera que describiré brevemente. Se publicó en 1976 en
Stellar 2
, otra antología de obras originales, y al final ganó el Hugo y el Nebula a la mejor novela corta del año. Era mi cuarto Hugo y mi segundo Nebula.

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