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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Biografía

Memorias (43 page)

BOOK: Memorias
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Un ejemplo más notorio es el de
The Ugly Little Boy
(El niño feo). Horace Gold pensó que la palabra ugly (feo) era deprimente y los cambió por
Last-Born
(El último nacido), que era ridículo. El adjetivo “feo” es esencial. El pequeño héroe de la historia es feo porque es un niño de Neanderthal y, a pesar de todo, al final recibe el cariño que se merece y el lector se conmueve. La historia no habría tenido ningún sentido si el niño hubiese sido guapo. ¡Pero quién puede hacer comprender estas sutiles cuestiones a Horace!

Puedo sobrevivir a los cambios de título de los relatos porque casi siempre los puedo volver a cambiar cuando los incluyo en una de mis colecciones. Sin embargo, a veces acepto los cambios de los directores cuando considero que son mejores. En cierta ocasión escribí un relato para Fred Pohl que titulé
The Last Tool
. Era un título significativo, pero Fred lo cambió por
Founding Father
, que era mucho mejor, y me sentí mortificado porque no se me había ocurrido a mí. Apareció en el número de octubre de 1965 de
Galaxy
y desde entonces ha seguido con ese nombre.

Los títulos de esos libros son más importantes porque tienden a ser permanentes. A pesar de todo, me las arreglé para cambiar
The Death Dealers
por
A Whiff of Death
. Sin embargo, es algo poco práctico. A veces tengo que explicar la cuestión a los lectores, que creen que son dos libros diferentes y quieren un ejemplar de cada uno.

El tema de los títulos de los libros surgió después de que T. O’Conor Sloane, de Doubleday (que era el nieto del hombre que sucedió a Hugo Gernsback como director de
Amazing
), me sugiriera que preparara un libro de biografías cortas de unos doscientos cincuenta científicos importantes para formar parte de una serie que estaban haciendo de músicos, artistas, filósofos y otros grupos intelectuales.

Quería hacerlo así, pero el libro creció en mis manos. Hice las biografías no de doscientos cincuenta sino de mil científicos, exploradores e inventores y las biografías fueron más largas de lo estipulado.

Además, en vez de ordenarlas por orden alfabético, lo hice cronológicamente. Después de todo, la ciencia es un tema acumulativo, mientras que la música, el arte y la filosofía no lo son.

Fue un libro mucho más largo de lo que Doubleday esperaba, pero lo aceptaron sin protestar y lo hicieron a mi manera.

Resultó que requería un par de índices enormes (uno de nombres y otro de los temas citados), pero había numerado las biografías y clasifiqué los índices por el número de la biografía en vez del de la página. Esto me permitió preparar el índice a partir del manuscrito mientras estaba en caliente y entregarlo con él; no tuve que esperar meses para las pruebas de las páginas.

Quería llamar el libro
A Biographical History of Science
(Historia biográfica de la ciencia), que era el modo más corto de definir el libro con precisión. Pero Sloane insistió en añadir “and Technology” al título, aunque yo creía que era innecesario. Además, Sloane sostenía que “historia” era una palabra inadecuada que haría descender las ventas. Insistió en sustituirla por “enciclopedia”, aunque yo pensaba que era una tergiversación. Para terminar añadió “Asimov” al conjunto.

El título del libro fue, por lo tanto
Asimov’s Biographical Encyclopedia of Science and Technology
(1964) (Enciclopedia biográfica de ciencia y tecnología de Asimov). Desde entonces se han preparado dos nuevas ediciones, cada vez con un índice completamente nuevo.

Debo admitir que me tragué la tosquedad del título debido a su primera palabra. Sloane dijo que los vendedores insistían en que se vendería mejor si mi nombre estaba en el título y esto me halagó más de lo imaginable. Resulta que la idea de añadir mi nombre como algo mágico se ha convertido en predominante. Más de sesenta de mis libros han incluido mi nombre en el título.

Así que ¿cómo no voy a estar encantado? Demuestra que los directores esperan que la gente me acepte como un nombre que se puede añadir a cualquier tipo de libro: de ciencia ficción, de misterio, de ciencia, de humanidades o antologías como garantía de calidad.

92. Las colecciones de ensayos

Seguí reuniendo varios relatos cortos en colecciones. Durante los años sesenta, Doubleday publicó tres:
The Rest of the Robots
(1964),
Asimov’s Mysteries
(1968) y
Nightfall and Other Stories
(1969).

La New English Library también publicó una colección de cuatro de mis relatos para la venta fuera de Estados Unidos:
Through a Glass, Clearly
, en 1967.

Desde entonces he publicado bastantes colecciones de relatos en las que se repiten los mismos títulos. Algunos de ellos aparecen, por el momento, hasta en cinco colecciones diferentes. Esto no parece muy razonable. Uno se puede imaginar a los lectores comprando una colección y descubriendo que han leído todos, o casi todos los relatos que contiene. Me remuerde un poco la conciencia, sobre todo cuando un importante escritor de ciencia ficción (es verdad que con una disposición no muy alegre) subrayó, más o menos sarcásticamente, que yo era un maestro haciendo recircular mis productos.

No obstante hay una base lógica en ello.

Los libros son mortales. Los de encuadernación de tapas duras es probable que se agoten al cabo de un par de años. Uno en rústica puede quedar enterrado bajo un montón de otros similares que inundan los expositores. Así que cuando un lector me escribe preguntándome dónde puede encontrar determinado relato mío que desea leer (o releer), me veo en un dilema. No puedo remitirle al número original de la revista en la que apareció. Éstas sólo se encuentran en unas pocas colecciones privadas y en unas cuantas tiendas especializadas en números atrasados.

Si le doy el nombre de una colección en la que sí aparece mi relato, puede que tampoco esté a su alcance. Sí, ya sé que hay tiendas de libros de segunda mano, pero si puedo decirlo sin ser calificado de monstruo vanidoso, mis libros rara vez se encuentran en ellas. La gente que compra mis libros tiende a conservarlos. Así que una colección nueva, que contenga algunos relatos recientes más algunos de los viejos, dirigida a aquellos lectores que no las pueden encontrar en otras partes, no parece ser tan descabellada.

Además, se dice que entre los lectores de ciencia ficción, una generación dura tres años. En otras palabras, al cabo de tres años existe gran cantidad de nuevos lectores que nunca han leído y que incluso pueden no haber oído hablar de las viejas narraciones. Para ellos, una colección de mis relatos es nueva, incluso si a algunos de ellos, los veteranos, les parece material conocido.

No obstante, la razón más importante para preparar colecciones que siempre contienen algún relato conocido, es que se venden. Los editores están encantados de hacerlas, y yo no me opongo.

Pero, si mis relatos pueden ser combinados y recombinados en beneficio de los lectores, los editores y yo mismo, ¿qué sucedía con los artículos de no ficción que estaba produciendo en cantidades todavía mayores que los de ficción?

Publiqué una colección de estos ensayos bastante pronto. Fue
Only a trillion
(1957). Contenía varios artículos científicos que había publicado en
ASF
, pero no estaba muy satisfecho de ellos. Estos artículos los adaptaba para John Campbell y me parecía que eran demasiado fríos y formales.

Por otro lado, los que escribía para
F&SF
aparecían sin ninguna interferencia editorial, y existían sólo para agradarme a mí. Eran informales y, en su mayor parte, alegres. Pensaba que reflejaban mucho mejor mi capacidad que los artículos de
ASF
. Además, quería que un editor importante los recopilara.

En 1957 había conocido a Austin Olney, director de la colección de libros juveniles de Houghton Mifflin, la editorial más importante de Boston. Era de mi edad, delgado, guapo, con los ojos hundidos y, aunque era casi un auténtico brahmán
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de Boston, no poseía la suficiencia y la arrogancia que se les supone. Era agradable y amable, y desde entonces hemos sido amigos.

Muchas veces iba a almorzar con él al famoso restaurante Locke-Ober’s de Boston. Me encantan los callos, algo que al parecer gusta a muy poca gente, y siempre los pedía con mostaza. Pero después me fui de Boston. Al cabo de diecinueve años volví con Janet y nos alojamos en un hotel cerca del Locke-Ober’s. Con gran alegría, la llevé allí y pedí callos con mostaza, y aunque seguían estando en el menú, ya no los hacían. Estuve a punto de sufrir un ataque y casi me puse a llorar. Supongo que cuando me fui, nadie volvió a pedirlos.

De todas maneras, Houghton Mifflin enseguida empezó a publicar mis libros científicos, el primero fue
Realm of Numbers
, en 1959, que trataba de aritmética, desde la suma a los números transfinitos, para estudiantes jóvenes. Austin fue tan amable que me envió una prueba de la cubierta y me pidió mi opinión. Le llamé por teléfono para decirle que era por completo de mi agrado excepto por una cosa.

Austin no me conocía muy bien todavía así que pensó que debía de ser uno de esos autores (que los directores miran con recelo) que se creen críticos de arte e intentan imponer su propia cubierta. En realidad, a mí no me podía importar menos. Mi único interés está en el interior.

Al oír que tenía una objeción, la temperatura bajó veinticinco grados de golpe, y Austin preguntó con frialdad:

—¿Qué es lo que no te gusta?

—Bueno, odio mencionarlo, sin duda es una pequeñez de la que no debería preocuparme, pero mi nombre está mal escrito –le respondí.

Por supuesto, tuvieron que rehacer la cubierta y Austin se disculpó.

En cualquier caso, en 1961 fui a verle con un montón de artículos de
F&SF
. Puesto que estaban dirigidos a adultos, Austin los pasó al departamento correspondiente, que los rechazó. Él, avergonzado, se ofreció a publicarlos como un libro juvenil si estaba dispuesto a simplificarlos. Le dije que ni en un millón de años, pero no le guardo ningún rencor, y los llevé a Doubleday.

No es que Tim Seldes estuviera entusiasmado, pero tampoco quería rechazarme, así que mi primer libro de artículos de
F&SF
fue publicado por Doubleday en 1962, bajo el título de
Fact and fancy
.

Para entonces, Tim me conocía bastante bien, así que me advirtió que no recopilara otra colección de artículos hasta ver qué tal se vendía
Fact and Fancy
. Me pareció justo y, aunque tenía muchas ganas de seguir haciéndolo, esperé.

Pero los beneficios de
Fact and Fancy
cubrieron con asombrosa rapidez su adelanto y, algo extrañado, Tim me dijo:

—Muy bien, Asimov, puedes traerme otro.

Así que, antes de que terminaran los sesenta, Doubleday había publicado siete de mis colecciones de ensayos, y desde entonces han seguido haciéndolo. Todos mis artículos de
F&SF
acaban en una colección u otra, a excepción de siete de los primeros, y algunos se publican en más de una colección. (Sí, también reciclo mis artículos). Y muchos otros de mis artículos procedentes de fuentes diferentes a
F&SF
también han sido recogidos en colecciones. En total, tengo unos cuarenta libros de artículos científicos.

No creo que deba pedir perdón por ello. Los libros se venden y los lectores se entretienen. Así puedo juzgarlo por las cartas que recibo y, ¿quién necesita alguna otra justificación?

En realidad, estoy muy satisfecho de estas colecciones. En primer lugar, creo que tengo la marca mundial por haber publicado más colecciones de artículos que nadie en la historia. (Por favor, no estoy afirmando que escriba los mejores o casi los mejores, sino simplemente la mayor cantidad).

Además, siempre he oído que estas colecciones son “un fracaso de taquilla” y que los editores son muy reacios a publicarlas salvo en determinados casos de éxito asegurado, como Stephen Jay Gould, Martin Gardner o Lewis Thomas. Lo siento si parezco engreído, pero me gusta ser considerado un éxito asegurado.

Por supuesto, no a todo el mundo le gustan mis artículos. Hace poco, Arthur Clarke, mientras vegetaba en su casa de Sri Lanka, encontró una crítica de una de mis colecciones de ensayos y, temiendo que no la hubiera visto, la recortó y me la envió para que me deleitara. La primera frase era: “Éste es un libro que nunca debió ser escrito”.

Según el sistema de Lester del Rey, no tendría que haber seguido leyéndola, pero quería seguir para ver si averiguaba por qué no debí escribir aquel libro. Aparentemente, le horrorizaba la miscelánea que contenía y el modo en que pasaba de un tema a otro. Lo único que puedo inferir es que nunca habrá visto u oído hablar de una colección de artículos. Supongo que la incultura es un requisito básico para su trabajo.

En mi opinión, el mérito de estas colecciones está en la variedad que ofrecen. No exigen disponer de tiempo para leer. Se leen temas cortos, y si uno de ellos parece aburrido o desagradable no se pierde el valor de todo el libro sino sólo una parte. Se puede pasar al siguiente, que a lo mejor es fantástico. Además, las obras cortas son perfectas para leer en la cama y en otros pequeños momentos de ocio.

Los lectores de mis artículos científicos pueden jugar a “A ver si cogemos a Isaac en un error” (y lo hacen). Lo hacen tan a menudo que el juego merece la pena. Siempre lo he agradecido y también me conmueve la gentileza con la que me corrigen y el cuidado que tienen siempre de atribuir mis errores a mi prisa y descuido más que a mi estupidez.

Si no he elogiado a mis lectores antes, déjenme hacerlo ahora. Puede que no sean tantos como los fans de las estrellas del rock o de los ases del deporte, pero en calidad, mis lectores están en la cima del grupo, son la crema, la elite y los quiero a todos.

93. La historia

Houghton Mifflin preparaba una serie de libros de la historia de Estados Unidos para jóvenes y Austin Olney me preguntó si yo quería tratar algún tema que encajara en la serie.

Después de pensarlo, dije que podía hacer un libro sobre las investigaciones de Franklin acerca de la electricidad y su influencia en el desarrollo de la Guerra de Independencia estadounidense. A Austin le pareció bien, así que lo escribí y lo titulé
The Kite that Won the Revolution
.

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