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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Biografía

Memorias (45 page)

BOOK: Memorias
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En conjunto, por tanto, mi bóveda de la Universidad de Boston debe de ser la colección más variada de basura del mundo. Tengo una sensación de pesadilla: creo que un día acabará todo demasiado apretado y explotará. Puedo ver los titulares del
Globe
de Boston cuando esto suceda: “La bóveda de Asimov explota. Commonwealth Avenue devastada. Diecinueve muertos.”

96. Las antologías

Cuando estaba en la NAES, a principios de los años cuarenta, empezaron a aparecer las primeras antologías de ciencia ficción.

Una antología es una colección de relatos, no sólo de un autor, sino de varios. Su función es la misma que una colección: proporciona al lector habitual relatos que puede tener la oportunidad de releer junto con otros que tal vez se haya perdido. Los lectores nuevos tienen la oportunidad de leer los relatos más notables del pasado.

Los editores pagan por el privilegio de utilizar los relatos en antologías. Crown publicó la primera en 1946,
The Best of Science Fiction
, editada por Groff Conklin (a la larga se convertiría en un gran amigo mío). Contenía un relato mío menor,
Blind Alley
(
ASF
, marzo de 1945). Street & Smith Publications había comprado todos los derechos, así que el dinero era para ellos, pero Campbell insistió en que en tales casos fuera para los autores. (Fue un gesto amable, típico de Campbell.)

Recibí cuarenta y dos dólares y cincuenta centavos por el relato de la antología. No fue mucho, pero era la primera vez que me volvían a pagar por algo que ya había escrito, vendido y cobrado en el pasado. Al cabo de un año, otra antología,
Adventures in Time and Space
, editada por Raymond J. Healy y J. Francis McComas, incluía
Anochecer
, y me pagaron sesenta y seis dólares y medio por ello. En el futuro recibiría muchos más pagos por antologías, pero en los años cuarenta nunca sospeché que algo así pudiera ocurrir.

Con el tiempo, las antologías de ciencia ficción se publicaron por centenares, y la mayoría contenía relatos míos. Algunos han sido incluidos en antologías hasta cuarenta veces o más, pero supongo que otros, de Arthur Clarke o de Harlan Ellison, lo han sido incluso más veces.

Por supuesto, sospecho que muchos de los antólogos, sobre todo los que preparan “libros de lectura” para escuelas, no recurren a las fuentes originales para buscar material, sino a otras antologías. Esto quiere decir que una vez que un relato ha sido incluido varias veces en antologías, seguirá apareciendo en otras por pura inercia.

Luego, los escritores, a medida que se hacen más conocidos y sus relatos tienen más demanda, tienden a exigir mayores retribuciones por su uso. Mi principio ha sido el contrario. Nunca pido mucho, con la esperanza de que esto anime a que incluyan mis relatos en antologías. Quiero que mis obras y mi nombre tengan una gran difusión, y esto para mí, es mucho más provechoso que andar regateando.

Se publicaron muchas antologías, algunas de ellas editadas por mis amigos escritores de ciencia ficción, y a pesar de que sabía que el editor, por lo general, recibía la mitad de los derechos de autor (la otra mitad se repartía entre los autores), nunca me sentí tentado a editar por mí mismo. Supondría leer números atrasados, decidir cuál incluir, escribir a los distintos autores para pedirles permiso, etc. Demasiado trabajo. Prefería gastar mi tiempo en escribir en vez de perderlo con antologías.

Pero, en 1961, Avram Davidson tuvo una idea. Había publicado un relato corto:
Or All the Seas with Oysters
(
Galaxy
, mayo de 1958) y había ganado el Hugo. Avram siempre necesitaba dinero y sabía que podía ganar algo si el relato se incluía en una antología. Sólo necesitaba persuadir a alguien de que editara una antología de los ganadores de los premios Hugo.

El agente de Avram, Bob Mills, quería conseguir como editor a alguien que: (1) fuera un escritor de ciencia ficción muy conocido y (2) nunca hubiese ganado un Hugo. Pensó en mí de inmediato. Yo era reacio, pero como no tenía que seleccionar las narraciones y Bob Mills conseguiría los permisos, el trabajo parecía sencillo y acepté.

The Hugo Winners
, la primera antología que edité, fue publicada por Doubleday en 1962 y se vendió muy bien. Pero descubrí que mis cálculos habían tenido un fallo. Cada seis meses llegaban los derechos de autor de
The Hugo Winners
. Debía mandar un diez por ciento a Bob Mills, dividir lo que quedaba por la mitad, quedarme con una mitad y dividir la otra entre nueve autores en partes proporcionales según la longitud de sus relatos, antes de enviarles los cheques a ellos o a sus agentes.

Podría haber soportado esto durante un período o dos de derechos de autor, pero la antología siguió vendiéndose de una manera u otra durante veinte años. Acabé harto de esta tarea y decidí no editar nunca más otra antología a no ser que alguien se encargara de todo el papeleo.

Mantuve esta resolución. Para 1977 había editado ocho antologías y otros hicieron el papeleo en todas las ocasiones. Las antologías de este período incluían dos volúmenes más de ganadores del Hugo, un volumen de premiados con el Nebula, una antología de relatos muy cortos de ciencia ficción de Groff Conklin, un libro de relatos de ciencia ficción seleccionados por Doubleday y uno llamado
Antes de la Edad de Oro
, que fue una idea completamente mía.

El 3 de abril de 1973 soñé que había preparado una antología de las grandes narraciones que había leído y me habían gustado en los años treinta (incluidas
World of the Red Sun
, de Cliff Simak;
Born of the Sun
, de Jack Williamson;
Tumithak of the Corridors
, de Charles Tanner y otras más). Le conté a Janet mi sueño y me dijo:

—¿Por qué no lo haces?

¿Por qué no? Llamé a Larry Ashmead, subrayé la importancia histórica de dicha antología y me dio luz verde. Llamé a Sam Moskowitz, el historiador extraoficial de la ciencia ficción. Me dijo que siempre había deseado hacer dicha antología pero que ningún editor quería publicarla, mientras que entendía que estuvieran dispuestos a que la hiciera yo. Con toda lealtad, me dio las separatas de los relatos que necesitaba en un tiempo récord, y por supuesto le pagué por ello.

Doubleday publicó el libro el 3 de abril de 1974, el aniversario de mi sueño. Sólo se vendió moderadamente bien, pero fue un libro que me proporcionó una enorme satisfacción. Desee con todo mi corazón poder retroceder en el tiempo para decirle al joven estudiante que fui lo que había hecho para conservar los relatos que tanto le gustaron.

Y esto me hartó por lo que a antologías se refiere. No preveía hacer ninguna otra, excepto quizá más volúmenes de ganadores del Hugo, y ni siquiera de esto estaba muy convencido.

Sin embargo, en 1977 conocí a Martin Harry Greenberg y eso lo cambió todo, como explicaré a su debido tiempo.

97. Encabezamientos

The Hugo Winners
me planteó un problema. ¿Debería o no debería contarlo como uno de mis libros?

Cuando se publicó yo tenía cuarenta y dos años y había publicado cuarenta y seis libros. Estaba empezando a darme cuenta de que lo más importante respecto a mí, desde el punto de vista literario, era el número de libros que estaba publicando. Nadie me aclamaba como una gran lumbrera de la literatura. No era una amenaza para el reino de los Bellow y los Updike y nunca lo sería. Y sin embargo, a todos nos gusta el reconocimiento, queremos que se nos reconozca por algo, y estaba empezando a darme cuenta de que tenía bastantes posibilidades de ser conocido aunque sólo fuera por el gran número de libros que iba a publicar y por la gran variedad de temas que trataría. Estaría bien que también se apreciara la calidad de mis obras, pero presentía que nadie se daría cuenta de ello; sólo se fijarían en el número.

En consecuencia, deseaba considerar
The Hugo Winners
mi libro número cuarenta y siete, y que contribuyera así a aumentar mis posibilidades de ser famoso. Después de todo, mi nombre estaba en la cubierta: “Editado por Isaac Asimov.”

Por desgracia, mi sentido de la ética y todos los consejos paternales sobre la honestidad que llenaron mi infancia se interponían. El hecho era que, en realidad, yo no había editado el libro. Los nueve relatos habían sido seleccionados por los aficionados a la ciencia ficción. El orden en que se incluían era estrictamente cronológico. No había dedicado demasiado tiempo al libro y cualquiera lo podía haber hecho igual que yo.

Entonces tuve una idea brillante. ¿Por qué no me incluía en el libro? Podía escribir una introducción y, además, un encabezamiento, ambos largos y muy personales, para cada relato. De esta forma, el libro sería mío y podría, con todo derecho, añadirlo a mi lista.

Eso fue exactamente lo que hice. Escribí una introducción cósmica en la que me alababa a mí mismo excesivamente y censuraba la infamia que había hecho que se me privara del Hugo (copié la actitud del viejo Bob Hope hacia los Oscar). Empecé a leerle la introducción a Tim Seldes en su despacho, y para cuando había terminado el primer párrafo, se produjo un colapso general. Wendy Wiel, la guapa secretaria de Tim, miró por encima de mi hombro y dijo:

—Tim, ha escrito eso de verdad.

Tim arrancó la introducción de mis manos y la leyó. Después dijo:

—Bueno, supongo que a los aficionados a la ciencia ficción les gustará, pero ¿y a la gente de Dubuque?

—A la gente de Dubuque —le respondí con una exhibición de confianza que no sentía en realidad— le encantará. Se sentirán como si estuviesen dentro del mundo de la ciencia ficción.

Tim dudó y después decidió arriesgarse. El libro se publicó con la introducción y las notas exactamente como yo las había escrito y pasó a mi lista como el libro número cuarenta y siete.

Y dio la casualidad que enseguida se vio que había hecho lo adecuado.
The Hugo Winners
se vendió muy bien para ser una antología e innumerables cartas confirmaron que la introducción y los encabezamientos eran lo mejor del libro.

No necesito que me caiga un yunque sobre la cabeza para darme cuenta de algo. Hasta entonces mis colecciones de relatos y ensayos habían estado desnudas. Me había limitado a recogerlas y a reunirlas sin añadir una sola palabra por mi parte.

¡Nunca más! A partir de esta antología, los relatos de todas mis colecciones tendrían unas palabras mías en forma de introducción o de apéndice (a veces los dos). Lo que añadía era muy personal y, por lo general, explicaba cómo había llegado a escribir la historia. Además, el tono era alegre y autohalagador. Si pensaba que un relato era bueno, lo decía; si había logrado alguna fama, también; si creía que había sido infravalorado, lo destacaba y, además, me quejaba de ello.

En conjunto, el resultado era muy bueno. Los lectores tenían la sensación de que les estaba hablando libre y abiertamente y, por lo general, eso generaba una sensación de afecto y de amistad. Yo había dejado de ser un nombre propio, era una persona. Empecé a recibir cartas que empezaban: “Querido Isaac: Por favor perdóname que te llame por tu nombre, pero he leído tantas obras tuyas que me siento como si fuéramos amigos.”

Incluso recibí una carta de una joven de la Columbia Británica que empezaba así: “Hoy cumplo dieciocho años. Estoy sentada en la ventana, mirando cómo llueve fuera, y pensando cuánto te quiero.”

Por supuesto, se refería a mis relatos, pero mis encabezamientos se habían convertido en parte de mí.

Respondí con una carta de agradecimiento, pero no pude resistir la tentación de añadir: “No obstante, debo hacerte la siguiente pregunta: cuando era un solitario de veintiún años, ¿dónde estabais entonces todas las encantadoras chicas de dieciocho?”

Todo este cariño y afecto que generaba era infinitamente agradable para mí. Después de todo, ¿a quién no le gusta ser amado? Y era lo bastante práctico para darme cuenta de que eso también ayudaba a las ventas.

Incluso mis colecciones de ensayos científicos recibieron mi ayuda editorial. En realidad, me aficioné a prologar cada uno de mis artículos de
F&SF
con una anécdota personal, por lo general cómica, que era en primer lugar cierta, y además, adecuada (o que se podía adecuar) al tema del artículo. Hacía la función de encabezamiento y un comienzo divertido ayudaba al lector a deslizarse por un tema, a veces intrincado, e incluso podía ayudarle a llegar sano y salvo al final.

Por supuesto que hay gente a la que no le gustan mis encabezamientos. Afirman que muestran un ego exagerado y enfermizo. Es obvio que no es verdad. Sólo me quiero a mí mismo, eso es todo, y no creo que haya nada malo en ello. Un crítico escribió una vez algo con lo que estoy de acuerdo: “El hombre es muy inmodesto, pero tiene muchas razones para serlo.”

98. Mis propios Hugos

Durante algún tiempo hice un buen negocio con la publicación de los relatos premiados con el Hugo, que empecé con
The Hugo Winners
. En realidad, no me importaba no haber ganado un Hugo, puesto que la mayoría de mis mejores relatos habían aparecido antes de que estos premios existieran (aunque creía que
El niño feo
debería haber ganado uno). Pero era un buen pretexto para hacer bromas, e hice todas las que pude.

En 1963 la Convención Mundial se celebraba en Washington e iba a ser organizada por George Scithers, un aficionado del que me había hecho amigo cuando volvíamos en tren de Detroit después de la Convención Mundial de 1959. George me llamó por teléfono, me preguntó si iría a Washington y mencionó que Theodore Sturgeon sería el maestro de ceremonias.

Surgió una remota esperanza. ¿Por qué intentaban asegurarse de que iría si otra persona entregaría los premios? ¿Sería que iba a conseguir uno por algo? Confirmé mi asistencia y traté de ocultar mi satisfacción.

Pero entonces, algún tiempo después, recibí otra llamada. Ted tenía graves problemas familiares y no podía ir a Washington. ¿Podría yo ser el maestro de ceremonias en su lugar? Bueno, eso significaba, obviamente, que no recibiría ningún premio, pero había prometido ir y no podía echarme atrás. Así que puse buena cara y acepté.

Entregué los Hugo enfatizando la caracterización de Bob Hope, con mi ingenio agudizado por la decepción. Cuando me disponía a abrir el último sobre, estaba tan obsesionado que no advertí que no había nada escrito en él. Lo agité en el aire durante bastante rato mientras criticaba al comité. Había hecho acusaciones feroces contra ellos para sacar todo el humor posible de la situación y después les acusé de ignorarme por un mezquino y cruel antisemitismo.

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