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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Biografía

Memorias (40 page)

BOOK: Memorias
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El problema fue que Janet siguió siendo bajita cuando sus compañeras crecían. Con el tiempo dio un estirón y ahora mide 1,70 metros, pero como muchos hijos de ascendencia escandinava, tardó en desarrollarse físicamente. (Pero no mentalmente. Era bastante más inteligente que sus compañeros más crecidos, lo que tampoco fue de gran ayuda para ella).

La Janet adulta no es una belleza en el sentido clásico. Su barbilla es pequeña y ella piensa que la afea. Como no se consideraba guapa y dedicaba mucho tiempo a sus estudios, no tenía una vida social muy activa. Cuando llegó a los treinta, había conseguido su B.A. (Bachelor of Arts) por la Universidad de Stanford, su doctorado en Medicina por la Facultad de la Universidad de Nueva York, había terminado su residencia en psiquiatría en el hospital Bellevue y trabajaba en el Instituto de Psicoanálisis William Alanson White. Por tanto, tenía una carrera que la mantenía ocupada y le proporcionaba una vida acomodada independientemente de su estado civil.

Su fugaz encuentro conmigo en 1956 no evitó que leyera otros libros míos y decidió, por lo que yo revelaba de mí mismo en ellos, que no podía ser tan “borde” como me había mostrado. Decidió que me daría otra oportunidad.

En 1959 los Escritores de Misterio de América celebraban su banquete anual en Nueva York y yo, que había escrito una novela de misterio que no tuvo ningún éxito, decidí asistir. Me animó a hacerlo uno de mis amigos de Boston, Ben Benson, que había escrito una serie de novelas de misterio, con bastante éxito, en las que aparecía representada la Policía Estatal de Massachusetts. Me gustaban los libros y también Ben, que había sobrevivido a la Segunda Guerra Mundial aunque con el corazón muy dañado. No esperaba conocer a nadie en la convención pero Ben podría presentarme a algunas personas.

El día del banquete era el 1 de mayo, y la tarde anterior, mientras cenaba en casa de un director, me enteré de que Ben Benson había tenido un infarto y había muerto en las calles de Nueva York. Me sentía profundamente deprimido y me pasé la noche preguntándome si no debería volver a Boston. No me sentía con ganas de ir al banquete sin Ben.

Al día siguiente visité a Bob Mills, que también pensaba ir al banquete, y esperaba que pudiera levantarme la moral, pero no hubo suerte. Bob también estaba en horas bajas por algún problema relacionado con su trabajo. Cada vez tenía más ganas de volver a Boston, sin saber que, si lo hacía, se confirmaría la desgracia de 1956 y mi vida se arruinaría.

Por fortuna, Judith Merril apareció en el despacho de Bob justo cuando me iba. Judy era una de las pocas autoras importantes de ciencia ficción de la época, y su obra más reconocida era That Only a Mother, publicada en el número de junio de 1948 de
ASF
. Había sido la tercera mujer de Fred Pohl.

Me animó e insistió para que fuera al banquete donde, me dijo, la gente probablemente me estaría esperando, ansiosa por conocerme. Me dejé convencer y es algo por lo que siempre le estaré agradecido a Judy.

Mientras tanto, la amiga de Janet, la escritora de novelas de misterio Veronica Parker Johns, era la encargada de la distribución de los asientos en el banquete. Convenció a Janet para que fuera porque iba a hablar Eleanor Roosevelt y se podría sentar entre Isaac Asimov y Hans Santesson.

Cuando llegué al banquete descubrí que Judy tenía razón. Había bastante gente a la que conocía y enseguida me pareció estar en una convención de ciencia ficción y empecé a sentirme a gusto.

Llegó la hora de sentarme y Hans Stefan Santesson vino a buscarme. Era un individuo gordo y pesado, con la cara ovalada y un ligero acento sueco. Dirigía Fantastic Universe Science Fiction, revista a la que había vendido algún relato. (Murió en 1975 a la edad de sesenta y un años.)

Me dijo:

—Ven, Isaac, hay alguien que quiere conocerte.

Al mirar hacia donde indicaba vi a Janet Jeppson sentada a la mesa, saludándome con una amplia sonrisa.

Mi solitario corazón buscaba algo en esa época, y no era belleza. Había tenido belleza a montones y no había funcionado. Buscaba algo más, no sabía qué, y puede que ni siquiera me hubiese dado cuenta, al menos conscientemente, de que estaba buscando algo.

Tal vez lo que quería era cariño, afecto amable y sin exigencias; la belleza era algo superfluo. No importa lo que estuviera buscando, lo encontré en esa cena. Janet era afectuosa, sencilla, alegre y no disimuló que estaba encantada de estar conmigo. Para el final de la cena, me parecía guapa y desde entonces no he cambiado de opinión. Cuando entra en un recinto y veo su cara, mi corazón, todavía ahora, salta de alegría.

Por supuesto ese día no tenía una piedra en el riñón, así que estaba en mi estado habitual de amabilidad y alegría. Janet quedó encantada y decidió que después de todo no era un borde.

Cuando una joven explosiva, tan artificial que pensé que un pinchazo con un alfiler la haría desintegrarse, se acercó a recoger un premio, Janet dijo:

—Me gustaría tener su aspecto.

Le respondí con toda sinceridad que su aspecto era mucho mejor.

Y cuando le dije que mi novela de misterio probablemente era la peor que se había escrito jamás, decidió que no era el monstruo arrogante que la gente decía que era.

A partir de entonces permanecimos en contacto por correspondencia. Esto me ayudó durante los malos tiempos. La llamaba por teléfono de vez en cuando. Alguna vez la vi en mis visitas a Nueva York y todos estos contactos no hicieron más que reforzar mi convencimiento de que era el tipo de persona adecuada para mí.

Seguiré hablando de ella más adelante.

85. Novelas de misterio

En mi infancia, como ya he relatado, leía novelas de misterio además de las de ciencia ficción. Seguí leyendo ambos géneros a medida que crecía y, aunque mi interés por la ciencia ficción decayó, no sucedió lo mismo con las novelas de misterio; incluso ahora es la única literatura ligera que me gusta.

Pero no me agradan los relatos de misterio modernos de chicos duros, las novelas de suspenso demasiado violentas o los estudios de psicopatologías criminales. Siempre he preferido los que incluyen un número limitado de sospechosos y que se resuelven por medio del razonamiento y no a tiro limpio.

Por supuesto, mis relatos favoritos son los de Agatha Christie y mi detective ideal es Hércules Poirot. También me gustan las novelas de Dorothy Sayers, Ngaio Marsh, Michael Innes y muchos otros que escriben de modo culto sin subrayar las escenas de sexo o de violencia. De joven era un seguidor incondicional de John Dickson Carr y Carter Dickson, pero cuando años después los volví a leer, sus libros me parecieron demasiado sentimentales y afectados.

Quería escribir ciencia ficción y también relatos de misterio, y lo hice. John Campbell dijo una vez, sin pensarlo, que era imposible escribir un buen misterio a la manera de la ciencia ficción, porque el detective siempre podría crear algún artefacto que le ayudara a resolver el problema.

Yo pensaba que era una afirmación irreflexiva, porque lo único que se necesitaba era establecer las bases al principio y evitar introducir nada nuevo en el resto del libro. Entonces se consigue un misterio de ciencia ficción que es auténtico.

En 1952, Horace Gold me propuso que escribiera una novela de robots. Le di largas diciendo que sólo me arreglaba con relatos cortos, pero me dijo:

—Tonterías, escribe una novela sobre un mundo superpoblado en el que los robots están quitando el trabajo a los humanos.

—No —repliqué—. Sería demasiado deprimente.

—Conviértelo en un misterio —me contestó—, con un detective y un compañero robot que se encargará del caso si el detective falla.

Éste fue el germen de
Bóvedas de acero
, una buena novela de ciencia ficción y al mismo tiempo un misterio sencillo. Fue la primera vez (en mi opinión) que alguien ha unido los dos géneros en una fusión tan perfecta.

Después, para demostrar que no había sido un accidente, escribí otro misterio de ciencia ficción,
El sol desnudo
, que era una continuación del primero. Cuando se publicó el segundo libro, en 1957, ansiaba escribir un misterio “auténtico”, uno sin los adornos de la ciencia ficción.

Dio la casualidad de que el director de la colección de misterio de Doubleday me pidió que escribiera una novela y aproveché la oportunidad. Puesto que no sabía nada de los procedimientos policiales y prefería evitar la violencia (cuando en mis relatos de misterio hay un asesinato, sólo hay uno, que se realiza fuera de la escena y que por lo general sucede antes de que empiece la historia), decidí que la situación se desarrollaría en un laboratorio de química de la universidad. De esta manera, la novela no tendría un fondo de ciencia ficción pero sí científico.

Para ello, utilicé mis recuerdos de la Universidad de Columbia y de los profesores y los alumnos que había conocido para fijar los personajes en mi mente. Los acontecimientos, naturalmente, eran ficticios (mejor que fuera así, porque incluían un asesinato).

Llevé a Doubleday los dos primeros capítulos y los aprobaron, pero cuando presenté la novela completa me dijeron, cuando llamé por teléfono para preguntar, que había sido rechazada. No me pedían una revisión, estaba rechazada. Fue la única novela que presenté a Doubleday que me rechazaron.

Este rechazo (cómo insisto en la palabra) llegó en un mal momento. Mi pelea con Keefer en la Facultad de Medicina estaba llegando a su desenlace final y había llamado a Doubleday para que me dijeran que habían aceptado el libro y así poder aliviar algo mi tensión. En vez de eso (no volveré a usar la palabra) no fue admitida.

Pasé un mal momento. Cerré con llave la puerta de mi laboratorio y me senté dentro durante un rato. Me sentía profundamente desdichado. Después decidí que no debía dar vía libre a la autocompasión y me dediqué a escribir los versos más divertidos que jamás haya escrito. No, no los voy a citar aquí, son demasiado largos. Una vez terminados, me sentí mucho mejor, pero seguía estando muy lejos de mi alegría habitual. Creo que el golpe de (no lo diré) la no aceptación me llevó a la decisión de cambiar a la no ficción a partir de entonces.

Intenté vender mi novela en otra parte y, durante algún tiempo, no tuve suerte. Por fin, Avon la aceptó, aunque sin ningún interés real. Sospecho que esperaban que esta aceptación me llevaría a escribir un libro de ciencia ficción para ellos. (Me temo que no lo hice.) Publicaron el libro en 1958 bajo el título
The Death Dealers
, que no era el mío, y pusieron una cubierta completamente equivocada.

Todavía peor, el libro fue un fracaso. Avon no hizo ningún esfuerzo por promocionarlo y los beneficios de las ventas sólo cubrieron una parte del adelanto. El bochorno fue enorme y no es de extrañar que, cuando me encontré con Janet en el banquete de escritores de misterio poco después le dijera, con tristeza, que había escrito la peor novela de misterio del mundo. Era el único de mis libros publicados en los años cincuenta, dicho sea de paso, que no era de ciencia ficción ni de ciencia, aunque repito, tenía un fondo científico.

Sin embargo,
The Death Dealers
experimentó una resurrección. Uno de mis editores, Walker & Company, lo encontró en 1967 en una exposición de mis obras que hizo la Universidad de Boston en honor a la publicación de mi libro número ochenta. Al ver que estaba agotado, Walker me pidió que se lo pidiera a Avon. Lo hice, y Walker imprimió una edición con encuadernación de tapa dura en 1968, diez años después de su primera aparición, y utilizó mi título,
A Whiff of Death
. Se hicieron dos ediciones en tapa dura y varias en rústica, por no hablar de las traducciones a otros idiomas, así que después de todo, fue un éxito. Me dio el valor para volver a leerla y cambiar mi opinión anterior. Puede que no sea la mejor novela de misterio que se haya escrito, pero dista mucho de ser la peor.

Hay algo aún más curioso sobre
A Whiff of Death
. El detective de Homicidios que aparecía era de origen irlandés y de clase baja. Trataba de resolver un misterio en el que estaban implicados muchos intelectuales que no podían evitar mirarle por encima del hombro. El detective, Doheney, era muy humilde y respetuoso y preguntaba con indecisión. Pero al final, de repente, resultaba que llevaba ventaja a todos y sabía perfectamente lo que estaba haciendo.

Llegaría un tiempo (y ahora también) en que “Colombo”, de Peter Falk, sería mi serie favorita de televisión y encuentro cierto parecido entre Colombo y Doheny. Nunca he pensado que se haya copiado de
A Whiff of Death
, y si así fuera no me habría importado ya que mejoraron la idea notablemente. Lo único que consigue el parecido es que disfrute más de la serie.

La resurrección y el éxito de mi novela me dieron la agradable sensación de que Doubleday se había equivocado en 1958 y también el valor para intentarlo de nuevo, cuando Larry Ashmead (mi director en Doubleday por aquel entonces) me pidió que asistiera a una reunión de la Asociación Americana de Libreros (ABA) en 1975. Era una de sus raras reuniones en Nueva York, así que podía asistir, y celebraban su septuagésimo quinto aniversario.

Larry no me llamó para pasar el rato. Quería que captara el ambiente y escribiera una novela de misterio llamada
Murder at the ABA
(Asesinato en la reunión de la ABA). Me dijo que la quería para el siguiente encuentro de la asociación, un año después.

—Te entregaré el manuscrito mucho antes, Larry —le dije.

—No estoy hablando del manuscrito —me contestó—, sino del libro terminado.

Estaba asustado. Sólo tenía dos meses para escribir el libro, así que protesté. Larry repitió lo que he oído un millón de veces de los realizadores:

—Puedes hacerlo, Isaac.

Asistí a la reunión de la ABA y escribí el libro en siete semanas. Comparado con los siete a nueve meses que necesitaba para una novela de ciencia ficción, ¿dónde estaba la diferencia?

Para mí la respuesta es bastante sencilla. Al escribir una novela de ciencia ficción hay que inventar una estructura social futurista que sea lo bastante compleja como para resultar interesante por sí misma, aparte de la historia, y que tenga consistencia. También se tiene que configurar un argumento que sólo funcione dentro de esa estructura social. La trama tiene que desarrollarse sin oscurecer demasiado la estructura social y esta última se debe describir sin retrasar demasiado el argumento.

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