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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Biografía

Memorias (49 page)

BOOK: Memorias
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En este último, dicho sea de paso, se escribieron mal tanto mi nombre como mi apellido. Aparecí como “Isaac Asmimov”. No espero que el grabador ignorante que realizó la impresión supiera cómo se escribía mi nombre, ni siquiera que hubiera oído hablar de mí, pero creo que la organización de los Escritores de Ciencia Ficción de América debería haber comprobado el diseño original y haberse dado cuenta del error. Se sintieron avergonzados y se ofrecieron a rehacer el Nebula, pero no estaba dispuesto a esperar los cinco años más o menos que les costaría a esos guasones hacer el trabajo. Me limité a decirles, altivamente, que me lo quedaría como estaba para que sirviera de prueba de la capacidad mental de la organización.

Y por supuesto, hacia esa época escribí mi novela de misterio de gran éxito Asesinato en la convención.

Puede que crea que con todos estos éxitos vería abierto el camino para volver a la producción en masa de literatura de ficción. Pues no lo hice. Las alegrías de la no ficción me esclavizaban.

104. Judy-Lynn del Rey

Judy-Lynn Benjamin (para utilizar su nombre de soltera) nació el 26 de enero de 1943. Era hija de un médico y la mayor parte de su vida estuvo marcada desde el momento de su concepción, ya que nació con un defecto genético: era una enana acondroplásica. Tenía una incapacidad congénita de fabricar cartílagos con normalidad, de manera que sus brazos y piernas siempre fueron cortos e, incluso de adulta, sólo medía 1,20 metros de altura.

La conocí en una convención local de ciencia ficción en Nueva York, el 20 de abril de 1968. Cuando la vi por primera vez, me estremecí y me di la vuelta. (Lo siento, pero tiendo a no mirar las cosas desagradables, me tapo los oídos con las manos cuando la gente habla de ciertos temas y abandono una habitación cuando las cosas se van a poner mal. Podría decir que se debe a que tengo una naturaleza muy sensible, pero sospecho que es debido, sencillamente, a que quiero que todo sea “bonito” para no tener que sentirme mal o infeliz. No es precisamente una de mis mejores cualidades.)

No obstante, Judy-Lynn trabajaba por aquel entonces como directora adjunta de
Galaxy
y su labor era llegar a conocer a los escritores de ciencia ficción. Así que empezó una conversación conmigo, diálogo en el que estaba obligado a participar, no importa lo reacio que fuera.

Y entonces sucedió algo extrañísimo. Al poco tiempo de hablar con ella, me olvidé de que era enana. Su brillante inteligencia (no puedo pensar en un adjetivo más apropiado) oscurecía por completo su apariencia física. Fue cuestión de minutos el que empezara a disfrutar de verdad.

Independientemente de cómo reaccionaran los demás ante su aspecto, Judy-Lynn nunca actuaba como si tuviera algún defecto. (Lester del Rey me dijo una vez: “No creo que sepa que es una enana.”) Tenía sentido de humor, era alegre, pensaba que la vida era una fuente de felicidad y, en resumen, se convirtió en una amiga muy querida y en la compañera que elegía cuando los dos asistíamos a convenciones.

En cierta ocasión entré en un ascensor con ella, y detrás llegó una mujer con un niño de cinco años. El niño, en su inocencia, se quedó mirando boquiabierto aquello que no había visto nunca y exclamó:

—Mamá, mira ¡una mujer pequeñita!

Judy-Lynn, por supuesto, no parpadeó ni movió un solo dedo, pero lo que me asombró (después, cuando reflexioné) fue que yo era tan poco consciente de la deficiencia de Judy-Lynn que miré a mi alrededor buscando a la mujer pequeña que el niño afirmaba haber visto.

Judy-Lynn había tenido mucho éxito en su vida profesional. Asistió al Hunter College, donde estudió literatura inglesa, se especializó en James Joyce y ganó varios premios. Empezó a trabajar en
Galaxy
en 1965, era directora adjunta en 1966 y directora en 1969.

Por supuesto, su sentido del humor no siempre era amable. Era lo bastante inteligente como para notar en mí una cierta simpleza, una disposición a creer a la gente y una naturaleza lo bastante acomodaticia como para estar dispuesto a aceptar convertirme en el objetivo de bromas pesadas siempre que no produjeran daño físico. Por tanto, durante dos años o más se dedicó a crear complicadas comedias a mis expensas. Le ayudaba Lester del Rey, que en aquella época también trabajaba en
Galaxy
.

Por ejemplo, una vez me mandó las pruebas de la portada de un número de
Galaxy
en el que se publicaba uno de mis relatos. Mi nombre estaba mal escrito y, por supuesto, en medio segundo estaba yo al teléfono muy preocupado. Pero ella insistió en que el nombre estaba escrito correctamente.

Otra vez escribí el guión para un programa de televisión y Judy-Lynn utilizó las instalaciones de la oficina para preparar una crítica del programa, una crítica que daba la impresión de haber aparecido en un periódico. Lester la escribió, asegurándose de tocar todos los temas que sabía que me pondrían furioso. De nuevo, volví a llamar indignado, exigiendo saber el nombre del periódico para poder escribirle una carta muy dura.

Peor que estas travesuras fue la vez que recibí una carta que me comunicaba el despido de Judy-Lynn. La carta estaba escrita por su sustituta, una tal Fritzi Vogelgesang.

Respondí con otra carta, indignado y exigiendo saber cómo la revista podía haber dejado escapar a una mujer como Judy-Lynn. La señorita Vogelgesang respondió con tanta dulzura y con un coqueteo tan inocente que mi ira desapareció y, al poco tiempo, le escribía amables cartas de contestación. Para cuando decidí que esta Fritzi era tan encantadora como Judy-Lynn, la Fritzi desapareció de repente para siempre. Y recibí una carta mordaz de Judy-Lynn:

“¡Ay, Asimov! ¡Qué pronto te olvidaste de mí y aceptaste a mi sustituta!”

Nunca la habían despedido y Fritzi Vogelgesang era ella.

La broma más preparada consistió en hacerme llegar la noticia, una mañana, de que ella y Larry Ashmead se habían fugado para casarse. Me encontré ante un dilema. Me dieron la noticia tan en serio que me pareció que tenía que creerla. Y, sin embargo, conociéndolos a los dos, pensaba que un matrimonio entre ambos era muy improbable.

Pasé varias horas llamando por teléfono a todo el que podía saber algo del asunto, y fue una frustración completa. Las personas con las que intenté hablar estaban fuera o si se ponían al teléfono lo único que me decían era que la boda se estaba celebrando y que no conocían los detalles.

Nunca se me ocurrió que Judy-Lynn había convencido a todo Doubleday (y probablemente a toda la industria editorial de Nueva York) para que siguieran adelante con la broma. Ni tampoco me paré a pensar que era el 1 de abril de 1970, el Día de los Inocentes.

Eso era, una inocentada, y yo el que hacía de inocente. Todos los demás se divirtieron muchísimo a medida que mis llamadas telefónicas se volvían más frenéticas.

Quince años después, el 15 de abril de 1985, Janet y yo, junto con Judy-Lynn, Lester del Rey y Larry Ashmead cenamos en un restaurante de lujo y celebramos el aniversario de la “no boda”.

Pero con ella no se trataba sólo de “gastemos una broma a Asimov”. Hizo los preparativos con Austin Olney para invitarme a mí y a mi familia a una cena íntima para celebrar mi quincuagésimo cumpleaños el 2 de enero de 1970, y después, mediante una representación complicadísima, me llevó a un lugar en el que había organizado una fiesta sorpresa a la que asistieron un montón de amigos de todas partes.

Pero en el mismo mes, Evelyn, la mujer de Lester, murió en un accidente de coche. Sólo tenía cuarenta y cuatro años y me dejó anonadado ya que Evelyn era una de mis amigas favoritas. Lester se mantuvo bastante sereno, pero honestamente creo que se habría derrumbado si Judy-Lynn, una buena amiga de los dos, no le hubiera ayudado y apoyado con su fuerza y su cariño. Lester se lo agradeció mucho y al cabo de no demasiado tiempo decidió que no viviría sin ella. En marzo de 1971 Judy-Lynn Benjamin se convirtió en Judy-Lynn del Rey. Yo estuve en la boda y lo celebré.

(Ella me dijo que tuvo la fuerte tentación de interrumpir la ceremonia y decir: “Sólo es otra broma pesada, Asimov”, porque quería ver cómo me desmayaba, ya que yo los había animado a casarse, con todo el ímpetu del que fui capaz. Al parecer se refrenó porque sabía que su madre se habría sentido muy molesta.)

En un principio pensé que Lester era demasiado para ella, pero no tuve que preocuparme. En muy poco tiempo, Judy-Lynn había limado todas las asperezas de Lester y fue un marido dócil y devoto. Los quince años siguientes fueron los más felices y los de más éxito de sus vidas. Él siempre admitió con agrado que Judy-Lynn provocó varios cambios en él, tanto en las cosas grandes como en las pequeñas.

En 1973, Judy-Lynn dejó
Galaxy
para unirse a Ballantine Books, que había entrado a formar parte del grupo de empresas Random House. Mostró de inmediato una nueva faceta de sus aptitudes, ya que reconocía un éxito en cuanto lo leía y se ganaba la amistad de los buenos escritores.

En 1975, Lester se le unió, convirtiéndose en director de la colección de fantasía, mientras que ella trabajaba en ciencia ficción. Juntos formaban un gran equipo y en 1977 Random House reconoció su valor creando un nuevo pie de imprenta: “Del Rey Books.” Con él, los Del Rey alcanzaron nuevas cotas, ya que tenían libros en las listas de éxitos, tanto en rústica como en tapa dura, casi continuamente.

Judy-Lynn era, sin duda, la fuerza dominante y de más éxito de la ciencia ficción desde la época gloriosa de John Campbell, hacía treinta y cinco años, y cuando dominaba, su mano era firme. En cierta ocasión le llevé unas cuantas galeradas que había corregido de uno de mis libros. Ella no estaba, así que le entregué el material a su secretaria.

—Y no lo pierda —le aconsejé—. Ya sabe cómo es Judy-Lynn.

—No se preocupe —respondió—. Conozco a Judy-Lynn. —Y le juro que temblaba.

Tuvo alguna influencia en varias de mis obras de ciencia ficción. Una vez me pregunto por qué no escribía una narración sobre un robot mujer. Pensé que era una idea interesante y cuando Ed Ferman (que había sucedido a Avram Davidson como director de
F&SF
) me pidió un relato para un número de aniversario de la revista, escribí
Feminine Intuition
para él. Cuando todavía estaba en la imprenta, Judy-Lynn me preguntó:

—¿Has escrito ya la narración del robot femenino?

—Sí, Judy-Lynn —le respondí—. Y aparecerá en
F&SF
.

—¡En
F&SF
! —gritó—. La quería para Galaxy.

—¿De verdad? —inquirí con cara de inocente mientras palidecía.

Me lo hizo pagar. Su invectiva no era al estilo de Harlan, pero tenía más formas de llamarme idiota de las que se puedan imaginar.

En otra ocasión me preguntó:

—¿Por qué no escribes un relato sobre un robot que va a trabajar para ahorrar dinero con el que poder comprar su libertad?

—Quizá —respondí riéndome, y me olvidé de ello.

Después llegó el momento en que escribí
El hombre del bicentenario
y algún tiempo después, cuando todavía estaba en imprenta en la antología fracasada, me preguntó si había pensado sobre el relato del robot que compra su libertad.

Esta vez me quedé paralizado por el pánico. Era el germen que había dado lugar a
El hombre del bicentenario
y se me olvidó que fue ella quien me dio la idea. Traté de explicárselo, más balbuceante que nunca, y ella se me echó encima dispuesta a matarme (o al menos eso me parecía a mí), gritando:

—¡Has vuelto a dar mi idea a otra persona!

Me escondí detrás de los muebles.

Se rehizo con dificultad y me dijo:

—Asimov, me vas a dar la copia y vas a conseguir que esa mujer te devuelva la obra.

—¿Cómo voy a hacerlo? Sé razonable. Ya la he vendido.

—Esa antología —me dijo— no se publicará nunca. Consigue que te la devuelva.

Le di la copia y a la mañana siguiente me llamó:

—Asimov, he intentado que no me gustara, pero me encanta, así que consigue que te la devuelvan.

Bueno, lo conseguí y fue Judy-Lynn la que la publicó en una antología, y ganó el Hugo y el Nebula.

Un crítico escribió lo siguiente: “He leído
El hombre del bicentenario
y durante una hora he vuelto a la Edad de Oro.” ¿Por qué no todos los críticos son capaces de ver las cosas tan claras como éste?

Para Janet y para mí se había convertido en una costumbre el ir a celebrar nuestros cumpleaños con Lester y Judy-Lynn. Siempre íbamos a cenar, incluso en 1984, cuando sólo estuve dos días fuera del hospital.

Ella y Lester asistieron a la fiesta del 2 de enero de 1985, para celebrar el sexagésimo quinto aniversario de mi no jubilación. El 18 de septiembre de 1985 ella acudió a la fiesta de publicación de mi libro
Robots e imperio
y el 4 de octubre, Judy-Lynn y Lester y Janet y yo comimos juntos por última vez, sin pensar en que la guadaña estaba al acecho.

El cuerpo de Judy-Lynn al final la traicionó. El 16 de octubre de 1985, mientras trabajaba, sufrió una grave hemorragia cerebral. A pesar de que fue trasladada al hospital con urgencia, nunca se recuperó y murió el 22 de febrero de 1986, a la edad de cuarenta y tres años. Era una mujer extraordinaria. Y a menudo, Janet se queda pensativa y dice:

—Echo de menos a Judy-Lynn.

Yo también.

105. La Biblia

Siempre me ha interesado la Biblia, aunque no puedo recordar haber tenido sentimientos religiosos ni siquiera cuando era joven. Hay un ritmo en el lenguaje bíblico que impresiona al oído y a la mente. Admito que es una gran obra de la literatura en hebreo o, en el caso del Nuevo Testamento, en griego, pero no creo en absoluto que la Biblia Autorizada (o sea, la Biblia del rey Jacobo) sea, junto con las obras de William Shakespeare, el logro supremo de la literatura inglesa.

También me proporciona un cierto placer perverso el pensar que el libro más importante e influyente de todos los tiempos sea producto del pensamiento judío. (No, no creo que fuera escrita al dictado de Dios, no más que la
Ilíada
.)

Lo llamo “perverso” porque es un ejemplo de orgullo nacional que no quiero sentir y contra el que lucho constantemente. Me niego a considerarme algo más que un “ser humano” y creo que, aparte de la superpoblación, el problema más difícil al que nos enfrentamos para evitar la destrucción de la civilización y la humanidad es la costumbre diabólica que tiene la gente de dividirse en pequeños grupos, cada uno ensalzándose a sí mismo y acusando a sus vecinos.

BOOK: Memorias
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