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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Biografía

Memorias (51 page)

BOOK: Memorias
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De vez en cuando, la hacía partícipe de mi fama. Di una charla en un almuerzo sobre “el autor y su libro”, en Long Island, patrocinada por
Newsday
, el periódico de mi hermano. Stan llevó a mi madre en limusina y estuvo en la mesa principal durante la celebración. Me temo que durante mi charla hice bromas sobre Stan, por lo que mi madre se puso en pie y me amenazó con el puño. (Recuerdo los días en que su puño era realmente formidable.) Después de la charla, cuando la gente se dispuso a comprar mi libro y los de otros autores presentes, y a pedir que se los dedicaran, alguien le llevó el libro a mi madre, quien lo firmó con gran aplomo.

Tiempo después, di una charla en la biblioteca de Long Beach, que se encontraba muy cerca de la residencia de mi madre, y lo hice sólo para que interpretara el papel de “madre del orador”.

Pero su salud decayó con rapidez. La telefoneé el 5 de agosto de 1973, ya que era uno de mis días de llamada. Estaba muy llorosa y hablaba de mi padre, a quien siempre recordaba. Esa noche murió y la encontraron en su cama la mañana del día 6. Fue viuda durante cuatro años y dos días y le faltó un mes para cumplir los setenta y ocho años.

Se necesitaba la identificación oficial de un pariente. No pudieron localizar a mi hermano y mi hermana no tenía coche, así que fui a Long Island con Janet. Fue un mal día, porque era el cumpleaños de Janet, y puesto que había estado en el hospital en el anterior aniversario, me habría gustado que éste fuera muy especial, y lo fue pero no de la manera en que lo había deseado.

Llegué a la residencia e identifiqué a mi madre, después cerraron el ataúd para llevarla a una tumba junto a la de mi padre. Me dijeron que mis hermanos estaban en camino, de modo que los esperamos, y poco tiempo después llegaron Stan, Ruth, Marcia y Nick.

Revisamos las escasas pertenencias de mi madre y decidimos qué entregar al Ejército de Salvación y qué quedarnos. Yo sólo me quedé con un bolígrafo y dejé que Stan y Ruth se repartieran lo demás.

No obstante, me las arreglé para soltar una de mis bromas macabras. Mirando a toda la familia dije:

—Si mamá hubiese sabido que íbamos a estar todos aquí hoy, se habría esperado.

Aunque parezca extraño, una carcajada general ayudó a romper la tensión y salimos todos a cenar.

En esa época me preocupé por no haber sentido más pena por la muerte de mis padres. Pensaba que era insensible y que tenía un corazón de piedra. Pero había algunos motivos.

Por una parte, como siempre he afirmado, no me gustan las demostraciones excesivas de dolor y, todavía menos, entregarme a lamentaciones ruidosas. Por otra parte, mis padres tenían problemas de corazón en sus últimos años, y había que ser muy inconsciente para no esperar su muerte en cualquier momento. Lo podríamos ver incluso como una liberación de su debilidad creciente. Después de todo, ambos estuvieron en posesión plena de sus facultades mentales hasta el último día de su vida, y eso es mucho. No hubiera querido que vivieran lo bastante como para volverse seniles.

Pero creo que el motivo principal fue que sabía que a lo largo de mi vida los había complacido de todas las maneras posibles, y que al alejarse de mí, no sentía la menor culpabilidad. La habría experimentado si hubiese sido consciente de haberles fallado y sospecho que una pena ruidosa y ostentosa demuestra, en el fondo, un sentimiento de culpa.

Con gran sorpresa por mi parte, mi madre dejó una sustanciosa cantidad de dinero y en su testamento propuso un reparto equitativo entre los tres. Naturalmente, yo no acepté nada, pensé que Stan y Marcia (sobre todo ella) lo necesitaban mucho más que yo e insistí en que se dividiera en dos partes.

Stan pidió a un abogado que supervisara las modificaciones para asegurarnos de que no hacíamos nada ilegal y el abogado me dijo:

—Debería buscarse un abogado para usted.

—¿Por qué? —pregunté.

—Para proteger sus intereses.

—Me resulta impensable que mi hermano y yo podamos enfadarnos por algo tan trivial como el dinero. No necesito un abogado —comenté riéndome.

Y no lo busqué.

d) Mary Blugerman: Mary tenía mala salud cuando la conocí y desde entonces empeoró con rapidez. Al menos ésa era su opinión sobre la situación, y la exponía a los cuatro vientos.

Henry le había dejado dinero suficiente para vivir con holgura. Sobrevivió a los de su generación y su existencia se prolongó diecinueve años más que la de su marido. Siguió en el viejo piso donde tantos años antes yo había cortejado a Gertrude, hasta casi el final, cuando la ceguera y la debilidad crecientes la obligaron a trasladarse a una residencia en Brooklyn.

Murió allí finalmente, el 12 de febrero de 1987, a la edad de noventa y dos años. Gertrude estaba entonces cerca de su septuagésimo cumpleaños y no se encontraba muy bien, así que no pudo ir a Nueva York. Tampoco pudo John, su hermano, que vivía en California. No obstante, Robyn se ocupó de todo y vio cómo enterraban a Mary.

Aproveché la oportunidad para llamar a Gertrude, de la que me había divorciado hacía tiempo, y le aseguré que no debía preocuparse por el asunto económico. Si el dinero de Mary no llegaba para pagarlo todo, yo pondría lo que faltara. (Después de todo, era la abuela de Robyn y no podía abandonarla, independientemente de lo que hubiera sucedido.) Fue una de las pocas ocasiones en que Gertrude me dio las gracias.

108. Vida después de la muerte

La muerte de mis padres debió de suscitar en mí una nueva reflexión sobre la posibilidad de la vida después de la muerte. Qué cómodo sería esperar que la propia muerte fuera, además, una oportunidad para una vida (probablemente) más gloriosa, y sentir que se va a ver de nuevo a los padres y a otros seres queridos, a lo mejor incluso con todo el vigor de su juventud.

A pesar de la falta absoluta de pruebas, una gran mayoría acepta sin ninguna duda la existencia de la vida después de la muerte porque tales pensamientos son muy reconfortantes y estimulantes y acaban con la idea terrible de la muerte.

¿Cómo empezó todo?, nos podríamos preguntar. Mi idea, puramente especulativa, es la siguiente…

Por lo que sabemos, la especie humana es la única que comprende que la muerte es inevitable, no sólo en general sino también en cada caso individual. No importa lo que hagamos para protegernos contra la depredación, los accidentes, la infección, cada uno de nosotros morirá por el deterioro de nuestro propio cuerpo y lo sabemos.

Debió de haber un tiempo en el que este conocimiento brotara en una comunidad humana por primera vez, y debió de ser un choque terrible. Equivalía al “descubrimiento de la muerte”. Lo único que podía hacer soportable esa idea era suponer que no existía en realidad, que era una ilusión. Después de que uno aparentemente moría, seguía vivo de alguna otra manera, en algún otro lugar. Esto debió de ser favorecido, sin duda, por el hecho de que los muertos se aparecían a menudo en los sueños de los amigos y parientes, y estas apariciones en los sueños se podían interpretar como la representación de una sombra o “fantasma” de la persona “muerta” todavía con vida.

De esta manera, las especulaciones sobre el otro mundo cada vez fueron más complejas. Para los griegos y los hebreos, el otro mundo (
Hades
o
Sheol
) era fundamentalmente un lugar sombrío, en el que predominaba la no existencia. Sin embargo, había lugares especiales de tormento para los malos (Tártaro) y lugares de deleite para los hombres bendecidos por los dioses (Campos Elíseos o Paraíso). Estos extremos fueron admitidos por quienes querían verse bendecidos y a sus enemigos castigados, si no en este mundo por lo menos en el futuro.

La imaginación llegó a concebir un lugar final de descanso para los malos o para cualquiera, por bueno que fuera, que no suscribiera la misma farsa que el imaginador. Esto nos lleva a la noción moderna del infierno como un lugar de eterno y cruel castigo. Éste es el sueño estúpido de un sádico injertado en un Dios al que se proclama infinitamente bueno y misericordioso.

Sin embargo, la imaginación nunca ha logrado construir un Cielo útil.

El Cielo islámico tiene sus huríes, siempre disponibles y virginales, de manera que se convierte en una casa de sexo eterna. El Cielo vikingo tiene a sus héroes celebrando banquetes en el Valhalla y luchando unos con otros entre dos banquetes, de manera que se convierte en un restaurante y un campo de batalla eterno. Y nuestro propio Cielo por lo general se representa como un lugar en el que todo el mundo tiene alas, toca el arpa y canta himnos interminables de alabanza a Dios.

¿Qué ser humano con una inteligencia media puede creer en ninguno de esos cielos, o de los otros que ha inventado la gente? ¿Dónde hay un cielo con la posibilidad de leer, escribir, explorar, de mantener una conversación interesante o de realizar investigaciones científicas? Nunca he oído que exista ninguno.

Al leer el
Paraíso perdido
de Milton, se descubre que su cielo es un canto eterno de alabanza a Dios. No es de extrañar que una tercera parte de los ángeles se rebelaran. Cuando fueron arrojados al infierno se dedicaron a los ejercicios intelectuales (lea el poema si no me cree) y yo pienso que, infierno o no, allí estaban mejor. Cuando lo leí, sentí una gran simpatía por el Satán de Milton y lo consideré el héroe de la epopeya, lo pretendiera Milton o no.

Pero ¿en qué creo yo? Puesto que soy ateo y no creo que existan Dios ni el diablo, el cielo ni el infierno, sólo puedo suponer que cuando muera todo lo que habrá será una eternidad hecha de nada. Después de todo, el Universo existía quince mil millones de años antes de que yo naciera, y yo (quienquiera que sea ese “yo”) sobreviví a todo esto en el “no ser”.

Puede que la gente se pregunte si ésta no es una creencia poco prometedora y desesperanzada. ¿Cómo puedo vivir con el espectro de la nada balanceándose sobre mi cabeza?

No creo que sea un espectro. No hay nada aterrador en dormir eternamente. Sin duda, es mejor que el tormento eterno del infierno o el aburrimiento eterno del cielo.

¿Y qué si estoy equivocado? Le hicieron esta pregunta a Bertrand Russel, el famoso matemático, filósofo y ateo franco.

—¿Y si muere —le preguntaron— y se encuentra cara a cara con Dios? ¿Entonces qué?

—Le diría: “Señor, deberíais habernos dado más pruebas” —respondió el valiente campeón.

Hace unos meses, tuve un sueño que recuerdo con asombrosa claridad. (Por lo general no recuerdo ninguno.)

Soñé que había muerto y estaba en el cielo. Miré alrededor y sabía dónde estaba: campos verdes, nubes algodonosas, aire perfumado y el sonido lejano y embelesador de un coro celestial. Y ahí estaba el ángel de la entrada con una amplia sonrisa de bienvenida.

—¿Es esto el cielo? —pregunté asombrado.

—Sí, lo es —respondió el ángel.

—Pero debe de haber un error. No pertenezco a este lugar. Soy ateo —dije (y al despertar y recordarlo estaba orgulloso de mi integridad).

—No hay ningún error —afirmó el ángel.

—Pero, siendo ateo, ¿cómo puedo cumplir los requisitos?

—Somos nosotros los que decidimos quién los cumple, no usted —contestó el ángel con severidad.

—Ya veo —asentí. Miré a mi alrededor, reflexioné unos segundos, me volví hacia el ángel y añadí—: ¿Hay alguna máquina de escribir aquí que pueda utilizar?

Para mí, el significado del sueño era muy claro. Sentirse en el cielo era poder escribir. Yo he estado en el cielo durante medio siglo y siempre lo he sabido.

Un segundo punto importante fue la observación del ángel de que es el Cielo y no los hombres el que decide quién cumple los requisitos. Supongo que esto significa que si no fuera ateo, creería en un Dios que elegiría salvar a la gente según su comportamiento en la totalidad de sus vidas y no por sus palabras. Creo que Dios preferiría un ateo honesto y recto a un telepredicador que no hace más que repetir la palabra, Dios, Dios, Dios, y cuyos actos son horribles, horribles, horribles.

También querría un Dios que no permitiese un infierno. La tortura infinita sólo puede ser un castigo para el mal infinito, y no creo que se pueda afirmar que éste exista, incluso en el caso de Hitler. Además, si la mayoría de los gobiernos humanos son lo bastantes civilizados como para tratar de eliminar la tortura y proscribir los castigos crueles e insólitos, ¿podemos esperar algo menos de un Dios todo misericordioso?

Creo que si hubiera vida futura, el castigo del mal sería razonable pero sólo por un tiempo determinado. Y pienso que el castigo más largo y peor debería ser aplicado a los que han calumniado a Dios al haber inventado el infierno.

Pero todo esto no es más que un juego. Soy firme en mis creencias. Soy ateo y, en mi opinión, a la muerte le sigue un sueño eterno.

109. Mi divorcio

Cuando la década de los sesenta se acercaba a su fin, mi matrimonio con Gertrude era casi insoportable. La situación empeoró a partir de 1967. Gertrude empezó a sufrir de artritis reumatoide. Los ataques le venían y se iban, pero sufría de dolor muy a menudo. Es imposible padecer casi continuamente y ser juicioso.

Además, yo estaba muy absorto en mi trabajo y ella cada vez más sola. No puedo culparla por su resentimiento. Y aunque nuestra cuenta bancaria seguía aumentando, a ella le parecía que no la aprovechábamos. Me gustaba nuestra vida doméstica y estar siempre en casa. Todo lo que yo quería era papel en blanco y trabajar en la máquina de escribir; el dinero podía seguir en el banco.

En 1970 llegué a la conclusión de que la vida que llevábamos estaba conduciendo a Gertrude a la desesperación y como sabía que yo no podía cambiar, me pareció que el divorcio era la única alternativa. Estaba dispuesto a darle la mitad del dinero que teníamos en el banco, más la casa (totalmente pagada) y todo lo que contenía a excepción de mi despacho. También pensaba estipular una pensión alimenticia que yo creía que era generosa.

En esa época, David tenía diecisiete años y Robyn quince, y ésta acababa de entrar en la
senior high school
. Me hubiese gustado esperar hasta que tuviera dieciocho y estuviese en la universidad, pero ni Gertrude ni yo lo hubiésemos soportado.

Después de decidir que yo me iría, di una paga y señal para un apartamento cercano y empezamos los trámites del divorcio. Si yo quería el divorcio, tendría que llevarla a los tribunales, donde me explicó con claridad, haría todo lo posible por dejarme sin blanca.

BOOK: Memorias
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