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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Biografía

Memorias (54 page)

BOOK: Memorias
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Lo último que Janet le dijo fue:

—Te quiero, mamá.

—Yo también te quiero, Janet —murmuró ella, y después murió tranquilamente.

¿Y qué mejor manera de morir que mientras recibes y das amor?

El padre de Janet fue el primer médico de los Jeppson, pero inició la moda en la familia. Janet y su hermano pequeño, John Ray Jeppson, siguieron la tradición.

Después de graduarse en Harvard, John fue a la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston y estuvo en la última clase que di. Informaba sobre mí a su hermana y también la aficionó a la ciencia ficción. No puedo expresarle todo mi agradecimiento por las consecuencias de su proceder.

Se casó con una bella joven llamada Maureen mientras todavía estudiaba en la facultad, y después se hizo anestesista. Vive en California y tiene dos hijos, una chica llamada Patti y un hijo, John tercero.

Janet y yo queríamos mucho a Patti, que se dedica a la arqueología histórica. El joven John es dentista, está casado y tiene una hija llamada Sarah. Esto convierte al hermano pequeño de Janet en abuelo y a ella en tía abuela. (Y a mí en tío abuelo, por supuesto.)

Janet tiene una prima carnal, Chaucy Bennetts (Horsley de soltera), que es dos años mayor que ella. Crecieron como hermanas más que como primas y mantienen una verdadera unión fraternal.

Chaucy no es su verdadero nombre. La bautizaron Shirley, pero su padre también se llamaba Shirley. Quizá fue la confusión inevitable de persona y de sexo, lo que inspiró en parte el cambio de nombre. Sin embargo, Chaucy se casó con un hombre muy agradable llamado Leslie Bennets, y cuando tuvieron una hija, ¿qué nombre le pusieron? Pues, Leslie, por supuesto. Nunca lo he comprendido.

Chaucy era un mujer muy inteligente y extraordinariamente hermosa. Fue actriz durante durante poco tiempo, y después se dedicó a publicar y se convirtió en una importante editora de libros infantiles durante muchos años. En la actualidad es correctora de manuscritos en Doubleday y a menudo me detengo a verla cuando visito la editorial. Su marido, bastante mayor que ella, era un hombre simpático, tranquilo y atento que murió en 1985 a la edad de ochenta años.

La hija de Chaucy, la joven Leslie, heredó la belleza juvenil de su madre. Vi las fotos de su primera boda y en una de ellas, en que estaba de pie con su madre, parecía mucho más guapa que muchas estrellas de cine. Miré la foto con asombro y dije:

—Increíblemente bella. Totalmente increíble.

Chaucy sonrió contenta por el cumplido a su hija y dijo:

—Sí, ¿verdad que lo es?

—¿Lo es? —pregunté. Miré de nuevo la foto y dije:

—Ah, sí, también Leslie es muy guapa.

Por desgracia, su matrimonio no fue un éxito. Sólo duró un año, pero Leslie se hizo una periodista famosa, escribió para el
Bulletin
de Filadelfia, después para el
New York Times
y ahora trabaja para
Vanity Fair
. Es una entrevistadora buenísima. (No obstante, una vez en una entrevista, dijo que yo medía cinco centímetros menos de los que mido en realidad. Puesto que no ando sobrado de altura, no pude soportar esa rebaja, y lo llevé muy mal. Por supuesto, ella es más alta que yo, y también Chaucy, y puede que esto la confundiera.) Hace poco se ha casado por segunda vez. Su marido es el escritor Jeremy Gerard y tienen una hija llamada Emily.

El hermano pequeño de Leslie, Bruce, es actor y fotógrafo. También es alto, guapo e inteligente y tiene una voz excelente.

Me llevo de maravilla con la familia de Janet y ellos me iniciaron en algo que desconocía; las celebraciones familiares. Mi familia nunca celebraba nada, puesto que la tienda de caramelos era un ancla siempre presente que nos inmovilizaba. Había fiestas ocasionales en casa de los Blugerman, pero allí siempre me sentí como un extraño.

Sin embargo, los Jeppson y los Bennetts me recibieron en su familia de todo corazón y participé en todas sus fiestas: Pascua, Día de Acción de Gracias y Navidades. Chaucy preparaba el plato principal y era tan extraordinariamente buena cocinera como Mary Blugerman. Rae hacía unas patatas dulces especiales y un inolvidable bombón de merengue blando. Los Bennetts preparaban
pâté
de hígado. Había frutos secos, dulces, frutas y tarta, y a mí me encantaba todo.

La fiesta más extraordinaria fue la de las Navidades de 1971. Había recibido las pruebas de la tercera edición de mi
Guide to Science
, y cuando llegó el momento de ir a casa de Rae las miré con tristeza ya que quería utilizarlas para preparar el índice.

Janet me dijo:

—Llévatelas. Puedes trabajar allí.

Lo hice. Cogí las pruebas y varios miles de fichas de 8 x 13 en blanco, me aseguré de tener un par de buenos lápices y nos fuimos. Me dejaron el antiguo despacho del padre de Janet, con un sillón grande y cómodo y una mesa perfecta y me aseguraron que nadie molestaría.

Estaba a punto de decir que no me importaba que me molestasen cuando desaparecieron y durante todo el día todos trabajaron en la preparación de la fiesta, menos yo. Trabajé con mis fichas, completamente solo, sin que nadie osara molestar al gran hombre mientras trabajaba. Ni pasos, ni murmullos, nada me distrajo. Nunca me había sucedido nada parecido y sabía que en breve descubrirían que no necesitaba en absoluto estar aislado y que nunca volvería a suceder. Me llamaron para participar en la cena y para abrir los regalos. ¡Qué recuerdo más agradable!

(Por cierto, la tercera edición de
Guide to Science
en la que estaba trabajando en esas Navidades gloriosas tuvo problemas con el título. No podía llamarse
The New New Intelligent Man’s Guide to Science
. Pero mi nombre se había hecho mucho más famoso en la última década, así que decidieron llamarla
Asimov’s Guide to Science
[Introducción a la ciencia]. Cuando se publicó la cuarta edición, se llamó
Asimov’s New Guide to Science
[Nueva guía de la ciencia]. No sé como titularán la quinta edición, si es que hay alguna.)

Pero volvamos a Janet. Yo también le presenté a mi familia. Era demasiado tarde para que conociera a mi padre así como para que yo saludara al suyo, pero sí vio a mi madre en Long Beach. También conoció a Stan y a Ruth. Gustó a todo el mundo, por supuesto. (No he conocido a nadie al que no le gustara.) Stan, después de haber hablado con Janet durante un rato, me llevó aparte y murmuró:

—Es una joya, Isaac. ¿Cómo te las has arreglado para encontrarla?

—Tengo talento —le respondí.

114. Hospitalizaciones

Acababa de cumplir cincuenta años cuando volví a Nueva York. Estaba sano y entero. No me habían quitado las amígdalas, las vegetaciones, ni me habían operado de apendicitis. Tenía treinta y un dientes y el único que me faltaba se podría haber salvado si hubiese tenido más cuidado a principios de los cuarenta. Nunca me había roto un hueso.

Estaba orgulloso de mí mismo y esperaba ser enterrado todavía entero. Sin embargo, el hombre propone y la vejez dispone…

Mi fe en mi estado de salud era tal que rara vez acudía a los médicos, sólo cuando era absolutamente necesario. En parte era consecuencia de los condicionamientos de la infancia. Mis padres eran pobres y los médicos cuestan dinero. (No mucho, desde luego. En mi infancia, los médicos te visitaban en casa y te cobraban tres dólares, pero eso era mucho dinero para la gente pobre, y se llamaba al médico sólo cuando un niño estaba muy mal o cuando un adulto estaba medio muerto.)

Cuando me trasladé a vivir con Janet, descubrí que las cosas no eran así. Era médico e hija de médicos y una gran partidaria de consultar siempre a tales profesionales por cualquier comezón o arañazo. Me quedé sorprendido cuando insistió para que me hiciera una revisión general.

—Estoy completamente sano —protesté.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó con frialdad.

(He descubierto que cuando oigo ese tono glacial, lo mejor es rendirse con elegancia. Janet dice que puede que lo haya descubierto, pero que nunca he logrado hacerlo.)

De todas maneras, un colega le había dado el nombre de Paul R. Esserman. Parece que tenía fama de ser un internista (que es lo que solíamos llamar un médico de Medicina General) con una inteligencia y unos conocimientos médicos fuera de lo normal. Janet insistió para que fuera a verle y el 16 de diciembre de 1971 estaba en su consulta.

Paul medía 1,82 metros, le sobraban unos pocos kilos, su voz era suave y tranquilizadora y (como descubrí con el tiempo) tenía mucho tacto con los enfermos. Como siempre, fui incapaz de mantener una relación profesional. Nos hicimos amigos y se ha convertido en mi médico desde entonces. Hubiera deseado ardientemente no necesitar sus servicios, pero los necesité.

Realizó la primera exploración y le pregunté cómo me encontraba.

—Perfecto —respondió.

—Lo sabía —añadí.

—A excepción del nódulo en la tiroides.

—¿Qué nódulo?

Me hizo echar la cabeza hacia atrás y no hay duda de que había un bulto visible en el lado derecho de mi cuello.

—¿No lo notó nunca al afeitarse? —me preguntó.

—No —le contesté de mal humor—. Nunca había estado ahí. Lo ha debido de poner usted.

—Por supuesto —afirmó amablemente—, y ahora necesitamos un buen endocrinólogo que nos diga qué es y qué tenemos que hacer.

El endocrinólogo fue el doctor Manfred Blum, que me sometió a una prueba con yodo radiactivo. El nódulo de la tiroides estaba frío; no asimilaba el yodo y por tanto no funcionaba como debía.

—¿Qué significa eso, doctor? —le pregunté.

Blum dudaba, así que le dije con bastante frialdad:

—Está permitido utilizar la palabra “cáncer”.

Así que eso fue lo que dijo, pero subrayó que el de la tiroides era un tejido tan especializado que un cáncer de tiroides nunca se extiende y se puede atajar con facilidad.

Así que fuimos al cirujano, Carl Smith, que aceptó alegremente quitarme la parte afectada de la tiroides y fijó la operación para el 15 de febrero de 1972.

Era la primera vez en mi vida que me enfrentaba a una operación que necesitaba anestesia general y no me sentía muy feliz.

Había oído hablar de casos aislados en los que una persona sensible a un determinado anestésico moría en la mesa de operaciones. También sabía que tenía cincuenta y dos años y que mi compañero y escritor William Shakespeare había muerto a esa edad y pensaba que las parcas podían confundirnos a ambos con facilidad. En resumen, estaba aterrorizado.

Así que llamé a Stan, el miembro sensato de la familia. Unos años antes se enfrentó y sobrevivió a una operación importante en la columna vertebral. Le pregunté cómo se las había arreglado para enfrentarse a esa situación tan terrible.

—Estaba aterrorizado —me dijo Stan—. Apenas podía andar. Habría hecho cualquier cosa por librarme del dolor y no temía a la operación. La esperaba con ilusión. El problema con tu tiroides, Isaac, es que no te duele, así que no sientes la necesidad de operarte.

Tenía toda la razón y me las arreglé para calmar mis temores. Lo cierto es que antes de operarme me pusieron tantos calmantes (a pesar de mis protestas de que estaba perfectamente bien y de asegurar que no los necesitaba) que en vez de nervioso estaba eufórico.

Cuando llegó Carl Smith con la bata verde y la máscara le recibí alegremente entonando:

Doctor, Doctor, in your green coat,

Doctor, Doctor, cut my throat.

And when you’ve cut it, Doctor, then

Won’t you sew it up again.

[Doctor, doctor, con su bata verde / doctor, doctor, córteme la garganta. / Y cuando la haya cortado, doctor, entonces / no la coserá de nuevo.]

No recuerdo que nadie se riera. Oí que alguien decía:

—Ponle la anestesia y que se calle de una vez —o algo parecido, y perdí el conocimiento.

Después, Carl Smith me explicó exactamente las tonterías que había dicho. Me dijo que tenía que operar con mucho cuidado para evitar cortar un nervio, cuya destrucción me habría dejado ronco para el resto de mi vida.

—Imagínate que mientras lo estoy haciendo pienso en tus versitos —me dijo con severidad— y empiezo a reírme de ellos y mi mano tiembla.

Estoy seguro de que en ese momento empalidecí, y tengo que controlarme para no temblar cada vez que pienso en ello, incluso ahora.

La operación me confirmó lo maravilloso que es ser escritor. Carl me cobró mil quinientos dólares por la operación (lo valía) y más tarde escribí un divertido artículo sobre ello (incluido mi versito) y cobré dos mil dólares por él. Ja, ja, ¿qué te parece eso, vieja profesión médica? (Estaba más contento que nunca por no haber sido aceptado por ninguna Facultad de Medicina.)

Hubo un efecto secundario importante de la operación.

Mi última observación en serio antes de la operación había sido: “No toque las paratiroides.” Probablemente fue imposible cumplir esta orden. Carl cortó la mitad derecha de mi glándula tiroides y dos de las cuatro pequeñas glándulas paratiroides incrustadas en la tiroides también fueron eliminadas.

Las paratiroides controlan el metabolismo del calcio y la composición de mis piedras del riñón era oxalato cálcico deshidratado. Una vez que la mitad de mi tiroides enferma y las dos paratiroides desaparecieron, nunca más se me formaron dolorosas piedras en el riñón. Sólo por esto merecía la pena la operación.

De todos modos el asunto en general me disgustaba. Yo no estaba entero, y tenía una cicatriz en la parte inferior del cuello para probarlo.

Tres meses después de mi operación de tiroides, el ginecólogo de Janet le encontró un bulto en el pecho izquierdo. Hubo un período de incertidumbre que fue una agonía, y por fin se decidió que se necesitaba cirugía exploratoria.

Tuvo lugar el 25 de julio de 1972, y Carl Smith fue el que operó de nuevo. Esperé a Janet en la habitación del hospital y cuando pasaron diez horas empecé a desfallecer. La exploración había mostrado la necesidad de una mastectomía y Carl Smith llevó a cabo una radical, eliminando también el músculo de detrás del pecho. (Las mastectomías radicales ya no se suelen hacer, la de Janet debió de ser una de las últimas.)

A Janet le costó dos o tres días darse cuenta de lo que había ocurrido. Perdió uno de sus pequeños pechos y lloró amargamente. Me las arreglé para sacarle la razón real de sus lágrimas. Se sentía “mutilada”. Todavía no estábamos casados y estaba convencida de que, sin ningún papel legal con que retenerme, me limitaría a marcharme y encontraría a alguien que fuera más joven, más guapa y que tuviera dos grandes pechos.

BOOK: Memorias
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