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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Biografía

Memorias (58 page)

BOOK: Memorias
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En los años setenta y ochenta escribí unos ciento veinte relatos cortos de misterio, muchos más que de ciencia ficción en ese período. No creo que esto vaya a cambiar. Me divierten más los relatos de misterio.

Puedo explicarlo. Los ciento veinte relatos de misterio son “anticuados”. Los modernos son, cada vez más, ejercicios de procedimientos policiales, dramas de detectives y psicopatologías, y todos ellos exaltan explícitamente escenas de sexo y violencia.

La mayor parte de los relatos más antiguos, en los que hay una serie cerrada de sospechosos y un detective brillante (a menudo aficionado) que teje una inteligente trama de conclusiones y deducciones, parecen haber desaparecido. En la actualidad se los llama, con un cierto aire de desprecio, “misterios blandos”, y su apogeo se produjo en Gran Bretaña en los años treinta y cuarenta. Los grandes de este género eran escritores como Agatha Christie, Dorothy Sayers, Ngaio Marsh, Margery Allingham, Nicholas Blake y Michael Innes.

Pues bien, eso es lo que escribo. No es ningún secreto que mis relatos tienen como modelo a Agatha Christie. En mi opinión son los mejores que se hayan escrito jamás, mucho mejores que los de Sherlock Holmes, y Hércules Poirot es el mejor detective de ficción de la historia. ¿Por qué no iba a utilizar como modelo lo que considero lo mejor?

Además, todos y cada uno de los relatos son misterios de “detectives de sillón”. El misterio se desvela durante la conversación, las claves se presentan de manera bastante clara y el lector tiene una oportunidad de vencer al detective para hallar la solución. A veces, eso es exactamente lo que hacen los lectores y recibo cartas llenas de júbilo por ello. En algunas ocasiones incluso recibo cartas señalando mejores soluciones.

¿Pasado de moda? ¡Sin duda! Bueno, ¿y qué? Otras personas al escribir relatos de misterio se proponen infundir una sensación de aventura o de terror o de cualquier otra cosa. Mi propósito (en realidad, en todo lo que escribo, ficción y no ficción) es que la gente piense. Mis narraciones son relatos de enigmas y no veo nada malo en ello. De hecho, considero que son un desafío, como escribir versos jocosos, puesto que las reglas para escribir relatos de misterio auténticos son muy estrictas.

Esto significa, dicho sea de paso, que no tienen que incluir actos patológicos ni crímenes violentos; en realidad, ningún crimen. Uno de los relatos que más me ha divertido escribir últimamente ha sido
Lost in a Space Wrap
, que se publicó en el número de marzo de 1990 de
EQMM
. Se trata de un hombre que ha extraviado su paraguas en el pequeño apartamento de su novia y no puede encontrarlo. De la información que da, Henry deduce dónde se puede encontrar sin moverse de su posición, al lado del aparador.

Además, no pienso alterar el formato de estos relatos. Siempre seguirán igual. El invitado de los viudos negros tendrá siempre un misterio que contar, los viudos negros siempre se quedarán perplejos y Henry aparecerá con la solución. De la misma forma, Griswold siempre contará sus relatos y los otros tres nunca hallarán la solución hasta que él se la explique.

¿Por qué no? El contexto es artificial, diseñado únicamente como soporte del enigma. Lo que intento es que el lector reciba cada nuevo relato con la sensación agradable de encontrarse con viejos amigos, viendo a los mismos personajes en circunstancias idénticas y con una mente despejada con la que intentar adelantarse a mí.

120. Los Trap Door Spiders

Durante los años setenta entré a formar parte de una serie de organizaciones, más debido a las circunstancias que por deseo propio. Puesto que ya mencioné a los Trap Door Spiders en el capítulo anterior, me parece que éste es un buen punto de partida.

Cuando fui por primera vez a Filadelfia, allá por 1942, conocí a John D. Clark a través de Sprague de Camp. En su juventud habían sido compañeros de estudios. Clark (universalmente llamado
Doc
porque tiene un doctorado) tenía la cara delgada y un bigote muy fino, un sentido del humor grave y (por desgracia) era un fumador empedernido, lo que me mantenía alejado de él.

Era licenciado en química inorgánica y durante la guerra trabajó en explosivos para cohetes. A finales de los años treinta había escrito dos excelentes relatos de ciencia ficción y después lo dejó. Uno de ellos,
Minus Planet
(
ASF
, abril de 1937), creo que fue el primer relato en que apareció el concepto de la antimateria.

Cuando lo conocí estaba a punto de casarse con una futura cantante de ópera bastante vistosa. No me gustaba especialmente, pero era la elección de
Doc
, no la mía. No obstante, resultó que a ninguno de sus amigos les gustaba y se hizo imposible mantener relaciones sociales con él a no ser que su mujer no estuviera presente.

Fletcher Pratt era uno de los amigos de
Doc
y había colaborado con Sprague en varios relatos excelentes en
Unknown
. Era un hombre bajo, con una barba fina, una gran entrada en la frente y una inteligencia formidable. Era experto en historia militar y escribió
Ordeal by Fire
, que considero que es el mejor volumen sobre la Guerra Civil estadounidense que se haya escrito. Inventó un juego de guerra en el que modelos en miniatura de barcos de guerra reales entablan batallas navales según un complicado conjunto de reglas que imitan la realidad. Tenía titíes en su apartamento, que apestaba a estos animales. Murió en 1956 a los cincuenta y nueve años y, por un capricho de la memoria, mantengo una imagen muy clara de la última vez que le vi cuando nos separamos en las calles de Nueva York, agitando la mano.

En 1944, a Fletcher se le ocurrió crear un club que se reuniría todos los meses para cenar y sería estrictamente sólo para hombres.
Doc
Clark podía convertirse en miembro y, una vez al mes, podría reunirse con sus amigos sin que su mujer estuviera presente. Un miembro distinto, o un par de ellos, hacía de anfitrión en cada reunión (y pagaba la cena), y se convirtió en una costumbre el que cada anfitrión invitara a un huésped que, después de cenar, era interrogado sin piedad sobre su vida y su trabajo. El club se llamó a sí mismo los Trap Door Spiders; la idea era que se habían encerrado en una madriguera protegida por una escotilla que mantendría fuera a los enemigos, o sea, a la mujer de
Doc
.

Con el tiempo, parece que tampoco
Doc
pudo soportar a su mujer, ya que se divorció de ella tras siete años de matrimonio, pero los Trap Door Spiders permanecieron y él siguió siendo miembro. También eran socios mis viejos amigos Sprague de Camp y Lester del Rey.

Fui varias veces como invitado, cuando mis visitas a Nueva York coincidían con el día de reunión del club (siempre un viernes por la noche), pero me negué a convertirme en miembro de hecho porque sabía que rara vez estaría en la ciudad el día apropiado. No obstante, una vez que me mudé a Nueva York en 1970, fui admitido de inmediato y soy miembro desde entonces.

Es divertido ser un Trap Door Spider. La conversación es deliciosa, y todos los miembros son profesionales de algún tipo. En cada reunión suele haber una media de doce. Para dar una idea de esta diversidad diré que Roper Shamhart es un ministro episcopaliano, experto en teología y música litúrgica; Richard Harrison es cartógrafo profesional; Jean Le Corbeillier es profesor de matemáticas; Lionel Casson es arqueólogo especializado en la vida romana, etc.

(Una vez estaba leyendo un libro de Casson sobre Roma mientras esperaba que Robyn —que estaba de visita en casa— volviera de una cita. Llegaba tarde, lo que por lo general me hubiera provocado una gran preocupación, pero en esta ocasión estaba tan enfrascado en el libro que no me di cuenta. En realidad, cuando volvió, bastante tarde, me enfadé porque me había interrumpido antes de terminar el libro. Se lo conté a Casson y le encantó.)

Presenté dos nuevos miembros al club, que fueron dos grandes Spiders: Martin Gardner y Ken Franklin. El problema es que ambos se jubilaron (no es un delito) y entonces se fueron a vivir lejos (un delito terrible).

Como ya mencioné en el capítulo anterior, mis viudos negros ficticios estaban basados en los Trap Door Spiders, aunque eran la mitad para facilitar su manejo. Incluso cada uno de los socios de los viudos negros se inspiraba en un Spider concreto.

Así pues, Geoffrey Avalon se inspira en Sprague de Camp, Emmanuel Rubin en Lester del Rey, James Drake es un reflejo de
Doc
Clark, Thomas Trumbull de Gilbert Cant, Mario Gonzalo de Lin Carter y Roger Halsted de Don Bensen. No es ningún secreto y les pedí permiso a todos.

Una vez, la mujer de Ken Franklin, Charlotte, preguntó qué pasaba en estas reuniones de los Spiders.(Supongo que las mujeres no pueden evitar preguntarse acerca de las reuniones de hombres, entre pensamientos vagos de mujeres desnudas e innumerables orgías.) Ken le dio uno de mis libros de los viudos negros y le dijo:

—Como en el libro, sólo que no tan divertido.

Las cosas no cambian en mi libro, pero sí lo hacen en la vida real. Tres de los que sirvieron de modelo a los viudos negros ahora están muertos: Gilbert Cant, Lin Carter y el propio
Doc
Clark. De los tres restantes, Sprague se ha ido a Texas y Lester está relativamente inmóvil en la actualidad y no viene a las reuniones.

Por lo que a Henry se refiere, el camarero esencial, que está siempre en la trastienda hasta el final, no se corresponde con una persona real. Pertenece por completo a mi inspiración, aunque debo admitir que le veo cierta semejanza con el inmortal Jeeves, de P. G. Woodehouse.

La gente me pregunta si aparezco en los relatos de los viudos negros. Aparecí una sola vez como invitado, Mortimer Stellar, en
When No Man Pursueth
(
EQMM
, marzo de 1974). Le comuniqué a Janet con orgullo que me había descrito con bastante exactitud en la historia.

Me dijo:

—Eso es imposible. El invitado es vanidoso, arrogante, retraído y horrible.

—¡Lo ves! —exclamé triunfante. (Estaba furiosa. Me temo que me ve a través de un cristal color de rosa.)

También soy el narrador en las historias de Griswold.

121. MENSA

En 1961 conocí a una joven llamada Gloria Saltzberg. Había sido víctima de la epidemia de poliomielitis de 1955, la última que sufrió el mundo antes de que se empezara a utilizar la vacuna Salk. Como consecuencia iba en una silla de ruedas, pero no estaba amargada. Era una mujer vivaz y llena de alegría, lo que encuentro admirable. Era también muy inteligente y miembro de Mensa.

Mensa es una organización fundada en Gran Bretaña, formada por gente con un cociente de inteligencia (CI) determinado por un test, que les sitúa (supuestamente) entre el dos por ciento más inteligente de la humanidad.

Gloria quería que formara parte de ella, pero yo rehusaba. En primer lugar, aunque me he beneficiado de los test de inteligencia durante toda mi vida, no me gustan mucho. Creo que examinan sólo un aspecto de la inteligencia: la capacidad de responder a preguntas que otra gente con la misma inteligencia son capaces de hacer. Mi CI ha sido siempre muy elevado, pero soy perfectamente consciente de que en muchos aspectos soy un completo palurdo. Segundo, me parece que ofende mi dignidad el someterme a un test de inteligencia. No cabe duda de que mi vida y mi trabajo testimonian ampliamente mi inteligencia.

Gloria me preguntó:

—¿No será que te pone nervioso hacer un test?

Pensé en ello y sí, era eso. No tenía nada que ganar, y todo que perder. Si mi puntuación era alta, no era más que lo que se esperaba; pero si mi puntuación era baja, la desgracia sería insoportable. Pero entonces, al haber descubierto esto, me sentí molesto por dudar de mí mismo. Así que hice mi test, saqué una elevada puntuación y me convertí en un miembro de Mensa.

En conjunto no fue una experiencia feliz. Conocí a muchos mensa maravillosos, pero otros estaban orgullosos de su cerebro y utilizaban su CI con agresividad. Uno tenía la impresión de que, al ser presentados, les gustaría decir: “Soy Joe Doakes, y mi CI es 172”, o a lo mejor llevar la cifra tatuada en la frente. Como yo en mi juventud, intentaban imponer su inteligencia a víctimas que no lo deseaban. Por lo general, se sentían poco apreciados y sus méritos poco reconocidos. En consecuencia, estaban amargados y eran desagradables.

Además, se retaban continuamente entre sí, poniendo a prueba su inteligencia, y estas cosas, después de un rato, resultan agotadoras.

No sólo eso, vi que los mensa, por muy alto que fuera su CI, podían ser tan irracionales como los demás. Muchos de ellos se sentían parte de un grupo “superior” que debería gobernar el mundo y menospreciaban a los demás. Naturalmente tendían a pertenecer a la derecha más conservadora y, por lo general, no sentía ninguna simpatía por sus opiniones.

Lo que es peor, entre ellos había grupos, como descubrí con el tiempo, que aceptaban la astrología y muchas otras creencias seudo científicas y que formaban GIE (grupos de interés especial) dedicados a distintas especialidades de esta basura intelectual. ¿Cuál era el mérito de asociarse con este tipo de gente, aunque no fuera más que de manera tangencial?

Y lo peor de todo, me consideraban la diana perfecta. Cada mequetrefe mensa parecía creer que demostraría su valía al desafiarme a una contienda de inteligencia y ganarme. Me sentía como un viejo pistolero que nunca puede enfundar su revólver porque es desafiado continuamente por todos los jóvenes francotiradores de su territorio.

No quería participar en ese juego. No me importa perder en una contienda de inteligencia, he perdido muchas en mi vida. No obstante, prefiero que estas cosas sucedan de forma natural. No quiero estar siempre en guardia. En resumen, para ser metafórico, disparo si tengo que hacerlo, pero no quiero pasarme toda la vida con las manos en la pistolera.

Por tanto, dejé de asistir a las reuniones y de pagar las cuotas. Nunca renuncié formalmente, aunque fue como si lo hubiera hecho.

Pero aquí no acaba la historia. Cuando llegué a Nueva York, vi que los mensa de la ciudad me consideraban uno de ellos. En un momento de descuido acepté asistir a una reunión para conocer a Victor Serebriakoff, por quien sentía una sana curiosidad. Era británico, presidente a escala internacional de los mensa y su líder espiritual.

Serebriakoff era un hombre bajo, con una cara oval y rubicunda y una pequeña barba gris. Era capaz de contar gran variedad de chistes con diferentes acentos, incluido el
cockney
[16]
, y esto me ganó de inmediato. Declaró que pagaría mis deudas si yo no lo hacía y que me convertiría en miembro lo quisiera o no.

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