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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Biografía

Memorias (56 page)

BOOK: Memorias
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Janet quería ir a Stanford, pero la Segunda Guerra Mundial estaba en plena ebullición y era imposible viajar a California. Así que fue a Wellesley, Massachusetts, durante dos años. Cuando terminó la guerra, se trasladó a Stanford para estudiar los dos últimos años y, según ella, ésta fue la mejor época de su vida hasta que me conoció.

Quería entrar en la Facultad de Medicina, pero no era fácil. Los veteranos de la guerra tenían prioridad, y la mayoría de las facultades reservaban pocos plazas para las mujeres. (Había bastante sexismo en 1948.) La Facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York la admitió y se licenció en Medicina en 1952. Después de hacer el internado en el Hospital General de Filadelfia, hizo las prácticas de psiquiatría como residente en el Hospital Bellevue. También se graduó en el Instituto de Psicoanálisis William Alanson White y desde entonces ha mantenido sus contactos con este Instituto, del que fue directora de formación durante ocho años. Se retiró de la práctica privada de la psiquiatría en 1986, después de haber trabajado en ese campo durante treinta años.

A lo largo de todo ese tiempo mantuvo vivas sus inquietudes literarias. Escribió acerca de gran variedad de temas, incluidas novelas de misterio que no vendió, pero que le sirvieron de entretenimiento. (El único sistema para poder aprender a escribir es escribiendo.) Vendió un relato corto de misterio, muy inteligente por cierto, a Hans Stefan Santesson, que por aquel entonces editaba
The Saint Mystery Magazine
. Apareció en el número de mayo de 1966 de la revista.

Después de su mastectomía, asustada porque creía que se iba a morir, empezó a escribir una novela. Más tarde, cuando al año siguiente estaba en el hospital con la hemorragia (y yo en el crucero del eclipse), Austin Olney, de Houghton Mifflin, fue como buen amigo a visitarla. Janet le contó con entusiasmo el argumento de su novela. (Dice que si hubiese estado en su sano juicio no lo habría hecho.)

Austin se mostró interesado. Cuando Janet por fin se recuperó, su pequeña escaramuza con la muerte (que, por cierto, sintió muy de cerca) la impulsó a terminar la novela y a presentarla a Houghton Mifflin. Le pidieron que hiciera una corrección muy amplia y aceptó.

Después llegó el 30 de noviembre de 1973, el día de nuestra boda. Para evitar interrupciones mientras Ed Ericson nos casaba, Janet descolgó el teléfono. Cuando terminó la breve ceremonia (con nuestros amigos Al y Phyllis Balk como testigos éramos cinco, el mínimo legal), Janet volvió a colgar el teléfono. Al instante sonó, y era Austin, que le anunciaba que Houghton Mifflin publicaría la novela. Fue un día doblemente feliz.

Siempre cuento que Janet, al terminar de hablar con Austin dijo: “¡Vaya! Sabía que hoy sucedería algo bueno.” No lo dijo, lo inventé; pero todo el mundo suelta una carcajada.

La primera novela de Janet,
The Second Experiment
, fue publicada por Houghton Mifflin en 1974 con su nombre de soltera, Janet O. Jeppson.
The Last Immortal
, una secuela del primer libro, fue publicado por Houghton Mifflin en 1980. También escribió relatos cortos para revistas de ciencia ficción, incluida una serie que me pareció muy notable, ya que consistía en una sátira amable de la psiquiatría, en la que presentaba las conversaciones a la hora del almuerzo de un grupo de psiquiatras de distintas escuelas, miembros del mítico club Pshrinks Anonymous. Estos relatos fueron publicados por Doubleday en 1984 en una colección que se llamó
The Misterious Cure and Other Stories
. Mientras tanto, había elaborado una magnífica antología de ciencia ficción cómica —incluidos versos y dibujos— llamada
Laughing Space
, que publicó Houghton Mifflin en 1982. Mi nombre apareció en el libro porque escribí la introducción y los encabezamientos, pero Janet hizo el noventa por ciento del trabajo.

Ninguno de estos libros se vendió bien, aunque a Janet y a mí nos dieron muchísimas satisfacciones.

Después, Walker & Company pidió a Janet una narración de ciencia ficción para jóvenes. Durante años, había estado urdiendo una trama sobre un pequeño robot, vanidoso pero simpático. Eso le dio la oportunidad de escribir
Norby, un robot especial
. Querían que mi nombre apareciera en el libro (para mejorar las ventas, supongo), así que repasé el manuscrito y lo retoqué un poco. Pero, una vez más, Janet hizo casi todo el trabajo.

A los Walker les gustó mucho el libro y pidieron más. Janet aceptó y, hasta este momento, ha publicado no menos de nueve obras de Norby.

Está escribiendo su décimo “Norby”. Estos libros se han vendido bastante bien. Berkley los ha publicado en rústica, y recibimos cartas de jóvenes admiradores de este simpático robot.

Su libro favorito, sin embargo, no es ninguno de los que he mencionado, sino uno llamado
How to Enjoy Writting
, publicado por Walker en 1987. Es una colección de escritos sobre cómo escribir (muchos míos) comentados por Janet. Es una de las obras más encantadoras que jamás haya leído.

En total, Janet ha publicado dieciséis libros, incluidos dos recientes de ciencia ficción, en los que mi nombre no aparece. Son
Mind Transfer
y
A Package in Hyperspace
, ambos publicados en 1988.

Las primeras novelas de Janet aparecieron, como ya he dicho, con su nombre de soltera, y no se mencionaba ni en las solapas ni en el libro que fuera mi mujer. No quería que pareciera que se aprovechaba de mi nombre.

No sirvió de nada. La gente del mundo de la ciencia ficción sabía, o descubrió, la relación, y algunos lo aprovecharon muy bien. Un escritor, como ya he explicado con anterioridad, acusó a Janet de haber publicado
The Second Experiment
gracias a que el gran Isaac Asimov había utilizado su influencia para obligar a Houghton Mifflin a publicar el libro.

No necesito decir que esto no era verdad. Nunca levanté un dedo para ayudar a Janet a publicar el libro. Por un lado, creo que hubiera sido algo poco ético, y Janet piensa lo mismo. Por otro, no habría funcionado, porque ni toda mi supuesta influencia podría obligar a una casa editorial a publicar un libro malo. Después de todo, a veces también tengo problemas para vender obras que he escrito yo. ¿Dónde está mi influencia entonces?

Por tanto, le dije a Janet que intentar ser superético a este respecto era una pérdida de tiempo. Por esa razón, en sus libros más recientes, incluso cuando yo no participo, aparece como autora Janet Asimov.

117. Hollywood

Me preguntan con frecuencia si alguno de mis libros ha sido llevado al cine. Durante mucho tiempo la respuesta fue que no, y eso me hacía feliz.

Puede parecer extraño. Para la mayoría de la gente, Hollywood evoca el aura del romance y, todavía más, del dinero.

Sin embargo, trabajar para Hollywood significa, por lo general, trasladarse a California (como han hecho cada vez más los escritores de ciencia ficción en las dos últimas décadas) y yo no tenía la menor intención de hacerlo. No he visto mucho mundo pero no puedo creer que haya algún lugar más bello que Nueva Inglaterra y los Estados del Medio Atlántico, sobre todo en otoño. Las llanuras me parecen aburridas y las montañas (las de verdad) espantosas. Lo que quiero son colinas y árboles y vistas verdes, y en medio de todo ello, los gloriosos rascacielos de Manhattan.

Además, a medida que oía más historias de Hollywood, menos me gustaba. Walter Bradbury, de Doubleday, viajaba a Hollywood una vez al año por negocios. Cuando almorzaba con él después de una de esas visitas, estaba cansado y tenso. Odiaba a la gente con la que tenía que tratar allí; según él, unos falsos, todos y cada uno de ellos, no podía confiar en nadie.

Después de escuchar a Bradbury, elaboré mi propia teoría. Había leído un libro que trataba de la publicación de libros en el siglo XIX en Estados Unidos y me sorprendió descubrir que los editores, en esa época, eran unos tiburones y unos estafadores. Desde luego, no parecía ser así en el caso de mis editoriales en la segunda mitad del siglo XX.

Decidí que cuando Hollywood apareció se había llevado a los tiburones y a los estafadores, todos y cada uno de los cuales olían a dinero, dinero y dinero. Esto hizo que se quedaran atrás, en las editoriales, las almas caritativas, inservibles para la carrera de ratas, pese al dinero.

Bien, yo tampoco servía para la carrera de ratas. Me convencí de ello cuando oí los comentarios sobre Hollywood de escritores como Harlan Ellison (al que le gustaban California y los californianos). Entonces, me di cuenta de que Hollywood era peor que una carrera de ratas, era una trampa. Tentaba a una persona con un estilo de vida de sol y bronceado, de barbacoas y piscinas, una vida que no te puedes permitir a no ser que sigas trabajando para Hollywood. Así que sigues trabajando. Era un pacto para siempre con Mefistófeles.

Hay que considerar, además, que como escritor de libros impresos, soy mi dueño. Mis libros se pueden cambiar, pero sólo ligeramente, y tengo que aprobar cada coma que se cambie. Como guionista de películas o televisión, los que llevan la batuta son el productor y el director, y la imagen domina sobre la palabra. El guionista ocupa una posición muy baja entre las deidades de Hollywood, y cualquiera puede estropear su trabajo.

No, gracias. Soy inmune a la tentación del dinero y del estilo de vida. Tengo la intención de permanecer en Nueva York a cualquier precio.

Todo esto no significa que Hollywood no viniera a mí de vez en cuando. En 1947, Orson Welles compró los derechos para el cine de mi relato
Evidence
por doscientos cincuenta dólares. En mi inocencia, pensé que pronto aparecería una gran película basada en el texto. No necesito explicar que jamás se hizo.

Después de esto, fue Doubleday la que negociaba la venta de películas, o mejor dicho, la venta de opciones para películas. O sea, alguien compra los derechos para el uso en exclusiva de una determinada narración o serie durante un período de tiempo concreto, a cambio de determinada cantidad de dinero. Si antes de que acabe el plazo el comprador de la opción reúne los fondos suficientes para hacer la película, ¡estupendo! Entonces recibiré mucho más dinero. Si no, podría renovar la opción por una cantidad de dinero adicional o abandonarla y yo, por supuesto, me quedaría con el dinero pagado hasta ese momento.

Por ejemplo, a finales de los sesenta, Hollywood suscribió una opción por Y
o, robot
, que fue renovada año tras año durante unos quince años. Sin embargo, al final no se hizo nada a pesar de que Harlan Ellison escribió un guión fantástico basado en la novela. Hubo otras opciones, pero tampoco cristalizaron, y enuncié lo que llamé la Primera Ley de Asimov de Hollywood:

“¡Pase lo que pase, no pasa nada!”

Pese a ello, hace un par de años, Doubleday vendió una opción de mi relato
Anochecer
. Se llegó a hacer una película, pero no me enteré hasta que unos amigos me contaron que habían visto un anuncio del film en Variety. Nunca me consultaron mientras la rodaron y se me dijo que se estrenaría en Tucson (Arizona).

Desde luego no pensaba ir a Tucson a verla, así que pregunté:

—¿Cuándo se estrenará en Nueva York?

—Nueva York es muy cara —me respondieron.

Entonces supe que la película se había hecho con un presupuesto muy bajo y yo me preguntaba lo mala que sería. Anunciaron la película, en los pocos sitios en los que se exhibió, con mi nombre en grandes titulares y la gente fue a verla por eso. Al poco tiempo empezaron a llegarme cartas, y me enteré de lo peor. La opinión generalizada era que se trataba de la peor película jamás rodada y que no tenía ni el más ligero parecido con mi relato.

Algunos me acusaban como si hubiese dirigido yo la película y otro exigía que le devolviera el dinero. Tuve que escribirles a todos declinando cualquier responsabilidad. Por fortuna, la película murió como se merecía, casi de inmediato, y sólo espero que nadie que la haya visto o haya oído hablar de ella la recuerde.

Y con cosas como ésta, ¿alguien cree que puedo querer que se hagan películas con mis libros?

He actuado de “asesor” en varios ocasiones. Gene Roddenberry, famoso por
Star Trek
, me pidió algunos consejos en relación con la primera película de
Star Trek
y lo hice con mucho gusto porque es amigo mío. No le pedí dinero, pero me envió un cheque y me dijo que aparecería en los títulos de créditos. Nunca había aparecido mi nombre en una película, así que fui a verla. Al final, todo el mundo empezó a salir, mientras una interminable lista pasaba por la pantalla. Janet y yo esperamos tozudamente mientras el cine se vaciaba y por fin, lo último que se leía era: “Asesor científico: Isaac Asimov.” Naturalmente aplaudí ruidosamente, y pude oír una voz que con toda claridad, desde el pasillo, decía: “Es Asimov que aplaude a su propio nombre.”

Acababa de nacer otra anécdota sobre mi vanidad.

También fui asesor en 1979 en algunos episodios de una amena serie de ciencia ficción para televisión llamada
Salvage 1
, protagonizada por Andy Griffith, un actor al que admiro mucho. Y lo más importante de todo, me persuadieron para que trabajara como creador y asesor de una serie de televisión llamada
Probe
, de ciencia ficción para adultos, cómica y divertida. Antes de que terminara la temporada se había grabado dos horas piloto y seis episodios, que me gustaron mucho. Pero entonces se produjo una prolongada huelga de escritores, en el curso de la cual Probe murió. ¡Una pena!

Debo mencionar una extraña situación relacionada con
Probe
. Mi contribución era limitada y el escritor principal quería aparecer como co-creador. A mí no me importaba. Yo no estaba intrigando para tener influencia, posición o prestigio en Hollywood, así que no puse ningún obstáculo.

Sin embargo, en el contrato se señalaba que yo era el único creador de la serie, así que Equity (o alguien) me llamó por teléfono ofreciéndose para defender mis derechos ante los tribunales.

—No quiero ir a los tribunales. Deje que el chico sea co-creador. No me importa —le respondí.

Me costó bastante convencerlos de que lo decía en serio y de que no tenía intención de sacar hasta el último centavo de Hollywood liándolo todo. Me demostró una vez más cómo era ese lugar y la suerte que tenía por evitar al máximo el contacto con su mundo.

118. Las convenciones
Star Trek
BOOK: Memorias
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