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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Biografía

Memorias (26 page)

BOOK: Memorias
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No carecía por completo de artículos. Mi tesis contaba como uno y una versión resumida de la misma fue publicada en
The Journal of the American Chemical Society
. Durante mis años de investigación añadí mi firma, como científico supervisor, a media docena de artículos escritos por varios ayudantes y alumnos del laboratorio. (No obstante, en estos casos por lo menos supervisé la investigación, leí los artículos y los pulí un poco).

Eso era todo, y era bastante lamentable tanto en número como en importancia. Por lo que sé, ninguno de los artículos en los que aparecía mi nombre resultó tener la menor importancia, fue citado por alguien o sirvió para algo importante.

Sin embargo, se me ocurrió una idea. The Journal of Chemical Education era una revista buena y útil que publicaba artículos de interés para los alumnos universitarios de química. Me pareció que podría ser provechoso escribir artículos de ese estilo y que me los publicaran. Sería divertido y contarían como publicaciones. Escribí una media docena a principios de los cincuenta y me los publicaron todos.

Uno de ellos resultó ser importante, ya que en él señalaba el peligro concreto del carbono 14 como generador de mutaciones graves en el cuerpo humano. La razón de su importancia fue que, más tarde, Linus Pauling dijo lo mismo de manera convincente y detallada (y puede que lo hiciera incitado por mi sugerencia puramente especulativa). Las pruebas nucleares en superficie añadieron carbono 14 a la atmósfera y eso significó un aumento desproporcionado de malformaciones congénitas y cáncer. Esto contribuyó a que se declararan ilegales estas pruebas atmosféricas y me agrada pensar que mi artículo tal vez haya contribuido mínimamente a este hecho tan deseable.

No obstante, la suma de estos artículos cortos a mi lista, fue por completo insignificante. Después de todo, no implicaban ninguna investigación. Por otro lado, como explicaré más tarde, hicieron por mí algo mucho más importante que proporcionarme cifras para sumar.

Pero los artículos científicos que escribí no representan la única literatura docente de mis años de enseñanza.

En 1951, Bill Boyd decidió escribir un libro de texto de bioquímica para estudiantes de medicina. Se le ocurrió que podría aprovechar mi experiencia como escritor y me lo sugirió como proyecto conjunto.

Como siempre que me presentan un proyecto así, mi mente se sumerge en un torbellino de pros y contras. En contra de la idea estaba el hecho de que no creía saber la suficiente bioquímica como para escribir un libro de texto y (aunque eso pueda ofenderle) tampoco creía que Boyd la supiera. Pero representaba un reto para mí, y ése era un argumento a favor. Por otra parte, trabajar en el libro de texto me daría la oportunidad de abandonar la investigación con el pretexto de que tenía otra tarea importante desde el punto de vista escolar.

Ganaron los pros y acepté unirme a Boyd, siempre que el profesor Walker, el jefe de departamento, me diera su permiso y estuviera de acuerdo en protegerme contra la ira, totalmente justificada, del doctor Lemon.

Conseguimos bastante más que lo que negociamos, ya que Walker insistió en unirse al proyecto. Esto tenía tres ventajas: reducía mi trabajo de la mitad a un tercio; Walker tenía los conocimientos bioquímicos que nos faltaban a Boyd y a mí; y, finalmente, si formaba parte del proyecto, tendría que protegerme.

En realidad, escribir el texto no fue tan divertido como esperaba. Los estilos literarios de los tres autores eran tan diferentes que nos pasábamos el tiempo discutiendo sobre lo que escribíamos cada uno. Casi nunca conseguí imponer mi criterio, así que el libro era el típico texto ampuloso y denso. Finalmente se publicó como
Biochemistry and Human Metabolism
(1952). Una segunda edición (revisada) se publicó en 1954 y una tercera en 1957. aunque el trabajo fue enorme, no obtuvimos beneficios económicos. Las tres ediciones fueron un completo fracaso porque en los años cincuenta aparecieron otros textos bastante mejores. Después de la tercera edición dejé que el libro tuviera una muerte merecida.

Podría considerar este volumen una pérdida increíble de tiempo y esfuerzo, pero todo tiene su utilidad. Me proporcionó mucha práctica para escribir obras de no ficción y, aún más, me enseñó que este tipo de obras (cuando los coautores no interfieren en mi tarea) eran más fáciles y, en algunos aspectos, más interesantes de escribir que las de ficción. Esto tuvo gran influencia en el posterior curso de mi carrera de escritor.

Debo hacer una puntualización final sobre
Biochemistry
. Era mi octavo libro (y el primero de no ficción, lo que es un punto a su favor según mi parecer) y todavía no se me había ocurrido que el número exacto de libros que yo había escrito podía tener su importancia.

En consecuencia, las ediciones segunda y tercera, aunque cada una de ellas requirió más trabajo que un libro medio de ficción, no se añadieron a mi lista de libros independientes. Más adelante, siempre consideré que un libro cuya revisión fuera importante era como un libro nuevo debido al trabajo que requería. El no haberlos contado significa que si ya no pudiera trabajar más y supiese que terminaba mi carrera con, digamos, cuatrocientos noventa y ocho libros, me fastidiaría no haberlos contabilizado y por eso no llegar al número redondo de quinientos. Sin embargo, esto es algo muy trivial que puede que sea importante para mí pero que, estoy seguro, a otros sólo puede hacerles gracia.

56. Novelas

A pesar de lo mucho que me absorbían la investigación, los artículos científicos y los libros de texto, mi principal labor durante mis años de enseñanza siguió siendo la escritura de ciencia ficción. Incluso antes de que se publicara
Un guijarro en el cielo
, Walter Bradbury me pidió otra novela. La escribí y le envié dos capítulos de muestra. El problema fue que, ya que era un escritor que publicaba, intenté ser tan literario como lo había sido en aquella inolvidable clase de redacción de la
high school
. Lo hice bien, por supuesto, pero no lo suficiente. Brad me devolvió los dos capítulos y me indicó amablemente el camino a seguir.

—¿Sabes —me preguntó— como diría Hemingway "El sol salió al día siguiente"?

—No —le dije preocupado. (Nunca había leído a Hemingway)—. ¿Cómo lo haría, Brad?

—Diría: "El sol salió al día siguiente" —me respondió Brad.

Fue suficiente. Era la mejor lección de literatura que me habían dado jamás, y sólo duró diez segundos. Escribí mi segunda novela, que fue
En la arena estelar
, con un estilo sencillo y Brad la aceptó. Ésta es la relación de mis novelas publicadas por Doubleday en los años cincuenta:

Un guijarro en el cielo
, 1950

En la arena estelar
, 1951

Las corrientes del espacio
, 1952

Bóvedas de acero
, 1954

El fin de la eternidad
, 1955

El sol desnudo
, 1957.

De estas seis novelas, las tres primeras formaron, agrupadas, lo que más tarde se llamó "las novelas del Imperio".
Bóvedas de acero
y
El sol desnudo
fueron mis dos primeras "novelas de robot", que introducían por primera vez al equipo de detectives de Elijah Baley y R. Daneel Olivaw. (Daneel era un robot humanoide y probablemente sea el personaje más famoso de toda mi obra.) Y por lo que respecta a
El fin de la eternidad
, era una novela independiente que no tenía ninguna relación con las demás.

Además, Brad me pidió que escribiera una novela corta de ciencia ficción para jóvenes que pudiera adaptarse a televisión. El protagonista sería un
ranger
[6]
del espacio y su papel en la televisión equivaldría a lo que fue
The lone ranger
para la radio. Nadie comprendía muy bien el nuevo medio y se dio por supuesto que los programas de televisión durarían tantos años como el de la radio. Parecía que, si funcionaba, el personaje del
ranger
del espacio nos proporcionaría una renta vitalicia a Doubleday y a mí. (Por supuesto, no sabíamos los pocos programas que se harían en una temporada, menos de veinte, pero tampoco sabíamos nada de las reposiciones).

La idea no me entusiasmó en lo absoluto. Temía que la televisión arruinara cualquiera de los relatos que utilizaran y que mi reputación literaria se viera afectada. Brad tenía la respuesta:

—Usa un seudónimo.

En esa época yo era un gran admirador de Cornell Woolrich y sabía que éste había utilizado el seudónimo de Wiliam Irish. Pensé que yo también podía usar una nacionalidad como apellido y decidí utilizar el nombre de Paul French. Fue un gran error. No hubo ningún problema con la adaptación para la televisión, pero otro programa,
Rocky Jones, Space Ranger
, nos ganó, y el nuestro resultó tan terrible como esperaba que salieran todas las obras adaptadas a la televisión. Además de eso, la gente empezó a decir que "Isaac Asimov escribe ciencia ficción bajo el seudónimo de Paul French", como si yo estuviera tratando de proteger mi respetabilidad de científico escondiendo el hecho de que también escribía novelas baratas de suspenso. No se imagina lo que me molestó.

De todas maneras, me sentí aliviado de que la televisión nos dejara en paz, y puesto que mi primera obra juvenil se vendió bastante bien sólo en forma de libro, escribí otras cinco. Empecé llamando a mi héroe David Starr. Me pidieron algo con más gancho, así que lo convertí en Lucky Starr. Al principio era un
ranger
del espacio semimístico con una aureola de radiación, pero pronto abandoné esto y empecé a utilizar elementos relacionados con mis relatos, tales como robots positrónicos. No quería que mi autoría fuera un secreto y en las ediciones posteriores insistí en que apareciera mi nombre y en enterrar para siempre al odiado Paul French.

Éstos son mis seis libros de Lucky Starr:

Lucky Starr, el ranger del espacio
, 1952

Lucky Starr. Los piratas de los asteroides
, 1953

Lucky Starr. Los océanos de Venus
, 1954

Lucky Starr. El gran sol de Mercurio
, 1956

Lucky Starr. Las lunas de Júpiter
, 1957

Lucky Starr. Los anillos de Saturno
, 1958

Escribir novelas para adultos no me impidió colaborar con piezas cortas para las revistas. Mi relato favorito de todos los que he escrito para revistas,
La última pregunta
, se publicó en 1956 y mi tercer favorito,
El niño feo
, se publicó (bajo el horrible título de
Last-Born
) en 1958. (Mi segundo favorito no lo escribí hasta los años setenta y hablaré más adelante de él).

Para entonces, Doubleday ya no ponía objeciones a las colecciones de mis relatos cortos y en los años cincuenta publicaron tres de ellas:

A lo marciano
, 1955

Con la Tierra nos basta
, 1957

Nueve futuros
, 1959

Si añadimos a todo esto los cuatro libros de Gnome Press,
Yo, robot
y las tres novelas de la Fundación, de las que Doubleday pronto se iba a hacer cargo, resulta que durante los años cincuenta escribí treinta y dos libros, diecinueve de los cuales, todos de ciencia ficción, fueron publicados por Doubleday.

Lo que más me asombró casi desde el principio de los años cincuenta fue el efecto de estos libros en mis ingresos. Durante los once años que había estado escribiendo exclusivamente para revistas, me acostumbré a un pago único y después nada (excepto minúsculas sumas por participar en antologías; algo a lo que volveré más adelante).

Sin embargo, de los libros se cobran derechos de autor, y se siguen cobrando, es decir, no sólo se siguen vendiendo los libros durante años sino que, además, hay un goteo constante de derechos añadidos: la segunda edición, edición en rústica, traducciones. Cuando se publicó
En la arena estelar
y empecé a ganar derechos de autor, seguía recibiendo algo de dinero de
Un guijarro en el cielo
. Para cuando mi tercera novela empezó a ganar derechos de autor, todavía recibía dinero de las dos primeras y así sucesivamente. En realidad, desde que se publicó el
Guijarro
, he recibido ochenta estados de cuentas semestrales de Doubleday, y esta novela ha ganado una cantidad respetable de dinero en todos ellos, sin excepción.

El resultado fue que las cuentas de mis derechos de autor de Doubleday tendían a ascender de manera constante (como también lo hicieron las de otras editoriales, pero menos). De inmediato comprendí que podía ganarme la vida escribiendo. De hecho, en 1958 (un año crucial en la facultad) ganaba tres veces más con mis obras que con la enseñanza. Puede imaginarse que esto aumentó mi sensación de independencia.

También me dio algo en que pensar. Comprendí en ese momento que si me hubiese arriesgado con el primer libro y hubiese roto mi compromiso con la facultad de medicina quedándome en Nueva York, habría sido capaz de mantenerme sólo con la literatura. No habría necesitado un empleo. (Ciertamente, nunca más lo necesité).

A mediados de los cincuenta me preguntaba si no debería abandonar mi trabajo y volver a Nueva York. Una vez más, la prudencia ganó la batalla. ¿Y si Doubleday por alguna razón abandonaba la colección de ciencia ficción? ¿Y si de repente me quedaba bloqueado? Sentía la necesidad psicológica, si no la económica, de un ingreso regular, de un sueldo, aunque fuera pequeño, que no estuviera sujeto a las fluctuaciones de la obra literaria. (Además, no quería abandonar todavía mis clases o mi título académico).

No obstante, me sentía lo bastante fuerte como para amenazar con dimitir si no me sacaban de las garras de Lemon y me pagaban mi salario con dinero de la facultad. Me salí con la mía, lo que significaba que mis ingresos de la facultad ya no dependían de las vicisitudes de las becas.

57. Obras de no ficción

Durante todo el tiempo que estuve en la Facultad de Medicina escribía ciencia ficción por las tardes, los fines de semana y en vacaciones. Nunca lo hice durante las horas lectivas por muy agobiado que estuviera por los plazos de entrega, ya que eso habría sido poco ético.

No me pagaban para escribir ciencia ficción sino por actividades lectivas, y se me ocurrió que mientras no estaba dando clases podía dedicarme a la investigación o a escribir publicaciones científicas. Ambas actividades redundarían en beneficio de la facultad. Éste fue el razonamiento que me permitió trabajar en los dos libros de texto durante el horario escolar sin remordimientos de conciencia.

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