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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Biografía

Memorias (22 page)

BOOK: Memorias
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Siempre he pensado que las consecuencias de esto eran perniciosas. En primer lugar, el profesor que deseaba una beca gubernamental debía elegir un tema que pareciera digno de interesar al gobierno hasta el punto de que éste invirtiera fondos en él. Los científicos, por tanto, se concentraban en los campos que eran rentables y dejaban las demás áreas sin estudiar. Esto significaba que dichos campos estaban sobrefinanciados, de manera que se perdía mucho dinero, mientras que las partes olvidadas de la ciencia podrían haber producido algún descubrimiento importante si no se hubieran dejado de lado.

Además, la dura competición por los fondos gubernamentales aumentaba las probabilidades de fraude, ya que los científicos (seres humanos al fin y al cabo) intentaban mejorar o incluso inventar los resultados de los experimentos a fin de poder hacerse con el dinero.

Otra consecuencia del sistema de becas es que se dedica el segundo semestre de cada año a la preparación de documentos relacionados con la renovación de la beca, en vez de centrarse en la propia investigación.

Para terminar, los escalones inferiores de los grupos de investigación, cuyos salarios son pagados con las becas en vez de con los fondos de la universidad, viven en continuo estado de inseguridad. Nunca saben cuándo se interrumpirá la renovación y les pondrán de patitas en la calle. Descubrí esto cuando, al final del año, mi beca no fue renovada.

Sólo ocurrió una cosa buena en el período posdoctoral. Un vecino nuestro me preguntó con curiosidad cuál era mi trabajo. Le dije que estaba trabajando con compuestos antipalúdicos y, con toda inocencia, me preguntó:

—¿Qué es eso?

Le expliqué concienzudamente lo que estaba haciendo, completado con fórmulas químicas, y cuando terminé, me dijo, con toda sinceridad:

—Hace usted que parezca claro y sencillo. Muchas gracias.

La consecuencia fue que, por primera vez, se me ocurrió que podría escribir libros de no ficción sobre temas científicos. En ese momento no surgió nada, pero esa idea no me abandonó y a la larga me dio excelentes resultados.

46. En busca de trabajo

Mi peor momento en la búsqueda de trabajo se produjo de la manera siguiente. Un conocido mío que trabajaba en Charles Pfizer, una empresa farmacéutica ubicada en Brooklyn, me dijo que había concertado una entrevista para mí con un alto cargo de la empresa. La cita era para el 4 de febrero de 1949 a las diez de la mañana y puedo asegurarle que llegué a tiempo. La persona a la que tenía que ver, no. Apareció a las dos de la tarde. No es necesario decir que fue absurdo por mi parte quedarme allí sentado durante cuatro horas, a la hora de almorzar, pero fue una de esas veces en que la terca indignación que me embargaba pudo más que el sentido común. No me iban a echar de una manera tan indigna.

El alto cargo apareció por fin, probablemente porque le habían dicho que tenía toda la pinta de no irme hasta que él viniera. Me trató con indiferencia y perdió muy poco tiempo conmigo.

Vi lo suficiente de Charles Pfizer como para saber que no quería trabajar allí y que habría rechazado un empleo si me lo hubieran ofrecido, pero eso no importa. Estaba furioso por el modo en que me habían tratado y es uno de esos casos en los que la rabia nunca se ha apagado del todo. Sigue tan viva en mi corazón como si hubiese sucedido ayer. No me enorgullezco de guardar rencor a alguien y, probablemente, no se lo guardaría de no haber ocurrido un incidente que remató todo el asunto.

A pesar de todo, había dado al directivo de la empresa una copia de mi tesis cuidadosamente encuadernada. No esperaba impresionarle, pero había planeado dársela, así que lo hice. A los pocos días me devolvió la copia por correo con una fría nota que decía que me devolvía mi "panfleto". Eso, a mis ojos, era un insulto. No podía creer que semejante ser miserable no pudiera reconocer una tesis doctoral al verla, sobre todo cuando lo dice claramente en la portada. Llamarla "panfleto" era como llamar "escribano" a un escritor y nunca lo he olvidado.

Un último detalle sobre Charles Pfizer. Muchos años después me pidieron que diera una conferencia a un grupo de ejecutivos de la empresa. Me ofrecieron cinco mil dólares, y por lo general no regateo mis honorarios. En esa época era una cantidad habitual por una conferencia en Manhattan. Sin embargo, hice una excepción con Pfizer. Les pedí seis mil dólares y no haría concesiones. Por fin aceptaron.

Los mil dólares de más eran para calmar mis sentimientos heridos hacía tantos años, y después de terminar mi charla con muchos aplausos y de haberme embolsado el cheque les dije la razón exacta por la que habían tenido que pagar mil dólares más.

Eso hizo que me sintiera mejor. Fue mezquino por mi parte, pero soy humano. No había buscado la venganza pero cuando se presentó ante mí no pude rehusarla.

Aunque el incidente de Pfizer fue el peor de mi búsqueda de trabajo, el resto tampoco fue mucho mejor. Sencillamente, no pude conseguir un trabajo.

47. Los tres grandes

Pero mientras mi búsqueda de trabajo continuaba siendo un fracaso, ¿qué ocurría con mi obra literaria?

No sólo no era un fracaso, sino un éxito creciente. Seguía con mis relatos de robots y de la Fundación, aunque fui un poco más despacio mientras me dedicaba a la investigación. Vendí todas las narraciones que escribí a
ASF
y mi popularidad iba en aumento.

No había duda de que en 1949 se me consideraba en amplios sectores uno de los principales escritores de ciencia ficción. Algunos pensaban que junto con Robert Heinlein y A. van Vogt formaba el trípode sobre el que se sostenía la ciencia ficción.

Dio la casualidad de que A. E. van Vogt prácticamente dejó de escribir en 1950, quizá porque estaba cada vez más interesado en la dianética de Hubbard. Pero en 1946, un escritor británico, Arthur C. Clarke, empezó a escribir para
ASF
, y él, al igual que Heinlein y Van Vogt (pero al contrario que yo), tuvo éxito desde el primer momento.

En 1949 se empezaron a oír los primeros rumores que consideraban a Heinlein, Clarke y Asimov como "los Tres Grandes". Esto se mantuvo durante unos cuarenta años, porque todos seguimos vivos durante décadas y seguimos cultivando el mismo género. Al final, los tres pedíamos grandes anticipos y colocábamos nuestros libros en las listas de éxitos. (¿Quién lo habría imaginado en los años cuarenta?)

Ahora que Heinlein ha muerto y Clarke y yo cada vez estamos más decrépitos, uno se siente obligado a preguntar: "¿Quiénes seran los próximos Tres Grandes?" Me temo que la respuesta es que no habrá nadie. Al principio, cuando se eligieron los Tres Grandes por consenso general, el número de escritores de ciencia ficción era escaso y resultaba fácil elegir a los ejemplos destacados.

Pero en la actualidad el número de escritores de ciencia ficción, incluso de buenos escritores, es tan grande que es prácticamente imposible elegir tres y que todo el mundo esté de acuerdo.

Tal vez no sea una gran tragedia. Siempre he pensado que el hablar constantemente de los Tres Grandes era, en cierto modo, un fenómeno que se alimentaba a sí mismo. Éramos los Tres Grandes porque teníamos éxito, pero ¿qué parte de nuestro éxito continuo se debía al hecho de que fuéramos considerados, un día tras otro, como los Tres Grandes? A pesar de que me beneficié de ello, siempre me ha inquietado la sensación de que podía estar engañando al resto de los escritores de este género.

Pero en ese caso, si mi obra literaria iba tan bien, ¿por qué me preocupaba tanto encontrar un trabajo? El problema, como quizás haya adivinado usted, era el dinero.

En 1949 ya había vendido sesenta relatos y novelas, y era considerado a nivel mundial una de las figuras más destacadas de la ciencia ficción. Y sin embargo, en los once años que había estado escribiendo y vendiendo ciencia ficción había ganado un total de siete mil setecientos dólares. Es evidente que unos ingresos medios de setecientos dólares anuales no eran suficientes para mantener a una pareja, así que necesitaba algo más.

48. Arthur Charles Clarke

Arthur Charles Clarke nació a finales de 1917 en Gran Bretaña. Es otro escritor de ciencia ficción con una formación muy completa en ciencias y muy bueno en física y matemáticas.

A él y a mí nos conocen ahora como los Dos Grandes de la ciencia ficción. Hasta principios de 1988, como ya he dicho, la gente hablaba de los Tres Grandes, pero entonces Arthur modeló una pequeña figura humana de cera y con un largo alfiler…

Al menos eso es lo que me ha dicho. A lo mejor está tratando de avisarme. Pero le he explicado con toda claridad que si se convirtiera en el Único Grande se encontraría muy solo. Al reflexionar sobre ello se sintió tan afectado que casi lloró, así que creo que estoy a salvo.

Quiero mucho a Arthur, y le he querido durante cuarenta años. Hace muchos años llegamos a un acuerdo en un taxi que en ese momento iba hacia el sur por Park Avenue, así que lo llamamos el Tratado de Park Avenue. Consiste en que yo he aceptado afirmar, cuando me lo preguntan, que Arthur es el mejor escritor mundial de ciencia ficción; aunque también me está permitido declarar, si insisten, que le voy pisando los talones en la carrera. A su vez, Arthur está de acuerdo en decir, siempre, que soy el mejor escritor mundial de ciencia ficción. Tiene que afirmarlo, lo crea o no.

No sé si a él le atribuyen el mérito de obras mías, pero a mí me echan constantemente la culpa de las suyas. La gente tiende a confundirnos porque los dos escribimos historias muy cerebrales en las que las ideas científicas son más importantes que la acción.

Muchas jóvenes me han dicho: "Doctor Asimov, no creo que
El fin de la infancia
esté a la altura del resto de sus obras."

Siempre respondo: "Bueno, encanto, por eso la escribí bajo un seudónimo."

El fin de la infancia
, dicho sea de paso, fue el primer libro de ciencia ficción que leyó mi querida esposa, Janet.
Yo, robot
, de su futuro marido, fue el segundo. Pero ninguno de los dos está en los primeros puestos de sus preferencias literarias. Su escritor favorito de ciencia ficción es Cliff Simak, y a mi juicio tiene muy buen gusto.

Arthur y yo compartimos las mismas opiniones sobre la ciencia ficción, la ciencia, las cuestiones sociales y la política. Nunca he estado en desacuerdo con él en ninguna de estas cosas, lo que demuestra la brillantez de su inteligencia.

Por supuesto, hay diferencias entre los dos. Él es calvo, es más de dos años mayor que yo y no tan guapo, pero no está nada mal para ser el segundo.

Desde el principio, Arthur se interesó por la ciencia ficción y los aspectos más imaginativos de la ciencia. Fue un devoto temprano de los cohetes y en 1944 fue el primero en sugerir, en un artículo científico serio, el uso de los satélites de comunicaciones.

Se pasó a la ciencia ficción y su primer relato publicado en una revista estadounidense fue
Loophole
, en el número de abril de 1946 en
ASF
. Tuvo éxito de inmediato.

Arthur admite con humor que, cuando iba al colegio, sus compañeros le llamaban "Ego". Pero es una persona increíblemente brillante, que escribe con la misma facilidad ficción y no ficción. A pesar de su amor propio, es una persona adorable y jamás he oído que nadie hable mal de él en serio, aunque yo lo haya hecho infinidad de veces en broma y viceversa. Tenemos la misma relación de insultos en broma que mantengo con Lester del Rey y con Harlan Ellison. He observado que las mujeres a veces se inquietan por nuestras tomaduras de pelo. No parecen entender las relaciones masculinas en las que la observación: "Hola, cabrón, ¿cómo te va?", quiere decir: "¿Cómo estás, mi querido y encantador amigo?"

Bueno, pues Arthur y yo hacemos lo mismo, pero, por supuesto, en inglés formal, en el que procuramos introducir un poco de ingenio. Por ejemplo, cuando un avión se estrelló y aproximadamente la mitad de los pasajeros sobrevivieron, resultó que uno de los supervivientes había conservado la calma durante los peligrosos intentos de aterrizar leyendo una novela de Arthur C. Clarke, noticia que apareció en un artículo del periódico.

Arthur, como acostumbra, hizo rápidamente cinco millones de copias del artículo y las envió a todo el mundo que conocía, aunque sólo fuera de oídas. Recibí una y en la parte inferior de la copia que me envió, había escrito a mano: "Qué pena que no estuviera leyendo una de tus novelas. Habría seguido durmiendo durante toda la terrible experiencia".

No me costó nada enviarle una carta de respuesta: "Al contrario, la razón por la que estaba leyendo tu novela era porque si el avión se estrellaba, la muerte llegaría como una liberación celestial."

Sospecho que Arthur es uno de los escritores de revistas de ciencia ficción más ricos, ya que ha escrito varios éxitos de venta y ha participado en varias películas, incluido el primero de los grandes éxitos cinematográficos de ciencia ficción,
2001: Odisea del espacio.

Estuvo casado una vez durante poco tiempo, pero desde entonces ha llevado una tranquila vida de soltero. Fue un gran aficionado al submarinismo y en una de sus inmersiones estuvo a punto de morir.

49. Más familia

Volvamos al mundo de la posguerra: cuando mis desventuras laborales me llevaron a las filas de los desempleados y mis esfuerzos literarios eran brillantes pero poco productivos, entre mis padres y yo existía cierta frialdad. Durante algún tiempo, Gertrude y yo vivimos en el primer piso de la casa de dos plantas en la que residían mis padres. No era una solución muy cómoda y yo odiaba estar cerca de la tienda de caramelos. Así que cuando, en 1948, nos dijeron a Gertrude y a mí que disponíamos de un apartamento en una nueva y moderna urbanización llamada Stuyvesant Town, nos mudamos a Manhattan. No obstante, a mis padres les molestó y se enfadaron bastante conmigo. Naturalmente, su enfado no duró mucho.

Mi padre, con gran dolor de su corazón, me tomó por un fracasado después de lo prometedor que había sido, pero él conservaba otro as en la manga: mi hermano pequeño, Stanley. (Cuando éste se hizo adulto prefirió acortar su nombre a Stan, y yo lo acepto.)

Stan nació el 25 de julio de 1929. Era el primer miembro de nuestra familia que nacía en los Estados Unidos. El embarazo de mi madre y la necesidad de cuidar al nuevo bebé fue lo que hizo que yo tuviera que ocuparme de la tienda de caramelos. Además, tenía que pasar parte de mi tiempo ocupándome de Stan, dándole al biberón y paseándolo en el cochecito. En consecuencia, me parecía que Stan era mi bebé en vez del de mi madre, y todavía ahora confundo a Stan y a mi verdadero hijo, David, y tengo tendencia a cambiarles los nombres.

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