Read Memorias Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Biografía

Memorias (46 page)

BOOK: Memorias
2.16Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Después abrí el sobre y, por supuesto, era un premio especial para mí por mis artículos científicos de
F&SF
. Me quedé mirando estupefacto a la audiencia, indeciso, incapaz de terminar de pronunciar mi nombre y todos estallaron en carcajadas. (Tuve la sensación de que todos sabían lo que pasaba menos yo.)

Después le pregunté a George Scithers:

—¿Cómo pudiste pedirme que entregara los premios cuando iba a recibir uno?

—No íbamos a hacerlo hasta que Ted Sturgeon tuvo problemas y entonces decidimos que eras el único autor de ciencia ficción capaz de entregarse un premio a sí mismo sin sonrojarse —me respondió.

En 1966, la Convención Mundial se celebraba en Cleveland, donde once años antes, yo había sido el invitado de honor. Decidí asistir porque el comité concedería un Hugo a la mejor serie formada por tres o más novelas. Como ejemplo, citaban
El señor de los anillos
, de Tolkien, de tres volúmenes (cuatro si se cuenta
El Hobbit
). Esto era una indicación clara de que esperaban que ganara Tolkien, y la popularidad de sus libros era tal (yo los había leído cinco veces) que le consideré un ganador seguro, independientemente de la competencia.

No obstante, se nominaron otras series para que pareciera una verdadera competición:
Future History,
de Robert A. Heinlein;
Marte
, de Edgar Rice Burroughs;
Lensman
, de E. E. Smith, y mi serie de la Fundación. Era obvio que tenía que ir a Cleveland. Por lo general, los Hugo se valoran en función de la longitud de la narración, por tanto, los más valiosos son los que se conceden a la mejor novela del año. Pero en esta ocasión, por primera vez (y hasta ahora, también la última) había un premio para una serie de novelas “de todos los tiempos” y era, sin duda, el mejor del año. Por tanto, era el Hugo más valioso que se había concedido hasta la fecha (y a partir de ella). Estaba casi seguro de que la Fundación quedaría en último lugar, pero sólo el ser nominado ya era un honor, así que fui.

Esta vez me llevé a Gertrude y a los niños conmigo, lo que durante un tiempo pensé que podría resultar un error desastroso. El viaje en coche fue aburrido y cuando llegamos a Cleveland el hotel era muy viejo y la habitación bastante lamentable, casi sin espacio en el armario. Gertrude se lo tomó muy mal y yo auguraba un fin de semana absolutamente espantoso.

Por suerte, y de manera bastante fortuita, cuando nos dirigíamos bastante deprimidos hacia el mostrador de recepción, nos dimos de bruces con Harlan Elision y tuve la oportunidad de observar de cerca su encanto con las mujeres. En un instante tenía a Gertrude y a Robyn comiendo de su mano. Gertrude y yo nos quedamos con él prácticamente toda la noche y mi mujer disfrutó de la convención después de todo. Y si ella lo hizo, por supuesto, yo también.

En el banquete, los Hugo se entregaron en orden inverso de importancia, de manera que el premio a la serie de novelas se entregó el último. Cuando llegó este momento, Harlan sustituyó al maestro de ceremonias (aparentemente, había insistido en ello, y a nadie le gustaba contrariar a Harlan) y leyó la lista de nominados, omitiendo la serie de la Fundación. Le grité molesto, pero no me hizo caso y leyó el nombre del ganador. Era yo, por delante de Tolkien, Heinlein, Smith y Burroughs. Por eso él había insistido en hacer este anuncio, para ver mi cara.

Al principio pensé que era una de las típicas bromas de Harlan y me quedé sentado, molesto y con el ceño fruncido, hasta que me di cuenta de que de verdad había ganado y entonces puse la cara que Harlan había estado esperando. Era mi segundo Hugo y el más valioso de todos los que se habían dado. Todavía ganaría tres más, pero hablaré de ello en el momento adecuado.

A propósito, después de ganar el primer Hugo, hice notar a Doubleday que eso me incapacitaba para hacer ninguna otra antología ganadora de ese premio. (Esperaba que me liberaran de esa carga.) No obstante, este tipo de cosas nunca funcionan en mi caso. Recibí la respuesta habitual:

—No digas tonterías, Isaac.

99. Walker & Company

Los directores cambian de una editorial a otra. Algunas veces me llevan con ellos, como si fuera un virus.

Así, a principios de los sesenta, Edward Burlingame trabajaba para la editorial de libros en rústica New American Library (NAL), a las órdenes de Truman Talley. Escribí varios libros científicos para ellos. Uno fue
The Wellsprings of Life
, que fue publicado con tapa dura por Abelard-Schuman en 1960. Otros dos fueron
The Human Body
y
The Human Brain
(excelentes libros, si se me permite decirlo), cuya edición en tapa dura publicó Houghton Mifflin en 1963 y 1964 respectivamente.

Pero después se produjo una reorganización en NAL y Ed se marchó a Walker & Company. En esa época, yo había escrito un libro de tres volúmenes sobre física para adultos, llamado
Understandig Physics
, que NAL iba a publicar en rústica. Una vez que Ed se instaló en Walker & Company, se ofreció a hacer la versión en tapa dura, que apareció en 1966. También me convenció para que escribiera un libro de astronomía,
El Universo
, que fue publicado el mismo año. Así fue como Walker & Company pasó a publicar mis obras con regularidad.

Walker & Company es una pequeña editorial familiar, una especie en extinción. Papá es Samuel Walker, un caballero alto y educado, siempre sonriente. Mamá es su esposa, Beth Walker, una mujer alta y muy atractiva, con un gran sentido del humor. Es muy divertido y un gran placer bromear con ella.

Hace algunos años, por ejemplo, cuando perdí unos pocos kilos de peso, Beth me dio unas palmaditas en el abdomen y me dijo:

—Sigue así, Isaac, sigue así.

—Si hicieras eso y fuera joven, no podría —le respondí.

Cuando dejó de reírse (se ríe a carcajadas y de manera contagiosa), preguntó como lo hacen tantas mujeres:

—¿Por qué te sirvo la respuesta en bandeja?

(La contestación es sencilla. La única manera de no darme pie a responder es no decir nada.)

Walker & Company se convirtió en mi editorial para publicar libros no precisamente científicos. Hubo una época, por ejemplo, en que
The Sensuos Woman
, de J, y
The Sensuos Man
, de M, se vendían con gran éxito, aunque en mi opinión eran una porquería (a juzgar por lo poco que pude leer sin vomitar).

Beth inquirió:

—¿Por qué no escribes un libro verde?

—¿Sobre qué? ¿Sobre como ser un viejo verde? —pregunté yo.

—Estupendo —concluyó.

Así que escribí
The Sensuous Dirty Old Man
, que Walker & Company publicó en 1971. Lo terminé en un fin de semana y estaba repleto de juegos de palabras y citas equívocas, que le conferían un color “verde” que, en realidad, nunca llegó a tener. Lo escribí en el despacho de Janet, que no lo utilizaba los fines de semana (todavía no estábamos casados), y lo escondía nervioso cuando ella entraba. Pensaba que no lo aprobaría, pero la conocía muy poco. Le divierten los temas picantes tanto como a mí.

El libro se vendió muy mal. Era demasiado frívolo para mis lectores habituales y poco pornográfico (o nada en absoluto) para los lectores de literatura barata. En relación con este libro, hice una de las pocas cosas de las que estoy realmente arrepentido. La cubierta muestra una foto mía con los ojos tapados por un sujetador. Se presentaba al autor como el “Doctor A” para enlazar con las iniciales de los autores de los otros dos libros Sensuous. Pero mi verdadera identidad se reveló en cuanto se publicó el libro.

Sin embargo, Walker me preparó una entrevista en el programa de Dick Cavett y para mantener mi supuesto anonimato me hizo llevar realmente un sujetador sobre los ojos. No sé por qué acepté. Por supuesto, me lo quité al poco de empezar la entrevista, pero no antes de haberme puesto en ridículo ante una gran audiencia.

Después, a principios de 1975, empecé a escribir una gran cantidad de poemas jocosos. En mi juventud ya había escrito de vez en cuando quintillas jocosas, pero en 1975 mi adición se convirtió en un vicio, como si fuera un adicto. No estoy seguro del porque.

Quizá fuera debido a que era una forma de verso con reglas rigurosas de metro y rima. Me repugnaba la poesía moderna porque no podía entenderla (y, peor todavía, no había nada en ella que me incitara a entenderla) y porque desdeñaba sus ideas sobre la libertad métrica de un poema. (Robert Frost decía que los versos libres eran como jugar al tenis sin red y yo estaba de acuerdo.) Por tanto, quería imponerme unas reglas, puesto que un poema jocoso bien hecho sería un desafío y un logro mayor.

Me impuse otra restricción. Estos poemas tenían que ser obscenos y olvidé mi resolución de no utilizar vulgarismos para hacer buenos versos. Sin embargo, mantuve la firme determinación de que mis poemas fueran algo más que “verdes”. Tenían que ser inteligentes, más inteligentes que verdes. Eso los hacía todavía más difíciles de escribir.

Durante algún tiempo combatí el insomnio creando estos poemas. Si no podía dormir, componía versos. Si me salían bien, me reía a carcajadas (y aunque consiguiera ahogarlas, mi cuerpo se estremecía y sacudía la cama). Janet se despertaba y le recitaba el poema que acababa de componer.

—Escríbelo —me insistía.

Pero no le hacía ni caso. Le aseguraba que lo recordaría y me dormía. Por la mañana, desde luego, lo recordaba.

Cuando tuve cien poemas los entregué (con notas, por supuesto) a Walker & Company y los publicaron como
Lecherous Limericks
en 1975. a finales de los setenta había escrito otros cuatro libros de poemas obscenos (dos en combinación con el poeta John Ciardi). Escribí también otros dos libros de poemas, no obscenos.

En total, publiqué cerca de setecientos poemas y después se me pasó la fiebre y no escribí más, excepto alguno de manera ocasional, a petición de mujeres por lo general.

Los libros casi no se vendieron. De todas maneras este tipo de literatura nunca se vende bien y en mi caso, una vez más, me había quedado entre dos aguas. A mis lectores no les interesaban los poemas, y los aficionados a este tipo de versos no los encontraban lo bastante obscenos. No importa. Fue divertido mientras duró.

No voy a sucumbir al impulso de citar varias docenas de mis poemas jocosos favoritos, pero reproduciré uno que escribí sobre John Ciardi y yo mismo (exagerando, por supuesto):

There is something about satyriasis

That arouses psychiatrits’ biases.

But we’re both of us pleased

We’re in this way diseased,

As the damsel who’s waiting to try us is.

[Hay algo en la satiriasis / que hace surgir prejuicios en los psiquiatras. / Pero nosotros dos estamos encantados / nosotros estamos contagiados por esta enfermedad, / como lo está la doncella que espera ponernos a prueba. ]

Mientras tanto, una nueva directora de Walker & Company, Millicent Selsam (una conocida autora de temas de biología para gente joven) me propuso que escribiera un libro cuyo título fuera
How Did We Find Out the Earth is Round?
(La Tierra es redonda). Debía tener siete mil quinientas palabras e ir dirigido a jóvenes de diez a doce años.

Pensé que era una gran idea. Lo hice a toda velocidad y se publicó en 1973. Se vendió bien y Millicent me propuso que escribiera más libros de ese tipo. Al final se publicó una serie de pequeñas narraciones científicas sobre temas que van desde los volcanes a los agujeros negros, desde los átomos a la superconductividad. Hasta ahora he escrito treinta y cinco de estos libros y la serie, en conjunto, ha tenido mucho éxito.

Por el momento, he publicado sesenta y seis libros con Walker & Company. Es la segunda editorial, después de Doubleday, que ha publicado más libros míos y ocupa el mismo puesto en cuanto a pago de derechos de autor.

Me gusta recordar las cosas agradables que dicen los editores de mí. En cierta ocasión, cuando me tenían que pagar los derechos de autor en febrero de 1978, en medio de una tormenta de nieve, llamé a Sam Walker para decirle:

—Iré a por el cheque en cuanto mejore el tiempo. No hay prisa.

Pero a Sam no le pareció bien. Entregó las cuentas y el cheque con esquís.

Beth me dijo una vez:

—Es extraño, pero eres nuestro mejor autor y también el más simpático.

Sé porque pensaba que era extraño. Todos los creadores artísticos, una vez que alcanzan la categoría de “estrellas”, se vuelven criticones, exigentes y, en general, desagradables. Al principio de mi carrera me juré a mí mismo que si alguna vez alcanzaba la fama no me convertiría en su prisionero. Excepto algunos pequeños deslices que he tenido en mis ataques de furia, he cumplido esta resolución.

En cierta ocasión, Patricia van Doren, de Basic Books, me invitó a almorzar, y en el restaurante nos encontramos con Robert Banker, de Doubleday.

Robert le dijo:

—Cuídelo bien, señorita Van Doren. Es el autor favorito de Doubleday.

—No se preocupe, señor Banker, también es el autor favorito de Basic Books —le respondió Pat con arrogancia.

No puedo evitar que me gusten las observaciones agradables como éstas, y tampoco puedo dejar de mencionarlas.

Una última palabra. Walker & Company me sirvió de otra manera inusual. Pero de eso hablaré más adelante.

100. Mis fracasos

No todos mis proyectos de los años sesenta fueron éxitos.

En 1961 la World Book Encyclopedia me pidió que me uniera a un equipo que iba a escribir su anuario. Éramos siete y cada uno se encargaría de un aspecto de los avances del año. Así, James
Scotty
Reston haría los asuntos nacionales; Lester Pearson, de Canadá, asuntos internacionales; Red Smith, deportes; Sylvia Porter, economía; Alistair Cooke, cultura y Lawrence Cremin, educación.

Yo tenía que escribir acerca de las ciencias. El trabajo era sencillo, un artículo de dos mil palabras cada año. Pagaban bien, dos mil dólares. Todavía no había llegado el momento en que podía cobrar de manera rutinaria un dólar por palabra y ese dinero me parecía muchísimo.

Puse una sola condición: no viajar.

Estuvieron de acuerdo, pero el pacto era una farsa. Me convencieron para ir a Chicago y después a Virginia Occidental. Finalmente, en 1964, pretendieron que fuera a las Bermudas y me negué en redondo.

BOOK: Memorias
2.16Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Spanish Nights by Valerie Twombly
Laughing Fate by Means, Roxy Emilia
Patricide by Joyce Carol Oates
Booty for a Badman by L'amour, Louis - Sackett's 10
Heir to Sevenwaters by Juliet Marillier
Nairobi Heat by Mukoma Wa Ngugi
A Fool's Knot by Philip Spires
The Oath by Tara Fox Hall