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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Biografía

Memorias (7 page)

BOOK: Memorias
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Esto quiere decir que a partir de los seis años me quedé sin la posibilidad de tener unos padres tradicionales: una madre que se quedaba en casa, que pasaba horas en la cocina, que estaba disponible si se la necesitaba para esto o aquello, y un padre que aparecía al terminar el trabajo y que hacía cosas contigo los fines de semana.

Por otra parte, siempre sabía dónde estaban. Estaban en la tienda y siempre podía encontrarlos. Esto, supongo, me proporcionaba seguridad.

Cuando tenía nueve años y mi madre se quedó embarazada de nuevo, tuve que trabajar. Mi padre no tuvo elección. Y, una vez en la tienda, no la dejé hasta que me fui de casa y me sustituyó mi hermano, que después de todo había sido la causa de mi esclavitud. (No es que yo creyera que era una esclavitud, como explicaré brevemente.)

Lo que resultaba realmente extraordinario de la tienda de caramelos era la cantidad de horas que estaba abierta. Mi padre la abría a las seis de la mañana, lloviera, saliera el sol o nevara, y la cerraba a la una de la madrugada. Dormía sólo cuatro o cinco horas por la noche. Recuperaba el sueño durmiendo todos los días una siesta de dos horas después de comer. Esto era todos los días, incluidos sábados, domingos y festivos. Cuando abríamos una nueva tienda (tuvimos unas cinco, una tras otra) en un vecindario judío, cerrábamos en las fiestas judías más importantes, para procurar no herir sus sentimientos, pero casi siempre estuvimos en vecindarios no judíos y entonces no lo hacíamos. En realidad, las pocas veces que se cerró, recuerdo que me sentí muy incómodo por ello, como si fuera un fenómeno sobrenatural. Me sentía aliviado cuando se volvía a abrir la tienda y nuestra vida recobraba la normalidad.

¿Cómo me afectó el pasar tantas horas allí?

Por el lado negativo, mi tiempo libre se redujo casi por completo.

Cualquier esperanza de hacer vida social se desvaneció, incluso durante mi adolescencia, y en la época en que debería haber descubierto a las mujeres sólo pude hacerlo desde lejos.

En la escuela nunca pude participar en las "actividades extraescolares" ni hacerme miembro de alguno de los clubes o equipos vespertinos, porque tenía que volver a casa y estar en la tienda. Esto perjudicó mi expediente. En el instituto nunca estuve en el cuadro de honor porque no participaba en esas actividades, pero nunca intenté utilizar como excusa mi situación familiar. Hubiese parecido como si me quejara de mis padres, y no quería hacerlo.

Y no me arrepiento.

Tendría que haber sido mucho menos inteligente de lo que era para no darme cuenta de que la tienda de caramelos era lo que se interponía entre nosotros y el desastre. También tendría que haber sido un ser humano mucho peor de lo que creo ser para haber sido capaz de ver lo duro que trabajaban mis padres sin echarles una mano.

Pero es más que eso. Hay una parte positiva. Todas aquellas horas debieron de ser de mi agrado ya que más adelante, a lo largo de mi vida, nunca adopté la actitud de "he trabajado muy duro en mi infancia y mi juventud y ahora me lo voy a tomar con calma y dormir hasta el mediodía".

Al contrario, he mantenido el horario de la tienda de caramelos toda mi vida. Me despierto a las cinco de la mañana. Me pongo a trabajar tan pronto y tanto como puedo. Hago esto todos los días de la semana, incluidos los festivos. No cojo vacaciones por voluntad propia y trato de trabajar incluso cuando estoy de vacaciones. (También incluso cuando estoy en el hospital.)

En otras palabras, sigo estando siempre en la tienda de caramelos. Por supuesto que no estoy esperando a los clientes, no recibo dinero ni doy las vueltas; no estoy obligado a ser cortés con todo el que entra (en realidad nunca lo fui del todo). En vez de eso, hago cosas que me gustan mucho, pero el horario está ahí; el horario que creció dentro de mí y contra el que quizás usted creyera que me iba a rebelar en cuanto tuviera la oportunidad.

Sólo puedo decir que la tienda de caramelos ofrecía ciertas ventajas que no tenían nada que ver con la mera supervivencia, sino más bien con la felicidad desbordante, y esto estaba tan relacionado con las largas horas que pasé allí como para recordarlo con agrado el resto de mi vida. Ahora explicaré lo que quiero decir.

13. Folletines

En los años veinte y treinta no había televisión y prácticamente no había tebeos. (Estaba la radio, y programas del tipo
Amos ‘s’Andy
, fueron, durante una época, auténticas obsesiones nacionales.) Sin embargo, en conjunto, los apasionados por la comida basura para la mente se alimentaban de "folletines de todo tipo de géneros". Estaban hechos con pastas de papel baratas que no duraban mucho, amarilleaban y se deshacían con rapidez. Sus cantos y su superficie eran ásperos, en comparación con los de las "revistas satinadas" cuya superficie era suave, el papel mejor y que, en mi opinión, eran mejor alimento para la mente.

Los folletines aparecían una vez al mes, en algunos casos dos y casi nunca eran semanales. Al principio eran obras eclécticas que ofrecían novelas melodramáticas de muchos tipos (como por ejemplo
Argosy
y
Blue Book
), pero con el tiempo resultó que la gente prefería los géneros especializados.

El lector quería historias de detectives, de amor, del oeste, de guerra, de deportes, de terror, de la selva, o de cualquier otro tipo que a menudo excluía a todos las demás. Por tanto, compraba revistas dedicadas exclusivamente al género que quería.

Quizá los que tuvieron más éxito fueron los folletines de los superhéroes. Estaba, por supuesto, el héroe más grande de todos, la Sombra que, dos veces al mes frustraba a los malvados con su risa extraña y su habilidad para moverse como un fantasma. Estaba Doc Savage, el
hombre de bronce,
y sus cinco ayudantes, a veces muy graciosos. Estaban también el Hombre araña, el Agente secreto X y Operador 5; y G—8 y sus Ases luchadores, que derrotaban sin ayuda, un mes tras otro, a la Alemania del káiser y frustraban las terribles maquinaciones científicas del sabio alemán Herr Doctor Krueger.

De estas novelas era de lo que mi padre trataba de salvarme cuando me sacó el carné de la biblioteca, y en principio tenía razón, porque no podía saber el uso que yo haría de (no, no voy a llamarle basura de nuevo, porque le debo demasiado) estos garabatos de bajo nivel cultural.

Pero en cuanto empecé a trabajar en la tienda, fue difícil mantenerme alejado de los folletines y cada vez protestaba más cuando pedía permiso para leerlos. Sostenía que mi padre leía la Sombra constantemente. Mi padre replicaba que estaba intentado leer inglés y que yo ya sabía bastante y podía hacer cosas mejores. Tenía razón, pero yo insistí en mis peticiones y mi padre finalmente se rindió, así que añadí los folletines a las lecturas de la biblioteca.

Estos folletines que me proporcionó la tienda de caramelos fueron lo que más aprecié, mucho más que cualquier otra cosa; lo que me reconcilió con el trabajo, con las horas perdidas y con todo lo que pudiera parecer pesado; lo que me identificó con un modo de vida, incluso después de que la tienda hubiera desaparecido. Si no hubiese estado en la tienda, probablemente no me podría haber permitido comprar estas revistas. De hecho, las leí todas, esforzándome por devolverlas intactas a las estanterías para que pudieran venderlas.

A los dieciséis años ya estaba listo para empezar mi carrera de escritor, había leído con la misma voracidad los "libros buenos" de la biblioteca y el "material de poca calidad" de los folletines. ¿Qué fue lo que más influyó en mi profesión de escritor?

Lo siento, fueron los últimos.

Quería escribir para los folletines, o para un determinado tipo de ellos (ya llegaré a eso) y por tanto trataba de imitar el estilo de esas historias. En mi inocencia, pensaba que ésa era la forma de escribir.

Por consiguiente, mis primeras obras fueron realmente folletinescas. Estaban llenas de adjetivos y adverbios. Los personajes "gruñían" en vez de "hablar". Había mucha acción, los diálogos eran afectados y carecían de caracterización. (No creo que supiera lo que significaba esta palabra.)

Lo extraño es que mis primeros relatos, o al menos algunos de ellos, fueron publicados. Lo achaco a dos cosas. Primera, estas revistas devoraban el material con tanta velocidad que los niveles de calidad tenían que ser muy bajos o si no, no podían publicar. Eran lo bastante bajos como para incluirme a mí.

Segunda, el género concreto de folletines que me interesaba como escritor era el menos difundido y más solicitado y en el que, en definitiva, tenía más probabilidades de introducirme. Da la casualidad de que con el tiempo han subido mucho los niveles de calidad literaria de mi medio en concreto, y soy muy consciente (como digo con frecuencia) de que si empezara ahora siendo un adolescente, dotado con el talento que tenía en esa época, probablemente no podría introducirme en el género.

Es muy importante estar en el lugar adecuado en el momento oportuno.

Resulta evidente que no seguí siendo "folletinesco". Mi forma de escribir mejoró con el tiempo y ese estilo fue desapareciendo, aunque no del todo. Sospecho que una mirada atenta a mi obra podría detectar, incluso en la actualidad, estos antecedentes. Ya lo lamento, pero lo hago lo mejor que puedo.

Debo puntualizar ciertos detalles acerca de los folletines, ahora que estoy en ello. Se popularizaron en los días anteriores a la Segunda Guerra Mundial, y en aquella época el racismo y los estereotipos raciales se hallaban profundamente arraigados en la sociedad estadounidense. Hasta la Segunda Guerra Mundial y la lucha contra el racismo de Adolf Hitler, los norteamericanos no consideraron poco elegante expresar opiniones racistas.

Con esto no quiero decir que el racismo desapareciera después de la Segunda Guerra Mundial, sino que el ejemplo de Hitler acabó con su respetabilidad, excepto para los trogloditas que siempre quedan entre nosotros. La gente sigue sintiéndose racista en algunos aspectos, pero procuran no decirlo y, si son buenas personas (y la mayoría lo son), tratan de combatirlo en su interior.

Los folletines anteriores a la guerra eran abiertamente racistas, y era un hecho aceptado por todo el mundo. Incluso los escogidos como víctimas lo aceptaban. Había muy poca militancia entre las minorías, muy poca agresividad.

Así que los héroes de esta literatura eran siempre buenos americanos originarios de la Europa noroccidental.

Por lo que respecta a los demás, caso de que se los mencionara, los italianos eran organilleros mugrientos, los rusos, místicos soñadores, los griegos, gente informal de piel aceitunada, los judíos, personajes cómicos cuando se mostraban ávidos de dinero, los afroamericanos, tipos que, además de cómicos cuando el argumento lo requería, también eran cobardes o asesinos. Los chinos eran astutos y crueles (era la época en que el doctor Fu Manchú era un villano aceptado sin reservas). Todos, menos los europeos noroccidentales, hablaban con acentos cerrados que no se escuchaban en la vida real. (Si vamos a eso, las películas de la época no eran mejores, y muchas, si se vieran en la actualidad, resultarían terriblemente vergonzosas para los espectadores cultos.)

Incluso yo lo aceptaba todo.

Sin embargo, cuando me llegó el momento de escribir, no importa lo folletinescos que fueran mis relatos, siempre evité los estereotipos. Me lo debía a mí mismo. Pero todos mis personajes tenían nombres como Gregory Powell, Mike Donovan y otros parecidos. Hasta más tarde no empecé a permitirme utilizar nombres étnicos.

Los folletines tenían otra característica bastante curiosa. Aunque las mujeres eran siempre amenazadas por los malos, la naturaleza de la amenaza nunca se indicaba explícitamente. Era una época de gran represión sexual y en las "revistas familiares" sólo se podía hablar muy de lejos de los actos y amenazas sexuales. Por supuesto, a nadie le preocupaba que hubiera una exhibición constante de violencia y sadismo; eso se consideraba adecuado para toda la familia, pero no el sexo.

Dicha característica reducía a las mujeres a maniquíes que nunca participaban de forma activa en el argumento. Estaban allí para ser (anónimamente) amenazadas, capturadas, atadas, hechas prisioneras y, por supuesto, rescatadas ilesas.

Las mujeres estaban sólo para que los malos fueran peores y los héroes más heroicos. Y cuando eran rescatadas, su papel era completamente pasivo: consistía fundamentalmente en gritar. No puedo recordar (aunque estoy seguro de que habrá algún caso excepcional) a ninguna mujer tratando de participar en la pelea y ayudar al héroe, ni cogiendo un palo o una piedra e intentando dar un golpe al malo. No, eran como esas ciervas que siguen paciendo despreocupadamente mientras esperan que los machos dejen de pelear para saber a qué harén pertenecerán ellas.

Dadas esas circunstancias, a todo macho vigoroso que leyera estos relatos (como yo) le exasperaba la aparición de personajes femeninos. Sabiendo de antemano que no iban a ser más que obstáculos, yo hubiera querido eliminarlas. Recuerdo haber escrito cartas a las revistas quejándose de los personajes femeninos, lamentándome de su mera presencia.

Esta fue una de las razones (aunque no la única) de que en mis primeras obras no hubiera mujeres. En la mayoría de las ocasiones las dejaba fuera.

Era un error, por supuesto, y otro indicio de mis orígenes folletinescos.

14. La ciencia ficción

Uno de los géneros de los folletines era la "ciencia ficción", el menor y menos considerado. Surgió en el mundo del folletín en forma de
Amazing Stories
, cuyo primer número apareció en abril de 1926. Su director, y por lo tanto el padre fundador de la ciencia ficción en revista, Hugo Gernsback, lo llamó "cientificción", una horrible palabra híbrida.

Fue despedido de su puesto de director en 1929 y siguió adelante fundando ese mismo verano dos revistas competidoras,
Science Wonder Stories
y
Air Wonder Stories
, que pronto se fusionaron para formar
Wonder Stories
. En estas revistas utilizó por primera vez el término "ciencia ficción".

La presencia de la palabra "ciencia" en la nueva revista fue un regalo del cielo para mí. Me las arreglé para engañar a mi ingenuo padre y que creyera que una revista titulada
Science Wonder Stories
trataba de ciencia. Las revistas de ciencia ficción fueron, por lo tanto, los primeros relatos folletinescos que me permitieron leer. Puede que ésta sea en parte la razón por la que, cuando llegó el momento de convertirme en escritor, eligiera éste genero.

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