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Authors: François Truffaut

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El cine según Hitchcock (5 page)

BOOK: El cine según Hitchcock
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La segunda escena que tengo que rodar será en San Remo. Se trata de la indígena que va a suicidarse y Levett, el malo de la historia, debe avanzar hacia el mar, asegurarse de que la chica está muerta manteniendo su cabeza bajo el agua y luego traer su cuerpo a la orilla diciendo: «He hecho todo lo que he podido para salvarla.» Las escenas siguientes se desarrollarán en el lago de Como, en el hotel de la Villa del Este… Luna de miel… Escenas de amor en el lago… Dulce idilio… Mi mujer, que todavía no lo era, se lo repito, está en el andén de la estación conmigo y hablamos. No puede venir con nosotros. Su misión —como usted sabe ella es así de pequeña y tenía veinticuatro años por entonces— era la de ir a Cherburgo a esperar a la vedette del film, que llegaba de Hollywood. Se trataba de Virginia Valli, una gran estrella, la mayor vedette de la Universal, que interpretaba el papel de Patsy. Mi prometida debía recibirla en Cherburgo al descender del barco «L'Aquitaine», llevarla a París, comprarle el vestuario y venir con ella a la Villa d'Este. Nada más.

El tren debe salir a las ocho. Son las ocho menos dos minutos. El actor Miles Mander, me dice: «Dios mío, he olvidado mi caja de maquillaje en el taxi», y se va corriendo. Yo le grito: «Estaremos en el hotel Bristol, en Génova. Tome el tren mañana por la noche, puesto que no rodamos hasta el martes.» Le repito que era el sábado por la noche y que nosotros debíamos llegar a Génova el domingo por la mañana para preparar el rodaje.

Son las ocho… El tren no sale. Pasan unos minutos…

Son las ocho y diez. El tren arranca lentamente. Hay un gran alboroto en la barrera de control y veo a Miles Mander que salta por encima de la barrera, perseguido por tres empleados de la estación. Ha encontrado su maquillaje y por los pelos consigue saltar en el último vagón.

Este fue mi primer drama en el cine. ¡Pero esto no hace más que empezar! El tren corre. No tengo a nadie para llevar la contabilidad y debo ocuparme de ella. Es casi más importante que dirigir la película… El dinero me preocupa mucho. Vamos en literas. Llegamos a la frontera austro-italiana. Entonces Ventigmilia me dice: «Tenga mucho cuidado, porque llevamos la cámara, pero de ninguna manera debemos declararla; si no, nos exigirán los derechos por cada objetivo. —¿Pero por qué, cómo?— La compañía alemana nos ha recomendado que pasáramos la cámara de contrabando. Entonces preguntó «¿Dónde está la cámara?» El me responde: «Debajo de su litera.» Como sabe, siempre he tenido miedo de los policías; entonces empiezo a sudar y me entero a la vez de que hay diez mil pies de película virgen en nuestros equipajes y que tampoco hay que declararlos… Aparecen los aduaneros y se crea un enorme suspense para mí. No encuentran la cámara, pero descubren la película y, como no la habíamos declarado, la confiscan.

Llegamos a Génova el domingo por la mañana y, claro está, sin película. Todo el día hacemos gestiones para tratar de encontrar alguna. El lunes por la mañana digo: «Hay que mandar al operador de actualidades a
Milán
para que compre película en Kodak.» o me lío con mi contabilidad; es una confusión terrible entre las liras, los marcos y las libras… El operador vuelve al mediodía y trae película por una suma de veinte libras. Mientras, los diez mil pies de película que fueron confiscados en la frontera han llegado y nos esperan en la aduana, donde debo pagar los derechos. He desperdiciado pues veinte libras, que representan mucho en nuestro presupuesto, porque tenemos el dinero justo para el rodaje de estos exteriores.

El martes, el barco leva anclas al mediodía. Es un enorme buque que va a América del Sur, el «Lloyd Prestiño». Hay que alquilar un vaporcito para ir y venir, lo que cuesta diez libras más. Al fin todo se arregla. Son las diez y media y me saco la cartera para dar una propina al hombre del vaporcito. La cartera está vacía; no tengo ni cinco.

Han desaparecido diez mil libras. Vuelvo al hotel y busco en todas partes, hasta debajo de la cama… No encuentro el dinero. Voy a la policía y le digo: «Ha debido de entrar alguien en mi habitación esta noche, mientras dormía… y me digo sobre todo a mí mismo: «Afortunadamente no te has despertado porque seguro que el ladrón te habría apuñalado…» Me siento muy desgraciado, pero recuerdo que tenemos que rodar y, con la emoción que me embarga ante la idea de dirigir mi primera secuencia, olvido el dinero.

Cuando se acaba, me siento abrumado de nuevo y pido prestadas diez libras al operador y quince a la vedette. Sé que no será suficiente. Entonces escribo a Londres, pidiendo un anticipo de mi salario, y escribo también a la compañía alemana, a Munich: «Necesitaría quizá un poco de dinero suplementario.» Pero esta segunda carta no me atrevo a echarla, porque me pueden responder: «¿Cómo puede saber, ya, que necesitará dinero suplementario?» Así que sólo mando la carta para Londres.

Después volvemos al hotel Bristol, almorzamos y emprendemos viaje a San Remo. Después del almuerzo, salgo a la acera y allí están mi operador Ventigmilia, la chica alemana que debe hacer de indígena que se tira al agua y el operador de actualidades, que ha acabado ya su trabajo y debe regresar a Munich. Están allí los tres, con las cabezas juntas, en solemne conversación. Entonces me acerco a ello y les digo: «¿Algo va mal?»

—Sí, la chica, que no puede entrar en el agua. —¿Qué quiere decir eso de que no puede entrar en el agua? —
No puede
entrar en el agua, ¿no comprende?

Yo insisto: «No, no comprendo, ¿qué quiere decir eso?» Y allá, en la acera, los dos operadores se vieron obligados a explicarme lo del período de menstruación, etcétera. En toda mi vida jamás había oído hablar del tema. Entonces, con la gente que pasa delante de nosotros, me cuentan todos los detalles, yo escucho atentamente y, cuando acaban de contármelo, estoy enojado todavía, fastidiado, pensando en todo el dinero que he desperdiciado, las liras, los marcos, llevando a esta chica con nosotros. Muy enojado, digo: «Pero ¿por qué no pudo decirnos esto en Munich hace tres días?» La reexpedimos con el operador y partimos hacia Alassio.

Encontramos otra chica, pero, como está un poco más gorda que nuestra alemana «indispuesta», mi actor no consigue llevarla en brazos; siempre la deja caer. Hay un centenar de mirones que se parten de risa. Cuando al fin consigue llevarla, ¡una viejecita que recogía conchas cruza el encuadre mirando la cámara de frente!

Ya estamos en el tren que nos conduce a la Villa del Este. Estoy muy nervioso porque la vedette de Hollywood, Virginia Valli, acaba de llegar. No quiero que sepa que es mi primera película. Lo primero que digo a mi prometida es: «¿Tienes dinero? —No. —¿Pero no tenías? —Sí, pero ella llegó con la otra chica, una actriz que se llama Carmelina Geraghty; yo quería llevarlas al hotel Westminster, en la calle de la Paz. Han insistido con el Claridge…» Entonces cuento a mi prometida mis propios problemas. En fin, empiezo a rodar y todo marcha sin dificultades. Las escenas van bien. En aquella época, las escenas con luz de luna se rodaban a pleno sol y se hacía colorear el film de azul. Después de cada toma, miraba a mi prometida y le preguntaba: «¿Va bien, funciona?».

Ahora ya tengo valor para mandar un telegrama a Munich diciendo: «Creo que necesitaré dinero suplementario ». Entretanto, recibo un giro de Londres, el famoso anticipo de mi salario. Y el actor, muy avaro, reclama el dinero que me había prestado. Yo le digo: «¿Por qué?» Y me responde: «Porque el sastre me reclama un adelanto sobre mi traje». No era verdad.

El suspense continúa. Recibo bastante dinero de Munich, pero la cuenta del hotel, los alquileres de barcos de vapor en el lago y toda clase de cosas me preocupan sin cesar. Estoy muy nervioso. Estamos en la víspera de la salida. No sólo no quiero que la vedette sepa que es mi primera película, sino que no quiero que sepa que no tenemos dinero y que somos un equipo en la miseria. Entonces hago una cosa realmente fea: con una evidente mala fe, deformo los hechos, censurando a mi prometida por haber traído consigo a la amiga de Virginia. «Por consiguiente, le digo, ve a ver a la vedette y pídele doscientos dólares». Y ella fue y me los trajo. Así conseguí pagar la cuenta del hotel y los billetes para las literas. Vamos a coger el tren; tendremos que cambiar en Suiza, en Zurich, para estar en Munich al día siguiente. Llegamos a la estación y me hacen pagar por exceso de equipaje, porque las dos americanas tenían baúles así de grandes… y ahora casi no me queda ya nada de dinero… Vuelvo a mis cálculos, a la contabilidad, y como usted ya sabe, hago encargarse de todo el sucio asunto a mi prometida. Le digo: «Podrías ir a preguntar a las americanas si quieren cenar». Estas responden: «No, hemos traído
sandwichs
del hotel porque no nos fiamos de la comida de estos trenes extranjeros». Gracias a ello, pudimos cenar. De nuevo rehago minuciosamente mis cuentas y advierto que en el cambio de las liras por francos suizos vamos a perder algún dinero. Y estoy inquieto también porque el tren lleva retraso. Tenemos que cambiar en Zurich. Son las nueve de la noche y vemos un tren que sale de la estación. Es el nuestro… ¿Nos veremos obligados a pasar una noche en Zurich con tan poco dinero? Entonces el tren se detiene y el suspense llega más allá de cuanto puedo soportar. Los mozos se apresuran, pero los evito —demasiado caros— y yo mismo cojo las maletas. Usted sabe que en los trenes suizos las ventanas no tienen marco, y entonces el fondo de la maleta se estrella contra la ventana y «¡bang!» Es el ruido más fuerte de rotura de cristales que jamás he oído en mi vida.

Los empleados llegan corriendo: «Por aquí, señor, síganos». Me llevan al despacho del jefe de estación y debo pagar el cristal roto: treinta y cinco francos suizos. Por fin, conseguí pagar el cristal y llegué a Munich con un solo penique en el bolsillo. ¡Así fue mi primer rodaje en exteriores!

F.T.
¡Es una historia más accidentada todavía que el guión! Hay, sin embargo, una contradicción que me intriga. Dice usted que era completamente inocente en esa época y que lo ignoraba todo sobre cuestiones sexuales. No obstante, las dos chicas de
Pleasure Garden
, Patsy y Jill, están filmadas como una pareja. Una está en pijama, la otra en camisón, etc. En
The Lodger (El enemigo de las rubias)
, esto será todavía más evidente. En un camerino de «musichall», una rubita se refugia en las rodillas de una morena de aspecto varonil. Me parece que, desde sus primeros films, le fascinaba lo anormal.

A.H.
Es verdad, pero en esa época de una manera superficial, no era realmente en un sentido profundo. Yo era muy puro, muy inocente. El comportamiento de las dos chicas de
Pleasure Garden
procede de una primera experiencia en Berlín, en 1924, cuando era ayudante. Una familia muy respetable me había invitado a salir una noche con el director. La joven de esta familia era la hija de uno de los propietarios de la U.F.A. Yo no comprendía el alemán. Después de cenar fuimos a parar a un night-club, en el que los hombres bailaban entre ellos y las mujeres entre ellas. Al final de la velada, dos alemanas nos acompañaron a la chica y a mí en coche. Una tenía diecinueve años y la otra treinta. Delante del hotel, como yo me quedaba en el coche, me dijeron: «Come on». Discutimos en una habitación del hotel y a cada proposición yo decía: «Nein… Nein…» Habíamos bebido varios coñacs… Al final las dos alemanas se metieron en la cama y, curiosamente, la chica que estaba con nosotros se puso las gafas para mirarlas. Era una encantadora velada familiar.

F.T.
Sí, ya veo… Así pues, ¿toda la parte de estudio de
Pleasure Garden
se rodó en Alemania?

A.H.
Sí, en los estudios de Munich, y cuando el film estuvo acabado Michael Balcon vino de Londres para verlo.

Al final se veía a Levett, el malo, que se había vuelto loco; amenazaba matar a Patsy con una cimitarra y el médico de la colonia aparecía con un revólver. Hice lo siguiente: tenía el revólver en primer plano y en último término al loco y a la protagonista. Entonces el médico dispara a distancia, la bala llega al loco, lo hiere, lo lastima y, súbitamente, le devuelve la razón. Levett se vuelve hacia el médico, con aspecto completamente normal, y dice: «¡Ah! Buenos días, doctor», con gran naturalidad. Después nota que pierde sangre, mira la sangre, mira al médico y le dice: «¡Oh!, mire». Luego se derrumba y muere.

Durante la proyección de esta escena, uno de los productores alemanes, un tipo muy importante, se levantó y dijo: «No puede mostrar una escena así; es imposible, es increíble, es demasiado brutal». Acabada la proyección, Michael Balcon exclamó: «Lo que me sorprende de esta película es que, técnicamente, no se parece a una película continental, sino a una película americana».

La prensa fue muy buena. El
London Daily Express
tituló hablando de mí: «Un joven con cerebro de maestro » («Young man with a master mind»).

F.T.
Al año siguiente, rodó usted su segundo film:
The Mountain Eagle (El águila de la montaña)
, en estudio, con exteriores en el Tirol…

A.H.
Era una mala película. Los productores trataban siempre de penetrar en el mercado americano. Buscaban una nueva estrella de cine y, para interpretar el papel de una maestra de pueblo, me mandan a Nita Naldi, que era la sucesora de Theda Bara, con unas uñas hasta allá. Completamente ridículo…

F.T.
Tengo aquí un resumen del guión… Se trata de un jefe de almacén que persigue a la joven maestra, indiferente a sus deseos; ella se refugia en la montaña, bajo la protección de un ermitaño que acaba casándose con ella. ¿Era esto?

A.H.
¡Desgraciadamente!

2

The Lodger
(El enemigo de las rubias): El primer auténtico «Hitchcock picture» — Una forma puramente visual — Un suelo de cristal — Esposas y sexo — Por qué salgo en mis películas —
Downhill

Easy Virtue

The Ring
(El ring) — Jack one Round —
The Farmer's Wife

Champagne
(Champagne) — Un poco como Griffith —
The Manxman
, mi última película muda — El rectángulo de la pantalla debe estar cargado de emoción

FRANÇOIS TRUFFAUT
The Lodger (El enemigo de las rubias)
es su primera película importante…

ALFRED HITCHCOCK
Esto ya es otra historia.
The Lodger
fue el primer auténtico «Hitchcock picture». Vi una obra de teatro titulada «¿Quién es?», basada en la novela de Mrs. Belloc Lowndes,
The Lodger
. La acción transcurría en una casa de Habitaciones amuebladas y la propietaria de la casa se preguntaba si el nuevo inquilino era un asesino conocido por el nombre de Avenger, o no. Una especie de Jack el Destripador. Lo traté de manera muy simple, siempre desde el punto de vista de la mujer, la propietaria. Después han hecho dos o tres «remakes» demasiado laboriosos.

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