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Authors: Lee Correy

Tags: #Ciencia ficción

La morada de la Vida (11 page)

BOOK: La morada de la Vida
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—Capitán, aquí Spock. El transporte de la muestra sanguínea ha concluido.

—¿Algún problema, Spock?

—Ninguno, señor, excepto el habitual problema de intentar operar a través de la increíble cantidad de actividades de transportación del planeta.

—Bueno, aquí utilizan los transportadores para ir a cualquier parte —señaló Kirk—. Sólo podemos esperar que los guardianes no estuvieran controlando nada que fuera transferido desde ese claro. Haga que el doctor M'Benga se ponga a trabajar en esa muestra de sangre lo antes posible, y le transmita los datos al doctor McCoy cuando haya terminado.

En uno de los recorridos realizados por Celerbitan, Orun había insistido en que los cuatro miembros de la
Enterprise
adquirieran armas.

—Van abiertamente desarmados —señaló Orun—. ¿Saben qué significa eso?

—Orun, ya le he dicho que estamos armados —le recordó Kirk—. Pero ¿qué significa ir desarmado en este planeta?

—Significa que a uno le importa tan poco la vida que ni siquiera está dispuesto a defender la propia. Significa que no puede ofrecérsele ni la cortesía más corriente porque es obvio que no está dispuesto a respaldar sus acciones con su vida si es necesario.

En la declaración de Orun parecía existir una paradoja de base, un toque de ilógica o una contradicción, pero Kirk no estaba dispuesto a discutirla. Sabía que las creencias culturales de ese tipo que tenían los otros pueblos no debían cuestionarse. Podía cuestionar, y lo haría, la creencia mercaniana de que ellos eran la única morada de la vida en el universo, porque pensaba que le sería posible sustentar sus argumentos.

Cuestionar o discutir las convenciones del porte de armas era otro asunto.

—Sólo los niños menores de la edad responsable pueden ir desarmados sin que se les considere proscritos —continuó Orun—. El único motivo por el que no les han abordado y obligado a rendirse es porque yo estoy con ustedes y porque tienen un aspecto y una forma de vestir diferentes. Eso ha confundido a la gente. Pero no puedo garantizar que continúen comportándose así, porque sin duda nos encontraremos con alguien que no tomará en cuenta la apariencia de ustedes y el hecho de que yo, un ciudadano armado, haya caído tan bajo como para acompañarlos…

—Nos armaremos —dijo Kirk sin vacilación—. ¿Pero cómo lo haremos? ¿Con qué pagaremos las armas?

Los mercanianos tenían que poseer algún concepto de dinero debido al comercio que abarcaba todo el planeta; y ellos no disponían de nada con lo que pagar.

Orun respondió a la pregunta llevándolos a una tienda de armas. El mercaniano escogió cuatro de las mejores armas, junto con las municiones de cápsula metálica y los tahalíes. Orun simplemente firmó la nota.

—¿Quién paga todo esto? —preguntó Kirk.

—Los guardianes —le dijo Orun con una sonrisa—. Los banqueros simplemente deducirán la cantidad de la cuenta de los guardianes y agregarán esa cantidad a la cuenta del tendero.

—¿No intercambian ustedes símbolos de valor?

—¿Por qué? Los banqueros se encargan de llevar las cuentas.

—Pero, suponga que los guardianes no permitieran la transferencia del dinero que han costado estas armas.

—Entonces lo sacarán de mi cuenta, y los banqueros conocen la identificación de mi cuenta por mi control de viaje… que en este momento está en manos de los guardianes.

De esa forma, el mercaniano le reveló a Kirk otro aspecto de su cultura que le facilitaría el camino de entrada en la Federación. Los mercanianos no sólo tenían el concepto del dinero, sino el de crédito o dinero que existe en el futuro. Además, tenían computadoras capaces de llevar las cuentas y por lo tanto no necesitaban «dinero sólido» como el oro. Una parte de esa tecnología de computadoras sería, por supuesto, una consecuencia técnica del sistema de transportadores… o precedente del mismo.

A pesar de que McCoy llevaba normalmente una pistola fásica en las partidas de descenso como aquélla, puso objeciones a llevar aquella arma de fuego.

—Jim, soy un sanador, no un matador. En cualquier caso, probablemente acabe sacando algunos de estos proyectiles de acero del cuerpo de uno de ustedes antes de que todo esto acabe, y no creo que un hombre de la medicina deba ir por ahí con un arma mortal a la vista.

—¿Fue médico alguno de sus ancestros, Bones? —le preguntó Kirk.

—Por supuesto. Incluso en la época anterior a la Guerra de Secesión, muchísimos de los McCoy de Georgia eran médicos. Mi familia cuenta con un historial de médicos en el árbol genealógico del que se puede estar orgulloso.

—En ese caso sospecho —continuó amablemente Kirk—, que muchos de sus honorables ancestros no sólo llevaban espada en los tiempos anteriores a la guerra civil, sino que también llevaban pistola cuando éstas formaban parte de los pertrechos de los caballeros del sur… Bones, puede dejarla descargada si así lo desea, pero debe llevarla encima, porque no quiero que lo traten como a un intocable en esta civilización. Allá donde fueres…

McCoy suspiró con resignación y se echó el tahalí por encima del hombro.

—Ya lo sé. Allá donde fueres, haz lo que vieres…

Janice Rand no puso objeción alguna a llevar la pesada arma. Ella había visto lo mismo que Kirk y conocía el significado de las armas en aquella cultura.

—Puede que nunca dispare con ella, capitán. Prefiero utilizar mi pistola fásica si me hiciera falta protegerme.

Kirk sabía que lo haría, y que no vacilaría en emplear ni el arma de fuego mercaniana ni la pistola fásica si resultaba necesario. El capitán de la
Enterprise
había realizado varios descensos con la ordenanza Janice Rand a planetas muy difíciles, y sabía que era perfectamente capaz de disparar primero y de forma muy precisa, y cuestionarse más tarde si la ocasión lo requería o no.

Como había advertido Kirk al poco de ser transferido a la superficie y haber visto por primera vez un arma mercaniana «de uso social», eran bastante rústicas incluso para la categoría de armas de fuego de pólvora. Tenían un cañón de buen acero de unos treinta centímetros de largo, de un calibre de alrededor de quince milímetros. El interior del cañón era liso, sin estrías. La bala era corta para su calibre, hecha de acero y con la punta redondeada; no era un proyectil muy preciso para emplearlo con un arma sin estrías, porque tendría tendencia a caer en pleno vuelo a cualquier distancia que sobrepasara unas cuantas docenas de metros. La envoltura del cartucho era de acero, sin punta, y tenía lo que al parecer era un fulminante central. La carga era sencilla, de pólvora bien fabricada de un grado que Scotty definió como «FFFFg». Era un arma de un solo disparo, con un cerrojo simple. No se equilibraba bien en las manos de Kirk. Además, no tenía mira de ninguna clase.

Las armas sociales mercanianas eran imprecisas, difíciles de utilizar, y resultaban mortales sólo si la bala llegaba a alcanzar un órgano vital. Todo ello quedó confirmado cuando Orun los llevó a un campo de tiro para practicar. A diez pasos, alrededor de diez metros, lo que los mercanianos aceptaban como la distancia normal desde la que uno se enfrentaba con su oponente, sólo Kirk fue capaz de hacer diana en el blanco de la silueta y tamaño de un mercaniano. McCoy dejó pasar la oportunidad de prácticas de tiro, alegando que no utilizaría aquella arma bajo circunstancia alguna. Por otra parte, se halló ocupado en la atención de la muñeca dolorida de Janice Rand, resentida a causa del tremendo retroceso del arma.

—Hace un montón de ruido y deja una gran nube de humo apestoso a sulfuro de hidrógeno, pero no hay forma de darle a nada con esto. No ha sido realmente diseñado para que resultara letal. Tanto Sulu como yo podríamos hacer un arma mejor que ésta en el taller mecánico de la nave… o de modificar ésta de forma que fuera precisa y con una velocidad de disparo que pegara realmente fuerte —observó Scotty—.

Sin embargo, hay una cosa que hace realmente muy bien: le da a uno la satisfacción de haber actuado de acuerdo con las reglas… escandalosa y vigorosamente.

—Lo que significa que será mejor que no les demos a estas gentes pistolas fásicas hasta que no hayan renunciado a los duelos —observó McCoy—, o en este planeta habrá matanzas en masa.

Cuando regresaron al alojamiento cercano a la villa de los guardianes, tenían visitas esperándoles. Pallar estaba allí con otros seis guardianes, tres de los cuales eran mujeres mercanianas.

—Buenos días, James Kirk… Janice Rand… Leonard McCoy… Montgomery Scott… Orun ar Partan —los saludó Pallar a medida que entraron en la casa.

—Buenos días, Pallar —le devolvió Kirk el saludo tan graciosa y gentilmente como Pallar—. No sabíamos que iban a visitarnos. Lamento que no estuviéramos aquí. Espero que no hayan aguardado durante demasiado tiempo.

—En absoluto. No tema, no existe ofensa alguna, James Kirk —replicó Pallar.

A Kirk le molestaban los circunloquios amaneramientos de Mercan, pero recordó que en aquel momento llevaba un arma de fuego, un hecho que no escapó a la atención de Pallar.

—Ah, ya veo que vuelven a estar armados…

—No, Pallar. Llevamos las armas de ustedes por primera vez, porque no deseábamos violar una de las costumbres básicas de Mercan —explicó Kirk—. No hemos sido presentados a sus colegas, Pallar.

El guardián uno rectificó aquello de inmediato, presentando a los guardianes de diversos rangos: Tombah, Noal y Johon, eran los hombres; las mujeres se llamaban Aldys, Parna y Jona. Pallar no mencionó los rangos ni intereses o especialidades de cada uno. No obstante, Kirk advirtió que ninguno de ellos había sido presentado por otra cosa que lo que aparentemente era el nombre de pila mercaniano, a diferencia de Orun, que ostentaba el nombre de linaje de «ar Partan». «Algún día —pensó Kirk—, conseguiría descifrar todas las costumbres.» De todas formas, ni siquiera estaba al tanto de todas las costumbres de los lugares bien conocidos como Vulcano. Los xenosociólogos iban a pasar sin duda un día muy entretenido en Mercan, si los guardianes llegaban a permitirlo.

—¿Y a qué debemos esta visita? —quiso saber Kirk.

—Estos colegas míos son todos expertos y especialistas tanto en las operaciones de la Técnica como en la historia e interpretaciones del Código de la Morada, particularmente en todo lo relacionado con nuestras leyendas del comienzo —explicó Pallar—. Deseamos interrogarlos acerca de su origen y de los procedimientos de la Técnica que los han creado.

—Guardián Pallar —dijo Orun—. Yo soy un miembro de la Técnica y estoy orgulloso de ello. Te digo con toda la verdad que estos cuatro no pertenecen a la Técnica, y que tampoco la Técnica los ha creado mediante bioingeniería.

—¡Eso es completamente imposible! —exclamó el guardián Johon—. Obviamente no son mercanianos normales. ¡Miradlos! Son de estatura baja. Tienen una constitución más pesada que la nuestra. No tienen el mismo color de piel que nosotros. Y llevan unas ropas que son diferentes de cualquier cosa utilizada para vestir en la Morada. Si no son el resultado del trabajo de la Técnica, ¿de qué otra parte podrían haber salido?

—Guardián Johon —le espetó Kirk, mientras su mano se desplazaba a la culata de la pistola mercaniana que llevaba al lado derecho. El guardián que había hablado de forma tan cortante reaccionó de forma similar—. El Código de ustedes exige que una persona esté dispuesta a respaldar sus modales con su propia vida; ahora nosotros estamos dispuestos a hacerlo si es necesario. Su Código, si lo he comprendido bien, exige también que una persona diga la verdad según la conoce. Yo le diré la verdad según la conocemos nosotros cuatro. Si después de oírla está dispuesto a aceptarla como la verdad, a pesar de que pueda conmocionar las raíces mismas de sus creencias básicas, podremos entonces proceder a discutir lo que puede hacerse con el fin de que los hechos que les presentaremos tengan el menor impacto posible sobre la forma de vida de ustedes. ¿Me escuchará?

—Le escucharemos, hombre de la Técnica —dijo la mujer guardiana llamada Parna—. Sin embargo, tenga en cuenta que nosotros creemos que la Técnica es capaz de manipular las mentes al igual que los cuerpos físicos.

—No somos capaces de hacer ninguna de las dos cosas —intervino Orun—. Lo que somos capaces de hacer con los animales es una cosa. En el caso de la gente, nuestra tecnología no ha llegado tan lejos todavía… y probablemente no llegue nunca…

—Estos cuatro mutantes nos dicen lo contrario —gruñó el guardián Noal.

Kirk se encaró también con él.

—¿Escuchará usted, guardián?

—De mala gana, James Kirk.

El capitán de la nave estelar
Enterprise
se volvió hacia el líder de todos ellos, el guardián uno Pallar.

—Su Código habla de modales y trato educado para con las personas, Pallar. Los actos de sus guardianes parecen contrarios a eso. Nosotros no los hemos amenazado, a pesar de que somos capaces de controlar poderes que están mucho más allá de cualquier cosa que hayamos visto hasta el momento en la Morada. Estamos deseosos de cooperar, y sin embargo se nos responde con insultos. No tenemos ningún deseo de trastornar innecesariamente la vida de Mercan, y les ofrecemos ayuda para reducir los efectos de nuestra visita. Yo no tengo ningún interés de ver prevalecer ni a los guardianes ni a la Técnica en una lucha que parece ir en aumento entre ambos grupos. No espero que cambien de golpe sus creencias, pero me gustaría tener una oportunidad para decirles quiénes somos, de dónde procedemos y por qué estamos aquí. En esas condiciones, ¿podría pedirles a sus colegas que repriman sus comentarios e intenten mantener la mente abierta?

—Cuéntenos su relato, James Kirk. Mis reverenciados colegas, os suplico que escuchéis para que podamos comentarlo más tarde.

7

Aquélla fue probablemente una de las tareas más difíciles con las que se había enfrentado hasta entonces el capitán James T. Kirk de la
USS Enterprise
. Se había encontrado con razas más evolucionadas, como la de los organianos, así como con especies humanoides más primitivas como la de Neural. Había tratado con los klingon, los romulanos y otras criaturas alienígenas, como las de Horta. Pero nunca antes se había hallado ante una cultura humanoide sofisticada y avanzada como la de Mercan, aislada del resto de la galaxia hasta donde llegaba la memoria de cualquiera de sus habitantes, que sólo contaba con leyendas que probablemente habían sido mutiladas hasta mucho más allá de su significado original al relatarlas una y otra vez a lo largo del tiempo.

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