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Authors: David Lozano

Tags: #Terror, Fantástico, Infantil y Juvenil

El viajero (77 page)

BOOK: El viajero
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La vidente se aproximó con sus pasos torpes hasta la Puerta Oscura, y la fue acariciando con sus dedos retorcidos mientras la rodeaba. Olió su madera vieja.

Las cuatro de la tarde. Todavía era posible.

La Vieja Daphne se esforzaba sin descanso intentando atraer alguna visión que le permitiera adelantarse a los acontecimientos. Pero nada. El Más Allá custodiaba su información con un celo inabordable.

Las cuatro y cuarto.

* * *

Cayeron de rodillas sobre la superficie del sendero luminoso en cuanto atravesaron el arco de piedra. No podían esperar más para sentir entre sus dedos aquella tierra suave de la que no emanaba ningún efluvio maligno. Incluso Michelle, consciente de que estaban a salvo en aquella otra tierra extraña, los imitó, presintiendo que el peligro había terminado, que se aproximaba el momento de la anhelada conversación con Pascal. Todos lloraban y se abrazaban, excepto Marc. Tras la barrera de centinelas, a su espalda, volvía a oírse ahora el estruendo de aullidos de la manada de carroñeros que, liberados del sopor provocado por el halo verde, buscaban frenéticos unas presas que ya no estaban a su alcance.

—Pronto vendrán a recogernos —notificó Beatrice con una sonrisa esplendorosa—. La noticia de nuestra llegada estará corriendo como la pólvora. Vaya recibimiento nos van a hacer...

El Viajero, en medio de su agotada alegría, no pudo evitar plantearse la posibilidad de que el vampiro hubiese logrado destruir la Puerta Oscura, allá en el mundo de los vivos. Y es que él todavía no lo había recuperado todo, aunque sí lo que más quería. En cuanto pudiese, intentaría ponerse en contacto con la Vieja Daphne para comprobar si sus inquietudes eran infundadas. Confió en que así fuera, aunque en su fuero interno todavía creía que, en tal caso, lo aguardaba un último desafío: enfrentarse al vampiro.

Hizo cálculos. Recordó que no podía superar el límite de tiempo que un Viajero podía permanecer de un tirón en la Tierra de la Espera, al modo de un buceador que agota el aire de sus botellas en el fondo del mar. Esa era otra de las advertencias que se le habían hecho al iniciar aquella epopeya, y que no había olvidado. Quiso comprobar la realidad de esa amenaza latente:

—Beatrice —se dirigió al espíritu errante interrumpiendo sus aspavientos de alegría—, ahora que ya estamos en esta zona, vuelve a contar el paso de las horas para mi límite, ¿verdad?

Ella entendió lo que necesitaba confirmar el Viajero; no así Michelle, que esperó atenta la respuesta a aquella extraña pregunta.

—Eso es —contestó Beatrice, muy segura—. Pero no te preocupes, todavía os sobra tiempo para volver a tu tierra. Recuerda que apenas gastamos una jornada antes de acceder a la región oscura.

Pascal resopló, aliviado, a pesar de entender que bajo aquellas palabras tranquilizadoras de Beatrice subyacían los deseos del espíritu errante de retrasar todo lo posible el retorno del Viajero a la dimensión de la vida. Pascal suspiró, incomodo. Ella tendría que entender que su separación era inevitable, que lo había sido desde el principio.

Michelle, desconcertada, prefirió no intervenir en la conversación. A ella lo único que le importaba en aquel momento era saberse a salvo. Lo demás podía esperar.

—Parece imposible que no haya pasado más tiempo, con todo lo que hemos vivido —observó el chico cambiando de tema—. Yo sí voy a sufrir
jet lag
cuando regresemos.

Beatrice soltó una suave carcajada.

—Desde luego. Pero es que menudo viaje hemos hecho. Y recuerda que, aunque para ti el límite de tiempo se haya detenido durante días, en el fondo sí ha estado transcurriendo aquí, en la Tierra de la Espera. Atendiendo a las noches que hemos pasado en la zona oscura, yo calculo que en tu realidad han transcurrido alrededor de cuarenta y ocho horas.

—¡Madre mía! —se asustó Pascal—. Entonces tengo que regresar cuanto antes, Dominique ya no sabrá cómo cubrirme las espaldas para que mis padres no se den cuenta de mi ausencia. Si es que no lo han hecho ya...

—En pocas horas estarás en tu casa —lo tranquilizó Beatrice—, no te preocupes.

Pascal se percató entonces de que, en su verdadero mundo, unas horas de la Tierra de la Espera no suponían nada, apenas un suspiro. Le sorprendió lo mucho que le costaba ahora regirse por los parámetros de la tierra de los vivos, pero entendió lo que la ausencia de noticias sobre él mismo debía de estar suponiendo para Dominique, para Daphne, para Jules. Y muy pronto, si no espabilaba, para sus padres. Y eso era peor.

—Tengo que ponerme en contacto con mis amigos; estarán ya frenéticos...

Michelle, que desde hacía unos segundos ya no atendía a la conversación, los interrumpió:

—¿Y Marc? —la chica, que se felicitaba de no haber abandonado al niño a su suerte cuando pudo hacerlo, se acababa de dar cuenta de que no estaba con ellos.

Pascal y Beatrice, intrigados, miraron alrededor sin encontrar a Marc. Estaban tan acostumbrados a que se mantuviera apartado, que no lo habían echado de menos hasta aquel momento.

—Qué raro —comentó el espíritu errante—, porque ha entrado con nosotros. Eso seguro.

—¿No se habrá alejado? —aventuró Pascal, acostumbrado al talante poco sociable del chaval.

Beatrice descartó aquella hipótesis:

—Para perderse de vista en estos senderos hay que recorrer una distancia enorme. Lo estaríamos viendo si se hubiera ido corriendo —su rostro se ensombreció al caer en la cuenta de algo—. Salvo...

—¿Salvo que se haya apartado de este camino blanco? —inquirió Michelle, negándose a aceptar que habían perdido al niño después de todo lo que habían sufrido—. ¿Qué hay más allá de este sendero? Podemos ir por él, supongo...

Pascal y Beatrice se miraron, inquietos.

—No es tan sencillo, Michelle —le informó él con delicadeza—. Fuera de los límites del sendero también hay criaturas peligrosas. No debemos meternos en la oscuridad. Ni siquiera en esta región.

—¡Pero no lo vamos a dejar por ahí! —repuso Michelle—. Seguro que está cerca... Le debemos eso, gracias a él hemos podido utilizar el túnel subterráneo. No ha podido ir muy lejos en estos minutos...

—La cuestión no es esa —le cortó Beatrice con una repentina inquietud—, sino por qué Marc ha hecho eso.

Michelle pareció no entender. Pascal, en cambio, creyó adivinar el derrotero de los pensamientos del espíritu errante.

—Ningún niño se metería en la oscuridad después de todo lo que ha vivido —se explicó Beatrice, muy seria—. Literalmente se ha tenido que lanzar a ella en cuanto hemos entrado, no hay otra posibilidad. Y eso no es normal.

—Pero es un niño... —Michelle, sin saber con seguridad adonde quería ir a parar la otra chica, se resistía a no actuar.

Pascal no intervenía, prudente.

—No es un comportamiento normal —insistió Beatrice, que pasó a mirar a Pascal con una intensidad extraña—. Viajero, ¿de dónde ha salido Marc? ¿Qué sabéis de él?

Michelle no se acababa de acostumbrar a que aquella chica se refiriese a su amigo con aquel apodo. Tenía muchas cosas que preguntarle aunque aquella no era, una vez más, una buena ocasión.

—Pues... —Pascal titubeaba al intentar responder a Beatrice—. En realidad, yo no sé nada sobre el niño. Michelle, tú eres la que lo trajo cuando te rescatamos. Cuéntanos.

Aquel interrogante, que ahora llegaba a ella, la pilló desprevenida.

—Pero ¿qué importa eso en este momento? —se escudó—. Lo primero es encontrarlo, ¿no?

—No —la contestación de Beatrice fue tajante, casi grosera.

A Michelle no le hizo gracia descubrir que Pascal no intervenía en su favor, sino que se mantenía neutral. La pérdida de aquel apoyo la obligó a responder:

—No sé nada de él —reconoció—. Lo único que puedo contaros es que lo llevaban conmigo en aquella caravana, y... bueno, estaba mucho más inmovilizado que yo, y... que se había escapado varias veces, ¿os acordáis de que lo dijo?

Beatrice se mordió el labio inferior, presa de tenebrosos presagios. Pascal no sabía qué pensar, aunque tenía claro que no iba a aventurarse en la negrura para buscar al chaval. La aventura había terminado, tocaba regresar a su mundo.

—Marc nunca se dejaba tocar —pensó el espíritu errante en voz alta—. Michelle, ¿tú llegaste a tocarlo?

La aludida se encogió de hombros.

—Una vez.

—¿Y cómo era su tacto?

—No sé qué quieres que te diga. Estaba helado, el pobre. Me sorprendió su frialdad, eso es todo.

Beatrice suspiró agobiada, como si se le viniera encima un peso brutal.

—Con tus últimas palabras has acertado, Michelle —dijo enigmática—. Qué razón tienes al afirmar que eso es todo.

Curiosa lucidez, la inconsciente. Ahora Pascal sí había entendido, aunque prefirió confirmar su sospecha ante la dimensión de lo que parecía avecinarse.

—Beatrice —se dirigió a ella, acobardado ante la insinuación del espíritu errante—, ¿sugieres que ese niño está muerto? ¿Que es un espíritu como tú?

Beatrice asintió, ante el gesto escéptico de la otra chica, que volvía a perderse en medio de aquellas conversaciones a su juicio tan absurdas.

—Michelle encarna la excepción —dedujo Beatrice girándose hacia ella, ajena al contundente asombro de su compañera—. Tú eras en la caravana la única viva, víctima de un rito prohibido que te arrancó de vuestro mundo sin haber fallecido. El niño, sin embargo, es un difunto condenado al Infierno. Simplemente, lo trasladaban obedeciendo el proceso natural. De ahí la presencia de tantos espectros. A Marc sí le correspondía aquel destino —insistió ella—, es un espíritu maligno. Un demonio, ya que tiene la facultad de asumir cualquier aspecto. Por eso conocía el atajo subterráneo. Y nosotros... —su voz se quebró de la impresión—, nosotros le hemos salvado del castigo. Lo hemos traído aquí. Lo hemos liberado en la Tierra de la Espera. Madre mía, lo que hemos hecho... Las consecuencias son imprevisibles...

Pascal estaba anonadado. Era la viva imagen de la consternación.

—Por eso mi amuleto siempre estaba frío en su compañía. Y por eso los centinelas no nos dejaban pasar... —concluyó el chico, encajando todas las piezas—. Percibían su presencia malévola entre nosotros, por lo que mi condición de Viajero no era suficiente... A lo largo del viaje, Marc sabía que si lo tocábamos y nos dábamos cuenta de que estaba muerto, lo abandonaríamos. Ahora entiendo que se mantuviera siempre apartado.

—Claro. Si nos hubiéramos deshecho de él, los servidores del Mal, una especie de siervos que se encargan de los envíos de almas condenadas, lo habrían atrapado pronto —terminó Beatrice—. Cómo he podido ser tan estúpida como para no caer en eso... Tenía que haberlo adivinado ante el comportamiento tan raro de Marc, y su presencia en aquella caravana...

—¡Pero si es un simple niño! —explotó Michelle, harta de oír tonterías a pesar de que durante aquellas terribles horas había visto incluso esqueletos andantes—. ¿De qué estáis hablando?

Pascal y Beatrice, en medio de su estupor, la miraron con delicadeza.

—De acuerdo —claudicó Michelle de mala gana—. No tengo ni idea de lo que está ocurriendo. Ni siquiera sé dónde estamos, ¿vale? —su rostro se ensombreció—. Ya no soy capaz ni de distinguir lo que es real de lo que no. Estoy harta de esta pesadilla... y sigo sintiéndome muy lejos de casa. ¿Vosotros no? Os movéis con tanta naturalidad por estos lugares tan raros... ¿Por qué todo ha cambiado tanto desde que me secuestraron? A veces pienso que ya no existe nada de lo que conocí... o que nunca existió.

Pascal apartó de su mente por un instante la nueva preocupación, se aproximó a la chica y la abrazó. Con tantos peligros, habían olvidado que el estado de ignorancia de Michelle debía de provocarle una aguda sensación de indefensión. Para la joven, todo eran pasos en falso, algo especialmente duro para una persona tan habituada a la firmeza como ella. Beatrice desvió la mirada.

—Pronto volveremos a nuestro París, pero antes lo entenderás todo, te lo prometo —dijo Pascal a Michelle sin soltarla, juntando su rostro al suyo—. Te voy a dedicar tanto tiempo que no habrá nadie que conozca mejor que tú lo que ha sucedido. Todo cuadrará y así podrás olvidarlo. Vas a volver a tu vida anterior, créeme. La pesadilla ha terminado.

Aquellas últimas palabras, a raíz de la presencia de Marc en la Tierra de la Espera, habían perdido su fuerza, su autenticidad. El Viajero las acababa de pronunciar con una convicción menor de la esperada, dadas las circunstancias.

—Pascal, te agradezco tu cariño —repuso Michelle—. Pero tengo que saber qué ha ocurrido con Marc. Contádmelo sin rodeos, se acabó eso de mantenerme al margen como si fuera una niña a la que hay que proteger. Ya está bien.

Pascal y Beatrice asintieron. Michelle tenía derecho a exigir aquello.

—Creo que Marc —empezó Beatrice—, cuya verdadera edad desconocemos, adoptó esa imagen infantil para infundir compasión. No te fíes de su aspecto, se trata de un disfraz —calló para tomar aire, preparando su sorprendente acusación—. Marc es alguien muerto y condenado. Te reconoció como viva y te manipuló, Michelle. Eso es lo que ha pasado. De alguna manera, intuyó que, al estar viva, alguien podía acudir a rescatarte, y te utilizó para llegar hasta esta región donde tiene más posibilidades de eludir su castigo. En realidad, se ha aprovechado de todos nosotros. Nos ha engañado. Y le ha salido bien.

Se hizo el silencio. Michelle ya no se atrevió a sugerir que fueran a buscar al presunto niño. Los semblantes serios de Pascal y Beatrice hicieron comprender a la chica que hablaban muy en serio.

El agotamiento, que había remitido en un principio ante la inquietante novedad sobre Marc, volvía a invadirlos ahora, combinado con la necesidad de sueño relajado que suele acompañar a los finales intensos. Los tres, muy juntos, se aproximaron entonces al borde del camino luminoso y otearon la oscuridad desde allí, en un solemne mutismo. Imaginaron la figura del niño perdiéndose en lo más profundo de aquella negrura, quizá volviendo la cabeza para despedirse de ellos en un irónico último gesto que reconocía la fuga que habían compartido. Suspiraron exhaustos. Era probable que nunca volvieran a encontrarse con aquella calculadora criatura; a ella le convenía mantenerse escondida en la espesura de las tinieblas para evitar ser capturada por los centinelas.

Muy pronto se vieron obligados a dejar de observar aquella noche que los rodeaba ocultando una superficie inmensa y desconocida. Por el sendero de resplandor pálido llegaba una comitiva en la que reconocieron rostros familiares, manos agitándose y muecas de admiración. No era ese un momento para las preocupaciones, sino para disfrutar del merecido éxito de la mayor aventura de la historia, una aventura que acababa de culminar de forma victoriosa. Tenían que disfrutar, que recuperar la alegría. Michelle asistía al avance del gentío con la perplejidad pintada en el rostro, aunque era evidente que disfrutaba con aquella presencia numerosa y afable que desterraba la soledad de sus últimos días.

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