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Authors: David Lozano

Tags: #Terror, Fantástico, Infantil y Juvenil

El viajero (74 page)

BOOK: El viajero
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En una de aquellas maniobras elusivas, su avance se vio cortado por la aparición repentina de dos esqueletos. Todavía enfundados en sus hábitos satánicos, aquellos espectros saltaron con agresividad desde detrás de una loma. Chasqueaban sus visibles mandíbulas mientras avanzaban abriendo mucho los brazos de hueso, obsesionados ante tanta carne viva y la osadía del espíritu errante, al que habían reconocido con rabia. Michelle no pudo evitar un grito de horror ante aquel reencuentro, mientras el niño retrocedía con una extraña mirada de odio y miedo. Pascal quedó en primera línea, pero no se arredró. Apretando los dientes, se obligó a clavar los pies en la tierra. Estaba dispuesto a no ceder ni un milímetro de terreno. Se encontraban demasiado cerca de salvarse, lo intuía. No permitiría que aquellas criaturas acabasen con sus esperanzas.

—Se han debido de separar para darnos caza —advirtió Beatrice aproximándose al niño y a Michelle para intentar protegerlos—. Recuerda que no deben morderte, Pascal. Ni tampoco escapar.

Aquella última frase se incrustó en la mente del Viajero. Pascal ya había desenfundado su daga y la esgrimía con gesto fiero para impedir que aquellos monstruos pudiesen alcanzar a los componentes del grupo más vulnerables. La empuñadura de su arma, mientras tanto, empezó a inyectarle aquel calor poderoso que recorría sus venas como una savia potente, alimentando sus entrañas con la magia de la confianza y de un conocimiento extraordinario de la esgrima. La afilada hoja empezó entonces a describir en el aire movimientos mucho más exquisitos, sofisticados, que mantuvieron a raya a los espectros.

Pero eso no los contendría. A pesar de su inteligencia, los esqueletos eran seres impacientes, y a los pocos segundos se lanzaron contra el Viajero, que volvió a hacer uso de aquel escudo de cuchilladas que ya había empleado en anteriores combates con certera eficacia.

El filo de la daga pronto se encontró con hueso, pero eso no frenó la violencia de los golpes que Pascal asestaba con furia.

Sus tajos cortaron y astillaron los cuerpos de aquellos seres de facciones descarnadas que insistían en su apetito depredador. Pascal, envuelto en su propia danza guerrera, sintió la abrumadora proximidad de algunas dentelladas, pero no el alcance mortífero de aquellas mandíbulas que lo habrían sumido en un proceso degenerativo letal.

Beatrice, mientras tanto, incapaz de mantenerse quieta ante el combate que se libraba a escasos metros de ella, había recogido del suelo un palo bastante largo e intentaba alcanzar con él a los atacantes. Si bien sus golpes no infligían demasiado daño, al menos podían distraer a los esqueletos y reducir el alcance de sus dentelladas.

Michelle, sencillamente, alucinaba ante el despliegue experto de Pascal, cuyos movimientos de batalla convertían aquella escaramuza en un auténtico espectáculo. Ahora entendía las anteriores palabras de su amigo: él podía enfrentarse a sus captores. Y comprendió que su mundo, en virtud de algún extraño hechizo, parecía haber cambiado durante su ausencia. Solo deseó que Pascal no se hubiera transformado tanto como para resultar un desconocido.

Muy pronto, los esqueletos decapitados habían sido convertidos en restos desperdigados por el suelo. El niño, sin pérdida de tiempo, aceptando lo que acababa de ocurrir con mucha más naturalidad que Michelle, señaló hacia unos riscos que quedaban cerca.

* * *

Lo van a conseguir. No lo van a conseguir. Lo van a conseguir. No lo van a conseguir...

Dudas. El optimismo sucedía al pesimismo, y viceversa. De nuevo, la tortura de la impaciencia.

Dominique ya estaba en casa. Permanecía en la cama de su habitación, inquieto. Cambiaba de postura, recolocaba la almohada. No podía dormirse, ni siquiera con el agotamiento que arrastraba tras aquella terrible noche. Y es que el sueño no podía vencer otras resistencias, como la ansiedad generada por una realidad incuestionable: faltaba poco para que supiesen si volverían a ver a Pascal y a Michelle.

Todo se podía decidir en cualquier instante.

Dominique atenazaba su móvil, aguardando noticias de la Vieja Daphne con actitud clandestina y el gesto anhelante de un yonqui con síndrome de abstinencia.

Cualquier minuto, cualquier segundo podía ser el último de incertidumbre. Para bien o para mal.

Y es que el tiempo transcurría, imparable. ¿Se cerraría la Puerta Oscura para Pascal, impidiendo su retorno al mundo de los vivos? Confió en que no hubiera infringido el límite en la Tierra de la Espera.

Pascal debía regresar ya. Tenía que conseguirlo.

Sonó un móvil, y a Dominique casi se le paró el corazón del susto. Falsa alarma, era el de Pascal. La madre del Viajero contestaba a un mensaje que Dominique, haciéndose pasar por su amigo una vez más, había enviado un rato antes.

OK, pero esta tarde te quiero en casa sin falta, un beso
.

A continuación, una llamada de ella —no era la primera— que él no contestó. Se empezaba a vislumbrar en aquella mujer una creciente preocupación que rastreaba nuevos indicios para tomar una iniciativa más concreta.

Había que aguantar, al menos hasta que llegasen a los padres de Pascal las noticias sobre el ataque sufrido en casa de los Marceaux, algo que por fuerza tenía que ocurrir pronto.

Dominique resopló. La que se iba a montar como Pascal y Michelle no llegaran a tiempo, o simplemente si no llegaban. Punto. En aquel viaje no era factible retrasarse: o se llegaba a tiempo o no se llegaba.

Dominique buscaba en su interior algún resquicio de su inagotable sentido del humor, pero por primera vez no lo encontró. Solo veía ante él una bifurcación, la trayectoria del resto de su vida pendía de un hilo. Todo estaba en el aire y, según lo que ocurriese hasta las seis, dos rumbos muy distintos se ofrecían a su vista.

No había grises en aquellas alternativas. Las únicas tonalidades eran puras; blanco o negro, felicidad o desgracia. Éxito o tragedia.

Lo peor, lo más cruel para Dominique, era que nada dependía de él. Lo único que podía hacer era lo que de hecho estaba haciendo: esperar.

Sonó su móvil. La madre de Pascal insistía, probando ahora con él. Dominique no contestó, no se sentía con fuerzas para seguir mintiendo.

Un pensamiento desolador cubrió su mente: ¿y si Pascal había muerto tras su última comunicación con ellos a través de Daphne? ¿Y si ellos se habían jugado la vida como idiotas aquella noche, defendiendo la Puerta Oscura cuando ya era imposible que su amigo volviera?

Rechazó aquel planteamiento. No podría vivir con eso.

* * *

Nuevas horas iban siendo consumidas por aquella comitiva de fugitivos. El niño los hizo detenerse frente a un montículo mediano que se imponía con discreción sobre la planicie.

El conjunto rocoso arrojaba sobre la tierra volcánica un juego de sombras que constituía el mejor camuflaje posible para una pequeña caverna. No obstante, el niño encontró en pocos minutos su abertura en el suelo, una oquedad que habría resultado imperceptible para cualquiera que no supiese bien lo que buscaba.

—Por ahí —dijo Marc, tan parco en palabras como siempre.

El niño se quedó quieto, de pie, aguardando con la misma ansiedad mal contenida de un sabueso que ha descubierto un rastro prometedor.

Todos los demás se miraban entre sí con cierta perplejidad, como si hasta aquel momento nadie hubiese creído por completo que la historia de Marc podía confirmarse de una forma tan exacta.

Pero había sucedido. Y ahora, ya sin tapujos, el Viajero tenía que decidir si continuaba dando crédito a Marc, si seguían confiando en él. Lo cierto era que, hasta entonces, nada los había incitado a dudar del crío, aunque el hecho de que la seguridad de todo el grupo, de que el éxito de aquel rescate gravitase sobre el testimonio de un niño de diez años, no había perdido su inquietante peso.

En medio de aquel mundo donde todo parecía posible, aquella peculiar situación de dependencia arrojaba un toque surrealista más.

Beatrice y Pascal se acercaron para estudiar de cerca aquel agujero, reacios a tomar una decisión a pesar de la frenética urgencia que los acosaba. El brillo de la piedra transparente ayudó a atisbar un interior que, aunque en su nacimiento apenas ofrecía una anchura de poco más de medio metro, pronto se ampliaba hasta permitir el avance de un adulto agachado. El extremo opuesto al borde desde el que se asomaban se perdía en las sombras, lejos del mortecino resplandor de la piedra. El Viajero contuvo la respiración: aquel era el acceso a una sima cuya hondura podía desafiar cualquier cálculo humano. ¿Estaban dispuestos a introducirse en ella?

—¿Vamos? —preguntó Beatrice en voz baja, para no delatar su propia incertidumbre.

Pascal no respondía, agobiado por la responsabilidad de saber en sus manos el futuro de todos.

—Yo me arriesgaría —se oyó tras ellos, con firmeza.

Se trataba de Michelle, que, dentro de su palidez, empezaba a recuperar algo de color. Se había aproximado unos pasos, decidida a intervenir. Dedicó a Pascal una sonrisa suave que llegó hasta él con el tacto excitante de una caricia.

Pascal, que se había vuelto algo sorprendido al escuchar su voz, se encontraba así con el rostro de ella, que mostraba un tono firme en medio de su impaciencia por escapar de aquel paisaje. Sí, ya empezaba a resurgir la mujer que el Viajero había conocido en el mundo de los vivos, la Michelle auténtica comenzaba a sobreponerse.

Pascal se encogió de hombros, satisfecho por aquella mejoría que ayudaba a su propio estado de ánimo.

—Adelante, entonces —afirmó poniéndose de pie—. Marc, por el bien de todos, espero que no te equivoques a partir de ahora. Nos jugamos el cuello.

El niño asintió con el mismo gesto tímido que había exhibido a lo largo de aquella correría demencial. En esta ocasión transmitía, sin embargo, una seriedad que no encajaba con su edad y que provocó en Pascal un pensamiento triste: ¿le habían arrebatado a aquel niño su infancia para siempre?

En realidad, a todos les había arrancado algo aquella historia. No obstante, cualquier secuela parecía tener arreglo mientras conservaran la capacidad de sonreír. Aquel último gesto que le había dedicado Michelle se había alojado en su corazón. Por primera vez, sintió que cargaba un auténtico equipaje.

Pascal se introdujo el primero en el agujero, con la daga en una mano y la piedra transparente en la otra, preparado para reaccionar ante cualquier contingencia. Ni una brizna de hierba, en el improbable caso de que hubiera logrado surgir en medio de aquella estepa yerma que ahora abandonaban, garantizaba un carácter inofensivo en aquel feudo del Mal. Todo aparecía teñido de una hostilidad desafiante. Beatrice se quedó la última, cerrando el grupo mientras vigilaba la retaguardia.

—No hay que apoyarse en las paredes —susurró Marc con su estilo conciso y seco.

No explicó por qué, pero la naturaleza de lo que escupían los geiseres advirtió a Pascal que aquella ruta subterránea no iba a ser un simple paseo. Una tierra que vomitaba cuerpos no podía ofrecer en su seno sino muerte y podredumbre.

Todos dedicaron unos instantes a observar la materia que componía el propio túnel. Al principio mostraba una apariencia sólida y oscura, pero conforme fueron recorriendo metros, en una trayectoria de suave descenso, aquellas paredes perdieron sus contornos regulares y comenzaron a deformarse, adquiriendo una consistencia como de lodo negro que se retorcía dando lugar a formas caprichosas que en ocasiones burbujeaban, supurantes. Un espeso hedor a putrefacción saturaba el reducido espacio del pasadizo, y del techo colgaban unas puntiagudas siluetas rojizas goteantes que se veían obligados a esquivar a cada paso.

—Son estalactitas de sangre —informó Beatrice—. Hacen falta mucho tiempo y muchos cuerpos para que se formen. Nunca había visto una.

Nadie hizo ningún comentario, silenciado el grupo por el espanto. Continuaban su avance tenso, con unas pisadas cuidadosas, aprensivas, que habían empezado a provocar un sonido de chapoteo repugnante que revolvió sus estómagos con más virulencia que el constante olor a corrupción. Pascal, asqueado, se negó a aproximar su piedra hacia abajo; prefería no descubrir la sustancia encharcada que ocasionaba aquel ruido. Mantuvo su negativa incluso cuando sintió el líquido resbalar por sus pantorrillas hacia el suelo. Mientras no sintiese dolor, no miraría.

Transcurrían las horas. Sus ojos, acostumbrados a aquella oscuridad apenas profanada por el resplandor de la piedra transparente, les permitían moverse con más seguridad. Descansaban de vez en cuando, deteniéndose y apoyando sus manos en las rodillas, ya que no se atrevían a recostarse en ningún sitio ni a sentarse en el terreno rugoso anegado de fluidos.

Al menos no se distinguía ninguna presencia extraña en aquel camino subterráneo, que pronto empezó a mostrar un trazado sinuoso, formando meandros que no interrumpían la inclinación de aquella vía hacia las profundidades. De vez en cuando los sorprendía una bifurcación, y entonces hacían uso de la piedra. Marc solía estar de acuerdo con lo señalado por el mineral brillante, y asentía con un gesto.

Las paredes de cieno que los envolvían iban exagerando su deformación en giros crispados, hundiéndose como embudos o abombándose, formando estrías en el barro infecto, auténticos vientres hinchados de parto inminente que en ocasiones apenas dejaban espacio suficiente para que el grupo continuara su viaje hacia el abismo. Aquellos tabiques blanduzcos, contorsionados de forma inverosímil, vibraban, se agitaban, emitían sonidos cavernosos dentro de sí como si tuvieran vida propia. Experimentaban movimientos internos de misteriosos bultos que se agitaban en su seno, tensando aquella superficie gelatinosa que se aglutinaba en capas que constituían los muros naturales de aquel túnel de longitud incalculable.

Todo el grupo, ante esa exhibición repulsiva, procuraba avanzar por el centro de aquella inmensa grieta que permitía un respiradero natural hasta la superficie, y que ellos estaban recorriendo en sentido contrario. Aun así, el escaso espacio libre disponible no les dejaba alejarse lo suficiente de las placas de lodo, y algunas convulsiones espontáneas de los tabiques los obligaban a maniobras ágiles para evitar el contacto con el barro podrido.

En uno de aquellos espasmos del fango, la pared se resquebrajó junto a Pascal, que dio un respingo para apartarse. De aquella brecha asomó la parte superior de un cadáver cubierto de flujos espesos, que sufrió varias sacudidas entre gritos estremecedores antes de volver a ser engullido de nuevo por el lodo. El hueco del barro se cerró sin dejar señales. Su emplazamiento se perdió en seguida entre nuevas convulsiones del tabique, sobre el que caía ahora una cascada de lodo negro.

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