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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

El sol sangriento (30 page)

BOOK: El sol sangriento
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—Ya basta —dijo—. El corazón de Corus casi se ha detenido y Kennard está dolorido.

Con paso inseguro, Elorie fue detrás de Rannirl y Kennard, para mirar los mapas. Tocó la mano hinchada de Kennard con la más leve de las caricias, más con un gesto simbólico que con un gesto real. Lanzando una rápida mirada a Kerwin, observó:

—Jeff hizo todo el trabajo estructural, ¿os habéis dado cuenta?

Kennard alzó la cabeza y dedicó a Jeff una vacilante sonrisa. Todavía se frotaba distraídamente las manos, como si le dolieran. Taniquel se acercó y las tomó en las suyas, sosteniéndolas con delicadeza entre sus dedos suaves. Kerwin vio que las tensas arrugas de dolor desaparecían del rostro de Kennard, quien manifestó:

—Estuvo allí todo el tiempo, sosteniendo las estructuras. Fue fácil con él aquí. Será un técnico tan bueno como tú, Rannirl.

—Eso no es gran cosa —replicó Rannirl—. Yo soy mecánico, no técnico; puedo hacer el trabajo de un técnico, pero no soy nada cuando hay un verdadero técnico presente. Kerwin puede ocupar mi lugar cuando quiera; también

podrías, Ken, si fueras suficientemente fuerte.

—Gracias. Se lo dejaré a Jeff,
bredu
—dijo Kennard, dedicándole a Rannirl una sonrisa afectuosa e inclinándose hacia adelante para apoyar por un minuto la cabeza en el hombro de Taniquel. Kerwin captó un fragmento de las ideas de ella:
es demasiado viejo para este trabajo
, y una furiosa oleada de resentimiento:
estamos tan condenadamente escasos…

—Pero lo hicimos —exclamó Corus mirando el mapa, cuya superficie rozó Elorie con un dedo leve.

—Mira —dijo la joven—, Kennard ha medido cada depósito de cobre de las Kilghard Hills, todos los lugares donde los yacimientos son más ricos e incluso los lugares en que está tan mezclado con otros minerales que ya no sirve. Hasta está marcada la profundidad, la riqueza y la composición química de los minerales para que sepan qué clase de equipos necesitarán para la extracción y la refinación. —De pronto, a través del cansancio, su mirada fue exultante—. ¡Que me demuestren que los terranos pueden hacer tanto, a pesar de toda su tecnología! —Se estiró como un gato—. ¿Os dais cuenta de lo que hemos
hecho
? —preguntó—. Funcionó. ¡Todos funcionamos! ¿Os alegráis ahora de haberme escuchado? ¿Quién es el bárbaro
ahora
?

Se acercó a Jeff y le tendió las manos, sus delicados dedos apenas le rozaron. Él percibió que se trataba de un gesto significativo para Elorie, limitada por la estructura del tabú y de la intocabilidad, como hubiera sido un abrazo para otra muchacha.

—¡Oh, Jeff, sabía que podríamos hacerlo contigo! ¡Eres tan fuerte, nos ayudaste tanto!

Impulsivamente, sus manos se cerraron sobre las de la joven; pero ella se alejó de pronto, con su rostro pálido. Cuando sus ojos se encontraron, Kerwin pudo ver el pánico en ellos. Elorie apretó las manos en un gesto de terror, y en sus ojos apareció un ruego durante un momento. Después se derrumbó.

—Apóyate en mí, Elorie —le invitó con suavidad—. Estás exhausta, y no es raro, después de todo. —Elorie se tambaleó de cansancio y se cubrió los ojos, infantilmente, con los puños. Neryssa la cogió en brazos—. La llevaré a su habitación y me ocuparé de que coma algo.

Kerwin era otra vez consciente del dolor de sus músculos acalambrados; se estiró y se volvió hacia la ventana, donde el sol entraba a raudales, alto ya en el cielo. No se había dado cuenta de que había amanecido. ¡Habían estado dentro de la matriz, en contacto telepático, durante más de una noche!

Rannirl plegó cuidadosamente el mapa.

—Lo intentaremos de nuevo dentro de unos días, con muestras de hierro —dijo—. Después estaño, plomo, aluminio… Será más fácil la próxima vez, ahora que sabemos qué puede hacer Jeff dentro de la red. —Sonrió a Jeff y agregó—: ¿Sabes que ésta es la primera vez en doce años o más que ha habido en Arilinn un círculo completo? —Miró hacia Auster y frunció el ceño—. Auster, ¿qué te ocurre, pariente? ¡Es un momento de alegría!

Los ojos de Auster estaban clavados en Kerwin con una malevolencia firme e inexorable. Y Kerwin lo supo:
no es feliz porque lo he logrado.

Quería que yo, que nosotros fracasáramos. Pero ¿porqué?

11. SOMBRAS EN EL SOL

La depresión permaneció incluso después de que Kerwin hubo dormido y despejado su fatiga. Mientras se vestía para reunirse con los otros, se dijo que no debía permitir que la malicia de Auster le estropeara la situación. Había pasado la dura prueba del contacto telepático pleno dentro del Círculo de la Torre, y era su triunfo. Nunca le había agradado a Auster. Incluso era probable que estuviera celoso por todas las atenciones prestadas a Kerwin. Probablemente sólo fuera eso.

Sabía que ahora habría un intervalo libre y ansiaba pasar una parte del tiempo con Taniquel. A pesar de la advertencia de Kennard, se sentía fresco y descansado, ansioso de estar con ella. Se preguntó si ella aceptaría, como había hecho a menudo, pasar la noche con él y, mientras bajaba la escalera, experimentó una placentera sensación de anticipación. No había por qué apurarse: si no era esta noche, sería después.

Todos los demás habían despertado antes que él y estaban reunidos en el salón. La espontaneidad de sus saludos le hicieron sentirse cómodo: pertenecía, era parte de la familia. Aceptó un vaso de vino y se sentó en su sitio de costumbre. Neryssa se acercó, con su trabajo de costura, y se sentó a su lado. Él se sentía un poco impaciente, pero había tiempo. Miró a su alrededor buscando a Taniquel. La joven se hallaba cerca de la chimenea, hablando con Auster, dándole la espalda a Kerwin, que no pudo mirarla a los ojos.

—¿Qué estás haciendo, Neryssa?

—Una colcha para mi cama. No sabes el frío que hace aquí en invierno. Además, así mantengo las manos ocupadas.

Giró para mostrarle el trabajo. Era una colcha blanca, con cerezas en tres matices de rojo agrupadas en racimos, con hojas verdes y con listas de los mismos tres matices de rojo en los bordes, y todo unido con delicadas puntadas que formaban un diseño de curvas y rizos. Él se quedó atónito al advertir la cantidad de trabajo y de ingenio invertidos en ese diseño. Nunca se le habría ocurrido que Neryssa, monitora de Arilinn y dama del Comyn, pudiera ocuparse con un trabajo de costura tan tedioso.

Ella se encogió de hombros.

—Como te he dicho, mantiene mis manos ocupadas cuando no hay otra cosa que hacer; y estoy orgullosa de mi habilidad manual.

—Es sin duda muy bella —dijo él—. Un trabajo manual como éste no tendría precio en la mayoría de los planetas que he visitado, pues la mayoría de la gente tiene ropa de cama hecha rápidamente a máquina.

Neryssa soltó una risita.

—Creo que no me gustaría dormir entre cosas hechas a máquina. Sería como acostarme con un hombre mecánico. Según creo, también tienen esas cosas en otros mundos, pero no creo que a las mujeres les gusten. Yo prefiero genuinos trabajos manuales en mi cama y también dentro de ella.

A Jeff le llevó un momento captar el doble sentido que de alguna manera era más sugestivo en
casta
que en el idioma que él hablaba— pero nadie que tuviera un mínimo de fuerza telepática podía malentender la intención de Neryssa. Soltó una risita, un poco incómodo. Ella le miró tan directamente a los ojos que su incomodidad se disipó y se rió con ganas.

—Supongo que tienes razón. Algunas cosas son mejores cuando son obra de la naturaleza —concedió.

—Cuéntame algo de tu trabajo para el Imperio, Jeff. A veces pienso que, si hubiera sido hombre, me habría marchado al espacio. No hay muchas aventuras en las Kilghard Hills, y menos para una mujer. ¿Has vivido en muchos mundos?

—En dos o tres. Pero en el Servicio Civil no se ve gran cosa de ellos; casi todo consiste en trabajar con los equipos de comunicaciones.

—¿Y hacen lo mismo con sus máquinas de comunicaciones que nosotros con la red de transmisión? —preguntó con curiosidad—. Cuéntame un poco del funcionamiento, si puedes. He estado trabajando en los transmisores desde los catorce años; me resultaría raro hacerlo con máquinas. ¿Verdaderamente no hay telépatas en el Imperio terrano?

—Si los hay —respondió Kerwin—, no se lo dicen a nadie.

Le habló a Neryssa de la red de comunicaciones de CommTerra que unía los planetas por medio de sistemas de transmisión interestelares, explicándole la diferencia entre la radio, el inalámbrico y el «hipercom» interestelar. Descubrió que ella poseía una rápida inteligencia mecánica y que captaba velozmente la teoría en cuestión, a pesar de que la disgustaba un poco la idea de comunicarse por medio de máquinas.

—Me gustaría experimentar con alguna de ellas —dijo—. Pero sólo como un juguete. Creo que los transmisores de la Torre son más fiables y rápidos y me imagino que no se descomponen con tanta facilidad.

—¿Y has estado haciendo esto toda la vida? —preguntó Kerwin, tratando de saber también qué edad tendría Neryssa—. ¿Qué te impulsó a entrar en una Torre, Neryssa? ¿Nunca te has casado?

—Nunca sentí deseos de casarme —respondió meneando la cabeza—. Para una mujer de los Dominios está el matrimonio o la Torre… A menos que —se rió— ¡que hubiera querido cortarme el pelo y tomar la espada y pronunciar el juramento de Renunciante! Yo había visto casarse a mis hermanas, para pasarse la vida sometidas a los caprichos de algún hombre y para tener un hijo tras otro hasta que a los veintinueve años eran gordas y feas, con cuerpos gastados por los partos… ¡y con las mentes igualmente gastadas y estrechas para acomodarse a la crianza de los niños, la limpieza y el gallinero! Pensé que esa vida no me gustaba; de modo que cuando me probaron para el
laran
vine como monitora aquí. Me gusta este trabajo y también esta vida.

A Kerwin se le ocurrió que de joven debió de haber sido una belleza; todavía permanecían los elementos de esa belleza: los huesos aristocráticos del rostro, el rico color del cabello, apenas veteado de gris, y su cuerpo tan delgado y erguido como el de la misma Elorie.

—Estoy seguro de que muchos protestaron por esa decisión —dijo Kerwin con galantería.

Ella lo miró por un instante a los ojos.

—No serás tan ingenuo como para pensar que hice los votos de una Celadora, ¿eh? Hace diez años le di una hija a Rannirl, esperando que heredara mi
laran
; mi hermana la ha criado, porque yo no tenía ganas de llevar un bebé colgado de mis talones. También hubiera tenido un hijo con Kennard, porque no tenía heredero y el Concejo estaba furioso con él, pero él eligió casarse. A ellos no les gustó la mujer que eligió; pero ella le dio dos hijos, y han aceptado al mayor como su Heredero…, aunque fue muy difícil conseguir que lo hicieran. Yo estoy satisfecha, ya que aquí me necesitan, aunque ya no tanto ahora que han descubierto que Taniquel tiene suficiente
laran
como para monitorear. Sin embargo, Tani es joven. Es probable que decida marcharse de la Torre y casarse; muchas jóvenes lo hacen. Me sorprendí cuando Elorie vino aquí. Es la hija del viejo Kyril Ardais. El relato de sus atrocidades se ha difundido desde Dalereuth hasta los Hellers; por lo que, después de ver lo que sufrió su propia madre, estoy segura de que Elorie no tenía ningún deseo de casarse y empezó a sentir pavor de todos los hombres. Es mi hermanastra, ¿sabes? Yo soy una de las bastardas del viejo Dom Kyril. —Hablaba con una desapasionada calma—. Yo fui responsable de que ella viniera aquí. El viejo la hubiera puesto a cantar y a entretener a sus camaradas de juerga. Una vez, cuando ella era aún muy pequeña, ya le puso uno las manos encima. Nuestro hermano casi lo mató. Después de eso, él se quejó al Concejo, Elorie fue enviada a Arilinn y Dyan pidió que se dejara de lado a nuestro padre y se le nombrara Regente del Dominio, para que, cuando padre perdiera la cabeza, el Dominio no cayera en desgracia debido a sus indecencias y felonías. A Dyan le costó bastante hacerlo. Es un músico dotado y un curandero; quería estudiar todas las artes curativas en Nevarsin, y ahora debe llevar sobre sus hombros toda la carga del Dominio. Pero estoy chismorreando —agregó, con una leve sonrisa—. A mi edad, se me puede disculpar, creo. Traje a Lori aquí, como te he dicho, esperando que fuera monitora, tal vez incluso técnica, porque tenía buena cabeza. En cambio, prefirieron intentar enseñarle las artes de Celadora. Por eso somos la única Torre de Darkover que tiene una Celadora cualificada a la antigua usanza. Supongo que deberíamos estar orgullosos de ella, pero yo lo lamento por Elorie. Es una vida dura; y, como es la única Celadora que tenemos, aunque están entrenando a otra niña en Neskaya, no se sentirá libre de abandonar la Torre, como han podido hacerlo casi todas las Celadoras del pasado, en cuanto la tarea se les hacía demasiado pesada. Es una carga espantosa —añadió, mirándole a los ojos—. A pesar de que la Dama de Arilinn tiene más jerarquía que la reina, yo no querría el cargo para mí ni para una hija mía.

Su copa estaba vacía. Ella la tomó y le pidió que volviera a llenársela. Incorporándose, Kerwin fue hasta la mesa donde estaban las bebidas. Corus y Elorie jugaban a algún juego con unas fichas de cristal cortado. Rannirl tenía un pedazo de cuero en la mano y estaba haciendo con él una capucha de halcón.

Taniquel estaba cerca de la chimenea, profundamente absorta en una conversación con Auster. Kerwin intentó cambiar con ella una mirada, para hacerle señas de que se reuniera con él, una seña que ella conocía muy bien. Tenía la esperanza de que ella diera alguna excusa banal a Auster y que se reuniera con él.

Pero ella tan sólo le dedicó un guiño y una sonrisa y sacudió lentamente la cabeza. Alarmado, rechazado, miró la mano de Taniquel, posada en la de Auster, y sus dos cabezas muy juntas. Parecían absortos. Kerwin llenó la copa de Neryssa y se la llevó, mientras su perplejidad crecía. La muchacha nunca le había parecido tan deseable como ahora, cuando su risa, su traviesa sonrisa, era para Auster. Regresó a sentarse junto a Neryssa y le entregó la copa. Su perplejidad se convirtió en irritación y luego en resentimiento. ¿Cómo podía hacerle esto? ¿Sólo era entonces una despiadada burlona?

A medida que transcurría la velada, Kerwin se deprimía cada vez más. Escuchaba la cháchara de Neryssa a medias. Incluso los intentos de Kennard y Rannirl de darle charla cayeron en el vacío. Al cabo de un rato, supusieron que Jeff todavía estaba cansado y lo dejaron solo.

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