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Authors: Angela Sommer-Bodenburg

Tags: #Infantil

El pequeño vampiro y el paciente misterioso (5 page)

BOOK: El pequeño vampiro y el paciente misterioso
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—¡Ja! ¡Lo que sí que no voy a ser es un pachá como tú! —le contestó furioso.

—¿No? —dijo el pequeño vampiro con una suavidad inusitada—. Yo no sé muy bien del todo qué es un pachá, pero supongo que...

Más no pudo decir, pues en aquel momento se oyó una puerta al final del pasillo.

—¡Mis padres! —balbuceó Anton.

—¡¿Qué?! ¡¿Tus padres?! —espetó el pequeño vampiro, y miró apurado por todo el cuarto de baño.

Luego abrió bruscamente la ventana y sin decir una sola palabra extendió los brazos y salió volando de allí.

Atenuantes

—¿Anton? —Aquélla era la voz de su madre—. ¿Estás enfermo?

Anton cerró rápidamente la ventana.

—No —contestó.

Y sin embargo se sentía fatal. El cuarto de baño presentaba un aspecto terrible... ¡Necesitaría por lo menos media hora para fregar el suelo y limpiar el lavabo! Y encima Anton había gastado casi todo el champú de fango.

Volvió a colocar rápidamente el bote del champú dentro del armario. ¡Al menos de lo del champú no tenía por qué enterarse su madre enseguida!

—¿Qué es lo que estás haciendo ahí dentro? —preguntó ella ahora ya más impaciente—. ¿Por qué no estás en tu cama?

—Tenía que hacer pis —contestó Anton.

¡Aquello no era muy imaginativo, pero al menos sí era una explicación creíble!

—¿Hay algo que no esté en orden?

«¡Pues sí, se podría decir que sí», pensó Anton, pero en voz alta dijo:

—No, nada malo.

—¿Nada malo? —repitió ella, y en contra de su costumbre de llamar siempre a la puerta, tiró del picaporte hacia abajo.

—¡Pero si has cerrado con llave! —exclamó ella.

Anton no respondió. Acababa de recoger el trapo y la toalla, que el pequeño vampiro había dejado caer por negligencia, y de colgarlos en el secadero. Ahora ya sólo le quedaba hacer desaparecer la capa de vampiro. Después de pensarlo un poco la metió en el cubo de plástico rojo que había debajo del lavabo.

—¡Anton! ¿Cómo es que has cerrado con llave? —oyó que decía la nerviosa voz de su madre.

—¿Que cómo? ¡Porque ya tengo una edad en la que uno cierra la puerta! —contestó— ¡Y además, odio que me fisgoneen!

—El que me preocupe y quiera saber si todo está en orden no tiene absolutamente nada que ver con fisgonear —repuso su madre—. ¡Sobre todo si te encierras en el baño a las dos y media de la noche! —añadió.

Ella hizo una pausa y luego dijo enérgicamente:

—¡Así que abre la puerta ya de una vez!

Anton había estado todo el tiempo pensando cómo le iba a explicar a su madre lo de las baldosas mojadas, la toalla mojada y el tiñoso lavabo.

Finalmente tuvo una idea... No es que fuera brillantísima, pero bueno: abrió un momento el grifo y metió su pelo debajo del chorro de agua caliente.

Luego se enrolló en la cabeza la toalla mojada y abrió la puerta del cuarto de baño.

Su madre entró precipitadamente y bastante fuera de sí.

—Pero ¿será posible? —exclamó—. ¡Lavarse el pelo en plena no...!

Pero no llegó a terminar la frase porque se quedó mirando estupefacta el cuarto de baño.

Anton, por si acaso, había retrocedido hasta el borde de la bañera. Aunque sus padres estaban totalmente en contra de pegar a los niños... a veces ocurría que, como ellos decían, «se les escapaba la mano». Y con lo indignada que estaba ahora su madre, era fácil que «se le escapara la mano»...

—¡Pero esto es tremendo! —exclamó ella temblándole la voz de indignación—. En plena noche te lavas el pelo, encharcas nuestro cuarto de baño y encima...

Tuvo una sospecha y se puso a comprobar a qué olía.

—¡Mi champú! —dijo ella—. ¡Dime, ¿es que te han abandonado todos los buenos espíritus?!

—No, todos los malos —repuso Anton.

Su madre le miró irritada.

—¿Todos los malos? ¿Qué significa eso?

—He tenido una pesadilla —declaró Anton—. He soñado que tenía toda la cabeza llena de..., eh..., piojos, y los piojos me mordían y... me chupaban la sangre. Y cada vez llegaban más piojos... y de repente me encontré aquí, al lado del lavabo. Sí, y tenía el pelo completamente mojado y el suelo estaba empapado...

—¿Que has venido al baño sin darte cuenta... como un sonámbulo?

Anton asintió con la cabeza.

—¡Pero si tú nunca has andado en sueños! —dijo su madre medio asustada, medio incrédula—. ¿Por qué ibas a empezar a hacerlo precisamente esta noche?

—Bueno, como el sueño era tan horrible... —contestó Anton—. Todos esos piojos... me han echado literalmente de la cama y no me ha quedado más remedio que lavarme el pelo dormido.

—Piojos... que te chupan la sangre —repitió su madre sacudiendo la cabeza—. ¡Y eso sólo es por estar siempre leyendo esas terribles historias de vampiros! ¡Seguro que has tenido la pesadilla por el libro de la señora Virtuosa, El vampiro de... ya no me acuerdo dónde!

Anton no la contradijo; le pareció que aquello era lo más inteligente.

Era extraño, pero si decía la verdad —o sea, que él no tenía la culpa de que el cuarto de baño estuviera mojado y sucio— su madre no se lo iba a creer. ¡Por el contrario, su excusa de que había tenido una pesadilla y había andado en sueños a ella le parecía más creíble! Y aunque ella no estuviera del todo convencida de la historia del sueño, por lo menos le concedía a Anton atenuantes.

Teléfono

—Mañana temprano lo limpiaré todo —propuso Anton.

—¿Mañana temprano? ¡No, hay que hacerlo ahora mismo! —repuso su madre.

—¿Ahora mismo? —preguntó a la defensiva Anton.

—¿No pretenderás negarte a limpiar, no?

—No. Es que estoy muerto de cansancio.

—Ah, claro, y entonces lo voy a tener que limpiar yo sola, ¿no? —preguntó ella mordaz.

—No —dijo Anton riéndose irónicamente—. ¡Puedes despertar a papá!

—Probablemente ya se habrá despertado hace mucho —repuso indignada su madre—. ¡Con el ruido que estás haciendo tú aquí no hay quien duerma!

Y como confirmación a sus palabras en aquel momento sonó el teléfono.

La madre de Anton se puso pálida.

—¿Quién podrá ser? —murmuró. Luego, teniendo un presentimiento, dijo—: Oh, sí, ya me imagino quién...

Abandonó rápidamente el cuarto de baño y Anton oyó cómo corría por el pasillo hacia la sala de estar. El teléfono estuvo sonando todo el tiempo.

En cuanto dejó de sonar, Anton sacó del cubo la capa de vampiro mojada y se fue de puntillas a su habitación. Allí vació su bolsa de deporte, metió dentro la capa y escondió la bolsa dentro del armario.

Luego, igualmente sin hacer ruido, regresó corriendo al baño.

Se detuvo en la puerta del cuarto de baño y escuchó con atención.

—Sí, naturalmente, señora Miesmann —le oyó decir a su madre—. Por favor, le pido mil disculpas. No volverá a ocurrir. Seguro que no, señora Miesmann.

—¡No, de verdad que no, señora Miesmann! —exclamó Anton en el mismo tono que su madre.

Cogió el cubo de plástico rojo, lo colocó con un fuerte estrépito en el interior de la bañera y abrió el grifo. Pero entonces —como había esperado Anton—su madre entró precipitadamente en el cuarto de baño y volvió a cerrar el grifo.

—¡Por Dios santo, Anton, vete inmediatamente a la cama! —le dijo suplicante.

—¿A la cama? —se hizo el sorprendido—. Pero si acabas de decir que teníamos que limpiar... ¡Y por eso —dijo señalando irónicamente el cubo— ya estaba cogiendo agua!

—Eso tendremos que dejarlo para mañana temprano —repuso su madre—. ¿O quieres que la señora Miesmann nos mande a la policía?

—¿A la policía? —dijo Anton fingiendo terror.

—¡Sí! ¿Ha amenazado con llamar a la policía si seguimos haciendo tanto ruido!

Anton se rió satisfecho para sus adentros. Lo que no había podido conseguir él lo había logrado la señora Miesmann. Y al día siguiente Anton se quedaría durmiendo. ¡Después de todo aún estaba de vacaciones!

—Bueno, pues ¡buenas noches! —dijo Anton.

Se enrolló una toalla seca alrededor de su mojado pelo y, satisfecho, se marchó a su habitación.

Abrumado

El día siguiente, sin embargo, empezó de una forma extraordinariamente desagradable para Anton: con el persistente y desafinado zumbido estridente de su despertador. Anton se despertó sobresaltado e indignado. Era increíble... ¡Su madre tenía que haber puesto el despertador sin que él se enterara!

Apretó furioso el botón de la alarma. Una mirada a la esfera del reloj le demostró que todavía era demasiado pronto para levantarse: las ocho y media... ¡Qué poca vergüenza despertarle a esas horas en vacaciones!

Luego Anton vio que había una nota al lado de su cama. Empezó a leer malhumorado:

Querido Anton:

Papá y yo hemos ido a la compra a la ciudad. Lo mejor será que te levantes inmediatamente porque tienes un montón de cosas que hacer: Limpiar el lavabo, fregar las baldosas... Cuando termines puedes comprarte panecillos... En la mesa de la cocina tienes dinero. Adiós... ¡Y esperamos que cuando regresemos el baño esté como los chorros del oro!

Mamá y papá

—Como los chorros del oro... —gruñó Anton.

Cuando un día empezaba tan mal lo mejor era quedarse en la cama. Tragó saliva un par de veces para probar... pues lo mismo tenía faringitis.

Pero a Anton no le dolía la garganta ni un poquito.

No, el hecho de que aquella mañana se sintiera fatal era —como diría el señor Schwartenfeger— «por razones psíquicas», y es que todo había salido mal: por el lavado de cabeza no le había preguntado a Rüdiger por aquel misterioso vampiro que era paciente del señor Schwartenfeger. Y tampoco le había dado a Rüdiger la invitación para su fiesta. Y ahora encima tenía que limpiar él solo el baño... Anton se levantó suspirando.

Se vistió y entró en el cuarto de baño. En secreto había tenido la esperanza de que, a pesar de todo, sus padres hubieran limpiado. Pero el baño seguía estando exactamente igual de sucio que la noche anterior. ¡Ni siquiera habían limpiado el lavabo! ¿Se habrían lavado en la cocina?

Pero aquello a Anton le daba lo mismo. Cogió la radio de su habitación y empezó.

Sin embargo, limpió sólo por encima. Sus padres tenían que ver que él —para utilizar una de las expresiones favoritas del señor Schwartenfeger— estaba «abrumado» por aquel trabajo.

Anton cogió luego el dinero para los panecillos y abandonó la casa con la sensación de que aquel día, por fuerza, ya sólo podía mejorar.

Desgraciadamente Anton se equivocaba.

Después de comer su madre se empeñó en que la acompañara a casa de la señora Miesmann con un gran ramo de flores para disculparse. Así que Anton tuvo que estar durante una interminable hora sentado junto a su madre en el duro sofá de la señora Miesmann, beberse un chocolate demasiado dulce y comerse unos pasteles que sabían a rancio.

Pero eso no fue todo: cuando por la noche, para tener una bien merecida distracción, quiso ver la película «El lobo que era un hombre», su madre dijo indignada:

—¿Una película de hombres-lobo? ¡No, de eso ni hablar!... ¡Después de la horrible pesadilla que has tenido la pasada noche no!

—Pero si soñé con piojos —repuso Anton..., pero en vano: ella no se dejó disuadir.

Y como la televisión de Anton llevaba rota desde hacía un par de semanas, no le quedó más remedio que irse a la cama a leer.

Abrió el
Vampiro de Amsterdam
, pero sólo había leído una página cuando sus ojos empezaron ya a cerrársele. Anton dejó el libro a un lado y apagó la luz.

BOOK: El pequeño vampiro y el paciente misterioso
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