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Authors: Angela Sommer-Bodenburg

Tags: #Infantil

El pequeño vampiro y el paciente misterioso (3 page)

BOOK: El pequeño vampiro y el paciente misterioso
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¡Pero eso esperaba ahora con mayor impaciencia aún al pequeño vampiro y a su hermana Anna!

El domingo por la noche —o sea, hacía dos noches— había sido el Tour del Ataúd y Anton sabía que todo había ido bien por una carta de Anna que había encontrado el lunes por la mañana en su ventana.

Hemos llegado a salvo a la cripta
, decía.
Ahora aún tenemos que hacer inventario, ¡Y muy pronto nos volveremos a ver!
¡Ojalá aquella misma noche!

Platillo volante

Cuando oscureció, Anton cogió el libro
El vampiro de Amsterdam
(un regalo de la posadera del Valle de la Alegría) y se tumbó en su cama. Encendió la lámpara de la mesilla de noche y empezó a leer
Terror bajo la escalera del sótano
, un relato sobre un hombre que se instala en una vieja casa que ha estado mucho tiempo vacía. Se dice que por ella rondan fantasmas...

Anton leyó cautivado cómo aquel hombre oía un día un estruendo en el sótano, abría la puerta y acechaba en el húmedo sótano que olía a moho... y entonces llamaron.

Anton dio un respingo. Precipitadamente se levantó de la cama de un salto y corrió hacia la ventana. Pero entonces volvieron a llamar, esta vez con más fuerza, y luego oyó la voz de su padre:

—¿Anton? ¿Estás ya durmiendo?

—Ah, eres tú —gruñó Anton volviendo a tumbarse en la cama.

—¿Puedo entrar? —preguntó su padre.

—Si no queda más remedio...

Se abrió la puerta de la habitación y entró el padre de Anton.

—¿Esperabas a otra persona? —preguntó divertido mirando hacia la ventana cuyas cortinas aún no había echado Anton—. ¿Acaso a un... vampiro?

Aquel era el estilo habitual de su padre: hacer chistes sobre cosas en las que no creía y que él consideraba «productos de la fantasía».

—¿A un vampiro? —dijo Anton con gesto sombrío—. No, estoy esperando un platillo volante... ¡para así, al menos, vivir todavía algo un poco emocionante durante mis vacaciones!

Su padre le miró desconcertado. Luego su rostro adquirió una expresión consternada y de culpabilidad.

—¡Anton! —dijo sentándose en el borde de la cama—. Créeme: a mí también me habría gustado quedarme en el Valle de la Amargura, pero —dijo mirando preocupado su brazo derecho escayolado hasta el codo— con el dedo roto...

Intentó reírse.

—En cualquier caso —añadió—, sería una pena que nuestras buenas relaciones entraran en una crisis por esas..., bueno, por esas vacaciones algo infortunadas.

—¿Cómo? —dijo Anton con fingida sorpresa—. ¿Mamá y tú... tenéis ahora también una crisis en vuestra relación?

—¿Mamá y yo? !No! Yo hablo de
nuestra
relación..., tuya y mía. Las vacaciones-acción en el Valle de la Amargura debían contribuir a que nosotros dos nos sintiéramos más unidos. Y realmente al principio todo iba de maravilla y nos entendíamos muy bien, creo yo; hasta que ocurrió lo de los dedos.

Anton no dijo nada y se limitó a contraer dubitativamente la comisura de los labios.

La alegre noticia

—Y por lo que respecta a tu tienda de campaña y al saco de dormir —prosiguió el padre de Anton—, en otoño podrás ya volver a usarlos.

—¿En otoño?

—¡Sí, porque entonces volveremos a tener unas vacaciones-acción!

—¿Dónde? —preguntó desconfiado Anton.

—¿Que dónde? —Su padre sonrió satisfecho—. ¡En el Valle de la Amargura, naturalmente! ¡En la Cueva del Lobo!

—No..., no puedo —se apresuró a replicar Anton, ¡pues si el pequeño vampiro no estaba en las ruinas del Valle de la Amargura, no le atraía absolutamente nada ir allí!

—¿Que no puedes? —preguntó sorprendido su padre.

—¡No! En otoño voy de viaje con la clase —explicó Anton—. Y tampoco me apetece —añadió.

Su padre le miró extrañadísimo.

—Eres un verdadero enigma para mí —dijo—. No hace ni un momento ponías una cara que te la pisabas por haber tenido que acortar una semana nuestras vacaciones en el Valle de la Amargura... y ahora, cuando te doy la alegre noticia de que en otoño podremos recuperarlo todo, no te alegras absolutamente nada.

—¡Es que ya tengo bastante de Valle de amarguras! —repuso Anton con la voz firme.

—¿Y de la fiesta? —preguntó su padre—. ¿Tampoco tienes ya ganas de hacerla?

—¿La fiesta? —vaciló Anton.

—¡La fiesta que te dejamos que celebres en casa con todos tus amigos!

Ahora Anton se rió irónicamente.

—¡Sí, con
todos
mis amigos! —dijo pensando que ni siquiera había invitado todavía a Rüdiger y a Anna.

Pero es que le habían dicho que no podría celebrar la fiesta hasta que su padre no estuviera mejor.

—¿Es que estás ya mejor? —le preguntó cautelosamente.

—¡Oh, sí, mucho mejor! —contestó su padre—. Desde que llevo la escayola apenas me duele. ¡Por eso podrás dar tu fiesta ya el sábado que viene!

—¿El sábado que viene?

¡Esperaba que el pequeño vampiro y su familia no celebraran la misma noche en la cripta su proyectada «fiesta de regreso», a la que Anna ya le había invitado en el Valle de la Amargura! No es que Anton tuviera previsto asistir a la «fiesta de regreso» en la Cripta Schlotterstein..., pero si los vampiros celebraban su propia fiesta, Anna y Rüdiger seguro que no podrían ir a la de Anton, y él no se podía imaginar en absoluto una fiesta sin ellos dos.

—¡Muy entusiasmado no pareces!

La voz de su padre sonó decepcionada.

—¡Sí, sí! —aseguró Anton—. Sólo que yo... estaba pensando a quién iba a invitar.

—¿Tan difícil es? —preguntó su padre.

—Humm, bastante. —dijo desdeñoso Anton. Y con una risita irónica añadió—: Por ejemplo, ¿a cuántos vampiros voy a invitar?... ¿A uno? ¡A dos?...

—O a tres o cuatro —completó su padre riéndose.

Era evidente que creía que el comentario de Anton era una broma.

—Mejor no —dijo seriamente Anton—. ¿O quieres que invite al abuelo de Anna y de Rüdiger, Wilhelm el Tétrico, o a su abuela, Sabine la Horrible?

—¿Wilhelm el Tétrico? ¿Sabine la Horrible? —repitió su padre riéndose todavía más—. ¡Vaya nombres! Pero, bueno, ahora ya se han ido de aquí ese ridículo Rüdiger y su hermana Anna con sus disfraces de vampiro y sus extraños parientes. ¡Y se han quedado los mejores! —añadió de buen humor—. Ole, Sebastian, Udo..., ¿qué te parece si les escribes ya las invitaciones para que tengan tiempo el sábado que viene y vengan?

—No es mala idea —dijo Anton.

—¡Entonces no quiero impedir que comiences tu trabajo!

Su padre se levantó y se encaminó hacia la puerta.

—¿Y a qué hora empezará la fiesta? —preguntó Anton.

Cuando se haya puesto el sol, claro —bromeó su padre.

—¿Cuando se haya puesto el sol? —se rió irónicamente Anton—. ¡O.K.! ¡Bajo tu responsabilidad!

Querida Anna, querido Rüdiger

—¿Que se han quedado los mejores? —dijo Anton cuando su padre salió de la habitación—. ¡Los mejores han vuelto!

Se sentó al escritorio, sacó su mejor papel de cartas —¡el de color rojo sangre!— y empezó a escribir.

Querida Anna,

Querido Rüdiger,

Me gustaría que pudierais venir a mi fiesta el sábado que viene. Hora de comienzo: cuando se haya puesto el sol.

Vuestro,

Anton.

Anton escribió luego otras cuatro invitaciones, aunque en papel más corriente a Ole, a Tatjana, a Henning y a Sebastian.

Sin embargo, la invitación a Tatjana, que vivía en la casa de al lado, la rompió después de pensarlo un poco: por Anna.

Cuando Anton metió las invitaciones en los sobres y escribió los nombres en ellos tuvo conciencia una vez más de cuántas desventajas tenían los vampiros: a Ole, Sebastian y Henning probablemente se los iba a encontrar por la calle al día siguiente o, como muy tarde, el lunes cuando empezara de nuevo la escuela.

En el caso de Anna y de Rüdiger, Anton sólo podía esperar..., esperar a que ellos llamaran a su ventana.

Y aquella noche Anna y Rüdiger parecían tener algo más importante que hacer...

Triste y decepcionado, Anton se metió finalmente en su cama después de haberse mantenido despierto tanto tiempo con
El vampiro de Amsterdam
y
Terror bajo la escalera del sótano
, que ya las letras le bailaban delante de los ojos.

¡Ojalá sea mañana! —exclamó dirigiendo una última mirada anhelante a la ventana.

¡Tienes que ayudarme!

—¡Eh! ¡Levántate! —gruñó una voz ronca que a Anton le resultó conocida—. ¡Venga, levántate de una vez, Anton!

Era... ¡la voz del señor Fliegenschneider, el profesor de matemáticas de Anton!

—¡No, no quiero hacer cálculos! —exclamó Anton.

—¡Oh, sí, claro que vas a hacer cálculos! —contestó el señor Fliegenschneider golpeando con su puntero en el pupitre—. ¡Ahora vas a salir a la pizarra a hacer cálculos!

—¡No, no lo haré! —exclamó Anton... y se despertó.

Tenía que ser noche cerrada: la luz de la luna se colaba en la habitación a través de las cortinas y no se oía ni un ruido en las demás habitaciones de la casa.

Pero entonces, de repente,... alguien golpeó fuerte y enérgicamente el cristal de la ventana.

Anton saltó de la cama y se fue corriendo a la ventana. Echó las cortinas a un lado... ¡y vio la pálida cara del pequeño vampiro!

Anton abrió rápidamente la ventana.

—¡Anda que no has tardado! —siseó el pequeño vampiro—. Ya creía que estabas en letargo.

—Hola, Rüdiger —dijo Anton..., confundido por el extraño aspecto que tenía el pequeño vampiro.

A su pelo, que normalmente le colgaba hasta los hombros en largas greñas, algo le habían hecho, pues lo llevaba ahora pegado a la cabeza y tenía un brillo aceitoso. Y además —Anton tosió— su olor no era en absoluto el propio de un vampiro. ¡Olía como si Rüdiger acabara de salir de un salón de peluquería!

—Tienes que ayudarme —le explicó ronco el pequeño vampiro saltando desde el poyete de la ventana al interior de la habitación.

—¿Ayudarte? ¿Cómo? —preguntó a la defensiva Anton.

—¡Ayudarte!... ¡Cómo!... —le hizo burla el pequeño vampiro—. ¿Es que no tienes ojos en la cara?

—Sí, ¿por qué?

—¿No ves que Waldi el Malo me ha arruinado todo mi peinado?

—¿Ha sido Waldi el Malo?

—¡Sí! —dijo el pequeño vampiro con voz de ultratumba—. ¡En ese maldito concurso de uñas! ¡Ojalá no hubiera ido!

—Pero, ¿qué tiene que ver el concurso de uñas con eso?

El pequeño vampiro le lanzó una mirada sombría.

—¡Ja! Todos ganaron algo... Jörg el primer premio: una manta de lana; Waldi el segundo premio: una almohada; y Lumpi el tercer premio: un botón de la colección de Jörg. ¡El único que volvió a salir de vacío fui yo! Y por eso Waldi dijo que yo tenía que obtener un premio de consolación...

—¿Un premio de consolación?

—¡Sí! —gruñó el pequeño vampiro—. Jörg el Colérico sacó de debajo de su capa esta asquerosa pomada para el cabello y le dijo a Waldi que me consolara...

—¿Que te consolara? —dijo sorprendido Anton—. ¿Cómo?

—¿Todavía lo preguntas? ¡Untándome la pomada en el pelo, idiota!

—¿Y eso es un premio de consolación? —se indignó Anton.

—¡Sí, porque ellos no están muy en sus cabales!... ¡Ese Jörg y ese Waldi, con su estúpido grupo de hombres!

El pequeño vampiro estaba ahora realmente furioso; ¡y con razón!, pensó Anton.

—Y ahora no me queda más remedio que lavarme el pelo —añadió rabioso el vampiro—. ¡Por primera vez desde hace treinta y ocho años!

—¿Te vas a lavar aquí el pelo? —preguntó con malestar Anton—. ¿Aquí... en mi casa?

—¿Dónde si no? —siseó el pequeño vampiro—. ¿Acaso has visto que haya algún grifo de agua en nuestra cripta?

—No —admitió Anton—. Pero es que mis padres...

—¡No te preocupes! No haré ruido —contestó el pequeño vampiro—. ¡Venga, llévame al cuarto de baño!

—Pero sólo puedes lavarte el pelo en el lavabo —dijo Anton—. La ducha de la bañera hace demasiado ruido. ¡Y el secador tampoco se puede utilizar! —añadió.

—¿El secador? —dijo el vampiro mirándole sin comprender nada—. ¡Ya te he dicho que me lo voy a
lavar
. ¡Y ahora vamos ya de una vez! Hace cuatro noches que estoy esperando este momento.

—¿Cuatro noches?

—Sí, todo ese tiempo he tenido que llevar puesta esta cosa.

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