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Authors: Christopher Priest

Tags: #Aventuras, Intriga

El prestigio (50 page)

BOOK: El prestigio
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Kate me había dado dos grandes linternas, diciéndome que necesitaría la mayor cantidad de luz posible. («Regresa a casa a buscar más, si la necesitas», me había dicho. ¿Por qué no vienes conmigo y sostienes una de las linternas?», le había preguntado yo. Pero ella sacudió la cabeza enfáticamente). Una vez la puerta estuvo abierta, miré al interior atentamente, permitiendo que el rayo de luz de la linterna más grande iluminara lo que había delante de mí. No había mucho que ver: un techo de rocas que se estaba desmoronando, algunos escalones desiguales tallados precariamente, y al final de ellos, una segunda puerta.

La palabra «Sí» se formó dentro de mi cabeza.

La segunda puerta no tenía ni candado ni pasador, y se abrió suavemente apenas la toqué. La luz de mis linternas iluminaba el lugar; con una, que sostenía en la mano, arrojaba claridad a mi alrededor, mientras que la otra, sujeta bajo mi brazo, enfocaba allí donde se dirigían mis ojos.

Entonces, uno de mis pies chocó contra algo duro que sobresalía del suelo, y tropecé. La linterna que estaba bajo mi brazo se rompió cuando caí contra la pared de piedra. Agachado sobre el suelo, descansando sobre una rodilla, utilicé una linterna para examinar la otra.

«Hay una luz», dijo mi hermano.

Iluminé a mi alrededor otra vez con la única linterna que me quedaba, y esta vez, junto a la puerta interior, noté que había un cable de electricidad aislador, pulcramente clavado con tachuelas en el marco de madera. A la altura de mis hombros, había un interruptor de luz normal y corriente. Lo moví para encenderlo.

Al principio no sucedió nada.

Luego, a medida que me iba adentrando cada vez más en la caverna, en lo profundo de la colina, oí el sonido de un motor. Cuando el generador aceleró la velocidad, se encendieron luces a lo largo de toda la caverna. Eran bombillas de muy bajo voltaje, toscamente sujetadas al techo rocoso, y protegidas por viseras de cable, pero aun así había luz suficiente para poder ver sin la linterna.

La caverna parecía ser una hendidura natural de la roca, con una serie de túneles y huecos que seguramente habrían sido construidos recientemente. Había varios anaqueles naturales creados por estratos de rocas que sobresalían, pero éstos habían sido complementados con cavidades en las paredes del túnel. También habían intentado alisar el suelo, pues estaba cubierto con numerosos pequeños pedacitos y trozos de roca. Junto al marco de la puerta interior, un hilo de agua resbalaba por la pared, dejando un enorme sedimento de calcificación amarillento en su camino. Allí donde el agua alcanzaba el suelo, alguien había creado un rústico pero eficaz drenaje con tuberías modernas, que conducían el agua hasta hacerla desaparecer en un agujero lleno de escombros.

El aire era sorprendentemente agradable, y mucho más cálido que el del exterior.

Avancé varios pasos hacia el interior de la caverna, manteniéndome en equilibrio con las manos contra las paredes rocosas a cada lado. El suelo era desigual y quebradizo, y las bombillas de luz eran débiles y estaban bastante espaciadas una de la otra, así que en algunos lugares era difícil encontrar un sitio seguro en donde apoyar el pie. Tras una distancia de aproximadamente cuarenta y cinco metros y medio, el suelo descendía precipitadamente y doblaba hacia la derecha, mientras que, a la izquierda del túnel principal, noté que había una gran cavidad, la cual, a juzgar por las líneas redondas de la entrada, había sido excavada artificialmente. El techo era de unos dos metros de altura, dejando así una gran cantidad de espacio libre entre la cabeza y el techo. La abertura no estaba iluminada eléctricamente, así que encendí mi linterna e iluminé su interior.

Inmediatamente deseé no haberlo hecho. Estaba lleno de ataúdes antiguos. La mayoría estaban colocados horizontalmente en pilas, unos sobre otros, a pesar de que había una docena que estaban apoyados verticalmente contra las paredes. Eran de todos los tamaños, pero la mayor parte de ellos, tristemente, eran pequeños, obviamente diseñados para niños. Todos los ataúdes estaban en diversos grados de deterioro. Los horizontales eran los más decrépitos: la madera estaba oscura, doblada y agrietada por el paso del tiempo. En muchos casos las tapas se habían derruido sobre los contenidos, y los lados de varios ataúdes apilados arriba de todo se habían desprendido.

En la base de casi todas las pilas había montones de fragmentos marrones y rotos, seguramente de huesos. Las tapas de los ataúdes que estaban colocados verticalmente estaban todas sueltas y apoyadas de pie contra la caja.

Inmediatamente entré de nuevo en el túnel principal y levanté la mirada para ver la puerta por donde había entrado. Había una ligera curva, y desde allí ya no podía ver mi camino de salida. En algún lugar en el fondo de la caverna, el generador seguía funcionando.

Estaba temblando. No podía evitar pensar: «Aquel lejano generador, esta linterna que tengo en la mano, esto es lo único que se interpone entre yo y la posibilidad de hundirme repentinamente en la oscuridad».

No podía echarme atrás. Mi hermano estaba allí.

Decidido a resolver aquello lo más rápido posible, seguí por el camino que bajaba y doblaba hacia la derecha, alejándose de la salida en una curva bastante más pronunciada. Después seguía otro tramo más de escalera, y allí las luces estaban colocadas más cerca una de la otra porque esos escalones tenían todos alturas diferentes y terminaban en ángulo hacia un lado. Apoyando una mano contra la pared para sostenerme, los bajé. El túnel se abrió inmediatamente hacia una caverna aun más amplia.

Estaba llena de modernos estantes de metal, pintados de marrón, unidos con tuercas y tornillos cromados. Cada estante tenía tres grandes anaqueles, uno arriba del otro, como literas. Al lado de cada estante había una angosta pasarela y un pasillo central que atravesaba todo el largo del salón. Una luz sobre cada pasarela iluminaba su contenido.

2

Cuerpos humanos yacían descubiertos sobre cada uno de los anaqueles de los estantes. Todos eran de hombres, y estaban completamente vestidos. Todos llevaban un traje de etiqueta: una chaqueta ceñida a medida, una camisa blanca con una corbata de lazo negra, un chaleco discretamente estampado, unos pantalones angostos con una tira de satén a lo largo de los dobladillos, un par de medias blancas y un par de zapatos de charol. Las manos llevaban guantes de algodón blancos.

Cada cuerpo era idéntico a todos los demás. El hombre tenía un rostro pálido, una nariz aguileña y un fino bigote. Sus labios también estaban pálidos. Tenía una frente estrecha con entradas y los cabellos peinados hacia atrás con brillantina. Algunas de las caras estaban mirando hacia arriba, hacia el estante que estaba sobre ellas, o hacia el techo rocoso. Otros tenían el cuello torcido, por lo que estaban de cara a un costado o al otro.

Todos los cadáveres tenían los ojos abiertos.

Muchos de ellos estaban sonriendo, mostrando los dientes. A cada muela izquierda superior de cada boca le faltaba un pedacito de una esquina.

Los cadáveres yacían todos en diferentes posiciones. Algunos estaban rectos, otros estaban torcidos o encorvados. Ninguno de los cuerpos reposaba como si estuviera simplemente acostado; la mayoría de ellos tenía un pie colocado delante del otro, y estirados sobre el estante, esta pierna quedaba más arriba que la otra.

Todos los cadáveres tenían un pie en el aire.

Los brazos también se encontraban en diferentes posiciones. Algunos estaban alzados encima de la cabeza, algunos estaban estirados hacia delante como los de un sonámbulo, otros yacían rectos junto al cuerpo.

No había indicio alguno de deterioro en ninguno de los cadáveres. Era como si cada uno de ellos hubiera sido congelado en vida, convertido en algo inerte sin necesidad de matarlo. No había polvo sobre ellos, ni desprendían ninguna clase de olor.

Un pequeño trozo de cartulina blanca había sido colocado sobre el borde frontal de cada anaquel. Estaba escrito a mano y colocado en un estuche de plástico ingeniosamente sujeto a la superficie inferior de los anaqueles. El primero que observé decía lo siguiente:

Teatro Dominion, Kidderminster

14/04/01

15:15 (F.V).

2359/23

25 g

En el anaquel que estaba encima de éste, la tarjeta era casi idéntica:

Teatro Dominion, Kidderminster

14/04/01

20:30 (F.N).

2360/23

25 g

Sobre éste, la etiqueta del tercer cadáver decía:

Teatro Dominion, Kidderminster

15/04/01

15:15 (F.V).

2361/23

25 g

Sobre el siguiente estante había tres cadáveres más, todos etiquetados y con fechas similares. Estaban clasificados por fecha. Parecía ser que la semana siguiente había habido un cambio de teatro: el Fortune, en Northampton. Allí se habían llevado a cabo seis funciones. Luego había habido un descanso de aproximadamente dos semanas, seguido por una serie de presentaciones sueltas, con espacios de aproximadamente tres días entre una y otra, en cierto número de teatros provinciales.

Por lo tanto, había doce cadáveres etiquetados, en orden. Una temporada en el Teatro Palace Pier, en Brighton, ocupaba la mitad del mes de mayo (seis estantes, dieciocho cadáveres).

Seguí adelante, escabulléndome por el angosto pasillo central hasta el final de la caverna. Allí, en el último anaquel del último estante, me encontré con el cuerpo de un niño pequeño.

Había muerto en el frenesí de una lucha. Su cabeza estaba inclinada hacia atrás y girada hacia la derecha. Su boca estaba abierta, con las comisuras de los labios hacia abajo. Sus ojos estaban también completamente abiertos, con la mirada hacia arriba.

Sus cabellos estaban erizados. Todas sus extremidades estaban tensas, como si hubiese estado luchando para liberarse. Llevaba una camiseta color granate con personajes de
The Magic Roundabout
, un pequeño par de pantalones vaqueros azules con los finales de las piernas doblados hacia fuera y un par de zapatos de lona azules.

Su etiqueta también estaba escrita a mano, y decía:

Casa Caldlow

17/12/70

19:45

0000/23

0g

Arriba de todo estaba el nombre del niño: Nicholas Julius Borden.

Arranqué la etiqueta y la introduje en mi bolsillo, luego me incliné y lo atraje hasta mí. Lo recogí y lo levanté en mis brazos. Desde el momento en que lo toqué, la constante presencia de mi hermano en mi subconsciente se fue esfumando hasta desaparecer.

Fui consciente de su
ausencia
por primera vez en mi vida. Mirándolo entre mis brazos, intenté colocarlo en una posición más cómoda para poder llevarlo. Sus extremidades, su cuello y su torso estaban agarrotados pero flexibles, como si estuviesen hechos de un material de goma muy resistente. Pude cambiarlos de posición, pero en el momento en el que los dejé ir, volvieron a la posición original.

Cuando intenté alisar sus cabellos, éstos volvieron a erizarse. Lo apreté fuertemente contra mí. No estaba ni frío ni caliente. Una de sus manos estiradas, medio doblada por el miedo, tocaba un lado de mi cara. El alivio que sentí por haberlo encontrado finalmente pudo con todo; con todo menos con el miedo que le tenía a aquel lugar. Quería darme la vuelta para regresar hacia la salida, pero para ello tenía que salir de la pasarela mirando hacia atrás. Tenía mi pasado en mis brazos, pero no sabía qué había detrás de mí.

Sin embargo, había algo.

3

Empecé a caminar lentamente hacia atrás, sin mirar. Cuando llegué al pasillo principal, y me di vuelta lentamente, la cabeza de Nicky rozó suavemente uno de los pies levantados del cadáver que estaba más cercano a nosotros. Un zapato de charol se balanceó de un lado para otro. Me alejé un poco para esquivarlo, horrorizado.

Vi que al final de aquel pasillo había otra cámara, a tan sólo un metro y medio o casi dos de distancia de donde yo estaba. De allí procedía el sonido del motor del generador. Me acerqué. La entrada a esta cavidad estaba inclinada hacia abajo y era bastante baja, y no había sido realizado ningún tipo de esfuerzo para ensancharla o para hacer que la entrada fuera más cómoda.

El sonido del generador iba aumentando a medida que me acercaba, y podía también oler el humo de la gasolina con la que funcionaba. Había bastantes más luces dentro de esta cámara, pasada la entrada. Su resplandor se derramaba sobre el suelo irregular del pasillo principal. No podía atravesar el hueco sin bajar el cuerpo de Nicky, así que me encorvé todo lo que pude para tratar de ver su interior.

Miré fijamente a través del corto tramo de suelo rocoso que pude ver, y luego me enderecé otra vez. No quería ver nada más. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. No había visto nada. Cualquier sonido que pudiera haber debió haber sido ahogado por los estrepitosos ruidos mecánicos del generador. Nada parecía moverse allí dentro.

Di un paso hacia atrás, luego otro, lo más silenciosamente que pude. Alguien había estado de pie en el interior de aquella cámara, en silencio, sin moverse, justo más allá del alcance de mi vista, esperando que yo entrara o que retrocediera.

Seguí caminando hacia atrás por el angosto pasillo que había entre los estantes, intentando moverme para evitar que la cabeza o los pies de Nicky rozaran los cuerpos que estaban sobre los anaqueles. El terror estaba agotando las fuerzas de mi cuerpo poco a poco. Mis rodillas estaban vibrando, y los músculos de mis brazos, cansados ya por el peso del cuerpo de Nicky, me dolían y se contorsionaban.

Una voz de hombre dijo, desde el interior de la cámara, retumbando en todo el pasillo: —Eres un Borden, ¿no es cierto?

No dije nada, estaba paralizado por el miedo.

—Pensé que al final vendrías por él. —La voz era fina, parecía cansada, no más que un susurro, pero la caverna le daba una resonancia de eco—. Él es tú, Borden, y todos éstos son yo. ¿Vas a irte con él? ¿O te vas a quedar?

Vi el vestigio de una sombra moviéndose tras aquella precaria entrada, y luego, para mi horror, el sonido del generador desapareció inmediatamente.

La luz de las bombillas también se extinguió: primero amarillo, luego ámbar, después un rojo apagado y finalmente negro. Estaba inmerso en una oscuridad impenetrable. La linterna estaba en mi bolsillo. Cambié el peso del cuerpo del niño y me las arreglé para coger la linterna.

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