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Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Fantástico, Aventuras, Infantil y Juvenil

El Gran Rey (11 page)

BOOK: El Gran Rey
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Taran comprendió que el rey Smoit estaba intentando agrupar a sus hombres a su alrededor, e intentó abrirse paso hasta los establos. Coll apareció a su lado durante unos momentos. El robusto guerrero acababa de obtener una espada de un oponente caído. Coll arrojó a un lado la azada que le había servido como arma hasta aquel instante y se lanzó sobre los espadachines que acosaban a Fflewddur Fflam. Taran se unió a la contienda y asestó potentes mandobles a derecha e izquierda.

Los guerreros de Magg retrocedieron. El bardo se reunió con Taran y los dos cruzaron el patio de armas a la carrera.

—¿Dónde está Rhun? —gritó Taran.

—¡No lo sé! —jadeó Fflewddur—. Él y Eilonwy tenían que abrirnos las puertas, pero por el Gran Belin que no tengo ni idea de qué ha ocurrido desde el momento en el que se suponía que lo harían. Todo ha cambiado. Uno de los hombres de Magg pisó a Glew, y nos descubrieron antes de que pudiéramos dar un paso más. A partir de entonces la confusión fue total. En cuanto a Glew, no sé dónde puede estar…, aunque debo decir que la pequeña comadreja se portó francamente bien, y Gwystyl también.

—¿Gwy-Gwystyl? —tartamudeó Taran—. Pero ¿cómo…?

—Olvídalo —replicó Fflewddur—. Ya te lo contaremos después…, si es que hay un después.

Ya casi habían llegado a los establos. Taran vio a Gwydion. La cabellera gris como el pelaje de un lobo del príncipe de Don se alzaba por encima del remolino de guerreros; pero el alivio que sintió Taran al ver que Gwydion se encontraba bien no tardó en esfumarse y ser sustituido por la desesperación, pues a pesar de las nubes de humo que flotaban de un lado a otro Taran pudo ver que el combate se estaba decantando en contra de los compañeros. Sólo un puñado de los hombres de Smoit habían logrado reagruparse para el ataque. Los demás estaban aislados y luchaban por todo el patio de armas.

—¡A las puertas! —ordenó Gwydion—. ¡Huid todos los que podáis hacerlo!

Taran se dio cuenta de que el pequeño grupo estaba terriblemente superado en número, y le dio un vuelco el corazón. Volvió la mirada hacia las puertas, y logró ver que estaban abiertas; pero más guerreros de Magg se habían unido al contingente inicial y el camino a la salvación estaba bloqueado.

De repente una figura montada a caballo entró al galope en el patio. Era Rhun. El rostro de muchacho del rey de Mona estaba iluminado por el resplandor de la furia. La yegua se encabritó y se lanzó a la contienda, y Rhun hizo girar su espada trazando círculos por encima de su cabeza.

—¡Arqueros, seguidme! —gritó con toda la potencia de sus pulmones—, ¡Entrad todos en el patio! —Hizo volver grupas a la yegua y movió la espada de un lado a otro. Sus palabras resonaron por encima del estrépito de las armas—. ¡Lanceros, por aquí! ¡Venga, daros prisa!

—¡Ha traído ayuda! —gritó Taran.

—¿Ayuda? —repitió el bardo poniendo cara de perplejidad—, ¡No hay ninguna ayuda disponible en leguas a la redonda!

Rhun no había dejado de galopar ni un instante por entre los guerreros trabados en combate, y seguía gritando órdenes como si todo un ejército avanzara detrás de él.

Los hombres de Magg se volvieron para enfrentarse al enemigo invisible.

—¡Es un truco! —exclamó Fflewddur— ¡Está loco! ¡No funcionará!

—¡Pero está funcionando!

Taran recorrió el patio de armas con la mirada y vio que sus atacantes empezaban a dispersarse y se estaban dejando dominar por la confusión mientras intentaban plantar cara a lo que imaginaban un grupo de atacantes recién llegados. Taran se llevó el cuerno a los labios y sopló las notas de la orden de carga. Los hombres de Magg vacilaron, creyendo que ahora el enemigo se encontraba a su espalda.

Y en ese instante Llyan entró por las puertas del castillo. Los hombres que la vieron lanzaron gritos de terror cuando la enorme gata saltó hacia adelante. Llyan no prestó ninguna atención a los guerreros, y atravesó el patio con la velocidad del rayo mientras los guerreros dejaban caer sus armas y huían ante ella.

—¡Me está buscando! —gritó Fflewddur—. ¡Estoy aquí, vieja amiga!

Los hombres del rey Smoit aprovecharon la oportunidad y lanzaron un feroz ataque. Muchos de los guerreros de Magg ya habían huido. Estaban tan aterrorizados que se dejaron cegar por el pánico, y se asestaron tajos y mandobles los unos a los otros. Rhun siguió galopando y se desvaneció entre el humo.

—¡Ah, cómo ha conseguido engañarles! —gritó jubilosamente Fflewddur—. Los huevos y las setas nos han ayudado, desde luego…, ¡pero de no haber sido por Rhun jamás lo habríamos conseguido!

El bardo corrió hacia Llyan. Taran vio que Gwydion había conseguido montar. Melyngar cruzó el patio como una exhalación agitando sus crines doradas con Gwydion a la grupa lanzándose en persecución de los enemigos que intentaban retirarse. Smoit y Coll también habían conseguido montar a caballo, y Gwystyl galopaba detrás de ellos. Los guerreros de Smoit no tardaron en unirse a la persecución. Taran corrió en busca de Melynlas, pero oyó que Eilonwy gritaba su nombre antes de que hubiera podido llegar a los establos. Taran giró sobre sí mismo, y vio que la muchacha tenía el rostro manchado de hollín y el vestido lleno de desgarrones, y que movía desesperadamente las manos indicándole que se reuniera con ella.

—¡Ven! —gritó Eilonwy—. ¡Rhun está malherido!

Taran la siguió a la carrera. La yegua de Rhun estaba inmóvil junto al muro más alejado con la silla de montar vacía. El rey de Mona estaba sentado en el suelo con las piernas extendidas delante de él y la espalda apoyada en una carreta que aún humeaba y echaba chispas debido a las setas de fuego de Gwystyl. Gurgi y Glew, ambos desarmados, se encontraban junto a él.

—¡Hola, hola! —murmuró Rhun mientras les saludaba con una mano.

Su rostro estaba blanco como la nieve.

—La victoria es nuestra —dijo Taran—. Sin vos el resultado de la batalla habría sido muy distinto. No os mováis —le advirtió.

Se inclinó sobre el joven rey y aflojó su jubón manchado de sangre. Taran frunció el ceño. Una flecha se había hundido en el costado de Rhun, y el astil estaba roto.

—¡Es asombroso! —dijo Rhun con un hilo de voz—. Nunca había tomado parte en una batalla, y no estaba seguro de…, no estaba seguro de nada. Pero debo decir que me pasaron por la cabeza toda clase de ideas rarísimas. No paraba de pensar en el rompeolas del puerto de Mona. Resulta sorprendente, ¿verdad? Sí, vuestro plan ha funcionado estupendamente —murmuró Rhun. Sus ojos se movieron lentamente de un lado a otro, y de repente pareció muy joven. Era como si se hubiese perdido y estuviera un poco asustado—, Y creo…, creo que me alegrará mucho volver a casa.

Hizo un esfuerzo para incorporarse, y Taran se apresuró a inclinarse sobre él.

Fflewddur acababa de aparecer con Llyan pisándole los talones.

—Así que estás aquí, viejo amigo —dijo mirando a Rhun—. Ya te dije que no serían problemas lo que nos faltaría. ¡Pero tú nos has sacado del lío! Oh, los bardos compondrán canciones sobre ti…

Taran alzó el rostro hacia Fflewddur. La pena y el dolor nublaban su mirada.

—El rey de Mona ha muerto.

Los compañeros erigieron un túmulo funerario a poca distancia de Caer Cadarn. Trabajaron en silencio y con el corazón lleno de tristeza. Los guerreros de Smoit les ayudaron, y cuando llegó el ocaso jinetes con antorchas desfilaron lentamente alrededor del túmulo en honor del rey de Mona.

Cuando la última llama se hubo extinguido Taran fue hasta el túmulo y se detuvo delante de él.

—Adiós, Rhun, Hijo de Rhuddlum. Tu rompeolas no está terminado —dijo en voz baja—, pero te prometo que tu obra no quedará inacabada. Tus pescadores dispondrán de un puerto seguro aunque deba construírselo con mis propias manos.

Gwydion, Coll y el rey Smoit volvieron poco después de que hubiera anochecido. Magg había logrado eludirles, y la persecución infructuosa les había agotado y dejado sin ánimos. Ellos también lloraron la muerte de Rhun y rindieron honores a todos los guerreros que habían caído en el combate. Después Gwydion precedió a los compañeros hasta la Gran Sala.

—Arawn, el Señor de la Muerte, no nos deja mucho tiempo que dedicar a la pena, y me temo que antes de que nuestra empresa haya terminado tendremos que llorar a otros —dijo—. Ahora debo hablaros de una elección que ha de ser meditada cuidadosamente.

»Gwystyl del Pueblo Rubio nos ha dejado, y ha reemprendido su viaje al reino del rey Eiddileg. Antes de que nos separásemos me contó más cosas sobre las huestes que Arawn está reuniendo en sus dominios. Las palabras de Magg no eran una mera fanfarronada maliciosa. Tanto Gwystyl como yo opinamos que Arawn tiene intención de derrotarnos en una última batalla definitiva. En estos mismos momentos sigue aumentando la potencia de sus ejércitos.

«Permitir que Dyrnwyn siga en manos de Arawn supone correr un riesgo muy grave.., quizá fatal —siguió diciendo Gwydion—, pero ahora tenemos que enfrentarnos al peligro más acuciante. No seguiré intentando recuperar la espada negra. Sea cual sea la fuerza que pueda prestar a Arawn, yo usaré la mía para plantarle cara hasta la muerte. No cabalgaré hacia Annuvin, sino a Caer Dathyl para reunir a los Hijos de Don.

Todos permanecieron en silencio durante unos momentos.

—Creo que habéis escogido sabiamente, príncipe de Don —dijo Coll por fin.

Smoit y Fflewddur Fflam asintieron con la cabeza.

—Ojalá yo pudiera estar tan seguro de ello como vosotros… —replicó Gwydion con voz apenada—. Bien, que así sea.

Taran se puso en pie y se encaró con Gwydion.

—¿No hay ninguna forma de que uno de nosotros pueda entrar en la fortaleza del Señor de la Muerte? —preguntó—. ¿Tenemos que renunciar a la búsqueda de Dyrnwyn?

—Te he leído los pensamientos, Ayudante de Porquerizo —replicó Gwydion—. Me servirás mucho mejor si obedeces mis órdenes. Gwystyl nos ha advertido de que ir a Annuvin sólo puede significar un desperdicio de vidas…, y todavía más que eso, pues supondría malgastar un tiempo precioso. La naturaleza de Gwystyl le impulsa a ocultar su verdadera naturaleza, pero en todo el Pueblo Rubio no hay quien le supere en astucia o quien sea más digno de confianza que él. He decidido hacer caso de su advertencia, y lo mismo debéis hacer todos vosotros.

»Gwystyl me ha prometido que hará cuanto esté en sus manos para proporcionarnos la ayuda del Pueblo Rubio —siguió diciendo Gwydion—. El rey Eiddileg no siente un gran aprecio hacia la raza de los hombres, pero incluso él debe poder ver que la victoria de Arawn contaminaría a todo Prydain. El Pueblo Rubio sufriría las mismas calamidades que nosotros.

»Pero no podemos correr el riesgo de confiar excesivamente en Eiddileg. Nuestros ejércitos tienen que ser puestos en pie de guerra, y es preciso agrupar a nuestra hueste de guerreros. En esta labor la mayor ayuda a la que podemos aspirar vendrá del rey Pryderi de los Dominios del Oeste. Ningún señor de Prydain tiene a sus órdenes un ejército más poderoso. Su lealtad a la Casa de Don es firme, y existen fuertes lazos de amistad entre nosotros. Enviaré un mensaje a Pryderi, y le rogaré que una su hueste a las nuestras en Caer Dathyl.

»Todos debemos encontrarnos allí —añadió Gwydion—. Antes de que llegue ese momento, pido al rey Smoit que reúna a todos los guerreros leales de su cantrev y de los dominios más cercanos al suyo. —Gwydion se volvió hacia el bardo—. Fflewddur Fflam, Hijo de Godo, tú eres rey en tus Dominios del Norte. Vuelve allí lo más deprisa posible. Te confío la misión de poner en pie de guerra a todos los cantrevs del norte.

»Y en cuanto a ti, Ayudante de Porquerizo —dijo Gwydion, viendo la pregunta que ardía en los ojos de Taran—, la tarea que te espera es igualmente apremiante. Los habitantes de los Commots Libres te conocen bien. Te confío la misión de formar una hueste lo más numerosa posible entre ellos. Ponte al frente de todos los que quieran seguirte hasta Caer Dathyl. Gurgi y Coll, Hijo de Collfrewr, cabalgarán contigo; y también lo hará la princesa Eilonwy. Su seguridad queda en tus manos.

—Me alegra que no se haya hablado de enviarme a casa —murmuró Eilonwy.

—Gwystyl me ha contado que muchos de los vasallos de Arawn ya se han puesto en movimiento —le dijo Coll—, por lo que los cantrevs del valle se han vuelto demasiado peligrosos. Si no fuera por eso, princesa —añadió sonriendo—, ya haría tiempo que habríais emprendido el camino de vuelta a Caer Dallben.

Gwydion y Fflewddur Fflam salieron de Caer Cadarn bastante antes de que amaneciera para seguir cada uno por su camino. El rey Smoit salió del castillo después de haberse preparado para la batalla, y con él fueron el señor Goryon y el señor Gast, quienes aunque tarde para serle de alguna ayuda se habían enterado del ataque sufrido por su rey y se habían apresurado a reunirse con él. La amenaza del peligro común hizo que los dos rivales se olvidaran de sus querellas. Goryon decidió no considerar como un insulto cada palabra que salía de los labios de Gast, y Gast se abstuvo de ofender a Goryon, y ninguno de los dos sacó a relucir ni una sola vez el tema de las vacas.

Esa misma mañana un granjero de cabellera canosa y cuerpo nervudo fue hacia Taran en el patio de armas del castillo. Era Aeddan, quien le había ofrecido su amistad hacía ya mucho tiempo en el cantrev de Smoit. Los dos se estrecharon las manos efusivamente, pero el rostro de Aeddan estaba muy serio.

—Ahora no hay tiempo para hablar del pasado —dijo Aeddan—. Te ofrezco mi amistad…, y esto —añadió desenvainando una espada oxidada—. Ha sido útil en una ocasión y puede volver a serlo. Dime hacia dónde cabalgas e iré contigo.

—Valoro la espada, y valoro todavía más al hombre que la lleva al cinto —replicó Taran—, pero tu lugar está con tu rey. Síguele y no pierdas la esperanza de que tú y yo volvamos a encontrarnos en un día menos aciago.

Taran y los compañeros restantes permanecieron en el castillo de Smoit tal como había ordenado Gwydion. Todos tenían la esperanza de que Kaw apareciera para darles nuevas noticias, pero cuando el día siguiente no trajo consigo ni rastro del cuervo empezaron a prepararse para la partida. El bordado de Eilonwy no había sufrido ningún daño, y la princesa lo dobló cuidadosamente.

—Ahora eres un líder de guerra —le dijo con orgullo a Taran—, pero nunca he oído hablar de un líder de guerra que no tuviera un estandarte de combate.

Eilonwy unió el bordado que aún no había terminado a la punta de una lanza mediante tiras de cuero.

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