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Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Fantástico, Aventuras, Infantil y Juvenil

El Gran Rey (9 page)

BOOK: El Gran Rey
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—Sí, hay días en los que todo parece salir mal —suspiró Gwystyl—. ¿Y qué va a hacer uno en esos casos? Nada, ay, pero espero que las cosas mejorarán, aunque es muy probable que eso no llegue a ocurrir. En fin, no se puede hacer otra cosa, ¿verdad? Sí, ya sé que Dyrnwyn ha sido robada. Es un infortunio lamentable, una situación capaz de desanimar a cualquiera.

—¿Ya lo sabes? —exclamó el bardo—. ¡Gran Belin, habla! ¿Dónde está?

—No tengo ni la más mínima idea —jadeó Gwystyl en un tono tan desesperado que Eilonwy quedó convencida de que la melancólica criatura estaba diciendo la verdad—, pero ésa es la menor de mis preocupaciones en estos momentos. Lo que está ocurriendo en los alrededores de Annuvin… —Gwystyl se estremeció y palmeó su pálida frente con una mano temblorosa—. Los Cazadores se están reuniendo. Los Nacidos del Caldero han salido de sus escondites…, hay huestes enteras de ellos. Nunca había visto a tantos Nacidos del Caldero en toda mi vida. Es algo tan horrible que basta para hacer que a una persona decente le entren ganas de irse a la cama, creedme.

»Ah, y eso no es ni la mitad de lo que está ocurriendo —murmuró Gwystyl con un hilo de voz—. Algunos señores de los cantrevs están reuniendo a sus huestes de guerreros, y sus líderes de guerra celebran consejo en Annuvin. El lugar está lleno de guerreros…, dentro, fuera…, se mire donde se mire hay guerreros por todas partes. Incluso llegué a tener miedo de que descubrieran mis túneles y mis agujeritos de espionaje. Actualmente soy el único centinela del Pueblo Rubio que se encuentra cerca de Annuvin…, lo cual es terrible, porque se me amontona el trabajo.

»Creedme, vuestros amigos se encuentran mucho mejor donde están ahora —se apresuró a seguir diciendo Gwystyl—, Sí, están mucho más seguros, de veras… No importa lo que se les esté haciendo, porque os juro que no puede ser peor que meterse en ese avispero. Si volvéis a verles por casualidad, transmitidles mis más cariñosos saludos. Siento mucho no poder quedarme más tiempo. Lo lamento muchísimo, de verdad, pero voy de camino al reino del Pueblo Rubio. El rey Eiddileg tiene que enterarse de todo esto lo más deprisa posible.

—¡Si el rey Eiddileg se entera de que no has querido ayudarnos desearás no haber abandonado nunca tu puesto de vigilancia! —estalló Eilonwy sin poder contener su indignación por más tiempo.

—Es un viaje muy largo y penoso. —Gwystyl suspiró y meneó aquella cabeza que parecía envuelta en telarañas sin prestar ni la más mínima atención a las palabras de Eilonwy—. Tendré que dar cada paso de él por encima del suelo… Eiddileg querrá saber a qué es debida tanta agitación. No me siento con fuerzas para viajar…, no en mi estado actual, y menos con este clima. El verano habría resultado mucho más agradable para desplazarse. Pero… En fin, no se puede hacer nada al respecto. Adiós, y me despido. Siempre es un placer veros.

Gwystyl se inclinó para recoger un fardo casi tan grande como él. Eilonwy le agarró por el brazo.

—¡Oh, no, nada de eso! —gritó—. Advertirás al rey Eiddileg después de que hayamos liberado a nuestros compañeros. No intentes engañarme, Gwystyl del Pueblo Rubio. Eres mucho más inteligente de lo que dejas ver, pero si no nos proporcionas tu ayuda de buena gana sé cómo he de arreglármelas para conseguirla. ¡Te exprimiré el cuerpo hasta sacártela de las entrañas!

La muchacha alzó las manos disponiéndose a agarrar a la criatura por el cuello. Gwystyl dejó escapar un sollozo desgarrador e hizo un débil intento de defenderse.

—¡No, experimentos no! No, por favor… No podría aguantarlo. Ahora no. Adiós. De veras, no creo que sea el momento más adecuado para…

Mientras tanto Fflewddur estaba contemplando el fardo con cara de curiosidad. El gran bulto informe había rodado hasta quedar cerca de un arbusto cuando Eilonwy se había lanzado sobre Gwystyl. y se hallaba parcialmente deshecho.

—Gran Belin —murmuró el bardo—, qué surtido de objetos más extraño y variado. Esto es peor que ser un caracol y transportar toda su casa a cuestas…

—No es nada, nada en absoluto —se apresuró a decir Gwystyl—. Meramente unas cuantas cosillas para que el viaje resulte un poco más llevadero…

—Creo que obtendríamos mejores resultados examinando este fardo que retorciendo el cuello de Gwystyl —observó Fflewddur, quien se había arrodillado y estaba empezando a hurgar dentro del fardo—. Puede que aquí haya algo bastante más útil que Gwystyl.

—Coged lo que os apetezca —le apremió Gwystyl mientras Eilonwy movía su juguete haciendo caer los rayos de luz sobre el fardo—. Si queréis podéis quedaros con todo. Me da igual. Ya me las arreglaré sin el fardo. Será terriblemente difícil y peligroso, pero ya me las arreglaré…

El rey Rhun se arrodilló al lado del bardo, quien hasta el momento había sacado del fardo unos cuantos jubones forrados con piel de oveja llenos de remiendos y varias capas harapientas.

—¡Asombroso! —exclamó Rhun—. ¡Esto es un auténtico nido de pájaro!

—Sí —suspiró Gwystyl—. Quedaos con todo. Son unas cuantas cosillas que había estado guardando para un momento de apuro. Nunca se sabe cuándo te pueden llegar a hacer falta… Pero ahora todo es vuestro.

—No, gracias —murmuró el bardo—. No queremos privarte de ellas.

Después su apresurado examen reveló cantimploras llenas y vacías, un báculo para caminar de segmentos articulados que permitían doblarlo, un almohadón con un saco de plumas de repuesto, dos trozos de cuerda, unos cuantos sedales y anzuelos de gran tamaño, dos tiendas, gran cantidad de cuñas de hierro y una barra de hierro torcida, un gran pedazo de cuero blando que Gwystyl explicó de mala gana podía ser colocado alrededor de una armazón de sauce quedando convertido en un bote, varios atados de verduras y hierbas secas de gran tamaño y numerosas bolsitas de líquenes de todos los colores.

—Las llevo por razones de salud —dijo Gwystyl señalando las bolsitas—. En los alrededores de Annuvin hace una humedad terriblemente pegajosa… No me ayudan en lo más mínimo, pero siempre es mejor que nada. Aun así podéis…

El bardo meneó la cabeza mientras ponía cara de desesperación.

—Basura inútil. Podríamos tomar prestados los sedales y los anzuelos, aunque para lo que nos van a servir…

—¡Gwystyl, todas tus tiendas, botes y báculos no nos van a dar la respuesta que necesitamos! —exclamó Eilonwy, muy enfadada—. Oh, creo que aun así sería capaz de retorcerte el cuello porque me has agotado la paciencia. ¡Vete de aquí! ¡Sí, será mejor que nos despidamos ahora mismo!

Gwystyl se apresuró a recomponer su fardo sin dejar de lanzar ruidosos suspiros de alivio. Cuando se lo echó al hombro se le cayó de entre los pliegues de la capa una bolsita que intentó recobrar con evidente desesperación.

—Eh, ¿qué es esto? —preguntó Rhun, quien ya había recogido la bolsita y se disponía a entregársela a la nerviosísima criatura.

—Huevos —balbuceó Gwystyl.

—Es una suerte que no quedaran aplastados cuando rodaste por el suelo —dijo Rhun con jovialidad—. Quizá sería mejor que les echáramos un vistazo —añadió mientras desataba el cordoncillo que mantenía cerrada la bolsita.

—¡Huevos! —dijo Fflewddur, y su expresión se volvió un poco menos sombría—. No me importaría comerme un par. No he comido nada desde el mediodía…; esos guerreros me obligaron a estar tocando todo el rato, pero no se tomaron la molestia de alimentarme. Venga, viejo amigo… ¡Tengo tanta hambre que soy capaz de cascar uno y tragármelo crudo!

—¡No, no! —chilló Gwystyl manoteando frenéticamente en un nuevo intento de recuperar la bolsita—. ¡No lo hagas! No son huevos. ¡Te digo que no son huevos!

—Pues tienen todo el aspecto de serlo —observó Rhun echando un vistazo dentro de la bolsita—. Si no son huevos, ¿qué son?

Gwystyl se atragantó y sufrió un violento ataque de toses y suspiros antes de poder responder.

—Humo —jadeó por fin.

6. Un puñado de huevos

—¡Asombroso! —exclamó el rey Rhun—. ¡Humo hecho de huevo! ¿O huevo hecho de humo?

—El humo está dentro —murmuró Gwystyl envolviéndose en los pliegues de su maltrecha capa—. Adiós. Cascad los huevos y el humo saldrá de su interior…, en considerables cantidades. Quedáoslos. Son un regalo que os hago. Si volvéis a ver al señor Gwydion, advertirle de que se mantenga alejado de Annuvin a toda costa. En cuanto a mí, me alegro de que ese lugar haya quedado a mis espaldas y espero no volver nunca. Adiós.

—Gwystyl —dijo secamente Eilonwy agarrando a la melancólica criatura por un brazo—, algo me dice que dentro de esa capa tuya hay más cosas de las que saltan a la vista. ¿Qué más llevas escondido? Venga, quiero la verdad o te prometo tales apretones y retorcimientos que…

—¡No escondo nada! —se atragantó Gwystyl. Soplaba un viento bastante frío, pero había empezado a sudar abundantemente. Sus cabellos parecidos a telarañas colgaban nacidamente sobre su cabeza, y su frente goteaba como si hubiera sido sorprendido por un chaparrón—. Nada, de veras, salvo…, eh…, salvo unos cuantos objetos personales sin importancia. Cosillas, trastos viejos… Si os interesan naturalmente yo…

Gwystyl alzó los brazos y extendió su capa tirando de ella a cada lado, un gesto que le prestó la apariencia de un murciélago de nariz muy larga y expresión entre horrorizada y abatida. Después suspiró y dejó escapar un gemido melancólico mientras los compañeros le observaban con expresiones sorprendidas.

—¡Esto es realmente rarísimo! —exclamó Fflewddur—. Y… ¡Gran Belin, cuántas cosas!

Entre los pliegues de la capa colgaban una docena de sacos de tela, bolsitas de malla y paquetes cuidadosamente envueltos y meticulosamente asegurados a los pliegues. La gran mayoría parecían contener huevos como aquellos que Fflewddur había estado a punto de comerse. Gwystyl sacó una de las bolsitas de malla de la capa y se la entregó a Eilonwy.

—Vaya, vaya… —exclamó Rhun—. ¡Primero huevos, y ahora setas!

Por lo que podía ver la princesa la bolsita de malla sólo contenía unas cuantas setas de gran tamaño cuyos sombreros estaban salpicados de manchitas marrones; pero Gwystyl movió desesperadamente los brazos y empezó a gemir.

—¡Cuidado, cuidado! ¡Si se rompen te chamuscarán el pelo! Dejan escapar una hermosa llamarada…, suponiendo que llegue el momento en que te haga falta algo semejante, claro. Quedaos con todos. Me alegra muchísimo librarme de ellos.

—¡Es justo lo que necesitamos! —exclamó Eilonwy—. Gwystyl, perdona que te amenazara con retorcerte el cuello. —Se volvió hacia el bardo, quien estaba examinando los saquitos y bolsitas con cierta inquietud—. ¡Sí! Esto nos ayudará. Ahora si conseguimos entrar en el castillo…

—Mi querida princesa —dijo Fflewddur—, un Fflam no conoce el miedo, pero no me parece que asaltar una fortaleza llevando en las manos sólo huevos y setas, aunque sean huevos y setas como éstos, sea un plan demasiado sólido. Y sin embargo… —Fflewddur vaciló y acabó chasqueando los dedos—. ¡Gran Belin, quizá podríamos conseguirlo! ¡Esperad! Estoy empezando a ver las posibilidades…

Mientras tanto, Gwystyl había sacado los paquetitos restantes del interior de su voluminosa capa.

—Tomad —suspiró—. Ya que os habéis quedado con la mayoría supongo que da igual que os quedéis con el resto. Venga, quedaros con todo… Adelante, a mí ya me da absolutamente igual.

Los paquetitos que Gwystyl sostenía en su mano temblorosa estaban llenos de lo que parecía ser tierra oscura y pulverulenta.

—Poneos esto en los pies y nadie podrá ver vuestras huellas…, es decir, suponiendo que haya alguien que intente dar con vuestras huellas. Sirve exactamente para eso. Pero si la arrojáis a los ojos de alguien no podrá ver nada…, al menos durante un ratito.

—¡La situación mejora a cada momento que pasa! —exclamó Fflewddur—. Liberaremos a nuestros amigos de las garras de la araña en un periquete. ¡Qué osada hazaña! ¡Nubes de humo, chorros de fuego, polvo cegador! ¡Y un Fflam al rescate! Ah, eso dará tema para muchas canciones a los bardos. Eh… Dime, viejo amigo, ¿estás seguro de que esas setas funcionan? —preguntó lanzando una mirada de preocupación a Gwystyl.

Los compañeros se apresuraron a volver a la protección del bosquecillo para hacer sus planes. Grandes dosis de persuasión y halagos —y la alusión a que aún era posible recurrir al retorcimiento de cuello y la observación de que el rey Eiddileg no se mostraría nada complacido si no les ayudaba— consiguieron que Gwystyl acabara accediendo a tomar parte en el rescate después de lanzar muchos gemidos y suspiros desgarradores. El bardo quería empezar inmediatamente.

—Mi larga experiencia me ha revelado que en esta clase de asuntos lo más aconsejable es lanzarse a la acción sin perder ni un momento —dijo Fflewddur—. En primer lugar volveré al castillo. Los guerreros ya me conocen, por lo que abrirán las puertas sin pensárselo dos veces. Llevaré los huevos y las setas de Gwystyl ocultas debajo de mi capa. En cuanto las puertas hayan quedado abiertas…, ¡nubes de humo y chorros de fuego! Los demás estaréis ocultos en las sombras lo más cerca posible de mí. ¡En cuanto yo dé la señal todos entramos corriendo con las espadas desenvainadas y gritando a pleno pulmón!

—¡Asombroso! —exclamó Rhun—. Es un plan que no puede salir mal. —El rey de Mona frunció el ceño—. Claro que por otra parte, y aunque yo no entiendo absolutamente nada de estas cosas, tengo la impresión de que si hacemos eso nos meteremos de cabeza en nuestro propio humo y llamas… Quiero decir que… En fin, los guerreros no podrán vernos, pero nosotros tampoco podremos verles a ellos.

Fflewddur no estaba de acuerdo con él. y se apresuró a menear la cabeza.

—Créeme, amigo mío, ésta es la forma más rápida y segura de triunfar. He rescatado más cautivos que dedos tengo en las manos. —El arpa se tensó y se estremeció, y unas cuantas cuerdas se habrían partido si Fflewddur no hubiera seguido hablando a toda velocidad—. Quería decir que he hecho más planes para rescatar cautivos que dedos tengo en las manos, naturalmente… En realidad nunca he llevado a cabo una operación de rescate propiamente dicha.

—Rhun tiene razón —declaró Eilonwy—. Sería peor que tropezar con tus propios pies, y además lo estaríamos arriesgando todo en un solo intento de rescate. No, necesitamos un plan mejor.

El rey Rhun estaba radiante, y parecía sorprendido y encantado de que alguien estuviera de acuerdo con lo que acababa de decir. Sus ojos azul claro parpadearon unas cuantas veces y sus labios esbozaron una tímida sonrisa, después de lo cual se atrevió a volver a hablar.

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