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Authors: Anónimo

Cantar del Mio Cid (2 page)

BOOK: Cantar del Mio Cid
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Martín Antolínez ya tiene el negocio ajustado

de que sobre aquellas arcas le darán seiscientos marcos

y que ellos las guardarán hasta que se acabe el año;

así ellos lo prometieron y así habíanlo jurado,

y si antes las abriesen perjuros fueran, malvados,

y no les diese mío Cid de interés ni un ochavo.

Dijo Martín Antolínez: «Las arcas pronto llevaos.

Llevadlas, Raquel y Vidas, ponedlas a buen recaudo;

yo con vosotros iré para traerme los marcos,

porque ha de partir el Cid antes de que cante el gallo.»

Al cargar las arcas, ¡vierais cómo los dos se alegraron!,

aunque muy forzudos eran, con esfuerzo las cargaron.

Se gozan Raquel y Vidas en las ganancias pensando,

ya que en tanto que viviesen por ricos se tienen ambos.

10

Despedida de los judíos y el Cid. – Martín Antolínez se va con los judíos a Burgos

Raquel a mío Cid toma la mano para besarla.

«¡Oh Campeador, tú que ceñiste en buen hora espada!

De Castilla ya os marcháis hacia donde hay gente extraña.

Cual grande es vuestra ventura, sean grandes las ganancias;

una pelliza bermeja os pido, de mora traza;

¡oh Cid, os beso la mano que en don ha de regalármela! »

«Pláceme, dijo mío Cid, la pelliza os será dada.

Si desde allá no os la envío, descontadla de las arcas.»

Entonces, Raquel y Vidas las dos arcas se llevaban,

Martín Antolínez va con ellos, y a Burgos marchan.

Así con todo secreto, llegaron a su morada;

extendieron una alfombra en el suelo de la cámara

y sobre ella una sábana de tela de hilo muy blanca.

Por primera vez contó trescientos marcos de plata;

contábalos don Martín, sin pesarlos los tomaba;

los otros trescientos marcos en oro se los pagaban.

Cinco escuderos llevó y a todos ellos cargaba.

Cuando esto estuvo hecho, oiréis lo que les hablaba:

«Ya en vuestras manos, Raquel y Vidas, están las arcas;

yo, que esto os hice ganar, bien me merezco unas calzas .»

11

El Cid provisto de dinero por Martín Antolínez, se dispone a marchar

Entonces Raquel y Vidas entre sí los dos se hablaron:

«Debemos darle algún don, que el negocio él ha buscado.

Martín Antolínez, dicen, burgalés bien afamado,

en verdad lo merecéis y nos place el obsequiaros

para que os hagáis las calzas, rica pelliza y buen manto.

Os damos en donación para ello treinta marcos;

merecido lo tenéis porque habéis hecho este trato:

porque sois el fiador de cuanto aquí hemos pactado.»

Lo agradeció don Martín así, y recibió los marcos;

de su casa va a salir y se despide de ambos.

Una vez salió de Burgos, el Arlanzón ha pasado,

y se dirige a la tienda de su señor bienhadado.

Recibióle mío Cid abiertos entrambos brazos:

«¿Venís , Martín Antolínez, mi fiel amigo y vasallo?

¡Pueda ver el día en que pueda pagarte con algo!»

«Vengo, Cid Campeador, y buenas noticias traigo:

para vos seiscientos marcos, y yo treinta me he ganado.

Mandad recoger la tienda y con toda prisa vámonos,

que en San Pedro de Cardeña oigamos cantar el gallo

veremos a vuestra esposa, digna y prudente hijadalgo.

Acortemos vuestra estancia y de este reino salgamos;

ello necesario es, porque va a expirar el plazo.»

12

El Cid monta a caballo y se despide de la catedral de Burgos, prometiendo mil misas al altar de la Virgen

Y dichas estas palabras, la tienda fue recogida.

Mío Cid y sus vasallos cabalgan a toda prisa.

La cara de su caballo vuelve hacia Santa María,

alza su mano derecha y la cara se santigua:

«¡A Ti lo agradezco, Dios, que el cielo y la tierra guías;

que me valgan tus auxilios, gloriosa Santa María!

Aquí, a Castilla abandono, puesto que el rey me expatría;

¡Quién sabe si volveré en los días de mi vida!

¡Que vuestro favor me valga, oh Gloriosa, en mi salida

y que me ayude y socorra en la noche y en el día!

Si así lo hicieseis, oh Virgen, y la ventura me auxilia,

a vuestro altar mandaré mis donaciones más ricas;

en deuda quedo con Vos de haceros cantar mil misas.»

13

Martín Antolínez se vuelve a la ciudad

Se despidió aquel varón cumplido, de voluntad.

Sueltan las riendas y empiezan los caballos a aguijar.

Dijo Martín Antolínez, aquel burgalés leal:

«Para ver a mi mujer, me volveré a la ciudad,

y advertir cómo en el tiempo de mi ausencia habrán de obrar.

Si el rey me quita mis bienes, poco ello me ha de importar.

Con vosotros estaré cuando el sol quiera rayar.»

14

El Cid va a Cardeña a despedirse de su familia

Don Martín retorna a Burgos, y mío Cid se marchó

a San Pedro de Cardeña, apretando el espolón,

con los demás caballeros que sírvenle a su favor.

Aprisa cantan los gallos, quieren quebrar el albor;

cuando Regó al monasterio el buen Cid Campeador,

estaba el abad don Sancho , cristiano del Creador,

rezando ya los maitines mientras apunta el albor.

Y estaba doña Jimena con cinco damas de pro,

rogando a San Pedro Apóstol y al divino Creador:

«¡Tú, que eres de todos guía, ampara al Campeador!»

15

Los monjes de Cardeña reciben al Cid. – Jimena y sus hijas llegan ante el desterrado

Cuando a la puerta llamaran, de la nueva se enteraron;

¡Dios, y qué alegre se puso aquel buen abad don Sancho!

Con luces y con candelas salieron todos al patio,

y con gran gozo reciben a mío Cid bienhadado:

«Gracias a Dios, mío Cid, dijo así el abad don Sancho;

pues que al fin os veo bajo de mi custodia hospedado.»

Dijo entonces mío Cid Campeador, el bienhadado:

«Gracias a vos; satisfecho estoy de veros, don Sancho;

yo prepararé el condumio para mí y mis vasallos;

al marcharme de esta tierra os daré cincuenta marcos,

y si aún vivo más tiempo, os los he de dar doblados.

No quiero que el monasterio por los míos haga gasto;

para mi esposa Jimena hoy os entrego cien marcos;

a ella como a sus hijas y damas servid hogaño.

Dos hijas os dejo niñas, tomadlas en vuestros brazos;

a vos os las encomiendo desde ahora, abad don Sancho;

de ellas y de mi mujer habréis de tener cuidado.

Si se acabara el dinero o necesitaren algo,

entregadles cuanto pidan, buen abad, así os lo mando;

por un marco que gastéis, daré al monasterio cuatro.»

Así lo promete hacer el abad de muy buen grado.

He aquí que doña Jimena con sus hijas va llegando;

sendas damas las traían recostadas en sus brazos.

Ante el Cid doña Jimena hincó sus hinojos ambos,

con lágrimas en los ojos, le quiso besar las manos:

«¡Merced os pido, le dice, Campeador bienhadado!

Por calumnias de malsines de esta tierra sois echado.»

16

Jimena lamenta el desamparo en que queda la niñez de sus hijas. – El Cid espera llegar a casarlas honradamente

«¡Merced os pedimos, Cid, el de la barba crecida!

Heme ahora ante vos, y conmigo vuestras hijas,

de tan poca edad las dos y tan niñas todavía,

y con nosotras las damas por las que somos servidas.

Ya veo, Campeador, que vais a emprender la ida

y habremos de separarnos los dos aun estando en vida.

¡Dadnos ya vuestro consejo, oh Cid, por Santa María!»

Las dos manos alargó el de la barba bellida

y cogió con sus dos brazos con amor a sus dos hijas:

las acercó al corazón, porque mucho las quería.

Con lágrimas en los ojos muy fuertemente suspira:

«¡Oh doña Jimena, esposa tan honrada y tan cumplida,

a vos os quise, mujer, igual como al alma mía!

Ya veis que preciso es el separarnos en vida;

yo he de partir, mientras vos os quedaréis en Castilla.

¡Plegue a Dios, y así también le plegue a Santa María,

que yo case por mis manos, algún día, a nuestras hijas,

y que para tal ventura gozar se alarguen mis días,

y vos, mi mujer honrada, por mí habéis de ser servida!»

17

Un centenar de castellanos se juntan en Burgos para irse con el Cid

Grande comida le hacen al buen Cid Campeador.

Tañen todas las campanas en San Pedro a gran clamor.

Por toda Castilla va extendiéndose el pregón:

cómo se va de la tierra mío Cid Campeador;

unos dejaban sus casas, los otros su posesión.

En aquel día en el puente que hay sobre el río Arlanzón,

ciento quince caballeros todos reunidos son,

preguntando dónde está mío Cid Campeador;

Martín Antolínez, que vuelve, a ellos se juntó,

y vanse a San Pedro, donde está el que en buena nació.

18

Los cien castellanos llegan a Cardeña y se hacen vasallos del Cid. – Éste dispone seguir su camino por la mañana. – Los maitines en Cardeña. – Oración de Jimena. – Adiós del Cid a su familia. – últimos encargos al abad de Cardeña. – El Cid camina al destierro; hace noche después de pasar el Duero

Cuando supo mío Cid Campeador el de Vivar

cuál crece su compañía de guerreros más y más,

cabalgando muy de prisa, a recibirlos se va;

volvió a sonreír el Cid cuando ante su vista están;

todos llegan, y las manos del Cid se van a besar.

Hablé entonces mío Cid con su mejor voluntad:

«Yo ruego a nuestro Señor y Padre espiritual,

que a los que por mí dejáis las casas y la heredad,

antes que yo muera, un día os pueda recompensar;

y cuanto hoy perdéis, doblado un día podáis cobrar.»

Plugo a mío Cid el ver sus mesnadas aumentar,

y plugo a todos los otros que al destierro con él van.

Del Plazo acordado, seis días han pasado ya,

tres días sólo les quedan para el plazo terminar.

Mandó el rey a mío Cid Campeador vigilar:

ni por oro ni por plata le dejasen escapar.

El día ya va saliendo, la noche quería entrar,

y a sus buenos caballeros el Cid los mandó juntar:

«Oíd, les dice, varones, esto no os cause pesar;

poco tengo, pero quiero a todos su parte dar.

Tened muy presente, pues, lo que ahora os voy a mandar:

tan pronto como amanezca y el gallo quiera cantar,

no os retraséis y mandad los caballos ensillar;

en San Pedro a los maitines el buen abad tocará,

y la misa dirá luego de la Santa Trinidad ,

y una vez la misa dicha, habremos de cabalgar,

porque el plazo ya se acerca y mucho hay que caminar.»

Como lo mandó mío Cid, sus vasallos cumplirán.

Ya va pasando la noche, viene la mañana ya;

cuando los segundos gallos cantan, pónense a ensillar.

Tañe apresuradamente a maitines el abad;

mío Cid y su mujer hacia la iglesia se van.

Echóse doña Jimena en las gradas del altar,

rogándole al Creador lo mejor que sabe y más,

para que al Campeador le guarde el Señor de mal:

«A Ti, mi Señor glorioso, Padre que en el cielo estás,

que hiciste el cielo y la tierra y el día tercero el mar;

las estrellas y la luna y el sol para calentar,

y te encarnaste en el seno de una Madre virginal,

y que naciste en Belén, según fue tu voluntad,

donde te glorificaron pastores en su cantar,

y tres reyes de la Arabia te vinieron a adorar,

que se llamaron Melchor y Gaspar y Baltasar,

para ofrecerte oro y mirra con toda su voluntad;

Tú que a Jonás lo salvaste cuando se cayó en el mar,

y a Daniel de los leones también quisiste salvar,

como salvaste, allá en Roma, lo mismo a San Sebastián,

salvaste a Santa Susana del falsario criminal,

y por la tierra quisiste treinta y dos años andar

mostrándonos tus milagros que tanto dieron que hablar:

hiciste vino del agua y de piedra hiciste pan,

y resucitaste a Lázaro porque fue tu voluntad

y por los judíos malos te dejaste allí apresar

en el monte, y en el Gólgota te hicieron crucificar,

y dos ladrones contigo en sendas partes están,

el uno fue al Paraíso, mas el otro no fue allá;

y estando en la cruz hiciste un portento sin igual:

Longinos, que estaba ciego, que no vio la luz jamás,

dio con su lanza en tu pecho, del que sangre hizo brotar,

que por el asta hacía abajo llegó sus manos a untar

y alzándolas hacia arriba, con ella tocó su faz,

abrió sus ojos y a todas partes se puso a mirar;

y en Ti creyó desde entonces quedando salvo de mal.

Del sepulcro, a los tres días, pudiste resucitar;

descendiste a los infiernos, como fue tu voluntad,

y quebrantaste las puertas para los santos sacar.

Tú, que eres Rey de los reyes y eres Padre universal,

a Ti adoro y en Ti creo con toda mi voluntad,

y ruego a San Pedro Apóstol que a mí me ayude a implorar

para que al Cid Campeador Dios le preserve de mal.

Y como hoy nos separamos, nos volvamos a juntar.»

La oración, una vez hecha, la misa acabada está;

salieron todos del templo; prepáranse a cabalgar.

El Cid a doña Jimena un abrazo le fue a dar

y doña Jimena al Cid la mano le va a besar,

con lágrimas en los ojos, que sólo saben llorar.

Y él a las niñas, con pena, tornábalas a mirar:

«Al Señor os encomiendo, al Padre espiritual;

nos separamos, ¡quién sabe si nos podremos juntar!»

Lloraban todos los ojos, nunca se vio llanto igual;

como la uña de la carne separándose así van.

Mío Cid con sus vasallos se dispuso a cabalgar;

cuando a caminar comienza, la cabeza vuelve atrás.

A esta sazón, Minaya Álvar Fáñez quiso hablar:

«Cid, en buen hora nacido, ¿vuestro arrojo dónde está?

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