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Authors: Anónimo

Cantar del Mio Cid (10 page)

BOOK: Cantar del Mio Cid
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podemos tratar aquí en secreto la cuestión.

Y que Dios, desde los cielos, nos inspire lo mejor.»

«Además de todo esto, Alfonso nos encargó

que os dijéramos que quiere veros donde gustéis vos;

para allí poderos dar la prueba de su favor;

decidir debéis entonces lo que os parezca mejor.»

Entonces dijo mío Cid: «Pláceme de corazón.»

«Este encuentro que ahora os pide, habéis de fijarlo vos.»

Dijo Minaya: «Así que de ello quedáis sabedor.»

«Si quisiera el rey Alfonso de Castilla y de León,

hasta donde lo encontrara, iría a buscarle yo

para honrarle de este modo como a mi rey y señor.

Pero, ya que así lo quiere, gustoso lo acepto yo.

Sobre el Tajo se celebre, ya que es un río mayor,

esta entrevista pedida, cuando quiera mi señor.»

Escritas fueron las cartas y mío Cid las selló;

luego, con dos caballeros aprisa las envió:

que aquello que el rey quisiere, eso hará el Campeador.

103

El rey fija plazo para las vistas. – Dispónese con los suyos para ir a ellas

Al rey honrado, del Cid le presentaron las cartas;

cuando el rey las hubo visto, lo agradeció con el alma:

«Saludad a mío Cid, que en buen hora ciñó espada;

que se celebren las vistas cuando pasen tres semanas;

y si vivo estoy, seguro que allí acudiré sin falta.»

Los mensajeros del Cid con la nueva se tomaban.

De una y de otra parte la entrevista preparaban;

¿quién vio nunca por Castilla tanta mula enjaezada,

quién vio tanto palafrén de tan buen andar y estampa,

caballos tan bien cebados y corredores sin tacha,

y tanto hermoso pendón llevado en tan buenas astas,

escudos con bloca de oro y guarniciones de plata,

cendales de Alejandría, tantos mantos, pieles tantas?

Provisiones abundantes el rey enviar mandaba

a orillas del Tajo, donde las vistas se preparaban.

Un séquito numeroso al rey Alfonso acompaña.

Los infantes de Carrión con gran alegría marchan,

y unas cosas van debiendo, aunque otras cosas las pagan,

porque, con sus bodas, piensan que han de crecer sus ganancias,

tanto que han de enriquecerse con dinero de oro y plata.

El rey don Alfonso VI muy aprisa cabalgaba

con condes y potestades y numerosas mesnadas.

Los infantes de Carrión grande séquito llevaban.

Con el rey van leoneses y van gallegas mesnadas,

y no se cuentan, sabed, las mesnadas castellanas;

que a rienda suelta, a las vistas en derechura cabalgan.

104

El Cid y los suyos se disponen para ir a las vistas. – Parten de Valencia. – El rey y el Cid se avistan a orillas del Tajo. – Perdón solemne dado por el rey al Cid. – Convites. – El rey pide al Cid sus hijas para los infantes. – El Cid confía sus hijas al rey y éste las casa. – Las vistas acaban. – Regalos del Cid a los que se despiden. – El rey entrega los infantes al Cid

Dentro de Valencia estaba mío Cid Campeador,

cuando para ir a las vistas el viaje preparó.

Tanta gruesa mula y tanto palafrén en buen sazón,

tantas buenas armas, tanto caballo buen corredor,

y tanta valiosa capa y tanto buen pellizón;

los chicos como los grandes van vestidos de color.

Minaya Álvar Fáñez y Pero Bermúdez, los dos,

y Martín Muñoz, aquel que mandó en Montemayor,

con don Martín Antolínez, leal burgalés de pro;

el obispo don jerónimo, que es el clérigo mayor,

Álvar Álvarez y Álvar Salvadórez, que van con

Muño Gustioz, el ilustre buen caballero de pro,

y don Galindo García, que llegara de Aragón,

se preparan para ir con el Cid Campeador,

y todos los caballeros que vasallos suyos son.

A Álvar Salvadórez y a don Galindo el de Aragón,

a estos dos les encomienda el buen Cid Campeador

que custodien a Valencia con alma y de corazón,

y que estén cuantos se queden bajo el mando de ellos dos.

Y las puertas del Alcázar ordenó el Campeador

que no se abriesen de día ni de noche a nadie, no;

dentro su mujer quedaba y también sus hijas dos,

y en ellas ha puesto toda el alma y el corazón,

y con ellas, otras damas que sus servidoras son.

También ha dispuesto el Cid, como prudente varón,

que del Alcázar ninguna llegue a salir mientras no

torne a Valencia de nuevo el que en buen hora nació.

Salen todos de Valencia, van aguijonando a espolón .

Llevan caballos en diestro, que muy corredores son:

mío Cid se los ganara, no se los dieron en don.

Hacia las vistas se va que con el rey concertó.

Un día antes que el Cid, el rey Alfonso acudió.

Cuando vieron que llegaba el buen Cid Campeador,

salieron a recibirle para así rendirle honor.

Al punto que los divisa el que en buen hora nació,

a los que con él venían, detenerse les mandó,

menos a unos pocos que estima de corazón.

Con unos quince vasallos suyos, el pie a tierra echó,

como lo había dispuesto el que en buen hora nació;

los hinojos y las manos sobre la tierra posó,

y las hierbas de los campos entre los dientes tomó;

lloraban sus ojos, que tan grande fue su emoción,

que así rinde acatamiento a Alfonso, que es su señor.

De este modo, el caballero a los pies del rey quedó;

el rey don Alfonso esto gran pesadumbre le dio:

«Levantaos en pie, ya, mi buen Cid Campeador;

besad mis manos; los pies no quiero los beséis vos;

si así no lo hacéis, sabed que no os daré mi favor.»

Con los hinojos hincados seguía el Campeador:

«Merced os pido a vos, rey, vos, mi natural señor,

que así estando arrodillado, imploro vuestro favor,

y que cuantos estén, oigan lo que ahora a decir voy.»

Dijo el rey: «Así lo hago, con alma y de corazón;

aquí os perdono y os vuelvo a gozar de mi favor,

y en las tierras de mi reino os acojo desde hoy.»

Habló entonces mío Cid y dijo aquesta razón:

«Vuestra merced yo recibo, rey Alfonso, mi señor;

gracias doy a Dios del cielo y después las doy a vos,

y a todas estas mesnadas que están aquí alrededor.»

Con los hinojos hincados, las reales manos besó;

se levantó en pie, y al rey un beso en la boca dio .

Todos los que allí se hallaban se alegran de corazón;

tan sólo a Garci Ordóñez y a Álvar Díaz les pesó.

Habló entonces mío Cid y a decir fue esta razón:

«Esto yo se lo agradezco a mi Padre Creador,

porque me ha vuelto la gracia don Alfonso, mi señor,

y por eso día y noche siempre ha de valerme Dios.

Os pido seáis mi huésped, si así os pluguiese, señor.»

Dijo el rey: «Hacerlo así no sería justo, hoy:

vos acabáis de llegar y desde anoche estoy yo;

vos habéis de ser mi huésped, mío Cid Campeador,

que mañana, ya será aquello que os plazca a vos.»

Besóle la mano el Cid y a su deseo accedió.

Entonces le saludaron los infantes de Carrión:

«Os saludamos, mío Cid, que tan bien nacido sois.

En todo cuanto podamos seremos en vuestro pro.»

Repuso mío Cid: « ¡Así mandáralo el Creador! »

A mío Cid Ruy Díaz, el que en buen hora nació,

durante aquel día, el rey como huésped le trató:

no se hartó de estar con él, que le ama de corazón;

contemplábale la barba que tan pronto le creció.

A cuantos allí se hallaban el Cid los maravilló.

El día ya va pasando, que ya la noche se entró.

A la mañana siguiente muy dato salía el sol,

y mío Cid don Rodrigo a los suyos ordenó

que prepararan comida para cuantos allí son;

muy satisfechos quedaron de mío Cid Campeador;

todos estaban alegres, de acuerdo en esta razón:

de que hacía ya tres años que no comían mejor.

A la mañana siguiente, así como salió el sol,

el obispo don jerónimo la santa Misa cantó.

Cuando de Misa salieron, el rey a todos juntó;

y ante todos reunidos a hablar así comenzó:

« ¡Oíd, mesnadas y condes e infanzones de valor!

Proponer quiero un deseo a mío Cid Campeador;

y que para su bien sea, así lo quiera el Señor.

Vuestras hijas, Cid os pido, doña Elvira y doña Sol ,

para que con ellas casen los infantes de Carrión.

Paréceme el casamiento de gran provecho y honor;

los infantes os las piden y así os lo demando yo.

Y los de una y otra parte que presentes aquí son,

tanto míos como vuestros, así lo pidan de vos;

dádnoslas, pues, mío Cid, y así os valga el Creador.»

«No debiera yo casarlas, repuso el Campeador ;

que no tienen aún la edad y las dos pequeñas son.

De gran renombre disfrutan los infantes de Carrión,

buenos son para mis hijas y aun para boda mejor.

Yo las he engendrado, pero las habéis criado vos ,

a vuestro servicio estamos, tanto ellas como yo;

helas aquí en vuestras manos, doña Elvira y doña Sol,

dadlas a quienes quisiereis, que ello ha de ser en mi honor.»

«Gracias a vos, dijo el rey, y a toda la corte doy.»

Entonces se levantaron los infantes de Carrión

y a besar fueron las manos al que en buena hora nació;

cambiando sus espadas con el Cid Campeador.

Allí habló el rey don Alfonso, cual cumple a tan buen señor:

«Gracias, mío Cid, tan bueno, y primero al Creador,

porque me dais vuestras hijas para infantes de Carrión.

Desde aquí tomo en mis manos a Elvira y a doña Sol,

y las doy por desposadas a los condes de Carrión.

Yo caso a vuestras dos hijas con la licencia de vos,

que sea en provecho vuestro y así plazca al Creador.

Aquí tenéis, mío Cid, los infantes de Carrión;

que con vos ellos se vayan y de aquí me vuelva yo.

Trescientos marcos de plata como ayuda yo les doy,

que los gasten en las bodas o en lo que quisierais vos.

Como están en poder vuestro en Valencia la mayor,

los yernos y vuestras hijas, todos vuestros hijos son;

aquello que a vos pluguiere podéis hacer, Campeador.»

Mío Cid, al recibirlos, al rey las manos besó:

« ¡Mucho os lo agradezco, pues, como a mi rey y señor!

Vos me casáis a mis hijas, no soy quien las casa yo.»

Las palabras ya son dichas, las promesas dadas son;

a la mañana siguiente, tan pronto salía el sol,

se tornaba cada uno allá de donde salió.

Entonces cosas muy grandes hizo el Cid Campeador;

aquellas lustrosas mulas, palafrenes en sazón,

y las ricas vestiduras que de grande valor son,

a todos los que allí estaban mío Cid les regaló;

a cada cual lo que pide y a nadie dijo que no.

Mío Cid, de sus caballos hasta sesenta donó.

Todos contentos están por cuanto allí les tocó;

partir quieren, que la noche sobre los campos entró.

El rey a los dos infantes de la mano los tomó,

y los entregó al amparo de mío Cid Campeador:

«He aquí a vuestros hijos, ya que vuestros yernos son;

desde hoy en adelante, cuidad de ellos, Campeador.»

«Os lo agradezco, mi rey, y acepto aquí vuestro don;

y Dios, que en el cielo está, os dé su buen galardón.»

105

El Cid no quiere entregar las hijas por sí mismo. – Minaya será representante del rey

«Y ahora os pido merced a vos, mi rey natural:

pues que casáis a mis hijas según vuestra voluntad,

nombrad un representante a quien las pueda entregar;

no las daré por mi mano, de ello no se alabarán.»

Respondió el rey: «Pues designo a Álvar Fáñez, que aquí está;

tomadlas por vuestra mano y a ellos las debéis dar,

así como yo las tomo, cual si fuera de verdad;

y en las velaciones, vos las habéis de apadrinar;

cuando volvamos a vernos me habréis de decir verdad.»

Dijo Álvar Fáñez: «Señor, como lo mandáis, se hará.»

106

El Cid se desprende del rey. – Regalos

Todo esto se dispuso, sabed, con grande cuidado.

El Cid dijo: «Rey Alfonso, señor mío tan honrado,

de estas vistas, en recuerdo, quiero que me aceptéis algo.

Traigo treinta palafrenes, todos muy bien pertrechados,

treinta caballos ligeros, todos muy bien ensillados;

tomad esto en mi recuerdo, y beso yo vuestras manos.»

Dijo el rey: «Con vuestra dádiva, buen Cid, me habéis abrumado;

gustoso recibo el don con que me habéis obsequiado,

y plegue al Creador, y así les plegue a todos sus santos,

que este placer que me hacéis sea bien recompensado.

Mío Cid Rodrigo Díaz, mucho ya me habéis honrado,

de vos soy tan bien servido que téngome por pagado,

¡y así se alargue mi vida como quisiera pagaros!

Al Señor os encomiendo, que de estas vistas me marcho.

Ojalá que el Dios del cielo os ponga a su buen recaudo.»

107

Muchos del rey se van con el Cid a Valencia. – Los infantes, acompañados por Pero Bermúdez

Sobre el caballo Babieca el Campeador montó:

«Aquí lo digo, ante el rey don Alfonso, mi señor:

quien quiera ir a las bodas a recibir algún don,

puede venirse conmigo, no habrá de pesarle, no.»

Ya se despide mío Cid de su rey y su señor;

no quiere que le acompañe, desde allí se separó.

¡Vierais allí caballeros, que tan arrogantes son,

besar las manos al rey Alfonso en señal de adiós!

«Hacednos merced, oh rey, y dadnos vuestro perdón;

al mando del Cid iremos a Valencia la mayor,

para asistir a las bodas de los condes de Carrión

con las hijas de mío Cid, doña Elvira y doña Sol.»

Accedió gustoso el rey y a todos marchar dejó,

creció el séquito del Cid mientras el del rey menguó,

pues mucha gente se va con el Cid Campeador.

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