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Authors: Anónimo

Cantar del Mio Cid (14 page)

BOOK: Cantar del Mio Cid
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mucho os lo ha de agradecer allá el Cid Campeador;

y en su nombre, en este día, aquí os lo agradezco yo.

¡Ojalá Dios de los cielos, por ello os dé galardón! »

Todos se lo agradecieron llenos de satisfacción,

y a descansar esa noche todo el mundo se marchó.

Y Minaya se fue a ver a sus primas, donde son,

y en él clavan sus miradas doña Elvira y doña Sol:

« ¡Os agradecemos esto cual si viésemos a Dios;

y vos a Él agradecedle que estemos vivas las dos!

En los días ya tranquilos, en Valencia la mayor,

las dos hemos de contaros allí todo este rencor.»

132

Minaya y sus primas parten de San Esteban. – El Cid sale a recibirlos

Álvar Fáñez y las damas no cesaban de llorar,

igual que Pero Bermúdez, que hablándoles así va:

«Doña Elvira y doña Sol, no tengáis cuidado ya,

porque estáis sanas y vivas y no tenéis ningún mal.

Si buena boda perdisteis, mejor las podréis hallar .

¡Aún hemos de ver el día en que os podamos vengar! »

Allí esa noche reposan y más alegres están.

A la mañana siguiente comienzan a cabalgar.

Los de San Esteban salen y despidiéndoles van,

y hasta el Río del Amor su compañía les dan,

desde allí se despidieron y comienzan a tornar,

y Minaya, con las damas, hacia delante se van.

Cruzaron por Alcoceba, dejan a un lado Gormaz,

donde dicen Vadorrey, por allí van a pasar,

hasta el pueblo de Berlanga, donde van a descansar.

A la mañana siguiente emprenden el caminar,

hasta llegar a Medina donde se van a albergar,

y de Medina a Molina en otro día se van,

donde el moro Abengalbón mucho se alegró en verdad,

y a recibirlas saliera de muy buena voluntad,

y por afecto a mío Cid muy buena cena les da.

Desde aquí, hacia Valencia directamente se van.

Al que en buena hora nació el mensaje llegó ya;

monta aprisa en su caballo y a recibirlas se va,

de la alegría que tiene las armas quiere jugar.

Mío Cid Campeador a sus hijas va a abrazar,

besándolas a las dos, así les va a preguntar:

«¿Venís, hijas mías? ¡Dios os quiera librar de mal!

Yo acepté ese casamiento, por no atreverme a opinar.

¡Plegue a nuestro Creador que allá sobre el cielo está,

que os vea mejor casadas en el tiempo que vendrá!

¡De mis yernos de Carrión Dios concédame vengar! »

Las hijas al Cid, su padre, vanle la mano a besar.

Luego, jugando las armas, entraron en la ciudad,

doña Jimena, la madre, ¡Dios, cuánto pudo gozar!

El que en buena hora nació no lo quiso retardar,

y habló con todos los suyos y les dijo en puridad

que al rey Alfonso, en Castilla, un mensaje va a enviar.

133

El Cid envía a Muño Gustioz que pida al rey justicia. – Muño halla al rey en Sahagún, y le expone su mensaje. – El rey promete reparación

«¿Dónde estás, Muño Gustioz, mi buen vasallo de pro?

¡En buen hora te crié en mi corte con honor!

Lleva el mensaje a Castilla a su rey, que es mi señor,

por mí bésale la mano con alma y de corazón

(como que soy su vasallo y él mi natural señor),

del deshonor que me han hecho los infantes de Carrión,

que se duela el justo rey con alma y de corazón.

Él es quien casó a mis hijas, que no se las diera yo;

ahora las abandonaron cubiertas de deshonor,

y si la deshonra ésta ha de caer sobre nos,

la poca o la mucha culpa sepa que es de mi señor.

Mis bienes se me han llevado, que tan abundantes son,

eso me puede pesar con el otro deshonor.

Citémosles a las vistas o a cortes, y tenga, yo

derecho para exigir a los condes de Carrión,

que el rencor que tengo es grande dentro de mi corazón.»

Muño Gustioz, muy de prisa, hacia Castilla marchó;

con él van dos caballeros que sírvenle a su sabor,

y, con ellos, escuderos y criados varios son.

Salen de Valencia y andan cuanto pueden, con tesón,

sin descansar ni de día ni de noche en un mesón.

Al rey don Alfonso VI allá en Sahagún lo encontró.

Él es el rey de Castilla y es también rey de León

y extiende de las Asturias, donde está San Salvador ,

hasta Santiago su reino, que de todo esto es señor,

todos los condes gallegos le tienen como señor.

Y cuando Muño Gustioz del caballo se apeó,

encomendóse a los santos y le rogó al Creador,

y al palacio, donde está la corte, se dirigió;

con él los dos caballeros que le tienen por señor.

Así tan pronto que entraron en la corte, el rey los vio

y en seguida don Alfonso conoció a Muño Gustioz;

levantóse el rey entonces y muy bien lo recibió.

Delante del soberano sus dos rodillas hincó

Muño Gustioz que, sumiso, de Alfonso los pies besó:

« ¡Merced, rey de tantos reinos que os aclaman por señor

por mí, los pies y las manos os besa el Campeador;

él es un vasallo vuestro y de él vos sois el señor.

Casasteis vos a sus hijas con infantes de Carrión,

¡encumbrado casamiento, porque lo quisisteis vos!

Ya vos conocéis la honra que el casamiento aumentó,

y cómo nos deshonraron los infantes de Carrión;

maltrataron a las hijas de mío Cid Campeador;

azotadas y desnudas, para afrentarlas mejor,

y en el Robledo de Corpes las dejaron a las dos

a las aves de los montes, de las bestias al furor.

He a sus hijas ultrajadas en Valencia la mayor

y por eso os pide, rey, como vasallo a señor,

que a las vistas hagáis ir a los condes de Carrión:

tiénese él por deshonrado, mas vuestra afrenta es mayor,

y aunque mucho os pese, rey, ahora ya sois sabedor;

que tenga mío Cid derecho contra infantes de Carrión.»

El rey, durante un gran rato calló, y luego meditó:

«Te digo que, de verdad, me pesa de corazón

y verdad dices en esto, Muño Gustioz, que fui yo

el que casó aquellas hijas con infantes de Carrión;

mas hícelo para bien, para que fuese en su pro.

¡Ojalá que el casamiento no estuviese hecho hoy!

A mí, tanto como al Cid, me pesa de corazón.

Quiero ayudarle en derecho, y así me salve el Señor.

Lo que no pensaba hacer jamás, en esta cuestión,

enviaré a mis heraldos a que lancen el pregón

para convocar a cortes en Toledo, donde yo,

con los condes e infanzones y caballeros de pro,

mandaré que allí concurran los infantes de Carrión

para obligarse en derecho con el Cid Campeador,

y que no queden rencores pudiéndolo evitar yo.»

134

El rey convoca cortes en Toledo

«Decidle al Campeador, mío Cid el bienhadado,

que de aquí a siete semanas se prepare con vasallos

para venir a Toledo; esto le doy yo de plazo.

Por afecto a mío Cid aquestas cortes yo hago.

Saludádmelos a todos, no tengáis ningún cuidado,

y de esto que os ha ocurrido pronto habréis de ser vengados.»

Muño Gustioz despidióse, y a mío Cid se ha tornado.

Así como el rey lo dijo, así quiso realizarlo:

no lo detiene por nada don Alfonso el Castellano,

y envía sus reales cartas hasta León y Santiago,

también a los portugueses y a todos los galicianos,

y a los de Carrión y a todos los varones castellanos,

que cortes hará en Toledo como tenía mandado,

y que, tras siete semanas, allí se fuesen juntando;

el que no fuese a la corte, no se tenga por vasallo.

Por las tierras de su reino así lo van pregonando,

y nadie habrá de faltar a lo que el rey ha mandado.

135

Los de Carrión ruegan en vano al rey que desista de la corte. – Reúnese la corte. – El Cid llega el postrero. – El rey sale a su encuentro

Muy pesarosos estaban los infantes de Carrión

porque el rey, allá en Toledo, reunir corte mandó;

tienen miedo que allí vaya mío Cid Campeador.

Toman consejo de todos los parientes cuantos son

y ruegan al rey que les perdone la obligación

de ir a las cortes. El rey dijo: «No he de hacerlo yo

y habéis de rendirle cuentas de una queja contra vos.

Quien no lo quisiera hacer y falte a la citación,

que se vaya de mi reino y que pierda mi favor.»

Ya vieron que era preciso acudir los de Carrión,

y se aconsejan de todos sus parientes que allí son.

El conde Garci Ordóñez en este asunto medió,

enemigo de mío Cid, a quien mal siempre buscó,

sus consejos iba dando a los condes de Carrión.

Llegaba el plazo y la gente a las cortes acudió;

con los primeros en ir el rey Alfonso llegó,

con el conde don Enrique, con el conde don Ramón

(éste como padre que era del buen rey emperador),

también va el conde don Fruela y va el conde don Birbón.

Fueron allí otros varones duchos en legislación;

de toda Castilla llega lo mejor de lo mejor.

Fue allí el conde don García, aquel Crespo de Grañón ,

y Álvar Díaz, aquel que en Oca siempre mandó.

Y Asur González, Gonzalo Ansúrez, juntos los dos,

y Pero Ansúrez, sabed, que allí se juntaron con

don Diego y don Fernando que estaban ambos a dos,

y con ellos el gran bando que a la corte les siguió

para intentar maltratar a mío Cid Campeador.

De todas partes allí gentes congregadas son.

Mas aun no era llegado en que en buen hora nació,

y la tardanza del Cid, al rey mucho disgustó.

Al quinto día de espera llegó el Cid Campeador.

A Álvar Fáñez de Minaya, por delante le envió

para que besase las manos al rey y señor

y supiese que esa noche iba, como prometió.

Cuando el rey se hubo enterado, le plugo de corazón,

con grande acompañamiento el monarca cabalgó

para ir a recibir al que en buen hora nació.

Bien compuesto viene el Cid con su cortejo de honor,

buena compañía lleva, como cumple a tal señor.

Cuando el buen rey don Alfonso de lejos los divisó,

echó pie a tierra mío Cid Rodrigo el Campeador porque,

humillándose, quiere así honrar a su señor.

Cuando lo vio el rey, así con alborozo exclamó:

« ¡Por San Isidoro, Cid, no hagáis semejante acción!

Cabalgad, Cid, pues si no no fuerais a mi sabor;

que nos hemos de besar con alma y de corazón.

Aquello que a vos os pesa, me duele a mí como a vos;

¡Dios quiera que sea honrada por vos esta corte hoy! »

«Amén», dijo don Rodrigo de Vivar Campeador;

besóle a Alfonso la mano y en la boca le besó:

«Gracias a Dios, que ya os veo ante mis ojos, señor!

Humíllome a vos, oh rey, como al conde don Ramón

y al buen conde don Enrique y a cuantos ahora aquí son;

¡Dios salve a nuestros amigos y a vos más aún, señor!

Mi mujer doña Jimena, que es una dama de pro,

me encarga os bese las manos igual que mis hijas dos

y que esta nuestra desgracia a vos os pese, señor.»

Y respondió el rey: « ¡Así lo hago, y sálveme Dios! »

136

El Cid no entra en Toledo. – Celebra vigilia en San Servando

Hacia Toledo, a caballo, el rey de vuelta se va;

esa noche el Cid no quiere el río Tajo pasar:

« ¡Merced, oh rey de Castilla, a quien Dios quiera salvar!

A vuestro gusto, señor, entrad en esa ciudad,

que yo y los míos en esta noche hemos de reposar

en San Servando , y en tanto mis mesnadas llegarán.

La vigilia he de tener en este santo lugar;

mañana por la mañana entraré ya en la ciudad,

y a las cortes convocadas iré, antes de yantar.»

Dijo el rey: «Cid, lo que dices me place de voluntad.»

El rey don Alfonso VI a Toledo se va a entrar,

mío Cid Rodrigo Díaz en San Servando se está.

Mandó preparar candelas y llevarlas al altar,

pues de velar tiene gusto en este santo lugar,

para rogar al Creador hablándole en puridad.

En tanto, Minaya, igual que los buenos que allí están,

estaban ya preparados cuando el día fue a apuntar.

137

Preparación del Cid en San Servando para ir a la corte. – El Cid va a Toledo y entra en la corte. – El rey le ofrece asiento en su escaño. – El Cid rehúsa. – El rey abre la sesión. – Proclama la paz entre los litigantes. – El Cid expone su de manda. – Reclama Colada y Tizón. – Los de Carrión entregan las espadas. – El Cid las da a Pero Bermúdez y Martín Antolínez. – Segunda demanda del Cid. – El ajuar de sus hijas. – Los infantes hallan dificultad para el pago

Maitines y prima cantan hasta que apunta el albor,

terminada fue la misa antes que saliese el sol,

y la ofrenda hubieron hecho muy buena y de gran valor.

«Vos, Minaya Álvar Fáñez, que sois mi brazo mejor,

y el obispo don jerónimo, vendréis conmigo los dos,

y también Pero Bermúdez y, Muño Gustioz, con

el buen Martín Antolínez, leal burgalés de pro,

Álvar Álvarez y Alvar Salvadórez, en unión

de Martín Muñoz, aquel que en tan buen punto nació,

y de aquel sobrino mío llamado Félez Muñoz;

conmigo habrá de ir Mal Anda, que es sabio en legislación,

y aquel Galindo García, que viniera de Aragón;

con éstos han de juntarse ciento de los que aquí son.

Vestidos los alcochales para aguantar guarnición,

y las lorigas encima tan brillantes como el sol,

y sobre ellas los armiños que forman el pellizón,

que no se vean las armas, bien sujetas del cordón;

bajo el manto las espadas de flexible tajador;

de esta manera quisiera a la corte llegar yo

para pedir mis derechos y defender mi razón.

Si pendencia me buscasen los infantes de Carrión,

donde tales ciento tengo, bien estaré sin temor.»

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