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Authors: Anónimo

Cantar del Mio Cid (15 page)

BOOK: Cantar del Mio Cid
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Así respóndenle todos: «Eso queremos, señor.»

Tal como lo hubo ordenado, todos preparados son.

No carecía de nada el que en buen hora nació:

calzas del más fino paño en sus piernas las metió,

sobre ellas unos zapatos que muy bien labrados son.

Vistió camisa de hilo tan blanca como es el sol

y de oro y de plata todas sus presillas son

que ajustan bien a los puños, como él así lo ordenó;

sobre ella un brial lleva de precioso ciclatón

labrado con oro y seda y tejidos con primor.

Sobre esto una piel bermeja con franjas que de oro son,

como siempre vestir suele mío Cid Campeador.

Una cofia sobre el pelo hecha del hilo mejor

labrada con oro, y hecha a su gusto y su sabor,

para que no se le enrede el pelo al Campeador;

la barba llevaba luenga atada con un cordón,

y esto lo hace así, pues quiere tomar toda precaución .

Encima se vistió un manto de tan subido valor

que a todos los circunstantes admiración les causó.

Con estos cien caballeros que prepararse mandó,

cabalgando a toda prisa de San Servando salió;

dirigiéndose a la corte mío Cid Campeador.

Cuando está frente a la puerta, del caballo se apeó.

Solemnemente entra el Cid con su compaña mejor:

va en medio y los otros cien marchan a su alrededor.

Y cuando vieron entrar al que en buen hora nació,

púsose en pie el rey Alfonso en señal de admiración,

y lo mismo el conde Enrique como el conde don Ramón

y luego todos los que reunidos allí son;

y con gran honra reciben al que en buen hora nació.

Mas no quiso levantarse aquel Crespo de Grañón,

ni los otros partidarios de los condes de Carrión.

El rey Alfonso a mío Cid de las manos le tomó:

«Acá venid, y sentaos conmigo, Campeador,

en este escaño, que un día me regalasteis en don:

por más que a algunos les pese, mejor sois aún que nos.»

Entonces, le dio las gracias el que a Valencia ganó:

«Sentaos en vuestro escaño, pues que sois rey y señor;

yo aquí me colocaré entre los míos, mejor.»

Aquello que dijo el Cid plugo al rey de corazón.

En su escaño torneado entonces él se sentó,

y los ciento que le escoltan se sientan alrededor.

Contemplando están al Cid cuantos en la corte son,

la luenga barba que lleva sujeta por un cordón

y cómo en sus ademanes se muestra como un varón.

De vergüenza, no le miran los infantes de Carrión.

Entonces, el rey Alfonso en su pie se levantó:

«Oíd, mesnadas, y os valga a todos el Creador.

Yo, desde que soy rey hice tan sólo dos cortes, dos:

la una fue en Burgos, la otra tuvo lugar en Carrión,

y esta tercera en Toledo vengo a celebrarla hoy

por afecto a mío Cid, el que en buen hora nació,

para que el derecho ejerza contra aquellos de Carrión.

Gran injusticia le hicieron, lo sabemos todos nos,

jueces sean de este pleito don Enrique y don Ramón,

y estos otros condes que de su partido no son.

Ya que sois conocedores, poned la vuestra atención

para encontrar el derecho de lo justo, mando yo.

De una y de otra parte quedemos en paces hoy.

Juro por San Isidoro que aquel que alborotador

fuese, dejará mi reino y le quitaré el favor.

Con el que tenga derecho habré de quedarme yo.

Ahora, empiece su demanda mío Cid Campeador:

sabremos lo que responden los infantes de Carrión.»

Mío Cid besó la mano al rey y se levantó.

«Mucho os agradezco, rey como a mi rey y señor,

todo cuanto en esta corte hicisteis por mi favor.

Esto pido desde ahora a los condes de Carrión:

porque dejaron mis hijas yo no tengo deshonor,

porque vos que las casasteis, rey, sabréis lo qué hacer hoy:

mas al sacar a mis hijas de Valencia la mayor,

yo de verdad les quería de alma y de corazón;

y en señal de mi cariño les di Colada y Tizón

(éstas las gané luchando al estilo de varón),

para que ganaran honra y que os sirvieran a vos;

cuando dejaron mis hijas abandonadas las dos,

nada quisieron conmigo y así perdieron mi amor;

denme, pues mis dos espadas, ya que mis yernos no son.»

Así asintieron los jueces: «Todo esto es de razón.»

Dijo el conde don García: «A esto respondemos nos.»

Entonces, salen aparte los infantes de Carrión

y con todos sus parientes y los que allí de ellos son,

para así tramar lo que darán por contestación:

«Aún gran favor nos hace mío Cid Campeador

cuando de aquella deshonra de sus hijas, ahora no

nos demanda; ya nosotros daremos al rey razón.

Démosle, pues, las espadas que mío Cid demandó,

y cuando las tenga, ya se podrá marchar mejor;

ya no tendrá más derecho de nos el Campeador.»

Con este acuerdo tomado vueltos a la corte son:

«¡Merced, oh rey don Alfonso, ya que sois nuestro señor!

No lo podemos negar que dos espadas nos dio;

cuando nos las pide ahora y les tiene tanto amor,

nosotros se las daremos estando delante vos.»

Y sacaron la Colada y Tizón, ambas a dos,

y poniéndolas en manos del que era el rey y señor,

al desenvainarlas, toda la corte se deslumbró,

sus pomos y gavilanes eran del oro mejor;

al verlas, se maravillan cuantos en la corte son.

Al Cid llamó el rey, y al punto las espadas entregó;

y al recibirlas, el Cid las manos al rey besó,

y se dirigió al escaño de donde se levantó.

En las manos las tenía, mirándolas con amor;

cambiárselas no pudieron, que él las conoce mejor

que nadie; se alegra el Cid y luego así sonrió

mientras, alzando la mano, la barba se acarició:

«Por estas honradas barbas que jamás nadie mesó,

habrán de quedar vengadas doña Elvira y doña Sol.»

A su sobrino don Pero por el nombre le llamó,

tendió su brazo, y la espada Colada se la entregó:

«Tómala, sobrino mío, que mejora de señor.»

Al buen Martín Antolínez, aquel burgalés de pro,

tendió su brazo, y la espada Colada se la entregó:

«Mi buen Martín Antolínez, mi buen vasallo de pro,

tomad mi espada Colada que gané de buen señor,

de Ramón Berenguer de Barcelona la mayor.

Os la entrego para que vos la conservéis mejor.

Sé que si el caso se ofrece, o a vos viniese en sazón,

con ella habéis de ganar grande prez y gran valor.»

Besóle Martín la mano y la espada recibió.

Luego de esto, levantóse mío Cid Campeador:

« ¡Gracias al Creador y a vos, que sois mi rey y señor.

Ya tengo mis dos espadas juntas, Colada y Tizón.

Mas otro rencor me queda con los condes de Carrión:

al sacar de allá, Valencia, mis hijas ambas a dos,

contados en oro y plata, tres mil marcos les di yo;

yo esto hacía, mientras ellos buscaban mi deshonor:

denme, pues, aquellos bienes, ya que mis yernos no son.»

¡Aquí vierais lamentarse los infantes de Carrión!

El conde don Ramón dice: «Decid a esto que sí o no.»

Entonces, así responden los infantes de Carrión:

«Ya le dimos las espadas a mío Cid Campeador,

para que ya no nos haga ninguna reclamación.»

Así hubo de responderles el juez, conde don Ramón:

«Si así le pluguiese al rey, así lo decimos nos:

a esto que demanda el Cid, ¿qué dais en satisfacción?»

Dijo el buen rey don Alfonso: «Así, pues, lo otorgo yo.»

Entonces se puso en pie mío Cid Campeador:

«Y todos aquestos bienes que entonces os diera yo,

decidme si me los dais o me dais de ellos razón.»

Entonces salen aparte los infantes de Carrión;

pero solución no encuentran, que los bienes muchos son

y ya los tienen gastados los infantes de Carrión.

Vuelven aún a consultarse, hablando así a su sabor:

«Mucho nos aprieta el Cid el que Valencia ganó,

ya que de nuestras riquezas le domina la ambición,

se lo habremos de pagar con las tierras de Carrión.»

Dijeron así los jueces, al confesarlo los dos:

«Si esto pluguiese a mío Cid, no se lo vedamos, no;

éste es nuestro parecer y así lo mandamos nos,

que aquí entreguéis el dinero ante la corte, los dos.»

Al oír estas palabras, el rey don Alfonso habló:

«Nosotros muy bien sabemos quién tiene toda razón

el derecho que demanda mío Cid Campeador.

Y de aquestos tres mil marcos, doscientos conservo yo;

a mí me lo entregaron los infantes de Carrión.

Y devolvérselos quiero, ya que malparados son,

y que los paguen al Cid el que en buen hora nació;

ya que ellos lo han de pagar, no los quiero tener yo.»

Fernando González dijo, oiréis lo que así habló:

«El dinero amonedado ya no lo tenemos nos.»

A esto le respondiera así el conde don Ramón:

«Toda la plata y el oro os lo habéis gastado vos;

y así lo manifestamos ante el rey, nuestro señor;

páguenle, pues, en especie y tómela el Campeador.»

Vieron que había que hacerlo los infantes de Carrión.

Vierais, pues, reunir tanto caballo buen corredor,

y tanta mula rolliza, y palafrén en sazón,

tantas y tantas espadas con hermosa guarnición;

recibiólo mío Cid como la corte tasó.

Sobre los doscientos marcos que el rey Alfonso guardó,

pagáronle los infantes al que en buen hora nació,

prestándoles de lo ajeno, que lo suyo no alcanzó.

Mal salieron del juicio con esta resolución.

138

Acabada su demanda civil, el Cid propone el reto

La cantidad en especie el Cid ha cobrado ya,

a sus hombres se la entrega que de ella se cuidarán.

Mas cuando esto hubo acabado, acuérdanse de algo más:

« ¡Merced, oh rey y señor, por amor de caridad!

El rencor mayor que tengo no se me puede olvidar.

Oídme toda la corte, y condoled nuestro mal:

los infantes de Carrión deshonra me hicieron tal,

que ha menos que no los rete yo no los puedo dejar.»

139

Inculpa de menosvaler a los infantes

«Decid, ¿qué agravio tenéis de mí, condes de Carrión,

bien de broma o bien de veras en qué os pude agraviar yo?

Aquí habré de repararlo, ante la corte, si no

¿por qué a mí me desgarrasteis las telas del corazón?

Para salir de Valencia a mis hijas os di yo,

con gran honra y con riquezas, abundantes de valor;

si dejasteis de quererlas ya, perros de la traición,

¿ por qué quisisteis sacarlas de Valencia y de su honor?

¿Por qué teníais que herirlas con cinchas y con espolón?

Y en el Robledo de Corpes las dejasteis a las dos

a las aves de los montes y a las bestias de furor.

Por cuanto allí les hicisteis, infames seáis los dos.

Júzguelo así aquesta corte si no dais satisfacción.»

140

Altercado entre Garci Ordóñez y el Cid

El conde Garci Ordóñez en pie ya se levantaba:

« ¡Merced, oh rey, el mejor de cuantos hay en España!

El Cid vino preparado a esta corte pregonada,

así dejóse crecer y trae luenga barba

que a los unos pone miedo y a los otros los espanta.

Los infantes de Carrión son de tan alta prosapia

que aun no debieron querer sus hijas por barraganas,

¿quién es el que se las diera por mujeres desposadas?

Con su derecho, señor, pudieron abandonarlas.

Cuanto él dice ahora, rey, no lo apreciamos en nada.»

Entonces el Campeador, cogiéndose de la barba:

« ¡Gracias a Dios, el Señor que el cielo y la tierra manda!

Larga es mi barba porque con regalo fue criada.

¿Qué tenéis que decir, conde, para afrentar a mi barba?

Porque desde que nació con regalo fue criada,

y de ella no me cogiera jamás una mano airada,

ni nunca me la mesó hijo de mora o cristiana,

como yo os la mesé a vos, conde, en el sitio de Cabra,

cuando tomé aquel castillo y a vos conde, por la barba,

no hubo allí rapaz que no sacase su pulgarada;

aquella que yo arranqué, aún no la veo igualada,

porque la traigo yo aquí en esta bolsa guardada.»

141

Fernando rechaza la tacha de menosvaler

El infante don Fernando entonces se levantó,

y dando muy grandes voces, ahora oiréis lo que habló:

«Dejaos ya, mío Cid, de tratar esta cuestión;

de vuestros bienes perdidos, del todo pagado sois.

No agravéis esta disputa entre vosotros y nos.

Nacimos de la alta estirpe de los condes de Carrión

debimos casar con hijas de un rey o un emperador,

que no nos pertenecían las hijas de un infanzón.

Al dejarlas, ejercimos nuestro derecho los dos,

más nos preciamos, sabed, que no despreciámonos.»

142

El Cid incita a Pero Bermúdez al reto

Mío Cid Rodrigo Díaz al buen Bermúdez miraba:

« ¡Habla, dijo, Pero Mudo, varón que siempre te callas!

A mis hijas las ofenden y son tus primas hermanas,

a mí ahora me lo dicen y a ti te lo echan en cara.

Y si yo a ello respondo, tú no habrás de entrar en armas.»

143

Pero Bermúdez reta a Fernando

Entonces, Pero Bermúdez así comenzara a hablar:

trabándosele la lengua, no la podía soltar,

mas cuando empieza, sabed, ya no la puede parar:

« ¡Os diré, Campeador; por costumbre tenéis ya

el llamarme Pedro Mudo en las cortes a que vais!

Bien sabéis, Campeador, que yo ya no puedo más;

en cuanto a mi obligación, por mí no habrá de quedar.

Mientes, Fernando González, en cuanto tú dicho has.

Por la ayuda de mío Cid, valiste tú mucho más.

Tus mañas y habilidades yo te las voy a contar.

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