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Authors: Kerstin Gier

Zafiro (17 page)

BOOK: Zafiro
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Invocado por magos y maestros constructores en el siglo XI en vuestro cálculo del tiempo para vigilar, en la forma de una gárgola de piedra, la torre de una iglesia que hace tiempo que ya no existe. Cuando mi cuerpo de piedra caliza se destruyó, hace muchos cientos de años, solo quedó esto de mí; por así decirlo, la sombra de mi antiguo yo, condenada para siempre a errar por esta tierra hasta que se descomponga, lo que probablemente aún tardará unos cuantos millones de años en ocurrir.

—La la la, no oigo nada —dijo James.

—Eres un pobre tipo —prosiguió Xemerius—. Al contrario que tú, yo no tengo otra posibilidad; estoy ligado a este destino por el conjuro del mago.

Pero tú podrías acabar en cualquier momento con tu penosa vida de espíritu e ir allá adonde van las personas cuando mueren.

—¡Pero es que yo no he muerto, estúpido minino! —gritó James—.

Sencillamente estoy enfermo en cama y delirando por la fiebre. ¡Y si no cambiamos de tema inmediatamente, me vuelvo a marchar!

—Está bien—convine mientras trataba de secar el charco que había dejado Xemerius con un borrador—. Continuemos, pues. La reverencia ante un caballero del mismo rango… Xemerius sacudió la cabeza y se alejó volando sobre nosotros en dirección a la puerta.

—Yo montaré guardia fuera. Sería demasiado penoso que alguien te descubriera aquí haciendo reverencias al vacío.

El descanso del mediodía no era lo bastante largo para aprender todas las complicadas maniobras que James quería enseñarme, pero al final pude inclinarme y dar a besar mi mano de tres maneras distintas. (Una costumbre que celebraba mucho que hubiera caído en el olvido.) Cuando mis compañeros volvieron, James se despidió con una inclinación de cabeza y yo le susurré rápidamente unas palabras de agradecimiento.

—¿Y? —preguntó Leslie.

—James toma a Xemerius por un gato extraño surgido de sus delirios febriles—la informé—. Así que solo espero que lo que me ha enseñado no esté distorsionado también por sus fantasías. Si no es así, ahora ya sé lo que debo hacer cuando me presenten al duque de Devonshire.

—Oh, qué bien —dijo Leslie—. ¿Y qué harás?

—Inclinarme profunda y largamente —respondí—. Un poquito menos de tiempo que ante el rey, pero más tiempo que ante un marqués o un conde.

En realidad es muy sencillo. Y por otro lado, soportar que me besen la mano como una buena chica y sonreír al mismo tiempo.

—Vaya, nunca habría imaginado que James pudiera ser bueno para algo.

—Leslie miró a su alrededor con cara de aprobación—. Les dejarás maravillados a todos en el siglo XVIII.

—Esperemos que tengas razón —repliqué.

Pero el resto de la clase no pudo enturbiar mi buen humor. Charlotte y ese bobo Labios de Morcilla se quedarían pasmados cuando vieran que ahora conocía incluso la diferencia entre «ilustrísima» y «serenísima», a pesar de que lo habían intentado todo para explicármelo de la forma más complicada posible.

—Todavía no te he dicho que he desarrollado una teoría sobre la magia del cuervo —me dijo Leslie cuando acabaron las clases, de camino a las taquillas—. Es tan sencilla que no se le había ocurrido a nadie. Mañana por la mañana nos encontramos en tu casa y llevaré todo lo que he recopilado, siempre y cuando mi madre no haya vuelto a planear un día de limpieza familiar y nos reparta guantes de goma a todos…

—¿Gwenny?

—Cynthia —Dale me dio unas palmaditas en la espalda desde atrás—. ¿Te acuerdas de Regina Curtiz, que hasta el año pasado iba a la clase de mi hermana? Ahora está en una clínica para anoréxicas. ¿Tú también quieres acabar allí?

—No —dije desconcertada.

—¡Muy bien, entonces cómete esto! ¡Enseguida! —Cynthia me lanzó un caramelo. Yo lo atrapé y lo desenvolví obedientemente.

Pero cuando iba a metérmelo en la boca, Cynthia me sujetó del brazo—.

¡Alto! ¿De verdad quieres comerte eso? ¿Así que no sigues ninguna dieta?

—No —respondí de nuevo.

—Entonces Charlotte ha mentido. Dice que no vienes a comer al mediodía porque quieres quedarte tan delgada como ella… Trae acá el caramelo. No corres ningún peligro de volverte anoréxica. —Cynthia se metió el caramelo a la boca—. Aquí está la invitación a mi cumpleaños. Otra vez es una fiesta de disfraces. Y este año el lema es «Verde que te quiero verde». También puedes traer a tu amigo.

—Bueno, es que… —¿Sabes?, le he dicho lo mismo a Charlotte, no me importa cuál de las dos traiga a ese tipo. Lo importante es que venga a la fiesta.

—Se le va la olla —me susurró Leslie.

—Te he oído —dijo Cynthia—. Tú también puedes traer a Max, Leslie.

—Cyn, ya hace medio año que no estamos juntos.

—Oh, eso sí que es un fastidio —contestó Cynthia—. Esta vez parece que no habrá bastantes chicos. O traéis alguno vosotras o tendré que eliminar a unas cuantas chicas. A Aishani, por ejemplo, aunque probablemente no quiera venir, porque sus padres no la dejan ir a fiestas mixtas… Oh, Dios mío, ¿qué es eso de ahí? ¿Alguien puede pellizcarme?

«Eso de ahí» era un chico alto y rubio con el pelo corto. Estaba delante del despacho del director junto con mister Whitman. Y de algún modo me resultaba conocido.

—¡Ay! —chilló Cynthia cuando Leslie la pellizcó tal como había pedido.

Mister Whitman y el chico se volvieron hacia nosotras. Y cuando la mirada de esos ojos verdes bajo unas gruesas pestañas oscuras me rozó, supe enseguida quién era el desconocido. ¡Madre mía! Tal vez Leslie debería pellizcarme a mí también.

—Vaya, llegáis en un buen momento—dijo mister Whitman—. Raphael, estas son tres compañeras tuyas. Cynthia Dale, Leslie Hay y Gwendolyn Shepherd. Chicas, saludad a Raphael Bertelin, a partir del lunes irá a vuestra clase.

—Hola —murmuramos Leslie y yo.

Cynthia dijo:

—¿De verdad?

Raphael nos sonrió sin sacarse las manos de los bolsillos de los pantalones. Se parecía mucho a Gideon, aunque era un poco más joven.

Tenía los labios gruesos y la piel bronceada, como si acabara de pasar un mes de vacaciones en el Caribe. Probablemente las felices gentes del sur de Francia tenían todas ese aspecto.

—¿Por qué cambias de escuela a mitad de curso?—preguntó Leslie—. ¿Has hecho alguna gamberrada?

La sonrisa de Raphael se ensanchó.

—Depende de lo que entiendas por eso —dijo—. En realidad estoy aquí porque estaba harto de la escuela. Pero por alguna razón… —Raphael se ha mudado aquí desde Francia—le interrumpió mister Whitman—. Ahora ven, Raphael, el director Gilles nos espera.

—Hasta el lunes, pues —se despidió Raphael, y tuve la sensación de que se dirigía exclusivamente a Leslie.

Cynthia esperó a que mister Whitman y Raphael hubieran desaparecido en el despacho del director Gilles, y luego levantó los brazos al cielo y gritó:

—¡Gracias! ¡Gracias, Dios mío, por haber escuchado mis oraciones!

Leslie me dio un codazo en las costillas.

—Parece como si te hubiera atropellado un autobús.

—Espera a que te explique quién es—le susurré—, y pondrás la misma cara que yo.

Cada época es una esfinge, que se precipita al abismo

en cuanto se ha resuelto su enigma.

Heinrich Heine

7

Por culpa del encuentro con el hermano pequeño de Gideon y la subsiguiente conversación frenética con Leslie (ella me preguntó diez veces: «¿Estás segura?», yo respondí diez veces: «¡Completamente segura!», y luego las dos dijimos todavía unas cien veces: «Alucinante» y «No me lo puedo creer» y «¿Has visto sus ojos?»), llegué unos minutos más tarde que Charlotte a la limusina. De nuevo habían enviado a mister Marley a recogernos, y el chico parecía más nervioso que nunca. Xemerius estaba agachado sobre el techo del coche moviendo la cola de un lado a otro.

Charlotte, que ya estaba sentada en el asiento trasero, me dirigió una mirada de odio.

—¿Dónde demonios te has metido tanto rato? No se hace esperar a un Giordano. Creo que no te acabas de dar cuenta del gran honor que supone para ti que te dé clases.

Cortado, mister Marley me invitó a subir al coche con mucha ceremonia y cerró la puerta.

—¿Pasa algo?

Tenía la desagradable sensación de haberme perdido algo importante. Y la expresión de Charlotte acabó de confirmar mis sospechas.

Cuando el coche se puso en movimiento, Xemerius se deslizó desde el techo al interior del vehículo y se dejó caer pesadamente en el asiento junto a mí.

Mister Marley se había sentado, como la última vez, junto al conductor.

—Estaría bien que hoy te esforzaras un poco más —dijo Charlotte—. Para mí todo esto es terriblemente penoso. Al fin y al cabo eres mi prima.

No pude sino echarme a reír.

—¡Vamos, Charlotte! Conmigo no hace falta que disimules. ¡Te lo pasas de maravilla viendo cómo quedo como una tonta!

—¡Eso no es verdad! —Charlotte negó con la cabeza—. Es típico de ti pensar algo así, con tu infantil tendencia a creerte el centro del mundo. Lo único que quieren todos es ayudarte para que... no lo estropees todo con tu incapacidad. Aunque tal vez ya no tengas oportunidad de hacerlo. No me extrañaría que lo anularan todo...

—¿Y eso por qué?

Charlotte se quedó mirándome un momento en silencio, y luego dijo, casi como si disfrutara de mi desgracia:

—No te preocupes, pronto lo sabrás. Si es que ocurre.

—¿Ha pasado algo? —pregunté, pero no me dirigía a Charlotte, sino a Xemerius. Yo tampoco era ninguna tonta—. ¿Mister Marley ha explicado algo antes de que yo llegara?

—Solo unas frases crípticas —respondió Xemerius, mientras Charlotte apretaba los labios y se ponía a mirar por la ventanilla—. Por lo visto, esta mañana se ha producido un incidente en un salto en el tiempo de... hum...

una piedrecita brillante... —Se rascó las cejas con la cola.

—¿Es que tengo que sacártelo todo con pinzas?

Charlotte, que comprensiblemente pensaba que estaba hablando con ella, dijo:

—Si no hubieras llegado tarde, lo sabrías.

—… Diamante —dijo Xemerius—, Alguien le ha... esto... ¿cuál sería la mejor manera de expresarlo? Alguien le ha dado un buen trompazo en la cabeza.

Se me encogió el estómago.

—¡¿Qué?!

—No te pongas nerviosa —dijo Xemerius—. Está vivo. O al menos eso he deducido del parloteo excitado del pelirrojo. ¡Madre mía, estás blanca como la cera! Oh, oh, ¿no irás a vomitar? Contrólate un poco, por favor.

—No puedo —susurré. Me sentía fatal.

—¿No puedes qué? —susurró Charlotte—. Lo primero que tiene que aprender un portador del gen es a dejar en segundo plano sus propias necesidades y dar lo mejor de sí mismo por la causa. Tú, en cambio, haces lo contrario.

Ante mi ojo interior veía a Gideon tendido en el suelo, cubierto de sangre.

Me costaba respirar.

—Otros darían cualquier cosa por que Giordano les diera clases. Y tú te comportas como si con eso te atormentaran.

—¡Ya vale, cierra la boca de una vez, Charlotte! —grité.

Charlotte volvió a girarse hacia la ventana. Y yo empecé a temblar.

Xemerius tendió una de sus zarpas y la colocó tranquilizadoramente sobre mi rodilla.

—Voy a ver qué consigo descubrir. Buscaré a tu amiguito y luego te presentaré un informe, ¿de acuerdo? ¡Pero no te pongas a gimotear! Si lo haces, me pondré nervioso y escupiré agua sobre esta elegante tapicería de cuero y tu prima pensará que te has hecho pipí encima.

Xemerius pegó un salto, desapareció a través del techo del coche y se alejó volando. Cuando volvió a aparecer por fin a mi lado había transcurrido una hora y media torturadora. Una hora y media en la que me imaginé las cosas más espantosas y me sentí más muerta que viva. No contribuyó a arreglar la situación que mientras tanto llegáramos a Temple, donde el implacable maestro ya estaba al acecho esperándome. Pero yo no me encontraba en condiciones para escuchar las exposiciones de Giordano sobre la política colonial ni para imitar los pasos de baile de Charlotte. ¿Y si Gideon había sido atacado de nuevo por hombres armados con espadas y esta vez no había podido defenderse? Cuando no lo veía en el suelo bañado en sangre, me lo imaginaba en la unidad de cuidados intensivos tendido en una cama, más blanco que la cera y conectado a un montón de tubos. ¿Por qué no había nadie a quien pudiera preguntar cómo se encontraba?

Entonces, por fin, Xemerius llegó volando directamente a través de la pared del Antiguo Refectorio.

—¿Qué?—le pregunté sin prestar atención a Giordano y a Charlotte.

En ese momento los dos me estaban enseñando cómo se aplaudía en una
soirée
del siglo XVIII. Y, naturalmente, no tenía nada que ver con la forma en que yo lo hacía.

—Eso es «Bravo, bravo, hoy hay pastel de chocolate», ignorante criatura — dijo Giordano —. Así aplauden los críos en el cajón de arena cuando están contentos… ¿Y ahora adónde demonios vuelve a mirar? ¡Me está volviendo loco!

—Todo va perfecto chica del pajar— dijo Xemerius sonriendo alegremente —. El muchacho ha recibido un buen golpe en la cabeza y ha pasado unas horas fuera de combate, pero, por lo que parece, tiene el cráneo duro como un diamante y ni siquiera ha sufrido una conmoción cerebral. Y esa herida en la frente de algún modo le hace…¡Eh!...¡No volverás a ponerte pálida! ¡Ya te he dicho que todo va bien!

Respiré hondo. Del alivio que sentía, estaba como mareada.

—Así está mejor —convino Xemerius—. No hay motivo para hiperventilar. Los bonitos dientes blancos de Loverbog siguen intactos. Y se pasa el rato maldiciendo para sí; supongo que debe de ser una buena señal.

Oh, gracias, Dios mío, gracias, gracias.

Pero el que ahora estaba a punto de hiperventilar era Giordano. Por mi causa. De pronto sus chillidos me importaban un pepino. Al contrario, me parecía realmente divertido observar cómo el color de su piel entre las líneas de la barba pasaba del rosa oscuro al violeta.

Mister George llegó justo a tiempo para impedir que Labios de Morcilla acabara por estallar y me soltara una bofetada.

—Hoy ha sido aún peor, si es que eso es posible. —Giordano se dejó caer en una elegante silla y se secó el sudor con unos toquecitos de un pañuelo de su color de piel actual—. No ha parado de mirar embobada hacia delante con los ojos vidriosos; ¡si no supiera que no puede ser cierto, habría asegurado que tiene algún problema con las drogas!

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