Read Mundo interior Mundo exterior Online

Authors: Albert Hofmann

Tags: #Ensayo, Filosofía

Mundo interior Mundo exterior (3 page)

BOOK: Mundo interior Mundo exterior
2.82Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

A fin de hacer más fácil la comprensión de las reflexiones que siguen es preciso definir qué ha de entenderse aquí bajo los conceptos de «mundo exterior», «mundo interior» y «realidad».

Por mundo exterior se entiende todo el universo material y energético al que pertenecemos también con nuestra corporeidad.

Como mundo interior se designa la conciencia humana. La conciencia se escapa a una definición científica, pues se precisa de la conciencia para reflexionar acerca de qué sea la conciencia. Esta puede ser únicamente descrita como el centro espiritual receptivo y creativo de la personalidad humana.

Existen dos diferencias fundamentales entre mundo exterior e interior. Mientras existe un solo mundo exterior, el número de mundos interiores, espirituales, es tan grande como el número de individuos humanos. Además, la existencia del mundo exterior, material, es objetivamente demostrable, mientras que el mundo interior representa una mera experiencia espiritual subjetiva.

Y ahora, la definición de la realidad que consideramos aquí. No es una realidad trascendental ni tampoco una realidad de la física teórica, que sólo fuera expresable con el auxilio de fórmulas matemáticas, sino la realidad que se designa cuando se utiliza este concepto en el lenguaje cotidiano. Es el mundo como totalidad, tal como los seres humanos lo percibimos con nuestros sentidos y lo experimentamos como seres con espíritu, y al que pertenecemos nosotros mismos con nuestra existencia corporal y espiritual.

La realidad definida de esta forma no es pensable sin un sujeto de experiencia, sin un yo. Es el producto de una relación mutua entre señales materiales y energéticas que parten del mundo exterior y el centro que constituye la conciencia en el interior del individuo.

Para ilustrar esto cabe comparar el proceso por el que surge la realidad con la aparición de la imagen y del sonido en una emisión de televisión. El mundo material y energético del espacio exterior trabaja como emisor, envía ondas ópticas y acústicas y proporciona señales táctiles, gustativas y olfativas. La conciencia que existe en el interior de cada ser humano constituye el receptor, donde los estímulos recibidos por las antenas, por los órganos sensoriales, son transmutados en una imagen del mundo exterior, experimentable de manera sensorial y espiritual.

Si falta uno de los dos, el emisor o el receptor, no se produce realidad humana alguna, de la misma forma que la pantalla de televisión se quedaría vacía sin imagen y sin sonido.

En las páginas que siguen se va a exponer lo que gracias a los conocimientos científicos de la fisiología del ser humano sabemos acerca de su función como receptor, así como acerca del mecanismo de la recepción y percepción de la realidad.

Las antenas del receptor humano están constituidas por nuestros cinco órganos sensoriales. La antena para las imágenes ópticas procedentes del mundo exterior, el ojo, es capaz de recibir ondas electromagnéticas, produciendo, de esta suerte, sobre la retina una imagen que coincide con el objeto del que parten tales ondas. Desde aquí los impulsos nerviosos correspondientes a la imagen son conducidos a través del nervio óptico al centro de la visión del cerebro, donde, como consecuencia del proceso electrofisiológico y energético acaecido hasta allí, resulta el fenómeno psíquico de la visión.

Es importante tener en cuenta que nuestro ojo y la pantalla psíquica interior aprovechan solamente una franja muy pequeña del amplio espectro de ondas electromagnéticas para hacer visible el mundo exterior. Del espectro conocido de ondas electromagnéticas, que comprende longitudes de onda desde milmillonésimas de milímetro, correspondientes al ámbito de los rayos X y de los ultracortos rayos gamma, hasta ondas de radio de muchos metros de longitud, nuestro aparato visual es sensible solamente a una zona muy estrecha de 0,4 a 0,7 milmillonésimas de milímetro (de 0,4 a 0,7 milimicras). Sólo esta limitadísima franja puede ser captada por nuestro ojo y puede ser percibida por nosotros como luz. Todos los demás rayos del ilimitado panorama de ondas electromagnéticas que hay en el universo carecen de existencia para el ojo humano.

Dentro del espectro tan limitado de las ondas visibles por nosotros, que podemos percibir como luz, somos capaces de distinguir como diferentes colores las diferentes longitudes de onda entre 0,4 y 0,7 milimicras.

A propósito de nuestras reflexiones es importante tener en cuenta que en el espacio exterior no existen los colores. En general, no se es consciente de este hecho fundamental, aunque podemos leerlo en cualquier manual de fisiología. De un objeto de colores lo único que existe objetivamente en el mundo exterior es exclusivamente materia, la cual emite vibraciones electromagnéticas de diferentes longitudes de onda. Cuando un objeto refleja ondas de 0,4 milimicras de la luz que cae sobre el mismo, decimos que es azul; si emite ondas de 0,7 milimicras, entonces describimos como roja la impresión óptica que experimentamos. No obstante, no puede comprobarse si ante una determinada longitud de onda todos los seres humanos tienen idéntica vivencia cromática.

La percepción del color es un acontecimiento puramente psíquico y subjetivo que tiene lugar en el espacio interior de un individuo. El mundo de los colores, tal como lo vemos, no existe fuera objetivamente, sino que se origina en la pantalla psíquica del interior de cada hombre.

En la realidad acústica se dan relaciones pertinentes entre un emisor, existente en el espacio exterior, y el receptor que existe en el espacio interior. Del mismo modo, la antena para señales acústicas, el oído, presenta en su función de elemento del receptor humano solamente un campo de recepción muy limitado. Al igual que los colores, los tonos no existen objetivamente. De nuevo, en el proceso de la audición tienen existencia objetiva las ondas, concentraciones y estiramientos del aire, que son semejantes a olas, que el tímpano del oído registra y que en el centro auditivo del cerebro son convertidos en la experiencia psíquica del sonido. Nuestro receptor de ondas acústica reacciona ante las ondas que están comprendidas en un ámbito que abarca desde 20 vibraciones por segundo, correspondientes a los tonos más graves, a 20.000 vibraciones, las cuales constituyen los tonos más agudos. Las vibraciones que sean más lentas y más rápidas que las que hemos mencionado no se perciben; carecen, pues, de existencia en la realidad humana.

Los restantes aspectos de la realidad que nos son revelados por los otros tres sentidos, el gusto, el olfato y el tacto, se originan también a través de una relación mutua entre emisores del espacio exterior y receptores del mundo interior. Como en el caso de los colores y de los sonidos, las sensaciones gustativas, olfativas y táctiles tampoco existen objetivamente, es decir, tampoco son constatables por procedimientos químicos o físicos. Al igual que aquéllos, éstas aparecen sólo en la pantalla psíquica del interior de cada ser humano.

La sensación gustativa es producida por ciertas estructuras moleculares de los alimentos, las cuales trabajan como emisores, y por nervios gustativos de la lengua que reaccionan de forma específica, como antenas, ante estas estructuras y envían hasta el centro gustativo del cerebro los impulsos producidos por las reacciones pertinentes.

En nuestra experiencia olfativa el emisor se compone también de moléculas bajo la modalidad de vapor que poseen estructuras específicas, a las que los nervios olfativos que existen en la nariz reaccionan como antenas. Las señales recibidas por los nervios olfativos son recogidas en el cerebro, como las de los nervios gustativos, y son transformadas en sensaciones olfativas o gustativas.

El tacto, el sentido más primitivo y el más antiguo en la evolución del ser humano, reacciona de forma no específica a los objetos consistentes del espacio exterior que son registrados por los nervios táctiles, como antenas, y que gracias a mecanismos cerebrales aparecen en el espacio interior como un amplio espectro de sensaciones, desde la caricia más tierna hasta la resistencia más dura. Cabe considerar como nervios táctiles especializados a aquellas antenas que nos proporcionan la percepción de lo frío y lo caliente, del dolor y del placer.

Sigue siendo un secreto la forma en que las señales energéticas y químicas del mundo exterior, recibidas por las antenas, experimentan el tránsito a la dimensión psíquica de las sensaciones. En este punto existe una gran laguna sobre la capacidad cognoscitiva del ser humano.

Una característica fundamental de nuestra imagen de la realidad, que se deduce de las reflexiones precedentes, es su inherente limitación. Esta limitación reside en el espectro tan estrecho en que nuestros receptores reaccionan a los impulsos que les llegan. ¿Qué mundo tan distinto veríamos, si nuestra antena para ondas electromagnéticas, nuestro ojo, y el receptor psíquico fueran sensibles a otra longitud en el espectro de ondas? A las ondas largas del ámbito de la radio, por ejemplo: entonces nuestra vista alcanzaría hasta otros países; o a las ondas ultracortas de los rayos X, en cuyo caso los objetos opacos nos resultarían transparentes y, en consecuencia, un mundo tan transparente sería para nosotros tan real como nuestro mundo actual.

De estas consideraciones se desprende que el mundo que percibimos con nuestros ojos y con los demás órganos sensoriales, constituye una realidad recortada únicamente a la medida de los seres humanos y está determinada por la capacidad y por las limitaciones de los sentidos humanos. Los animales dotados de órganos sensoriales diferentes y de antenas que reaccionan a otras modalidades y a otras longitudes de onda de los impulsos, ven y experimentan el mundo exterior de manera totalmente diferente; viven en otra realidad.

Las abejas, por ejemplo, que poseen antenas visuales que reaccionan a longitudes de onda situadas en la zona ultrarroja y ultravioleta del espectro, ven colores que no existen para nosotros; los perros, dotados de un espectro receptivo, excepcionalmente amplio, de su sentido olfativo, descubren y disfrutan olores que no existen en nuestra realidad, y el murciélago, al emplear un sistema de radar acústico, percibe una imagen de la realidad que está construida sobre sonidos.

La metáfora de la realidad como el producto de un emisor y de un receptor pone de manifiesto que la imagen aparentemente objetiva del mundo exterior, que designamos como realidad, es de hecho una imagen subjetiva. Este hecho fundamental indica que la pantalla no se encuentra fuera, sino en el espacio interior de cada ser humano. Todo hombre porta en su interior su propia y personal imagen de la realidad, generada por su receptor privado.

Ahora bien, si cada hombre dispone de su propia e individual imagen del mundo exterior, de su imagen de la realidad, se plantea la pregunta acerca de cuán verdaderas puedan ser estas imágenes personales e individuales. La respuesta reza: todas ellas son verdaderas. Representan la verdad, la realidad de los individuos respectivos, si bien estas realidades individuales no son verdaderas en un sentido absoluto, objetivo. Tras esta imagen subjetiva, que se encuentra limitada por la selectividad, por la facultad discriminatoria de nuestros órganos sensoriales, y por la capacidad de nuestra receptividad psíquica y espiritual, más allá de la imagen fenoménica del mundo exterior, que constituye nuestra realidad, se esconde una realidad transcendental cuya verdadera esencia sigue siendo un secreto. Lo que sabemos objetivamente acerca del mundo exterior, nuestro saber limitado acerca de lo que hemos llamado emisor, ha sido desvelado a través de la investigación científica: todo lo que ha podido ser percibido objetivamente en el espacio exterior es materia y energía; materia, caracterizada por sus propiedades químicas y físicas, en innumerables formas inorgánicas y bajo la modalidad de incontables organismos vivientes; y energía en tanto energía radiante, calórica y mecánica. También se ha averiguado que energía y materia son mutuamente convertibles con arreglo a la fórmula de Einstein: E = mc2 (E representa la energía, m la unidad más pequeña de materia, y c la velocidad de la luz).

La capacidad de transformar los estímulos energéticos y materiales que se han seleccionado de este mundo material, exteriormente existente, en la experiencia psíquica de una imagen viviente y cromáticamente fastuosa del mundo de fuera —esta maravillosa capacidad, que se escapa a toda interpretación científica— la compartimos con los animales superiores. La imagen del mundo exterior, que compartimos con los animales superiores, no se convierte en realidad humana sino cuando incluye adicionalmente lo que Teilhard de Chardin denominaba la
noosfera
, el mundo espiritual.

El concepto de esfera, de
noosfera
, suscita la idea de una atmósfera espiritual, que fluye imperceptiblemente en torno a nuestro planeta. Sin embargo, hemos de tener en cuenta que lo que objetivamente existe de
noosfera
en el espacio exterior es solamente, una vez más, materia y energía. En el espacio exterior existen únicamente los símbolos del espíritu, sobre todo, ondas sonoras, en forma de palabra hablada y de música, materia en forma de libros que contienen la palabra escrita, y también materia en forma de creaciones artísticas humanas: pinturas, esculturas, arquitectura, etc.. La
noosfera
, producida a lo largo de la evolución y de la historia de la humanidad por las aportaciones de innumerables personas individuales, ha podido ser acumulada, y existe hoy, en el espacio exterior exclusivamente en forma de estos símbolos materiales y energéticos. Solamente se convierte en realidad espiritual en cada hombre gracias a la capacidad descifradora de su receptor individual.

De estas reflexiones se deduce toda la interrelación entre el mundo exterior material, el emisor, y el mundo interior espiritual, el receptor. Ambos factores son inseparablemente necesarios para el surgimiento de lo que denominamos realidad.

La metáfora de la realidad en términos de emisor/receptor desvela el hecho fundamental de que la realidad no es un estado delimitado de manera fija, sino el resultado de continuos procesos que consisten en una entrada continua de señales materiales y energéticas del mundo exterior y en su continuo desciframiento, es decir, en su transformación en experiencias psíquicas en el ámbito del mundo interior. Por consiguiente, la realidad es un proceso dinámico que surge siempre renovadamente en cada momento.

En consecuencia, la realidad auténtica sólo se da en el momento, en el aquí y ahora. Esto explica por qué el niño, que vive mucho más en el momento que el adulto, percibe una imagen más real del mundo; vive en un mundo que está dotado de más realidad, de más verdad.

BOOK: Mundo interior Mundo exterior
2.82Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Obsidian Sky by Julius St. Clair
Her Perfect Man by Raines, Nona
Surrender by Brenda Jackson
Other Voices, Other Rooms by Truman Capote
Of Monsters and Madness by Jessica Verday
Dare To Be Wild by Eden Davis
Child of the Ghosts by Jonathan Moeller
Eleven Days by Donald Harstad