Misterio del príncipe desaparecido (6 page)

BOOK: Misterio del príncipe desaparecido
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—Un momento, un momento —repuso el Inspector Jefe—. Antes tengo que formular unas preguntas aquí. No tenemos noticias de ninguna hermana, ni prima, y debo averiguar por qué.

Goon aguardó, satisfecho de haber causado semejante conmoción. ¿Qué le importaba a él que el Inspector Jenks formulase todas las preguntas que quisiera? ¡Al final tendría que dejarle tomar las riendas del asunto! ¡Qué suerte haber encontrado a Fatty con todos aquellos tetaruanos y su sombrilla! De pronto le asaltó una idea. ¿Cómo conocía «Fatty» a aquellos extranjeros?

«¡Maldito chico! —pensó el pobre Goon—. Pensar que una vez que dispongo de un buen caso tendré que decir que fue ese gordinflón el que me presentó a la princesa! ¡Entonces el inspector se pondrá en contacto con ese entrometido y me arrebatará el asunto de las manos!»

El hombre reflexionó sobre esto, con el receptor telefónico pegado a la oreja izquierda. Súbitamente, su rostro se iluminó. Podía decir que su sobrino, Ern, era el autor de la presentación. Al fin y al cabo, «era» Ern el que le había dado todos los detalles. Por consiguiente, no necesitaba mentar a Fatty para nada.

De improviso, Goon se sobresaltó. La voz del Inspector Jefe de nuevo en el auricular.

—¿Está usted ahí, Goon? Acabo de efectuar varias indagaciones al efecto, y, al parecer, nadie sabe nada de una hermana llamada princesa Bongawee. Pero, puesto que usted afirma haberla visto, supongo que tendremos que investigar la cosa. ¿Cómo la conoció?

—Verá usted, señor. Mi sobrino Ern iba con ella y me contó quién era.

—¿Su sobrino «Ern»? —repitió el inspector, estupefacto.

Recordaba perfectamente al rollizo, granujiento y vulgar sobrino del señor Goon. El chico habíase visto envuelto en un misterio, pero, al final, logró salir del mal paso. ¿Qué hacía Ern en compañía de una princesa tetaruana? Una vez más, el inspector se preguntó si aquella llamada telefónica no sería una broma. Pero no, ni pensarlo. La áspera voz del señor Goon era inconfundible.

—¿Qué hacía Ern con la princesa? —preguntó al fin el inspector.

—Pues... sostenerle la Sombrilla de Ceremonial —declaró el señor Goon, empezando a creer que aquella historia suya resultaba algo inverosímil.

Sobrevino otra pausa. El inspector tragó saliva una o dos veces. ¿Estaría Goon bien de la cabeza? ¿No le habría dado una insolación? Aquella historia de una princesa, de Ern y de una Sombrilla de Ceremonial se le antojaba una solemne majadería. En realidad, no sabía qué partido tomar. Por último, suspiró:

—Atienda, Goon todo esto es muy raro, pero me figuro que algo hay, puesto que lo considera usted lo suficiente importante para requerirme por teléfono. He decidido autorizarle a usted a interpelar a esa... princesa. Puede preguntarle por qué está aquí, cuándo vino, qué hace, con quién está, etc. Hágalo ahora mismo. Le mandaré un hombre para comprobar sus averiguaciones.

—De acuerdo, señor, muchas gracias —murmuró Goon, satisfecho de contar con las primicias de aquel caso para él solo.

Y colgando el receptor, fue a por su casco. Lo malo era tener que ir a ver a aquel entrometido de Fatty. ¡Federico Trotteville! ¡Uf! De todos modos, le obligaría a contestar en seguida a sus preguntas. No Soportaría Ninguna Impertinencia de aquel Demonio.

Al punto dirigióse en su bicicleta a casa de Fatty, llamó insistentemente a la puerta, y preguntó por el chico a la doncella en cuanto ésta hizo su aparición.

—El señorito ha salido, señor —respondió la sirvienta.

—¿A dónde ha ido? —inquirió el policía.

Al oír la sonora voz del señor Goon, la madre de Fatty acudió al vestíbulo.

—¡Ah! —exclamó la señora Trotteville—. ¿Es usted, señor Goon? ¿Desea ver a Federico? Siento decirle que ha salido. ¿Quería usted hablar con él?

—Verá usted, señora —contestó el señor Goon—. Deseaba formularle unas preguntas sobre la princesa Bongawee. Pero quizás usted misma podrá informarme. ¿Se hospedaba la princesa en esta casa?

—¿«Qué» princesa? —exclamó la señora Trotteville, asombrada—. Ni siquiera había oído hablar de ella.

—Es la hermana de ese príncipe Bongawah que ha desaparecido —explicó el señor Goon.

Esta declaración no contribuyó en absoluto a aclarar las ideas de la señora Trotteville. En realidad, no había dado importancia a la noticia de la desaparición del príncipe, publicada en el periódico de la mañana. Se dijo que probablemente al príncipe no le gustaban los baños fríos y se había escapado. En cualquier caso, ¿qué tenía que ver aquello con Federico?

—Temo que no podré ayudarle, señor Goon. Federico regresó a casa hace dos o tres días y, que yo sepa, no ha alternado con ninguna princesa. Estoy segura de que si hubiese conocido a alguna, me la habría presentado. Buenos días, señor Goon.

—¿Pero quiere usted decir con eso que no la invitó usted a tomar el té ni nada por el estilo? —balbuceó el policía, desesperado.

—¿Cómo iba a hacer tal cosa si ni siquiera la conozco? —repuso la señora Trotteville, diciéndose que, sin duda, el señor Goon no estaba en sus cabales—. Buenos días.

Y cerró la puerta dejando en el exterior al desconcertado señor Goon, con la frente perlada de sudor ante la idea de que, al presente, tendría que buscar a aquel gordinflón por donde fuese. ¿Dónde estaría metido? Tal vez en casa de aquellos preciados amigos suyos, los Hilton, o en la de aquellos otros, Larry y Daisy.

El señor Goon dirigióse primero a casa de Larry, pero esta segunda visita tampoco dio resultado. Larry y Daisy habían salido.

—Probablemente han ido a casa del señorito Trotteville —sugirió la doncella.

Pero el señor Goon sabía ya a qué atenerse y no estaba dispuesto a volver allí otra vez.

El hombre pedaleó calle abajo, con la cara como un tomate. Al llegar al domicilio de Pip, dio un fuerte aldabonazo en la puerta principal.

Los cinco chicos estaban en el jardín con «Buster». Éste gruñó al oír la llamada, pero Fatty lo sujetó con la mano.

Bets fue a atisbar por el ángulo anterior de la casa y, a poco volvió al lado de sus compañeros como alarmada.

—Es el señor Goon —declaró—. ¡El viejo Ahuyentador! Está muy colorado y parece enojadísimo. ¡Dios mío! ¿No será que viene a preguntarnos por la princesa por quien me hice pasar? ¡Es tan necio que estoy segura que tragó el anzuelo!

—Vamos —ordenó Fatty levantándose—. Salgamos inmediatamente por el portillo trasero. ¡A escape! Si alguien nos llama, no nos encontrará. Si Goon anda en pos de la princesa Bongawee, ¡que siga buscando! Así se distraerá. Tú, cállate, «Buster». Si ladras lo echarás todo a perder.

Todos se precipitaron quedamente hacia el pequeño portillo que daba a la callejuela del fondo. «Buster» hizo lo propio, sin emitir el más leve gruñido. Sin duda ocurría algo y él también deseaba colaborar.

Sucedió, pues, que cuando la señora Hilton llevó al policía al jardín para buscar a los niños, no había ninguno de éstos a la vista, ni tampoco en la glorieta. ¡Qué raro!

—Y, no obstante, estoy «segura» de haberles oído aquí fuera hace un momento —murmuró la señora Hilton—. ¡Pip! ¡Bets! ¿Dónde estáis?

Nadie respondió. Tras repetir las llamadas una vez más, la buena señora dijo al sofocado Goon:

—Supongo que los encontrará usted en la casa de Federico Trotteville o en la de Larry. ¿Por qué no se da una vuelta por allí?

El señor Goon imaginóse a sí mismo yendo y viniendo de una casa a otra casa, en busca de un evasivo Fatty. Frunciendo el ceño alejóse, malhumorado, en su bicicleta.

«No cabe duda —pensó la señora Hilton—, que ese policía cada día tiene más malos modos.»

CAPÍTULO VII
ERN Y EL SEÑOR GOON

Otra persona hallábase también muy excitada aquella mañana, además de los Pesquisidores y el señor Goon. Ern quedóse hecho una pieza cuando se enteró de la noticia de la desaparición del príncipe Bongawah. La citada noticia llegó a su conocimiento de un modo muy peculiar.

Desde su encuentro con la princesa Bongawee en casa de Fatty, Ern había estado atento por si veía al pequeño príncipe al otro lado del seto, deseoso de contarle que había tenido el gusto de conocer a su hermana.

Pero la suerte no le acompañó. Con todo, Ern no perdía la esperanza, y aquella misma mañana deslizóse a través del seto, en la confianza de dar, por fin con el príncipe.

Su sorpresa no tuvo límites al ver dos policías en las inmediaciones, quienes inmediatamente se abalanzaron a su encuentro.

—¿Qué haces en este campo? —preguntó uno de ellos, agarrándole por la nuca.

—Sólo he venido a buscar a alguien —respondió Ern, intentando desasirse—. ¡Suélteme! ¡Me está usted lastimando!

—Aún lo pasarás más mal si vuelves a meter las narices por aquí —refunfuñó el policía con cara de pocos amigos—
, ¡a
lo mejor incluso desapareces como el pequeño príncipe!

Aquella era la primera vez que Ern oía hablar de semejante desaparición.

—¿Que el príncipe ha desaparecido? —farfulló, mirando con asombro a los dos policías—. ¡Atiza! ¿Es posible? ¿Cuándo ha sido eso?

—Durante la noche —respondió el policía, escrutando al muchacho—. ¿Oíste algo? Supongo que estás acampado en esa tienda, ¿no?

—Sí, pero no oí nada en absoluto —apresuróse a replicar Ern—. ¡Cáspita! ¡Pensar que conocí a su hermana, la princesa, hace unos días!

—¿Ah, sí? —exclamó uno de los agentes burlonamente—. ¿Y tomaste el té con su madre la Reina, y cenaste con su padre?

—No, pero tomé un helado con su hermana —declaró Ern.

—¿De veras? —mascullaron ambos policías al unísono.

Uno de ellos le sacudió con tal fuerza que Ern estuvo a punto de perder el equilibrio.

—Ahora, lárgate —ordenó el policía—. Y no olvides que es mejor estar al margen de estos líos. ¡Vaya con el cuentista! ¡Lo que necesitas es una buena azotaina!

Total que para evitar que la amenaza se cumpliera, Ern deslizóse de nuevo por el claro del seto, herido en su amor propio por haber sido tildado de embustero. Al punto, decidió ir a contar a Fatty lo de la desaparición del príncipe, sin caer en la cuenta de que la noticia figuraba ya en todos los periódicos.

El chico se puso en marcho solo, prescindiendo de Sid y de Perce. Este último estaba de mal humor aquella mañana, y Sid, como de costumbre, tenía la boca llena de «toffee» y, por tanto, no podía trabar ninguna conversación. Por otra parte, lo que necesitaba Ern era un compañero inteligente, y ni Sid ni Perce hubieran satisfecho aquel requisito.

Así, pues, el muchacho decidió pedir prestada una bicicleta a uno de los caravaneros acampados allí cerca, aprovechando que había una apoyada en la caravana. Y, en efecto, fue en busca de su dueño. Éste era un chico un poco mayor que él.

—¿Me prestas la bicicleta? —le gritó Ern.

—Son seis peniques —contestóle el aprovechado propietario.

Tras desprenderse a regañadientes de la citada cantidad, Ern dirigióse al portillo del campo en la bicicleta, bamboleándose sobre los surcos.

Entretanto, el señor Goon regresaba a su casa, hecho un basilisco, y al doblar una esquina, vislumbró a un rollizo muchacho pedaleando hacia él. Era Ern. Pero como éste no sentía particular ansiedad por tropezar con su tío, apresuróse a dar media vuelta para proseguir la marcha en dirección contraria.

Lo malo fue que al señor Goon le dio por pensar que aquel chico gordo que veía allí a lo lejos era Fatty con uno de sus disfraces de mozo repartidor.

Inmediatamente, el policía lanzóse en su persecución, pedaleando furiosamente. ¿Conque aquel condenado chico volvía a servirse de una de sus tretas, disfrazándose para eludir sus preguntas, eh? ¡Pues allí estaba él para acabar de una vez con tamaña desfachatez! No pararía hasta echarle el guante.

Así, pues, el señor Goon pedaleó a más y mejor, tocando fuertemente el timbre al doblar la esquina. A juzgar por su enfurecido aspecto, cualquiera hubiera dicho que el hombre traía entre manos un Asunto de la Máxima Importancia.

Ern volvióse a mirar al oír el furioso repique del señor Goon procedente de la esquina. El pobre muchacho quedóse horrorizado al ver que su tío le perseguía a toda marcha calle abajo, e instintivamente pedaleó con más ímpetu.

—¡Eh, tú! —vociferó una voz estentórea a sus espaldas.

A Ern se le oprimió el corazón. Su tío parecía muy enojado. Pero, ¿por qué? ¿Qué había hecho él? ¿No sería por haber protegido a la princesa con la Sombrilla de Ceremonial?

Ern dobló una esquina a galope tendido. El señor Goon hizo otro tanto. Ambos acalorábanse por momentos y Ern estaba cada vez más asustado. Por su parte, el señor Goon tenía ya la absoluta certeza de que el causante de sus fatigas era Fatty. ¡Ah, cuando le pillara! ¡Le arrancaría la peluca y le demostraría que a él no le tomaba el pelo nadie!

Ern dobló otra esquina y hallóse pedaleando por la cuesta de un sendero que conducía a un pajar. No podía detenerse. Patos y gallinas huían a su paso. Por fin, Ern fue a parar al suelo de un oscuro pajar, jadeante y casi lloroso.

El señor Goon remontó el sendero a toda velocidad. Por fin fue a parar también al oscuro pajar, mas no al suelo, como el muchacho, sino justamente junto a él.

—Ahora, quítate esa peluca —ordenó el policía con voz amenazadora—. Después te diré lo que pienso de los chicos que me gastan estas bromas sabiendo que lo que quiero son pruebas relativas a la princesa Bongawee.

Ern miró a su tío, pasmado de estupefacción. ¿De qué demonios estaba hablando? ¿A qué venía lo de la peluca? Debido a la oscuridad reinante en el pajar, al principio el señor Goon no reconoció o su sobrino. Después, cuando su vista se acostumbró a la penumbra, exclamó con los ojos casi saliéndosele de las órbitas.

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