Misterio del príncipe desaparecido (4 page)

BOOK: Misterio del príncipe desaparecido
3.28Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Los pasos de los visitantes acercáronse a la puerta. La severa voz de Ern daba las últimas instrucciones a los otros dos desconocidos.

—Portaos bien, ¿eh? Y tú, Sid, quítate ese caramelo de la boca.

Los cinco muchachos metidos en el cobertizo no pudieron comprobar si el pequeño Sid obedecía la orden de Ern.

Bets rióse por lo bajo, pero Pip la hizo callar con un fuerte codazo.

Alguien llamó a la puerta. Fatty apresuróse a abrirla y, contemplando solemnemente a Ern, adoptó de pronto una sorprendida y complacida expresión.

—¡Ern! —profirió, tendiéndole la mano, con el rostro iluminado por una amplia sonrisa—. ¡Ern Goon! ¡Qué «alegría» verte por aquí! Pasa, Ern, y permíteme presentarte a mis visitantes extranjeros.

CAPÍTULO IV
ERN, SID Y PERCE

Ern seguía igual que siempre. Era un chico regordete, coloradote y de ojos ligeramente saltones, como su tío, si bien algo menos prominentes que los de éste. El muchacho sonrió a Fatty tímidamente y luego contempló asustado a los cuatro silencioso «extranjeros», vestidos con aquellas vistosas indumentarias.

—Me satisface mucho verte, Fatty —murmuró el recién llegado, estrechándole largamente la mano.

Luego volvióse a sus dos acompañantes, unos chicos bastante más pequeños que él, con un gran parecido entre sí.

—Estos dos niños son mis hermanos gemelos —explicó Ern—. Éste se llama Sid, y éste Perce. Saludad, Sid y Perce. Recordad las reglas de urbanidad. Vamos, decid: «Mucho gusto», como os dije.

—Mucho gusto —repitió Perce, meneando la cabeza y poniéndose como un tomate a consecuencia del esfuerzo desplegado en aquel alarde de cortesía.

—A... —farfulló Sid, sin apenas abrir la boca.

—¿Todavía estás chupando ese caramelo, Sid? —regañó Ern, fulminándole con la mirada—. ¿No te dije que lo escupieras?

Sid adoptó una expresión apesadumbrada y, señalándose la boca, meneó la cabeza negativamente.

—Se le han vuelto a pegar los dientes —explicó Perce—. No puede pronunciar una palabra. Ayer le pasó lo mismo.

—¡Válgame Dios! —exclamó Fatty, compadecido—. ¿Es que ese chico se alimenta de «toffees»?

—A... —repitió Sid, efectuando otro intento de abrir la boca.

—¿Qué significa «A», sí o no? —preguntó Fatty, desconcertado—. Pero dejemos eso. El que está faltando ahora a las reglas de la urbanidad soy «yo». Por favor, Ern, permíteme presentarse a unos distinguidísimos amigos míos.

Ern, Sid y Perce contemplaron a Bets, Pip, Larry y Daisy sin pestañear, convencidos de que no eran niños corrientes. Bets volvió la cabeza para no echarse a reír.

—Sin duda habrás oído hablar del pequeño príncipe Bongawah, del Estado de Tetarua —prosiguió Fatty—. Ésta es su hermana, la princesa Bongawee —añadió señalando a la asombrada Bets.

—¡Atiza! —exclamó Ern, boquiabierto—. ¿Conque ésta es la hermana del príncipe? Nosotros hemos visto al príncipe Bongawah, Fatty; estamos acampados en el campo inmediato al suyo. Es un chico muy raro, de cara pequeña y petulante.

Y volviéndose a Sid y a Perce, agregó con gran indignación por parte de Bets:

—Salta a la vista que son hermano y hermana, ¿verdad? ¡Se parecen como dos gotas de agua!

—Tienes razón, Ern —convino Perce.

—A... —murmuró Sid, apartando un poco el «toffee» con la lengua para emitir su respuesta habitual.

Entonces, Bets, ladeando majestuosamente la cabeza y mirando a los tres sobrecogidos chicos a través de sus párpados entornados, profirió con sonora y recia voz:

—Popple, dippy, doppy.

—¿Qué dice? —interrogó Ern.

—Dice: «Vas muy despeinado» —aclaró Fatty, disfrutando de la curiosa situación.

—¡Hum! —gruñó Ern, atusándose el enmarañado cabello—. Si hubiese sabido que íbamos a codearnos con personas de esta alcurnia, me habría tomado la molestia de peinarme. ¿Quiénes son los demás, Fatty?

—Ésta es Pua-Tua —dijo Fatty, indicando a Daisy—. Es prima de la princesa y está a su servicio personal. Es una muchacha muy simpática.

Ern correspondió a la inclinación de Daisy, y Perce hizo lo propio. Pero Sid no siguió el ceremonial por habérsele pegado de nuevo el caramelo a los dientes y hallarse ocupado en la tarea de despegárselo, con un constante vaivén de mandíbulas.

—Y los otros son Kim-Pipp-Tok y Kim-Larriana-Tik —continuó Fatty, despertando en Bets unas ansias locas de prorrumpir en carcajadas.

Pip avanzó unos pasos y, acercando la cara a la de Ern, frotó la nariz contra la suya. Ern retrocedió, asombrado.

—No te alarmes —tranquilizóle Fatty—. Así suelen saludar estas gentes a los amigos.

Sid y Perce apartáronse a un lado, temerosos de ser también objeto de semejante salutación.

—Encantado de conocerte —murmuró Ern con voz entrecortada.

Luego, mirando a Fatty con expresión atemorizada, agregó:

—Tienes amigos muy copetudos. A propósito, ¿qué sé ha hecho de aquellos otros amigos tuyos, Larry, Daisy, Pip y la pequeña Bets?

—No andan muy tejos —respondió Fatty, sin faltar a la verdad—. ¿Decías que estáis en un campamento, Ern?

—Sí, tuvimos oportunidad de ir los tres a acampar, nos prestaron una tienda y como mamá mostróse conforme en perdernos de vista una temporada, nos marchamos y armamos nuestra tienda en el campo inmediato al de uno de los Campamentos Escolares. Nos lo estamos pasando muy bien.

—Ajá —convino Perce.

—A... —coreó Sid.

De improviso, este ultimo sacóse del bolsillo un bote de hojalata y, quitándote la tapa, ofrecióselo a Fatty. Éste echó un vistazo al interior. Estaba casi lleno de grandes caramelos oscuros y pringosos, de aspecto muy poco apetitoso.

—No, gracias, Sid —declinó Fatty—. Luego no tendría ganas de comer. No los ofrezco a mis visitantes porque probablemente tendrán que hacer parlamentos esta tarde, y no quiero exponerles a que se queden mudos con tus «toffees».

—A... —masculló Sid, tapando de nuevo el bote, como aquel que se hace cargo de la situación.

—¿De dónde se saca esos «toffees»? —preguntó Fatty—. Nunca los he visto de esa clase.

—Los adquiere en la Feria instalada cerca del campamento —explicó Perce—, en la barraca del lanzamiento de aros. Nuestro Sid es un as en esa habilidad. Todos los días gana un bote de caramelos por ese sistema.

—A... —farfulló Sid, radiante de orgullosa satisfacción.

—¡Fickly-pickly-odgery, podgery, puh! —declaró Larry bruscamente.

Ern, Sid y Perce miráronle de hito en hito.

—¿Qué dice? —inquirió Perce.

—Dice que Sid parece un «toffee» de por sí —apresuróse a aclarar Fatty—. Un «toffee» mascado.

Sobrevino un silencio durante el cual los Cinco Pesquisidores tuvieron que reprimirse para no prorrumpir en risas.

—Me parece una observación un poco descortés —murmuró Ern, al fin—. Bien, creo que será mejor que nos marchemos. Me he alegrado mucho de verte, Fatty. Siento no haber podido saludar a los demás.

—¿Has visto a tu tío, el señor Goon? —preguntó Fatty.

—¡Dios me libre! —profirió Ern—. Si le viera, echaría a correr como alma que lleva el diablo. ¿No recuerdas cómo me trató cuando pasé aquella temporada con él el año pasado? Sid y Perce tampoco lo pueden ver. A propósito, Fatty, ¿tenéis algún nuevo misterio por resolver?

—Por ahora no —repuso Fatty—. Pero puede surgir uno en el momento más inesperado.

—Tky-ula-rickity-wimmy-wu —espetó Pip solemnemente—. Nosotros... queremos... un helado.

—¿Cómo? —exclamó Ern, asombrado—. ¿Sabe hablar el inglés? ¿Has oído lo que ha dicho, Fatty? ¿Por qué no vamos todos a comprar helados? Junto al río hay un heladero ambulante. Prefiero no entrar en el pueblo para no tropezar con mi tío.

Fatty esbozó una sonrisa. Sus cuatro amigos mirábanle con expresión interrogante. Sus «disfraces» habían dado tan buen resultado con Ern, Sid y Perce, que los chicos ardían en deseos de salir a pasear con ellos puestos. Por su parte, Fatty no tenía nada que objetar. Si iban por el camino del río, apenas encontrarían gente y por tanto, no correrían el riesgo de despertar la curiosidad general.

Pero, en cambio, sería divertidísimo ver la cara que pondrían las pocas personas con quienes se cruzasen.

—Iccky, piccky, tominu, wipply-wopfi Kim-Pippy-Tok —dijo Fatty, cortésmente, inclinándose ante Pip e indicándole la puerta—. Iremos todos a comprar helados a la orilla del río. La princesa debe abrir la marcha, Ern.

—Naturalmente —convino éste, apresurándose a apartarse a un lado—. Pero estaría más a tono con una Sombrilla de Ceremonial como la que tenía su hermano. Le sentaría a maravilla... y es más, yo no tendría inconveniente en sostenérsela. ¡Es una chiquilla tan mona!

Bets echóse la capucha sobre la cara para ocultar su sonrisa. Fatty miró a Ern como aquel que, de repente, tiene una idea luminosa. Los otros permanecían a la expectativa.

—¡Ah, sí! —exclamó al fin su jefe—. ¡Tienes razón, Ern! ¡Olvidaba que la princesa Bongawee no debe salir a la calle sin su Sombrilla de Ceremonial! Te agradezco que me lo hayas recordado, Ern.

—¡Cáspita! —exclamó Ern—. ¿Así resulta que ella tiene una también?

Fatty desapareció, ante la expectación de sus cuatro amigos. ¿Qué clase de «Sombrilla de Ceremonial» traería Fatty?

A poco, el muchacho reapareció con un enorme y vistoso parasol extendido sobre su cabeza. De hecho, era el que utilizaba su madre para ir al golf, pero como Sid, Perce y Ern no habían visto un parasol de golf en su vida, creyeron a pies juntillas que se trataba de una suntuosa sombrilla de «ceremonial».

—Vamos, Ern —instó Fatty—. Si quieres, puedes hacer lo que dijiste, esto es, sostenérsela a la princesa.

—¿Me lo permitiría? —farfulló Ern, desmayándose casi de la emoción.

—Dimminy-duly-tibbly-tok —dijo Bets sonriéndole.

—¿Qué dice? —inquirió Ern, ruborizándose.

—Dice que le gustas y que quiere que le lleves la sombrilla —apresuróse a traducir Fatty.

—¡Me maravilla que puedas comprender ese lenguaje! —ensalzó Ern con admiración—. Claro está que siempre has tenido mucho talento, Fatty. Bien... me sentiré muy orgulloso de sostenerle la sombrilla a Su Alteza o como se llame. Vosotros, Sid y Perce, poneos detrás.

Al presente, los Cinco Pesquisidores sentíanse ya absolutamente incapaces de contener la risa. Pip tenía la cara congestionada en sus esfuerzos por no estallar. Al darse cuenta de su estado, Fatty profirió:

—¡Tlckly-bickly-ku, jinny-peranha-nuk!

Y soltó una carcajada como si hubiese dicho algo muy gracioso. Inmediatamente, los otros aprovecharon la oportunidad para prorrumpir en risotadas. Larry, Daisy, Pip y Bets, balanceándose de un lado a otro, desternillándose de risa y agarrándose unos a otros, ante el asombro de Ern y sus dos hermanos.

—¿A qué vienen estas risas? —interrogó Ern, intrigado.

—¡Es muy difícil traducir lo que acabo de decir! —replicó Fatty, ladinamente—. Bien, en marcha, amigos. En primer lugar irá la princesa, con Ern al cuidado de la sombrilla. Luego, seguirá su prima, Pua-Tua. Los demás, cerraremos la marcha.

El pequeño cortejo descendió por el sendero del jardín, pasando por delante de la puerta de la cocina. La doncella hallábase allí sacudiendo una estera, y al ver la comitiva, se quedó boquiabierta de asombro. Ern sintióse terriblemente importante.

Fue una verdadera pena no encontrar más gente por el camino que conducía al río. Una de las pocas personas que se cruzaron con los chicos fue la vieja señora Winstanton, tan corta de vista que sólo vio el enorme parasol. Naturalmente, la buena mujer pensó que llovía y echó a correr a su casa antes de que cayese un chaparrón.

Los muchachos vieron también al chico del colmado, que se les quedó mirando, mudo de asombro y desconcierto. Bets rióse por lo bajo. Ern dirigió al muchacho un grave saludo, dejándole, si cabe, aún más desconcertado que al principio. Deseoso de saber adonde se dirigía aquel curioso cortejo, el chico les siguió un rato y luego fue a entregar sus comestibles a un ama de casa que escuchó fascinada el relato de su encuentro con «unos extranjeros vestidos de veinticinco alfileres, con una GIGANTESCA sombrilla».

Los muchachos no encontraron a nadie más en su camino. Al llegar al sendero que discurría junto a la orilla del río, recorriéronlo solemnemente.

—¡Allí está el hombre de los helados! —exclamó Ern, quitándose un peso de encima—. ¡Pobre Sid! Pensar que no podrá tomar ninguno por culpa de su «toffee».

CAPÍTULO V
EL SEÑOR GOON SE LLEVA UNA SORPRESA

El vendedor de helados estaba tendido a la orilla del río, profundamente dormido, en tanto su puesto ambulante permanecía debidamente instalado a la sombra. Fatty le despertó.

El hombre se incorporó, sorprendido al ver aquel inusitado grupo a su alrededor, coronado por la enorme sombrilla que sostenía Ern, ya un poco cansado de su peso.

—¿Qué es esto? —exclamó el vendedor—. ¿Una charada?

Ern abrió la boca para presentar a la princesa Bongawee, pero Fatty le detuvo con una mirada. El muchacho no quería llevar la broma demasiado lejos y, sin saber por qué, tenía el desagradable presentimiento de que el vendedor de helados no se dejaría engañar tan fácilmente como los demás. Por otra parte, era preciso evitar que Ern se llevase una desilusión. Tanto él como sus hermanos Sid y Perce no cabían en sí de gozo pensando que habían acompañado a una princesa con su séquito.

BOOK: Misterio del príncipe desaparecido
3.28Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Sheikh's Son by Katheryn Lane
Legacy by Ian Haywood
03 Sky Knight by Kevin Outlaw
The Summoning by Mark Lukens
The Scared Stiff by Donald E Westlake
Wild in the Field by Jennifer Greene
A Match Made in Alaska by Belle Calhoune