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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasía

LA PUERTA DEL CAOS - TOMO I: La impostora (11 page)

BOOK: LA PUERTA DEL CAOS - TOMO I: La impostora
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Fiora habló con suavidad.

—¿Estáis pensando en Karuth Piadar en el Castillo?

Ria se dijo que Fiora siempre había sido muy diplomática.

—Sí —contestó y esbozó una mínima sonrisa, lo suficiente para dar a entender a la hermana que la comprensión era mutua—. Pienso en Karuth, claro está. Tanto tiempo y energías dedicados a las demandas de su trabajo y a sus responsabilidades que ya a los veinticuatro años parece destinada a ser una solterona toda la vida. No quisiera ver a Ygorla seguir el mismo camino, a menos que lo desee de verdad.

—Pero ¿y si es así?

—Entonces no me opondré. Sólo quiero que esté segura.

Se sumergieron en un silencio reflexivo hasta que entraron otra vez en la casa de la Matriarca y se detuvieron en la estancia de altos techos. Entonces, cerrando las manos ante sí, Ria se volvió a su vieja amiga.

—No importa lo que el futuro depare a mi sobrina, Fiora. Es algo que debe esperar nuevas reflexiones. Por ahora, tenemos asuntos más serios de los que ocuparnos. Quiero que convoques a todas las hermanas dentro de veinte minutos en el refectorio y les dirigiré la palabra para comunicarles el fallecimiento del Alto Margrave. Daremos el toque de difuntos a mediodía y los rituales fúnebres comenzarán inmediatamente después. ¡Oh! Y, dado que la hermana Corelm estará ausente, dile a la hermana Mirrio que se asegure de hacer correr la voz para que todas las escuelas de la Hermandad cierren en señal de duelo. —Paseó la mirada por la sala, pareciendo enfocarla no en los contornos limpios y modestos de sus paredes, sino más allá, en algo que Fiora no podía ver—. Apenas conocía a Solas, y parece que no haya pasado casi el tiempo desde que presenciamos el fallecimiento de su padre, Fenar. Supongo que ése es uno de los castigos por la reclusión de nuestro Alto Margrave en la Isla de Verano; lo vemos tan pocas veces que, para nosotras, es más un nombre que una persona. Ah, bien…, que los dioses le otorguen la paz.

Fiora hizo la señal de reverencia con los dedos extendidos.

—Así sea, Matriarca. ¿E Ygorla?

Ria suspiró.

—Sácala del aula y encárgale alguna tarea que la tenga sin hacer travesuras durante un rato.

—¿Debe acudir al refectorio con las demás?

Ria frunció el entrecejo, meditando un instante.

—Mejor que no —contestó al cabo, alzó la cabeza y su mirada fue de completa franqueza—. De hecho, preferiría que se enterara de la noticia cuanto más tarde mejor. No sé qué instinto o poder vidente la hizo predecir la muerte de Solas Jair Alacar de manera tan sorprendente, pero no quiero que se dé cuenta todavía de lo exacta que resultó su predicción. —Vaciló un momento y luego añadió—. Creo que será mejor que le ocultemos la verdad durante un tiempo. Por su propio bien.

La noticia de la muerte del Alto Margrave llegó a la Península de la Estrella al día siguiente. Una vez recibida la noticia y anunciada con la debida solemnidad a sus compañeros adeptos, el Sumo Iniciado Chiro Piadar Lin se puso a preparar, a regañadientes, los temas prácticos del viaje hacia el sur que le esperaba.

El hecho de que una parte de él se resintiera de aquella necesidad ritual, le ocasionaba a Chiro más de un remordimiento de conciencia. Pero la verdad es que apenas había conocido al Alto Margrave —en total, se habían encontrado en tres ocasiones— y lo poco que había visto no le había gustado. Solas había heredado de su padre la debilidad de carácter y a Chiro le había parecido una especie de aficionado, más preocupado por las diversiones triviales de la vida cortesana que por los asuntos de estado, de los cuales no tenía una idea cabal. Su hijo, Blis, a pesar de ser joven, sería un gobernante más sabio y más dedicado a su papel. En privado, Chiro sospechaba que no sería el único en acudir a los ritos funerales cuyo dolor sería más cuestión de deber que verdadero sentimiento.

Así y todo, había que guardar las formas. No le gustaba la idea de tener que cruzar las montañas septentrionales en pleno invierno; aunque los desfiladeros estaban abiertos —apenas, en realidad—, la nieve y el hielo harían el viaje peligroso y sumamente incómodo. ¡Y había tanto que hacer en el Castillo! Siempre había mucho que hacer, pero en aquel momento el destino parecía mostrarse especialmente perverso, puesto que, además de las infecciones invernales que parecían afectar a la mitad del Círculo, estaba a punto de llegar un nuevo grupo de estudiantes para comenzar sus tres años de aprendizaje de las artes y ciencias que enseñaban los eruditos del Círculo. Aun así, no tenía más remedio que partir. Era impensable que el Sumo Iniciado no estuviera presente para acelerar el viaje del alma de Solas Jair Alacar hacia los dioses.

Fue Karuth, como de costumbre, la que apaciguó las preocupaciones de Chiro y quien logró convencerlo de que el tejido social del Castillo no se colapsaría durante su ausencia, de manera que, al fin, él y su séquito cruzaron el puente en una luminosa y helada mañana, con el sol brillando sobre ellos como un furioso ojo carmesí. Desde la muralla, encima de las puertas del Castillo, Tirand, el hijo de Chiro, contempló su partida; después, frotándose las manos —a pesar de llevar gruesos guantes, el frío del invierno mordía como una serpiente—, bajó al patio para dirigirse al despacho del Sumo Iniciado.

Karuth ya estaba allí. Ordenaba papeles en el escritorio de su padre, no de manera nerviosa, sino con tranquila y segura eficacia. Tirand observó agradecido que había encendido el fuego y se detuvo para quitarse los guantes y calentar las manos ante la llama, mientras sonreía a su hermana.

—Han partido sin novedad. Que los dioses los acompañen; no será un viaje agradable.

Karuth asintió. De ser una adolescente piernilarga y desgarbada, se había convertido en una mujer joven, alta y elegante, con un cuerpo hermoso, aunque quizás algo corpulento, con bellos ojos grises y una espléndida melena castaña. Nunca vestía de manera llamativa y hoy llevaba una túnica lisa de lana, adornada únicamente con la insignia de adepto, mientras que el pelo lo llevaba recogido en una sencilla y práctica trenza. Y los cambios de la última década eran más profundos, puesto que la timidez que había observado Ria Morys había cedido lugar ante una personalidad que, pese a la calma exteriorizada, interiormente era fuerte y decidida, con la confianza adquirida tras once años de adiestramiento en el Círculo. Ahora era adepta de cuarto grado; sólo dos por debajo del grado máximo que podía esperar alcanzar, puesto que, aunque el Círculo tenía en teoría siete grados, en la práctica no se recordaba a nadie que hubiera alcanzado las formidables habilidades de un séptimo nivel, de manera que el rango era sobre todo honorario, reservado para el Sumo Iniciado o su posible sucesor. Karuth también era miembro del Consejo de Adeptos, si bien su participación en él era esporádica, pues hacía dos años que había sido calificada como médico y, al estar ya Carnon Imbro prácticamente jubilado, ella era, de hecho, la sanadora jefe del Castillo.

—He sacado las notas que padre hizo para tu discurso de bienvenida a los nuevos alumnos —dijo—. Creo que será mejor pronunciar el discurso durante el banquete en la gran sala; de esa manera combinarás ambos acontecimientos y perderás menos tiempo.

Tirand se acercó a la mesa y miró con cierta inquietud los pergaminos.

—Estoy seguro de que no lo haré bien. Nunca he sido un orador innato como padre.

—Tonterías, lo harás muy bien —aseguró Karuth, dándole unas palmaditas en el brazo, con aquel aire un poco de dueña que había desarrollado durante la infancia. Tirand sabía que, para ella, era y siempre sería el hermano pequeño, a quien debía cuidar, apoyar y guiar de manera suave y sutil. Ahora que había cumplido los veinte años y que la infancia quedaba muy atrás, encontraba divertida esa protección, aunque ésta aumentaba más que disminuía su cariño por ella. Se pasó la mano por los rizados y oscuros mechones de su cabellera y dijo:

—Bueno, será mejor que me ponga a trabajar. Tenemos un Rito Inferior al anochecer, un conjuro elemental para ver si averiguamos qué hay detrás de esas inundaciones inexplicables en la provincia Wishet. ¿Asistirás?

—Oh, sí —afirmó Karuth. Tenía un talento poco corriente para tratar con los espíritus elementales inferiores, algo muy valioso para el Círculo—. Esta tarde tengo que escribir y enviar algunas cartas, pero asistiré.

—¿Cartas? —Tirand había comenzado a hojear los documentos que exigían su atención. Parecía un montón enorme.

—A los patrocinadores de posibles candidatos al Círculo. Hay una serie de peticiones que necesitan respuesta; padre no tuvo tiempo de verlas antes de partir.

—Ah. ¿Algún candidato interesante en tu opinión?

—No lo sé todavía; apenas las he leído. Además, no podemos juzgar a un potencial iniciado a partir de una carta. Deberemos posponer las entrevistas por lo menos hasta la festividad de inicio de la primavera, o quizá más si padre se ve retenido en el sur.

—Oh, pero… —Se volvió, buscó en el escritorio y cogió un rollo de pergamino que todavía conservaba los restos de un sello roto—. A propósito de candidatos, anoche llegó una carta de la Matriarca.

—¿La Matriarca? —Tirand alzó los ojos de sus papeles—. ¿La ha visto padre?

—No, pero, como era su sello normal, me tomé la libertad de abrirla por si fuera algo que necesitara respuesta urgente. —Karuth alisó el documento—. Se refiere a su sobrina nieta, una niña de diez años. ¿Recuerdas, Tirand, hace diez años, cuando la Matriarca visitó el Castillo y trajo a una joven consigo? La chica estaba embarazada y el bebé nació aquí.

Tirand frunció el entrecejo.

—Algo recuerdo. ¿No falleció la madre?

—Sí. —Karuth adoptó una expresión pensativa—. Fue cuando murió el viejo Sumo Iniciado. Es extraño, ¿no crees?, que cuando la muerte flota en el aire siempre parece hacernos recordar las épocas de otras muertes. La Matriarca adoptó el bebé y creo que había cierto misterio en cuanto a la identidad del padre, aunque yo entonces era demasiado joven para saber mucho de esos asuntos. —Volvió a mirar pensativamente el pergamino—. Ahora la niña tiene diez años. Y la Matriarca solicita a padre que considere su posible iniciación en el Círculo.

—¿A los diez años? Eso es muy raro en un candidato que es de fuera del Castillo.

—Sí —repuso Karuth, con un tono extraño; muchos no lo habrían percibido, pero a Tirand, que la conocía mejor que nadie, no se le escapó. Ella pareció debatir por unos momentos, en silencio, si debía o no decir lo que pensaba; la sinceridad se impuso a la prudencia.

—Tirand, no puedo demostrarlo con exactitud, pero detecto una gran preocupación soterrada en la carta de la Matriarca. Dice que la niña tiene talentos nada usuales; eso puede ser cierto, pero tengo la sensación de que en su petición hay algo más.

Tirand la miró con fijeza.

—Tu intuición suele ser de fiar.

—Quizá, pero… —sacudió la cabeza—. No lo sé, la verdad es que no lo sé. —Hizo una pausa antes de proseguir—: La noche en que murió la madre de la niña, ocurrió algo muy extraño. Yo estaba velando el cadáver con Carnon y la hermana Fiora, la sanadora de Chaun Meridional, cuando el Sumo Iniciado nos visitó de manera inesperada y…

—¿Padre?

—No, no, el antiguo Sumo Iniciado, Keridil Toln. Dijo algo acerca de presagios. No puedo recordar sus palabras exactamente, pero entonces me estremecieron, Tirand. Fue una especie de premonición. Nunca he comprendido lo que quiso decir y ni siquiera había pensado en ello durante años. Pero ahora que el recuerdo ha sido despertado… —Se volvió, como buscando en la habitación algo que no estaba allí, y a Tirand le pareció que su mirada mostraba una sensación inusual de acoso—. Lo vuelvo a sentir. No sé lo que es, pero
lo percibo
.

Si aquello lo hubiera dicho alguien que no fuera Karuth, Tirand habría reaccionado con sano escepticismo. Aunque carecía de talentos psíquicos innatos, sintió, mientras su hermana hablaba, como si algo frío, oscuro y de una antigüedad inimaginable hubiera exhalado un gélido suspiro en la cálida habitación.

Karuth había dejado caer otra vez la carta de la Matriarca sobre el escritorio. Tirand la cogió y leyó la escritura limpia y familiar.

«
Mi sobrina nieta Ygorla… dones innatos… no quiero entorpecer su desarrollo… que los adeptos evalúen su potencial… si ella está dispuesta
…»

Alzó la mirada.

—Si ella está dispuesta —repitió en voz alta la última frase—. Parece implicar que la Matriarca está más ansiosa por ver a su protegida colocada a salvo en el Círculo de lo que lo está la niña.

Karuth asintió con seriedad.

—Tengo la misma impresión. Y no dejo de preguntarme por qué habría de ser así.

—La Matriarca quiere lo mejor para la niña. Es comprensible, ¿no?

—Claro. Pero hay algo más. Incluso si Ria Morys no lo sabe, hay más. Creo… —Karuth vaciló, para seguir después con convicción—. Creo que deberíamos convencer a padre para que dé largas al asunto, al menos por ahora. Algo me dice… —Su voz se perdió y entonces Tirand habló:

—¿Algo te dice…?

Karuth se mordió el labio inferior.

—Llámalo intuición; no me atrevería a decir que es más que eso —dijo, con una expresión franca y preocupada en los ojos—. Pero algo me dice, Tirand, que el Círculo no debería correr el riesgo de aceptar a esta niña en su seno. Todavía no. No hasta que estemos seguros de que es lo adecuado.

Capítulo VI

E
n un mundo que llevaba más de setenta años en paz consigo mismo y con los dioses, las preocupaciones cotidianas de la existencia humana tenían la posibilidad de crecer y florecer de una forma que habría resultado imposible en épocas anteriores. Desde el Cambio, la historia no había mostrado nada destacable, de forma que los chismorreos —nacimientos, matrimonios, fallecimientos, escándalos, pequeños logros— jugaban un papel predominante en los tratos de todo el mundo, desde los más nobles a los más plebeyos.

Como se había predicho, el reino del hijo de Solas Jair Alacar, Blis, estaba resultando un éxito, aunque fuera un éxito tranquilo. En los años transcurridos desde la muerte de su padre, Blis había emprendido una serie de reformas modestas pero populares, al tiempo que se mostraba siempre dispuesto a escuchar los problemas de los Margraves menores y de las provincias que éstos gobernaban. Aunque ya había cumplido los treinta, todavía no había escogido esposa, y las esperanzas eran abundantes entre los miembros de las familias nobles con hijas que podían optar a ese puesto.

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