Read LA PUERTA DEL CAOS - TOMO I: La impostora Online

Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasía

LA PUERTA DEL CAOS - TOMO I: La impostora (28 page)

BOOK: LA PUERTA DEL CAOS - TOMO I: La impostora
9.62Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Señora, nos honráis —repuso Strann haciendo una nueva reverencia. Karuth lo imitó.

—No puedo entretenerme. Debo bailar esta pieza con mi padre, mientras que Blis lo hace con la Matriarca. Gracias de nuevo. Gracias de parte de todos nosotros. ¡Gracias! —Era probable que Jianna hubiera bebido un poco más de lo que estaba acostumbrada, pensó Karuth; eso realzaba su brillo, pero estaba sobreexcitada y locuaz. Se alejó apresuradamente, como un torbellino de capa dorada y cabellos resplandecientes, y Lias Barnack sonrió a sus espaldas.

—Nuestra nueva Alta Margravina traerá un aire nuevo a esta corte rancia, si no me equivoco —comentó—. ¡Que Aeoris y Yandros la bendigan! En cuanto a vosotros dos, tan sólo puedo añadir mi humilde granito de arena a los elogios que ya habéis recibido. Estuvisteis muy inspirados.

A Karuth la sorprendió y emocionó aquel sencillo elogio de Lias, que siempre hacía ostentación de su cinismo. Tirand también añadió sus cumplidos, aunque ella detectó una nota de reserva en su voz y vio que miraba a Strann con cierta desconfianza. La chica morena se había quedado en un segundo plano, y Tirand no hizo ademán de presentarla; en lugar de eso, se encaró con Strann y le habló directamente.

—Veo que eres Maestro de las Artes Musicales —observó con tono no demasiado amistoso—. Me sorprende que, como ha dicho antes la Alta Margravina, no nos hayamos conocido antes.

Strann hizo un gesto de desaprobación hacia sí mismo.

—Mis lazos con el gremio nunca han sido fuertes, Sumo Iniciado. No soy más que un artista ambulante.

—Aunque con un virtuosismo fuera de lo normal —observó Lias.

Tirand no hizo caso del comentario.

—¿Cuál es el nombre de vuestro clan?

—Como mi relación con el gremio, es cosa del pasado —repuso Strann mirando a Tirand a los ojos, sonriente—. Supongo que mis parientes de Wishet deben de estar tan contentos como yo de haber cortado los viejos lazos.

—Una pena —replicó Tirand, devolviendo la sonrisa con frialdad—. Hay mucho que decir en defensa de la seguridad y protección de una familia unida, ¿no lo crees así?

—Desde luego, señor, y envidio a quienes poseen ese refugio —contestó Strann sin alterar su sonrisa; entonces hizo una brusca reverencia—. Os he entretenido demasiado tiempo, dama Karuth —dijo, dando la espalda a Tirand y cogiendo la mano de Karuth—. Gracias de nuevo por el privilegio que me habéis otorgado esta noche. Que los dioses os sigan siendo propicios. —Le besó los dedos con deliberada lentitud y luego volvió a inclinarse ante los otros dos—. Sumo Iniciado, maese Lias, buenas noches.

Karuth lo vio alejarse y sintió cómo la furia crecía en su interior. Lias se había retirado prudentemente e invitaba a bailar a la chica morena; al cabo de unos instantes los dos se perdieron entre la multitud, y Karuth y Tirand se quedaron solos.

El silencio se mantuvo durante unos segundos. Entonces, Tirand explotó:

—Que los dioses me cieguen, ¡qué frescura la de ese juglar vagabundo!

Karuth sintió que se le tensaban los músculos de la mandíbula.

—No seas ridículo, Tirand —le respondió.

—¿Yo ridículo? —bufó Tirand—. ¡Intentaba burlarse de los dos! Maldito sea, ¡te ha utilizado, Karuth! Ha tenido la descarada arrogancia de intentar ponerse a tu nivel, de congraciarse…

—¿Importa eso?

—¡Claro que importa! Si veías su juego, me sorprende que lo dejaras seguir. Besarte la mano como si fuera un amigo íntimo, y tenerte monopolizada durante tres bailes…

Karuth empezó a enfadarse de verdad.

—Igual que tú monopolizaste a esa guapa jovencita a quien Lias ha tenido el tacto de llevarse. Pero supongo que eso es distinto.

—Sí, por supuesto que es distinto. Ilase es…

—Oh, ¿se llama Ilase? —lo cortó Karuth con mordacidad—. Podrías habérmela presentado.

Las mejillas de Tirand se arrebolaron.

—No, no lo hice porque, aunque podría haber querido presentársela a mi hermana, ¡no tenía intención de presentarla a un hombre que no es digno ni de llevar su equipaje!

Karuth lo miró fijamente.

—Ya veo. De manera que el talento de Strann no cuenta para nada; sólo su rango es importante. ¿He de suponer entonces que he mancillado nuestro nombre y el del Círculo por haber consentido en tocar un dúo con él?

—¡No he querido decir eso! —De repente, la furia indignada de Tirand cedió y siguió en un tono más apagado—. No es eso, Karuth. La música fue espléndida; no pretendo negar eso ni por un instante. Pero, sea Maestro de Música o no, ese hombre no es más que un cínico oportunista y no me gusta ver cómo mercadea con tu posición y cómo te utiliza de reclamo para obtener ventajas. Es algo que está mal y que te degrada.

—¡Oh, Tirand! —Karuth exhaló un profundo suspiro—. ¿De verdad me crees tan ingenua? ¿Crees que no sabía exactamente lo que intentaba hacer Strann?

—No sólo lo intentaba. Lo estaba consiguiendo, por lo que yo he visto.

—Bueno, ¿y qué importa? Su profesión es el espectáculo; de él depende para ganarse la vida. ¿Esperas que no aproveche una oportunidad cuando la encuentra?

—¡No a costa tuya!

La ira de Karuth creció de nuevo.

—¡Por el amor de Yandros, Tirand, no fue a costa mía! Disfruté tocando con él, y disfruté bailando con él, y encontré que su compañía era agradable y divertida. ¡Puedo asegurarte que, de cualquier ventaja que él obtuviera de estar conmigo, yo también saqué provecho!

Tirand la miró furioso.

—Todo eso está muy bien; siempre y cuando no acabe por subírsele a la cabeza. Si piensa que le has dado la menor señal de ánimo, entonces sólo los dioses saben a qué se atreverá en la próxima ocasión.

—Tirand… —De pronto el tono de voz de Karuth fue venenoso, y su hermano se quedó parado—. ¡Strann no se atrevió a nada, pero tú sí que lo estás haciendo! ¿Cómo te atreves a decirme eso? ¿Es que me tomas por una idiota?

—Karuth, yo sólo…

—¡Nada! —lo interrumpió; entonces advirtió que había gente que los miraba y convirtió su voz en un quedo y furioso murmullo—: ¡No pienso escuchar ni una palabra más, Tirand! Si no te conociera tan bien, diría que estás borracho; tal y como están las cosas, prefiero pensar que has intentado protegerme torpemente de una amenaza que sólo existe en tu imaginación. —Hizo una pausa y su boca dibujó una dura línea recta—. Y te recuerdo que, incluso en el caso de que tus sospechas fueran fundadas, ¡la forma en que yo quiera llevar mi vida privada es asunto sólo mío!

Karuth pensó por un instante que Tirand querría seguir discutiendo, pero éste se encogió de hombros y retrocedió.

—No quiero pelearme contigo, Karuth. No quiero pelearme con nadie y menos en esta noche. —Le lanzó una última mirada suplicante—. Sólo estaba preocupado por ti.

—Lo sé —dijo ella con más suavidad.

Él asintió y se mordió los labios.

—Tienes razón. Me lo he tomado demasiado a la tremenda. Lo siento. No quería molestarte o insultarte.

Karuth lanzó un suspiro.

—Lo entiendo, Tirand. No creas que no aprecio tus desvelos, incluso cuando están fuera de lugar. No sigamos con esto, ¿de acuerdo? Olvidemos que ha tenido lugar esta conversación.

Tirand se sintió aliviado.

—Creo que sería lo más inteligente. —Vaciló y luego añadió—: ¿Querrás bailar conmigo? La noche casi ha terminado; hagamos las paces y disfrutemos lo que queda de la velada.

En la mente de Karuth quedaba todavía un rastro de amargura, pero lo desechó. Había disfrutado tanto de la fiesta hasta que sucedió aquello… Quería recuperar el deleite y no permitir que nada ensuciara el recuerdo que se llevaría a casa.

—Sí —repuso mientras intentaba borrar los últimos rastros de enfado de su voz—. Bailaré contigo, hermanito.

El amanecer en el horizonte oriental prometía otro hermoso día, pero Karuth estaba demasiado cansada para sentir poco más que una ligera punzada de envidia ante el amable clima sureño, mientras caminaba por los amplios pasillos del palacio en dirección a su dormitorio y a la ansiada cama.

Era uno de los últimos invitados en retirarse. Hacía una hora que la pareja de recién casados había sido escoltada a sus aposentos privados y algunos de los asistentes de más edad habían admitido su derrota mucho antes. Sólo unos cuantos incondicionales, que se negaban a que terminara la memorable noche, habían aguantado para brindar por Blis y Jianna y por ellos mismos, y por el primer resplandor del amanecer, y por cualquier pretexto que se les ocurrió antes de abandonar las opulentas salas en busca del sueño. Karuth se había quedado sentada un rato en el jardín donde habían tenido lugar las atracciones musicales, disfrutando del frescor de la madrugada y escuchando los primeros trinos de los pájaros. Tirand había abandonado la fiesta y se sentía contenta de haberse librado de su presencia, que desde la dura discusión le había resultado algo agobiante. No era culpa de Tirand. Tan sólo había intentado hacer lo que creía más conveniente, y Karuth sabía que debería haberse sentido halagada por su afán de protegerla. Pero, en la atmósfera más cálida y liberal de la Isla de Verano, que contrastaba duramente con el severo ambiente de la Península de la Estrella, la puntillosa preocupación de su hermano resultaba mortificante. De forma que había escapado a la tranquila soledad del jardín para relajarse y apaciguar su enfado antes de irse a dormir.

No había vuelto a hablar con Strann. Lo había visto una vez, aparentemente enfrascado en íntima conversación con una atractiva joven, y los dos habían desaparecido de la fiesta poco después. Karuth no se sentía disgustada —era demasiado mayor y demasiado experimentada para nociones tan ilusas— pero lamentó, sólo un poco, no haber tenido la ocasión de desearle las buenas noches de manera más amable.

Pero las lamentaciones, junto con los demás pensamientos, se vieron sumergidas en una agradable neblina de cansancio al acercarse a su dormitorio. El pasillo seguía a oscuras; los invitados de mayor rango habían sido hospedados en el ala oeste de palacio, donde sus sueños no se verían molestados por el sol matutino y, ahora que las antorchas estaban apagadas, tan sólo un débil brillo perlífero aliviaba las tinieblas. Subió un corto tramo de escalera y después torció por un pasillo más estrecho que arrancaba a la izquierda del final de la escalera. Su habitación estaba casi al final de aquel pasillo, y estaba contando puertas cuando sintió un cosquilleo en la base del cuello, y los finos pelos de la nuca se le erizaron como si un relámpago hubiera centelleado silenciosamente a sus espaldas.

Los pasos de Karuth se hicieron indecisos y se paró a escuchar en el silencio repentino que se creó al detenerse del todo. No se oía nada, ni un movimiento furtivo. Pero sabía con toda seguridad que la estaban observando.

Recordando las lecciones más elementales de su adiestramiento como adepto, hizo que su respiración adquiriera un ritmo lento y poco profundo, que calmó los acelerados latidos de su corazón. La lógica decía que no podía haber ningún peligro en aquel lugar, pero a pesar de ello le costaba mirar por encima del hombro. Se regañó a sí misma por permitir que la imaginación la intimidara, y se volvió en un rápido movimiento.

No había nada. Karuth observó los ángulos débilmente iluminados de las paredes mientras contaba despacio hasta siete; luego se giró.

Y, al moverse, un violento resplandor esmeralda centelleó en la periferia de su campo de visión.

—¿Quién…? —La palabra escapó de su garganta antes de que pudiera tragarse el resto de la pregunta, y resonó en el silencio. Alargó el brazo y apoyó la mano contra la pared para mantener el equilibrio tanto de su cuerpo como de su mente; avanzando despacio, con cautela, volvió a la intersección con el pasillo principal. La penumbra parecía doblemente intensa, tras la luminosidad instantánea del resplandor esmeralda, y, aunque la oscuridad que tenía ante sí parecía tan vacía como silenciosa, Karuth seguía con la piel de gallina a causa de la intranquilidad psíquica. Dos pasos más, tres. Alcanzó la intersección donde la escalera bajaba en ángulo recto, y se obligó a salir al pasillo más amplio.

A su derecha, la escalera bajaba. Al final del corto tramo, una mujer joven la miraba.

Karuth se sintió completamente estúpida. Todo aquel drama, todos aquellos nervios, sólo para descubrir que su misterioso seguidor era sencillamente otra juerguista tardía —o madrugadora— que buscaba su lecho. La tensión la abandonó y, alzando una mano a modo de saludo, abrió la boca para pronunciar un «buenas noches» cómplice y sigiloso.

Entonces, cuando su cerebro interpretó lo que sus ojos veían, se detuvo.

Las sombras al pie de la escalera eran tan intensas que habría debido ser imposible ver algo más que una vaga silueta de la mujer y, no obstante, cada detalle de su rostro y de su cuerpo se mostraba con total claridad. Estaba envuelta en una débil aureola de extraños colores que parecía emanar de su interior; el halo resaltaba su cabello, despeinado y pálido, y daba un aire sobrenatural y estremecedor a sus ojos, inusualmente grandes. Además, su vestido de seda roja era de un estilo anticuado que no se llevaba desde hacía al menos cincuenta años.

Karuth se apoyó en la pared, cautivada por la aparición, y una terrible sensación de reconocimiento afloró a la superficie de su mente. Luchó contra ella, negándose a reconocerlo; y la mujer le sonrió abiertamente, con una sonrisa traviesa y sabia que no era del todo humana.

Y desapareció.

—¡Aah! —Karuth dio un respingo y casi cayó al suelo cuando uno de sus zapatos pisó el dobladillo de su túnica. Recobró el equilibrio y miró hacia la oscuridad de la escalera, incapaz, en los primeros segundos de aturdimiento, de creer que no hubiera sido una alucinación. Pero al fin la razón consiguió imponerle la verdad. No se había imaginado aquella silueta pálida y mágica, ni estaba soñando despierta. Había tenido una visión clara y categórica de alguien que en términos humanos llevaba muerta casi cien años.

No existían retratos, puesto que aquella joven de cabellos blancos y ojos ambarinos había abandonado el mundo mortal antes de que se le pudiera rendir semejante homenaje. Pero las viejas historias habían pasado de boca en boca a partir de aquellos que vivieron el Cambio, y habían preservado recuerdos de su imagen. Y aquella sonrisa, tan sabia y al tiempo tan burlona, aquella sonrisa llevaba el sello del Caos.

Karuth sintió un repentino mareo al tiempo que un pozo de miedo primordial parecía abrirse como una boca en su interior. Giró sobre sí misma, se metió en el pasillo lateral, y corrió hacia su habitación, sin importarle el ruido que hacía. Cruzó a toda prisa el umbral y se lanzó sobre la cama de rico dosel; sólo cuando se vio tendida cuan larga era sobre la rica colcha y cuando sintió debajo los sólidos contornos de la cama cedió el terror y volvió la racionalidad a su mente.

BOOK: LA PUERTA DEL CAOS - TOMO I: La impostora
9.62Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Red Suits You by Nicholas Kaufman
Free Falling by Susan Kiernan-Lewis
On the Edge by Catherine Vale
Burning Love by Cassandra Car
Waking the Buddha by Clark Strand
Silver by Andrew Motion
Terror in the Balkans by Ben Shepherd