Read La Profecía Online

Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

La Profecía (32 page)

BOOK: La Profecía
12.11Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Señor —repuso Joram, mirándolo cauteloso—, la historia sobre el perverso tío no es cierta...

Lord Samuels sonrió.

—No, nunca la creí ni por un momento. Le saqué la verdad a Simkin anoche. Es mucho más interesante, en realidad. Quizá pueda ayudarte. Tengo acceso a ciertos registros... Diciendo esto, se llevó al muchacho a su estudio privado y cerró la puerta detrás de ellos.

Nadie se dio cuenta de la presencia del catalista, lo cual alegró a Saryon. Regresó a la capilla familiar, donde estaba seguro de estar a solas y se dejó caer sobre los almohadones de un banco. El sol ya no penetraba por la vidriera, la capilla estaba envuelta en frescas sombras y Saryon empezó a tiritar de forma incontrolada, no de frío, sino a causa de un tremendo y agobiante temor.

Después de haber presenciado la traición de un hombre, había perdido la fe en su dios. El universo no era para él más que una de esas máquinas gigantescas sobre las que había leído en los antiguos libros de los Hechiceros de las Artes Arcanas: una máquina que, una vez puesta en marcha, funcionaba sola, operando según las leyes físicas. El hombre era un eslabón en sus engranajes, conducido por sus propias leyes físicas, dependiendo su vida del movimiento de otras vidas a su alrededor. Cuando un eslabón se rompía, era reemplazado. La gran máquina seguía funcionando y seguiría haciéndolo, quizá para siempre.

Se trataba de una visión muy pesimista del universo, por lo que a Saryon no le sirvió de consuelo. Sin embargo, era mejor que la idea de que el universo estaba gobernado por un dios mezquino que adoraba el poder e intervenía en política, que permitía que su nombre fuera pronunciado mojigatamente por su Patriarca, quien conducía su «rebaño» como si se tratara de ovejas.

Pero ahora, por vez primera, Saryon empezó a considerar otra posibilidad, y su corazón se encogió temeroso ante ese solo pensamiento.

«Supongamos que Almin
estuviera
ahí fuera y tuviera un inmenso y extraordinario poder. Supongamos que Él supiera cuántos granos de arena había en las orillas del Más Allá; supongamos que Él leyera en los corazones y las mentes de los hombres; supongamos que Él tuviera un plan tan inmenso como los sueños, un plan que ningún simple mortal pudiera empezar a ver ni comprender.

»Y supongamos —añadió Saryon para sí, contemplando la vidriera donde estaba representado el símbolo de Almin en la forma de una estrella de nueve puntas— que somos una parte de ese plan y se nos está precipitando hacia nuestro destino, arrastrados hacia nuestra perdición como un hombre atrapado en los rápidos de un río. Podemos aferrarnos a las rocas, podemos luchar por alcanzar la orilla, pero nuestras fuerzas no son suficientes para tamaña empresa. Nuestros brazos son arrancados de nuestro asidero, nuestros pies tocan la orilla, y entonces la corriente nos vuelve a atrapar. Y pronto las oscuras aguas se cerrarán sobre nuestras cabezas...»

Saryon hundió la cabeza entre las manos y cerró los ojos, sintiendo una opresión en el pecho como si se estuviera ahogando de verdad y sus pulmones se consumieran en busca de aire.

¿Por qué le había acudido aquella idea a la cabeza? Porque sabía qué fiesta se celebraría al cabo de dos semanas exactas: Joram entraría en el Palacio de Merilon a los dieciocho años de haberlo abandonado, a los dieciocho años justos.

Joram celebraría el aniversario de su propia muerte.

5. Los hilos de la telaraña

Muy por debajo del Palacio de Merilon, muy por debajo de la Ciudad Inferior, muy por debajo incluso de los Jardines y la tumba del gran mago que había conducido a su gente hasta allí desde un mundo que intentaba destruirlos, hay una cámara cuya existencia conocen únicamente los miembros de una Orden que es, en realidad, la que gobierna Thimhallan. En esa cámara secreta se reunieron, una noche, ocho personas. Vestidas de negro, con las manos cruzadas frente a ellos, permanecían formando un círculo alrededor de una estrella de nueve puntas dibujada en el suelo. Cada rostro encapuchado miraba en la misma dirección, hacia la novena punta de la estrella, a pesar de que aquella punta permanecía normalmente vacía. Todos esperaban pacientemente; la paciencia era su contraseña. Y la paciencia, lo sabían bien, generalmente recibía su recompensa.

El aire se estremeció y la novena punta de la estrella grabada en el suelo quedó cubierta por el borde de una túnica negra. Mirando alrededor del círculo para comprobar que todos estuvieran presentes, el noveno miembro sacudió afirmativamente la encapuchada cabeza y, dando una palmada, hizo aparecer en el centro del círculo un voluminoso libro encuadernado en cuero con páginas en blanco de frágil pergamino, que se quedó flotando en el aire.

—Puedes empezar —dijo la bruja al miembro de la Orden que ocupaba la primera punta de la estrella.

El
Duuk-tsarith
empezó su informe. Mientras hablaba, sus palabras quedaban inscritas, trazadas en letras de fuego, sobre el pergamino del enorme libro.

—Un niño se ha perdido en el mercado hoy, señora —dijo—. Ya ha sido encontrado y devuelto a sus padres.

La bruja asintió. El siguiente
Duuk-tsarith
tomó la palabra.

—Hemos resuelto el asesinato de Lucien, el alquimista, señora. Tan sólo una persona podía saber lo suficiente como para mezclar un producto químico con otro para que se produjera una violenta explosión, en lugar del elixir de la juventud que se decía que el alquimista estaba buscando.

—El aprendiz de alquimista —dijo la bruja.

—Exactamente.

—¿Motivo?

—El aprendiz y la esposa de Lucien eran amantes. Al ser «interrogado», el aprendiz confesó su crimen y el de ella. A ambos se los retiene en espera de que se dicte sentencia.

—Satisfactorio.

La bruja asintió de nuevo, dirigiendo la mirada a la siguiente punta de la estrella.

—La búsqueda de Joram, el hombre Muerto, continúa, señora. Se ha compilado un registro de todos aquellos que eran o podrían haber sido Magos Campesinos que hayan entrado en Merilon. Se nos ha informado de la llegada de once hasta ahora y se ha investigado a todos ellos. Todos tienen razones válidas para estar en la ciudad y siete han sido totalmente descartados. Además, los catalistas nos han suministrado una lista de los hermanos nuevos de su Orden que han entrado en la ciudad. Al comparar las dos listas hemos encontrado una interesante coincidencia.

Se detuvo y miró interrogadoramente a su superiora, preguntándole mentalmente si éste era un asunto para tratar con todo el cónclave o con ella sola. La bruja examinó la cuestión y, tras un momento, despidió a los demás y cerró el enorme libro.

—Sigue —ordenó cuando se quedaron solos.

—El nombre del catalista es Padre Dunstable. Un Catalista Doméstico, que abandonó Merilon hace varios años. Ha regresado a Merilon, dice, tras la muerte de su amo y la disolución de la familia.

—Una historia que puede verificarse.

—Eso estamos haciendo, desde luego, señora. No concuerda con la descripción del Padre Saryon, pero podría haber realizado fácilmente un cambio en su apariencia. Lo más interesante es que ha entrado en la ciudad con uno de los jóvenes que sabemos que ha sido con anterioridad Mago Campesino.

—¿Algún otro compañero?

El Señor de la Guerra vaciló.

—Sabemos de uno, señora, y podría haber habido otros. La Puerta estaba llena de gente ese día y tuvo lugar un incidente que causó considerable confusión.

—¿Qué pasó?

—Se produjo un intento de arresto de uno de los compañeros del catalista, señora. Simkin.

La bruja frunció el entrecejo.

—Esto complica las cosas. El mismo Emperador ha creído oportuno intervenir a favor de Simkin. No es que Simkin sea nadie importante. —La bruja hizo un gesto de desaprobación con la mano—. El asunto es trivial y fácil de solucionar. Pero debemos impedir que parezca que estamos hostigando al joven. El Emperador se incomodaría y la situación es demasiado delicada como para facilitarle cualquier excusa para que actúe contra nosotros... o contra el príncipe Lauryen. Por tanto, debes ser cauto. Aísla al Mago Campesino, si puedes, y tráelo aquí para interrogarlo. O quizá...

La mujer vaciló y apretó los labios, pensativa.

—¿Señora? —interrogó el Señor de la Guerra, respetuosamente—. ¿Estabais diciendo...?

—Simkin ha trabajado para nosotros otras veces, ¿verdad?

—Sí, señora, pero...

Le tocaba ahora el turno de vacilar al Señor de la Guerra.

—¿Pero...?

—Es muy extravagante, señora.

—De todas formas... —la bruja había tomado una decisión— averigua qué puedes conseguir por ese lado. Podría ser una ayuda inestimable. Sé discreto, desde luego. Supongo que sabes cómo manejarlo.

El Señor de la Guerra inclinó la cabeza.

—¿Y el catalista?

—La Iglesia se encargará de los suyos, como siempre. Informaré al Patriarca Vanya, pero me atrevería a decir que no querrá emprender ninguna acción sin pruebas. Sigue con tu investigación.

—Sí, señora.

La bruja se quedó en silencio, mordisqueándose el labio inferior con los blancos dientes. El Señor de la Guerra permaneció de pie frente a ella sin moverse, sabiendo que aún no había sido despedido de sus pensamientos ni de su presencia. Los ojos de la mujer, centelleando en la oscuridad de su capucha, lo buscaron por fin.

—¿No había ningún otro acompañante? ¿Ninguna otra persona presente junto a esas tres?

El Señor de la Guerra había estado esperando aquella pregunta.

—Señora —dijo en voz baja, consciente de que ella no toleraba excusas, pero sabiendo también que debía de aceptar sus propias limitaciones—, había un gran gentío en la Puerta, y una gran confusión. Ese muchacho, Joram, después de todo,
está
Muerto. Y no sólo es eso; si tiene en realidad el poder de la piedra-oscura, podía haber permanecido oculto a nuestros ojos.

—Sí —musitó la Señora de la Guerra—. ¿Tenéis a la familia bajo vigilancia?

—Tan bien como podemos, teniendo en cuenta que el Emperador los ha tomado bajo su protección. No me he atrevido a interrogar a la servidumbre...

—Has hecho bien. Los criados chismorrean, y debemos tener cuidado de no alarmar a esos jóvenes. Recuerda eso cuando te ocupes de Simkin. Si
son
ellos, huirán al menor indicio de peligro; nuestra única esperanza está en mantenerlos dentro de la ciudad. Una vez en el País del Destierro, los habremos perdido. Dales tiempo, haz que se sientan seguros y cometerán un error. Cuando lo hagan, estaremos preparados para actuar.

—Sí, señora.

El Señor de la Guerra hizo una reverencia; luego entendió que se le daba permiso para retirarse y se desvaneció en el aire.

Una sola palabra —«Paciencia»—, susurrada en el aire, lo siguió como una bendición.

6. El jardín

Los habitantes de Merilon saben que el jardín interior, o Jardín Familiar como se lo llama, es el corazón de cada hogar. Todas las casas —sin importar lo humildes que sean— tienen su jardín, aunque sólo se trate de un macizo de flores en el centro de un camino de guijarros. De la verde serenidad del jardín surgen la alegría y el consuelo necesarios para el bienestar de una familia. Dice la leyenda que la cantidad de Vida con que cuenta una familia crece en el Jardín Familiar.

Desde luego, la gente rica de Merilon posee jardines de una rara y extraordinaria belleza. Un jardín interior bien cuidado y cultivado puede beneficiar a una familia también de otras maneras, como lord Samuels sabía muy bien. La posición social arraigaba y prosperaba en un Jardín Familiar. Por eso, al igual que sucedía con muchas otras cosas de su vida, los jardines de lord Samuels no eran únicamente hermosos...; eran también un buen negocio.

Un Jardín Familiar no resultaba fácil de mantener. Lord Samuels podría haberse permitido un jardinero, pero eso hubiera dado la apariencia de que quería alzarse por encima de su posición social. Por ello, se ocupaba él mismo del jardín y cada mañana antes de ir al trabajo se aseguraba de que todo estaba en orden. Los lirios-dragón, por ejemplo, tenían una inexplicable tendencia a lanzar una llamita azul a ciertas horas del día. Decorativas y muy útiles como reloj, aquellas plantas podían resultar peligrosas si no se las vigilaba constantemente. Tenía que podar el bambú cantarín; algunos tallos crecían más deprisa que los otros, y siempre desafinaba. Las palmeras de los vientos debían ajustarse diariamente según el tiempo que hiciera; sus ondulantes frondas generaban una constante brisa que se agradecía en los días calurosos, pero que resultaba muy molesta en los días frescos. En ese caso, las palmeras tenían que ser sometidas mágicamente.

No obstante, éstos eran problemas menores. El jardín de lord Samuels había sido bien planificado, estaba en orden y era muy admirado. Cierto es que era pequeño comparado con los jardines de la clase alta. Pero lord Samuels había compensado aquella deficiencia de manera muy inteligente. Los senderos del jardín que serpenteaban por entre los espesos y exuberantes macizos, árboles y flores eran un laberinto de recodos y vueltas; una vez en el jardín, el visitante no sólo perdía de vista la casa sino que perdía también el sentido de la orientación. Andando por entre los setos que lord Samuels hacía variar de posición diariamente, una persona podía «perderse» muy agradablemente en el jardín durante horas.

Éste era, después del flirteo, el pasatiempo favorito de Gwendolyn.

Gwen era relativamente culta, ya que estaba de moda en aquellos días que los
Albanara
dieran estudios a sus hijas. Las mañanas las pasaba estudiando con Marie, se suponía que aprendiendo teorías y filosofías avanzadas sobre magia y religión. A lord Samuels le gustaba entrar a ver a su hija cada día cuando estudiaba, la dorada cabeza inclinada solemnemente sobre el libro. Cuando marchaba para ir a su trabajo, aquella agradable visión le acompañaba en su memoria, pero lo que no sabía era que el libro desaparecía rápidamente después de su partida o bien era reemplazado por otro que trataba de temas más interesantes: tales como el audaz sir Hugo, el salteador de caminos.

De vez en cuando lady Rosamund se encargaba personalmente de las lecciones matutinas, instruyendo a su hija sobre la administración de una casa, la forma de tratar con los sirvientes y la educación de los hijos. Gwendolyn disfrutaba con aquellas lecciones casi tanto como lady Rosamund, por lo que pasaban ambas gran parte del tiempo construyendo y amueblando espléndidos castillos en el aire. Pero, a pesar de lo mucho que le gustaba a la muchacha estar con su madre o leer las aventuras de sir Hugo, Gwen esperaba con ansia cada día el final de las lecciones, momento en el que ella y Marie salían a dar su paseo diario por el jardín.

BOOK: La Profecía
12.11Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Nightingale by Dawn Rae Miller
Cronin's Key III by N.R. Walker
The Contract by Sarah Fisher
Love-40 by Anna Cheska
Alien Upstairs by Pamela Sargent
Staverton by Caidan Trubel
HandsOn by Jaci Burton