Read La aventura de los godos Online

Authors: Juan Antonio Cebrián

Tags: #Historia

La aventura de los godos (4 page)

BOOK: La aventura de los godos
2.94Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Sigerico no era tan diplomático como Ataúlfo. El sanguinario monarca fue nombrado por los nobles más beligerantes con los intereses romanos, por lo que todo parecía abocado a una terrible guerra. El primer edicto ordenado por el rey Sigerico nos habla de la oscura personalidad de este polémico líder: en el documento se condenaba a muerte a los seis hijos de Ataúlfo. Con ello Sigerico esperaba librarse de futuros e incómodos pretendientes al trono. Una vez cumplida la injusta condena, se volvió sobre Gala Placidia, a quien muchos acusaban de ser la culpable de la blandura mostrada por el rey Ataúlfo. La reciente viuda fue humillada e insultada delante del populacho. Además, se la sometió a múltiples castigos; uno de ellos consistió en caminar junto a las esclavas durante más de 24 kilómetros siempre bajo la atenta mirada del rey Sigerico que la seguía amenazante a lomos de su caballo unos pocos metros más atrás. Terminada la marcha, Gala Placidia caía al suelo agotada, entre las risas de la guardia personal del temible rey. Gala, que apenas contaba veinticinco años, ya albergaba experiencias tan distintas como las de ser princesa imperial de Roma, rehén de los bárbaros, reina de los mismos y ahora torturada y preparada para ser asesinada o enviada a Roma a cambio de prebendas para los visigodos. Además, sabía lo que era perder un hijo. No obstante, pronto llegarían mejores vientos para Gala Placidia.

El rey Sigerico ordenó la reunión de todo el ejército para empezar a organizar la campaña contra Roma. Se calcula que los visigodos que entraron a Hispania no eran muy numerosos, su cifra podía rondar los 200.000, casi tantos como los suevos, vándalos y alanos que habían llegado unos años antes. Por tanto, tenemos a unos 400.000 bárbaros asentados en medio de una población hispano-romana compuesta por unos cinco millones de habitantes. Ocurre que los pueblos bárbaros basaban su forma de vida en la guerra y las conquistas, por eso no es de extrañar que la cuarta parte de la población bárbara siempre estuviera movilizada y dispuesta para el combate. Así, el ejército visigodo superaba ampliamente los 50.000 efectivos, lo que para el año 415 era mucho poder. Sigerico estaba confiado ante lo temible de su tropa y esperaba conseguir, gracias a esos guerreros, muchas victorias frente a los débiles romanos.

Pero no todos querían mantener sus hostilidades con el Imperio. Por ejemplo, los afines al linaje baltingo de Alarico y Ataúlfo no querían bajo ningún concepto seguir guerreando con quienes ellos pensaban firmar futuros acuerdos de convivencia. Por otra parte, estos visigodos no aceptaban a Sigerico como rey, de él decían que no era más que un usurpador asesino, por eso defendían la posición de Walia, al que consideraban el auténtico heredero de Ataúlfo.

Cuando Sigerico llevaba tan sólo siete días reinando se produjo su asesinato. Fue muerto por los seguidores de Walia y lo cierto es que nadie discutió la elección de éste. La semana de terror y crueldad que Sigerico había dado a su pueblo bastó para que su desaparición fuera más que aplaudida. Gala Placidia respiró más tranquila.

Al parecer, tras la muerte del patético Sigerico, llegaban nuevos tiempos para el pueblo visigodo, ahora bajo los designios del joven rey Walia, continuador legítimo del linaje baltingo. Todo volvía a la normalidad, o así parecía, pero nuevos retos llegaban debían cumplir con una misión: la expulsión de los pueblos bárbaros de Hispania.

IV
 
Walia

Combatiré a los invasores de Hispania para defender los intereses de Roma, pero cuando esto acabe, sólo pensaré en los intereses de mi pueblo. Los godos defenderán entonces las fronteras de su propio reino.

Walia, rey de los visigodos, 415-418

Entre dos Fuegos

Los visigodos establecidos en Hispania se habían visto en pocos días bajo el mando de tres reyes diferentes y eso era complejo para cualquier pueblo por muy bárbaro que fuera. Walia sabía que debía hacer todos los esfuerzos necesarios para conseguir que las diferentes facciones de la nobleza quedaran conformes con los gestos, diplomacia y sabiduría de un rey que quería ser de todos. Para contentar a los afines de Sigerico proclamó la enemistad con Roma. Por ello intentó abastecer a un pueblo cada vez más hambriento por la ruta que conducía a las lejanas tierras africanas. Por el norte era imposible aprovisionarse ya que los romanos, siempre vigilantes, habían cerrado los pasos pirenaicos. Tropas visigodas bajaron por la costa levantina hasta Tarifa, desde donde intentaron saltar a las fértiles provincias africanas. La fatalidad, como en tiempos de Alarico, se opuso nuevamente a que los visigodos se surtieran del grano africano: terribles tormentas azotaron a la flota que se pertrechaba en la costa peninsular. El efecto fue de tal magnitud que al desolado Walia no le cupo otra decisión sino el regreso, con más hambre que nunca, a sus dominios norteños. Los visigodos, desde el punto de vista militar, seguían siendo muy operativos, pero un soldado que no comía era muy difícil que combatiera.

En el 416, Walia accedió por fin a negociar con el general romano Constancio. Por el foedus o tratado resultante los romanos se comprometían al avituallamiento de los bárbaros a cambio de recuperar a su querida Gala Placidia. El pago consistió en 600.000 modios de trigo, toda una fortuna para la época; en contrapartida, los visigodos, además de entregar a la romana, limpiarían de fuerzas bárbaras hostiles las cinco provincias de Hispania. Esta decisión fue transcendental.

Al poco de ser devuelta, Gala Placidia se casó con el magister militum Constancio. Años más tarde, tras la muerte sin herederos del emperador Honorio, Gala se convertiría en la regente de un Imperio al que daría una cabeza visible en la figura de su hijo Valentiniano III. La historia de esta mujer es, sin duda, una de las más fascinantes del mundo antiguo. Cuando falleció en el 450 tenía sesenta años; en ese período de tiempo había sido hija, hermana y madre de emperadores, regente del Imperio, además de reina de los bárbaros visigodos, todos un currículum. El recuerdo de Gala Placidia permanece vivo gracias al magnífico y luminoso mausoleo que mandó construir en Rávena para albergar los restos familiares. En él descansan Honorio, Constancio, Valentiniano y ella misma, nombres que representan el fin de una época y los inicios de otra bien distinta. Estoy convencido de que Ataúlfo no está sepultado en Rávena, simplemente por la costumbre que mantenían los godos de quemar a sus jefes después de muertos. Fue el caso del rey Ataúlfo y, de no ser por esa circunstancia, el amor que le tenía Gala Placidia hubiese facilitado que todos juntos reposaran bajo un mismo techo.

Una vez resuelto el incómodo secuestro de la célebre romana, los visigodos se dispusieron a cumplir su palabra como flamantes federados. Los foedus o tratados eran métodos ya empleados por Roma con los que intentaban asimilar a los contingentes bárbaros. Estos pactos supondrían, a la postre, el fin del sistema latifundista latino. Todo consistía en la llegada y asentamiento de familias bárbaras en las grandes propiedades dominadas por romanos. Unos veían pagados, así, los servicios prestados; otros podían aprovechar las nuevas incorporaciones para rentabilizar terrenos abandonados por las deserciones del campesinado.

El rey Walia y sus guerreros habían dado un paso decisivo para la creación del reino visigodo. Sólo restaba acabar con las numerosas monarquías militares en una guerra fratricida entre pueblos germánicos. En el 416, cuatro de las cinco provincias peninsulares se doblegaban ante el empuje de estas hordas, pero pronto cambiaría la situación.

Alanos, suevos y vándalos. El nuevo enemigo

Dos fechas se barajan como las más probables para fijar la entrada de los pueblos bárbaros en Hispania, el 28 de septiembre o el 13 de octubre del 409.

La invasión se produjo a través de los pasos pirenaicos custodiados por los honoriaci. Estos mercenarios de origen bárbaro habían sido contratados para evitar internadas poco deseables para la población hispano-romana que, por entonces, andaba enzarzada en una contienda absurda provocada por las aspiraciones de unos y otros de conseguir el dominio del Imperio Romano de Occidente. De todo ello se aprovecharon los pueblos germánicos, sin olvidar que, a su vez, venían siendo empujados por el temible poder de los hunos. Los honoriaci ni supieron, ni quisieron, combatir a los 200.000 suevos, vándalos y alanos que les cayeron encima como auténticas nubes de langostas. No fue difícil para estas tribus diseminarse por la península en pocos meses. La destrucción y saqueo fue de alto calibre, y las escasas milicias acantonadas en el territorio se mostraron incapaces de frenar a unas tropas muy determinadas a sobrevivir a cualquier precio.

Los suevos se concentraron en la provincia de Gallaecia (Galicia), estableciendo la capital de su reino en la antigua metrópoli romana Brácara Augusta, la futura Braga portuguesa. Este pueblo germánico provenía de los territorios situados entre el Rhin, el Danubio y el Elba, y dieron nombre a la región alemana de Suevia. Y en tiempos de Julio César, se hablaba de ellos como un pueblo guerrero y numeroso.

En el 411, tras limpiar de enemigos la zona invadida y someter a los supervivientes, se federaron con Roma para futuras campañas militares. Los suevos consiguieron permanecer independientes durante más de siglo y medio, hasta su fusión con los visigodos. En ese tiempo fueron paganos, arrianos y finalmente de carácter indómito. Pero eran los tiempos que les había tocado vivir. Veamos ahora algo más sobre los compañeros de viaje elegidos por los suevos.

En la invasión del 409 se podían diferenciar dos grupos muy poderosos en el seno de los vándalos; nos referimos a los asdingos y a los silingos. Los primeros permanecieron junto a los suevos en la provincia de Gallaecia, mientras que los segundos optaron por internarse en la Bética. Los vándalos provenían de la geografía báltica de Germania, pero, a diferencia de sus aliados ocasionales, mantenían el sueño de ocupar todo el norte de África, principalmente los silingos, que lo intentarían poco después de su llegada a Hispania. Aun así, tuvieron oportunidad de dar nombre a la región por la que transitaron: Vandalucía.

Los alanos constituían la etnia más curiosa y extraña de todas las que llegaron a la Península Ibérica en esos años. Eran germánicos de origen iranio, posiblemente su génesis se produjo dentro de los escitas en la Sarmacia caucasiana. Se expandieron por Europa y África siendo conocidos desde tiempos muy antiguos por su belicosidad y manera de entender la vida. El término alanos puede provenir de raíz griega, por lo que significaría «los vestidos de negro»; otras interpretaciones nos pondrían en contacto con la lengua escita (Alain significaba montaña). Aquellos montañeses asiáticos de negra vestimenta eran desde luego tipos muy visibles; los historiadores antiguos los describen como rubios de gran envergadura física y muy resistentes, además de polígamos, crueles, salvajes y supersticiosos. Los alanos mantenían una estructura política y social muy simple, sin instituciones religiosas y sin un sistema de castas donde estuviera presente la esclavitud.

Como curiosidad se puede contar que el trofeo de guerra favorito para los alanos era la piel del cráneo de sus enemigos. Parece que a estos hermosos guerreros les encantaba colocar ese premio colgando de las monturas de sus caballos. Los alanos no consiguieron una influencia clara en la población nativa, a diferencia de sus aliados invasores que sí dejaron una huella indeleble en el ánimo y sentir de los hispano-romanos.

Ésa era la situación y distribución de los tres contingentes bárbaros en el 416, cuando el rey visigodo Walia pactó con los romanos una guerra total para expulsar a los enemigos de Roma en Hispania. Comenzaban dos años de combates, avances y retrocesos por ambas partes, pero los visigodos llevaban las de ganar.

Albores para el reino de Tolosa

El rey Walia, gracias al foedus del 416, fue distinguido con la graduación romana de magister militum en la Hispania, es decir, general de altísimo rango para los ejércitos en campaña. La preparación militar de las tropas visigodas superaba con creces la de sus contendientes. Muy pronto los soldados de Walia comenzaron a derribar el efímero poder de los bárbaros intrusos. Hostigaron a los vándalos silingos en la Bética y pulverizaron a los grupos de alanos que andaban desperdigados por la Cartaginense y la Lusitania. El rey silingo Fridibaldo fue vencido y capturado en el 417, para ser posteriormente enviado a Roma. El jefe alano Atax fue igualmente derrotado y muerto en batalla. En menos de dos años, suevos y vándalos asdingos se encontraban cercados en la cornisa noroeste de la Península Ibérica, y además a estos grupos se unieron los supervivientes de los vencidos. Cuando todo parecía dispuesto para que los visigodos asestaran el golpe definitivo sobre los restos de los anteriormente orgullosos bárbaros, Walia recibió la llamada del general Constancio, el cual le proponía regresar con el grueso de su ejército para acantonarse en el sur y este de las Galias; seguramente, lo pretendido por el romano no era más que reservarse la oportunidad de que fueran ejércitos romanos, y no otros, los que aplastaran al enemigo imperial.

Walia, tras dos años de pesada campaña, retornó gustoso a la espera de un nuevo tratado que llenaría de ilusión a todo el pueblo visigodo. Era el año 418, y el rey Walia conseguía para los nómadas visigodos un reino donde establecerse definitivamente en régimen de hospitalitas de Roma. La extensión del nuevo reino abarcaba la rica provincia de Aquitania y zonas limítrofes. La capital fue establecida en Tolosa (la actual Toulouse francesa).

La ambición de los primeros reyes godos se había cumplido: por fin tenían un país al que defender y servir con orgullo. Walia se mostraba pletórico, pero desgraciadamente la muerte impidió que disfrutara viendo a su pueblo crecer. Ese mismo año fallecía por causa incierta y sin dejar herederos que ocuparan el trono.

Los godos transitaron durante más de cinco siglos por la geografía europea; en ese tiempo se dividieron en dos grandes grupos: ostrogodos (orientales) y visigodos (occidentales). Estos últimos avanzaron por Occidente buscando una tierra donde establecerse. Finalmente, a principios del siglo V llegaron al sur de las Galias. Nacía entonces el reino de Tolosa.

V
 
Teodorico

En mi longevo reinado ha florecido el poder de los godos; hemos conseguido cosas inimaginables para otras generaciones. Ahora debemos aliarnos con Roma para enfrentarnos a un oscuro peligro que se abate sobre nosotros… ese maldito Atila.

BOOK: La aventura de los godos
2.94Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

CHERUB: The Recruit by Robert Muchamore
Dead Europe by Christos Tsiolkas
Ghost of Christmas Past by King, Rebecca
With a Little Help by Valerie Parv
The Four Realms by Adrian Faulkner
i 9fb2c9db4068b52a by Неизв.
Comfort to the Enemy (2010) by Leonard, Elmore - Carl Webster 03