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Authors: Federico Moccia

Tags: #Drama, Romántico

Esta noche dime que me quieres (10 page)

BOOK: Esta noche dime que me quieres
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—Sí, conozco a Magritte. Pero no recuerdo ningún cuadro donde aparezcan dos personajes que pierden el tiempo.

Tancredi volvió a esbozar una sonrisa.

—¿Recuerdas aquel cuadro en el que hay una pipa? Es el que conoce la mayoría de la gente. Arriba pone:
«Ceci n'est pas une pipe…»

—Que significa: «Esto no es una pipa.» Sé algo de francés.

—No lo pongo en duda. —Volvió a sonreír—. Es que no me has dejado terminar. Ese cuadro quiere decir que todo lo que es no es en realidad. La pipa es algo más, no es sólo una pipa; es una representación, es el hombre o la mujer que la han fumado antes; o simplemente un cuadro famoso. Así que nosotros… —A Sofia le costaba seguirlo, pero su sonrisa poseía una belleza incómoda—, es decir, nosotros no somos sólo dos personajes que pierden el tiempo. Si Magritte hubiera podido escoger, a lo mejor seríamos otra cosa, estaríamos en alguno de sus cuadros en quién sabe cuántas posibles realidades… Podríamos ser dos amantes del pasado en la corte de un rey, o dos personas que pasean por París o Nueva York, o que están en un prado londinense o en un gran teatro; intérpretes de quién sabe qué representación de época. ¿Por qué has visto en nosotros una pérdida de tiempo?

Casi embriagada por aquellas palabras, Sofia se había dejado transportar a todos aquellos cuadros que Tancredi le había hecho ver. Ellos dos modelos de Magritte… Y aquel hombre seguía sonriendo y hablando y ella casi no lo escuchaba, perdida en sus ojos, en su divertida convicción de que todo era posible.

—Y quizá tú estés tocando, seas una pianista en una sala de París, y yo esté junto al piano pasando las páginas de la partitura.

Aquella última imagen fue como un sobresalto; la transportó de nuevo a la realidad, a la imposibilidad de todas aquellas fantasías.

—Tengo que darte una mala noticia. —Tancredi se quedó perplejo, todo su entusiasmo se le apagó en la boca—. Magritte murió hace mucho tiempo.

Sofia lo dejó atrás y empezó a bajar rápidamente los escalones de la iglesia.

Tancredi fue en seguida tras ella.

—Me habías preocupado. Sí, ya lo sabía… Pero ¿por qué huyes así? Espera…

La detuvo al final de las escaleras, cuando estaba a punto de marcharse. Sofia miró la mano que le asía el brazo, pero no se asustó. Al contrario. Notó un estremecimiento repentino, una sensación nueva, absurda. Allí, en la escalinata de la iglesia, pertenecía a un desconocido. Se avergonzó de aquel deseo, del deseo que la había invadido por sorpresa en aquel instante. Su corazón latía con fuerza. «Pero ¿qué estoy haciendo? ¿Me he vuelto loca? ¿Qué es lo que me pasa? Sí. Desbaratar mi vida, hacer el amor ahora, aquí, en esta escalera, con él. Que me tome sobre el suelo mojado.» No se creía lo que se le acababa de pasar por la mente. Incluso la respiración se le había entrecortado, acelerado. Levantó la mirada hacia él. Pero Tancredi no la entendió.

—Perdona… sólo quería que no te hieras. —Le soltó el brazo—. ¿No crees que todo sucede por casualidad? Hoy era un día cualquiera; yo estaba corriendo cuando, de repente, ha empezado a llover a cántaros, como nunca se ha visto en esta época, y he entrado en la iglesia… ¿Sabes cuánto tiempo hace que no voy a la iglesia? —Tancredi se acordó de Claudine, pero fue sólo durante un instante—. Hace casi veinte años… Necesitaba encontrarte para volver a acercarme a la fe.

Sofia sonrió.

—No tiene gracia. Con esas cosas no se bromea.

—No es verdad, he visto que sonreías…

—Bueno, pues yo también me he equivocado.

Tancredi se detuvo y realizó una profunda inspiración.

—Tienes razón. Volvamos a empezar. ¿No podría tratarse de una señal del destino? De algo que nos haga reflexionar a los dos. Quizá nuestras vidas no vayan bien y debamos volver a empezar desde aquí, desde hoy… —Sofia se quedó en silencio. Tancredi pensó que, si no se había ido y lo estaba escuchando, ya era un pequeño logro. No debía perder el tiempo, tenía que ganársela en aquel momento—. Démonos sólo una oportunidad, conozcámonos un poco más, podemos tomarnos un café en ese bar… —Señaló una pequeña cafetería que había allí cerca—. Pasemos un rato juntos… —Vio que la mujer dudaba—. Una hora. Sólo una hora. Así veremos que no era nada, que no valía la pena, que tenemos que seguir nuestro camino. ¿Y si no lo descubrimos? «Tal vez fuera simpático. Tal vez… Quién sabe lo que quería decirme…» Nos lo estaremos preguntando toda la vida, no tendremos respuesta, siempre nos quedará esa duda…

Sofia lo meditó un momento. Una nueva vida… Se acordó de sus pensamientos de unos días atrás, delante del espejo de la cocina, de su cansancio, del transcurrir del tiempo, del mundo en movimiento y de su vida inmóvil. Después recordó su promesa. Pero ¿quién era aquel hombre que tenía delante? Aquel chico. Sí, un chico guapo… ¿Y qué más? Alguien que buscaba una aventura, quizá un polvo no programado. Alguien que le robaría el bolso si se distraía, tal vez alguien que necesitaba dinero. Sí, hablaba bien, pero a veces las palabras no bastan. La vida es otra cosa. Hacen falta hechos. Construir. En otra época, seguramente era superficial, caprichosa, una de tantas. Pero para bien o para mal su vida había cambiado. En aquel momento Sofia se sentía importante para alguien, para su proyecto, para Andrea y su recuperación.

Miró con más atención al tipo que tenía enfrente. Tenía los ojos de un azul profundo, llenos de esperanza; era como si sólo esperaran su respuesta. Daba la sensación de que lo que ella dijera fuera a cambiarle el curso de la vida. Sofia permaneció callada y, sin querer, se mordió el labio. Era guapísimo y aquella sonrisa segura le gustaba, la atraía de una manera peligrosa y, hasta cierto punto, le daba miedo. Entonces, de pronto, lo comprendió. Aquel hombre era una prueba. Era como su continuo deseo de sentarse al piano y tocar. Inspiró profundamente y recuperó el equilibrio y el coraje.

—Lo siento. Tendremos que vivir con la duda.

Echó a caminar, bajó los últimos escalones y se dirigió al coche. Tancredi la siguió como derrotado. Buscaba con desesperación algo que pudiera detenerla, convencerla, despertarle la curiosidad… Pero no se le ocurría nada. No sabía nada acerca de aquella mujer, aparte de que era espléndida, de que lo había embrujado, de que nunca en su vida se había sentido tan interesado, atrapado sin remedio, desesperadamente atraído.

Jugó su última carta.

—No me creo que no tengas curiosidad, que no quieras darle una mínima oportunidad…

—¿A quién?

—A nosotros dos.

Sofia rio.

—¿A nosotros dos? Pero si nosotros no somos nada.

—No es cierto. —Tancredi se había puesto serio—. Cada vez que conoces a alguien, tu vida cambia y, tanto si te gusta como si no, nosotros nos hemos encontrado; yo he entrado en tu vida y tú en la mía, como esa música de la iglesia y tus manos tocando en la penumbra mientras tenías los ojos cerrados… —Sofia se sintió turbada por el hecho de que él la hubiera visto. Tancredi continuó—: ¿Qué era? ¿Schubert, Mozart…?

—Bach,
La Pasión según San Mateo
.

—Ah, perfecto, una pieza que no había oído nunca, que no conocía. Todo esto es una señal para mí… —Sofia llegó al coche. Tancredi estaba frente a ella—. ¿No te parece? Debe de significar algo, ¿no?

—Sí. —Sofia se sentó al volante—. Que tendrías que conocer a algún compositor más.

Arrancó el motor y se marchó. Tancredi, solo en medio de la calle, le gritó:

—Estoy de acuerdo contigo. ¡Lo haré!

Sofia lo miró por el espejo retrovisor y sonrió. «Ya, pero yo no tendré ocasión de preguntarte…» No sabía lo equivocada que estaba.

Tancredi vio que el coche giraba al final de la calle. Hurgó en los bolsillos de sus pantalones cortos. Nada. No llevaba nada encima. Para Gregorio Savini hubiera sido pan comido. Lo único que tenía que hacer era no olvidar el número de la matrícula.

12

En cuanto oyó el ruido de la puerta, Andrea terminó de escribir rápidamente una frase y cerró el archivo. Estaba satisfecho; aún le faltaba un poco, pero le estaba quedando muy bien. Sofia se quedaría sin palabras.

—Hola… —Ella apareció en la puerta y le sonrió.

Andrea dejó el portátil sobre la mesilla que había a su lado.

—Hola cariño. Hoy te he echado muchísimo de menos.

Sofia se encogió de hombros mientras iba hacia el baño.

—Siempre me dices lo mismo… Ya no me lo creo.

—Pero es verdad.

Empezó a lavarse las manos y levantó la voz para que la oyera.

—Pero si ayer también me echaste muchísimo de menos… ¿En qué quedamos, en que hoy más que ayer?

—Digamos que es un sentimiento exponencial… Como cuando una bola de nieve empieza a rodar y al final se convierte en una avalancha.

Sofia volvió a entrar en la habitación.

—¿Qué quieres decir?

—Que cuanto más te alejas, más te echo de menos.

—Mmm, eres un arquitecto poco convincente.

—¡Pero es así! —Decidió que el juego ya había durado bastante—. ¿Qué has hecho hoy?

—Oh, he ido a escuchar a Olja y su coro a una iglesia del Aventino…

—¿Ha sido bonito?

—Sí. Están mejorando mucho. Y la pequeña Simona, la que venía aquí, a casa, cuando le daba clase, ¿te acuerdas de ella?, lo hace muy bien…

A Andrea le habría gustado volver a hablar del tema del piano. Pero sabía que Sofia no quería replantearse aquella decisión.

—¿Qué pieza han cantado?

—Bach. Están preparando dos «Corales» de La Pasión.

—¡Qué hermoso!
¡La Pasión según San Mateo!

—Veo que la recuerdas.

—Sí. Tiene un efecto realmente… embriagador. Eso es, no encontraba la palabra adecuada. Como un buen vino blanco… Sí, embriagador.

—¿Te apetece? —Sofia fue a la cocina. Poco después apareció de nuevo con dos copas de un excelente Sauvignon. Le tendió una a Andrea, se alejó, giró un interruptor y bajó las luces. Él la observaba sorprendido. Volvió a su lado y levantó la copa. Andrea también levantó la suya. Brindaron. Permanecieron unos segundos en silencio mientras buscaban un motivo para aquel brindis, pero Sofia lo encontró en seguida.

—Por este momento, como dices tú, embriagador.

Luego bebió un largo sorbo. El vino estaba a la temperatura ideal y bajó rápidamente. Sofia cerró los ojos. Durante un instante, notó la mano de aquel hombre sobre su brazo, su mirada penetrante, su sonrisa. Pero no recordó ninguna frase, ninguna de sus palabras. Sólo el deseo que había experimentado en aquella escalinata. Entonces abrió los ojos y miró a Andrea. Se estaba bebiendo su vino blanco a pequeños sorbos, de forma completamente inocente. Sofia terminó su vino y se sirvió más. Dio otro sorbo, después dejó la copa sobre la cómoda y empezó a quitarse la chaqueta y la blusa. Continuó con los zapatos y los pantalones. Cogió una silla y se sentó junto a la cama. Andrea la contemplaba, sujetaba la copa con ambas manos delante de la boca. Apareció su sonrisa. Su voz sonó más baja.

—Embriagador… ¿Te ha gustado esa palabra?

—Sí…

Sofia comenzó a acariciarse las piernas. Fue subiendo despacio por las rodillas hasta llegar a los muslos, primero con la mano derecha, después con las dos. A continuación, se las llevó con lentitud hacia dentro y abrió ligeramente las piernas mientras lo miraba a los ojos. Andrea advirtió que llevaba unas preciosas braguitas negras de encaje. Sofia las acariciaba dulcemente, cerraba los ojos y suspiraba. La joven volvió a beber un poco más de vino. Colocó la copa sobre la cómoda y metió la mano derecha bajo las sábanas. Miraba decidida a Andrea —que todavía sostenía su copa entre las manos—, con atrevimiento. Avanzó por debajo de las sábanas, fue subiendo por la pierna de Andrea y le metió la mano en el interior del pijama. Él exhaló un suspiro.

—Ah…

El accidente no le había quitado ni la sensibilidad ni la posibilidad de sentir placer. Sofia lo estaba acariciando, movía la mano bajo las sábanas, arriba y abajo, con suavidad. Con la otra mano se había apartado las bragas, y la movía hacia dentro y hacia fuera. Les estaba proporcionando placer a los dos.

Entonces se detuvo un momento. Se sirvió más Sauvignon, bebió un largo sorbo y lo retuvo en la boca. Miró a Andrea —maliciosa, pícara, traviesa— y se metió de cabeza bajo las sábanas. En la oscuridad, bajo el edredón, se movió con rapidez hasta que lo encontró y lo cogió con la boca, momento en el que dejó caer unas cuantas gotas de vino. Andrea se estremeció de placer, ya que aquella sensación fría y aquella boca caliente lo cogieron de improviso. Estaba gozando muchísimo, aquella extraña Sofia lo excitaba.

Ella, bajo las sábanas, de pronto se sintió más osada que nunca. Pensaba en él. En aquel hombre desconocido, en sus manos elegantes, en su físico esbelto y fuerte, en su sonrisa, en sus ojos. En aquella oscuridad profunda se vio ante la fachada de la iglesia, en la escalinata; le había bajado un poco los pantalones cortos y se lo estaba haciendo allí, delante de todos, de la gente que pasaba, de su profesora Olja. Con la mano izquierda seguía acariciándose. Se quitó de prisa la ropa interior. Se metió entera bajo las sábanas, le bajó el pijama a Andrea y se subió encima de él a horcajadas. Se lo metió dentro con facilidad: estaba completamente mojada y excitada. Siguió cabalgándolo así, con los ojos cerrados, empujando con avidez hacia delante, cada vez más fuerte, como nunca antes lo había hecho. En realidad se sentía como si estuviera acostándose con dos personas y, al cabo de un instante, llegó al clímax. Entonces se dejó caer hacia delante, sobre Andrea, sudada y agotada, todavía con los ojos cerrados, con la espalda completamente empapada. Se liberó del sujetador, se lo quitó casi arrancándolo y lo tiró al suelo. Entonces le puso a Andrea un pecho en la boca y él empezó a lamerlo mientras ella, poco a poco, seguía acariciándolo más abajo, entre las piernas. Un poco después, él también alcanzó el orgasmo. Permanecieron unos instantes en silencio, como abandonados el uno junto al otro. Sus respiraciones, que acababan de ir acompasadas, estaban jadeantes. Entonces Sofia le dio un beso rápido en los labios.

—Voy a ducharme… ¿Quieres algo?

Pero sólo era una pregunta retórica.

—No —dijo Andrea.

Ella ya se había deslizado hasta el baño. Apareció poco después, ya más relajada, con la cara un poco arrebolada por el vapor y envuelta en su grueso albornoz blanco. Andrea se había puesto una almohada detrás de la espalda y había pulsado el botón del respaldo para inclinarlo.

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