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Authors: David Lozano

Tags: #Terror, Fantástico, Infantil y Juvenil

El viajero (51 page)

BOOK: El viajero
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Con una sonrisa resignada, asumió que a su amigo Marcel Laville le habría encantado aquella frase, sobre todo atendiendo a su interpretación literal.

Marguerite entró en su vehículo. A pesar de la hora, no se iría a casa, sino a trabajar a la comisaría. Hasta que localizase a Varney, lo que ocurriría como muy tarde al día siguiente si aquel tipo no decidía prescindir de las clases en el
lycée
Marie Curie —lo que sí originaría una orden policial de búsqueda y captura—, iba a seguir investigándolo. Quería saberlo todo sobre él, mucho más que lo que le había permitido averiguar el expediente que conservaban en el centro escolar.

La detective no estaba dispuesta a perder el tiempo.

Miró el cielo oscuro, preocupada. Todos los crímenes que investigaba se habían producido por la noche, una única noche de Halloween convertida en una orgía de sangre sin precedentes. ¿Se rompería aquella madrugada la tregua que el asesino en serie les estaba otorgando desde el comienzo de su masacre?

Aquel interrogante incrustó en su cerebro la imperiosa necesidad de saber dónde estaba Varney, qué estaba haciendo mientras ella volvía de su malograda cita.

Jamás habría imaginado lo agradecida que debía estar por aquel plantón que le acababa de salvar la vida.

CAPITULO XL

FUE un gesto inconsciente, pero ambos se dieron la mano —la de ella, tan fría como siempre, le hizo recordar a Pascal, una vez más, el episodio pasional— para cruzar en tenso silencio los umbrales de aquel acceso hexagonal, que conducía a la primera celda de la colmena del tiempo. Nada más hacerlo, Pascal sintió como si acabase de atravesar una cortina invisible que aislara todo aquel interior que ahora estaba descubriendo, que convirtiera la Colmena en un gran compartimento estanco; en cuanto pisó dentro de aquella cavidad, dejó de percibir de forma automática el ambiente inerte de fuera, incluso los oídos se le taponaron.

Atravesaron un corredor breve que terminaba en una sala geométrica que cumplía el canon de los seis lados, cada uno de los cuales constituía, a su vez, una nueva puerta hexagonal cerrada.

Sus pisadas resonaban como si estuviesen caminando por una cañería inmensa, aunque aquí el eco se multiplicaba hasta el infinito, devolviendo los sonidos a un ritmo que delataba distancias remotas.

Pascal y Beatrice se detuvieron al llegar a la sala, vestíbulo de los viajes en el tiempo. Se movían sobre el borde de un abismo cronológico.

Llegaba el momento de optar. Pascal sacó la piedra transparente de su bolsillo y la fue dirigiendo a cada acceso, para comprobar cómo reaccionaba su brillo orientador. Al final del pequeño ritual, todavía albergaba dudas con respecto a tres de aquellos pasos hexagonales, que quedaban en la dirección que marcaba el mineral con mayor intensidad.

—¿Localizarán a Mathieu? —se preguntó Pascal mirando alternativamente cada una de aquellas tres únicas puertas prometedoras.

—Estoy segura —Beatrice se había detenido en el centro—. Tus amigos estarán preparados para cuando los necesites. Y tú cada vez contactas mejor con el mundo de los vivos, lo que compensa de algún modo la dificultad para establecer comunicación que nos vamos encontrando. No te preocupes.

Pascal hizo una mueca.

—¿Cuál elegimos?

—Tú eres el Viajero. Eres tú quien debe escoger.

En realidad, todas las celdas dudosas ofrecían un aspecto idéntico.

—Aquí no cuentan el azar ni el cálculo —añadió Beatrice con ánimo de ayudar—, así que no lo pienses más y elige. Además, según como se mire, todas llevan al mismo destino: un momento histórico sombrío.

—En eso tienes razón.

En el fondo, la única decisión que le parecía oportuna a Pascal era la de salir de allí cuando todavía podían hacerlo. El freno que le permitió mantenerse en aquel espacio mudo fue lo que sentía por Michelle. Imaginarla prisionera del Mal y asumir su ausencia definitiva en su verdadero mundo resultaba un cóctel demasiado doloroso para él.

¿Qué estaría pensando ella en aquellos momentos, quizá no muy lejos de allí? Pascal supuso que el recuerdo de su familia y el de ellos, sus amigos, colmaría la mente de Michelle a cada instante. Ojalá eso le diera ánimos para resistir.

Pascal señaló sin mucho convencimiento una de aquellas puertas hacia las que el mineral dirigía su luz más brillante, y los dos se aproximaron a ella con una prudencia solemne.

—¿Estás preparado? —quiso confirmar Beatrice—. Una vez que la hayamos abierto, ya no habrá vuelta atrás.

La mente de Pascal gritó un contundente «no».

—Sí, lo estoy.

Hablaba su corazón. No dijeron nada más.

Apoyaron sus manos sobre la superficie del tabique hexagonal y empujaron. Se oyó un quejido provocado por el roce de aquel material pétreo con el que estaba esculpida la Colmena, y en cuanto la plancha se hundió hacia dentro, aquel espacio los absorbió en décimas de segundo. Ni siquiera tuvieron ocasión de gritar antes de desaparecer de la sala y precipitarse en caída libre, hundiéndose a ciegas en una dimensión de color neutro, mientras a su espalda la puerta hexagonal volvía a cerrarse.

Avanzaban. Lo percibieron a pesar de no contar con puntos de referencia a su alrededor. La consistencia pastosa del elemento por el que ahora se trasladaban transmitía una impresión levemente líquida, de modo que no estaban seguros de si volaban o flotaban en medio de aquella nada fugaz, insondable, que los envolvía sin impedir la respiración de Pascal.

Viajaban, se movían, aunque no en sentido físico.

Pascal, conmocionado, fue consciente de que había accedido a la dimensión del Tiempo y se desplazaba en su seno gelatinoso. Su reloj seguía marcando el paso regular de las horas dentro de su minúsculo mecanismo, aunque el recorrido temporal que estaban llevando a cabo era mucho mayor.

Su segunda jornada en el Mundo de los Muertos terminaba. Todo en aquella aventura estaba resultando único. Aunque nada importaba sin final feliz.

* * *

—Lo único que te pedimos es que estés localizable —insistía Dominique a través del móvil—, nada más.

—Pero es viernes —se quejó Mathieu—. He salido, estoy con un chico al que acabo de conocer, y ahora íbamos a entrar en un bar muy guapo que está en un sótano; seguro que ahí no habrá cobertura.

—Solamente necesitamos que esperes un rato, nada más. ¿Dónde estás?

—Junto al Amnesia.

A Dominique no le sonaba el nombre de aquel sitio.

—Y eso, ¿dónde está?

—Es un pub, en Le Marais.

Como Mathieu aparentaba más edad de la que tenía, se aprovechaba de ello para ir a fiestas los fines de semana. Lo único que tenía que hacer era discutir con sus padres la hora de vuelta a casa, pero mientras respetase ese límite, la noche era suya. Y la aprovechaba.

En cualquier caso, el Amnesia no quedaba muy lejos de la casa de Jules. Dominique tapó un momento el móvil con la mano y se dirigió a Daphne, que aguardaba junto a él.

—¿Vamos a buscarlo? —preguntó—. Está cerca.

La vidente rechazó de plano aquella posibilidad.

—¡No! ¿Estás loco? Ha caído la noche, afuera debe de estar el vampiro buscándonos. Además, tu amigo haría demasiadas preguntas y ahora no tenemos tiempo. Lo llamaremos cuando Pascal nos avise, no hay otra opción.

Dominique se volvió a colocar el móvil junto al oído.

—Mathieu, por favor, ¿no podríais tomar algo en algún sitio donde haya cobertura, y en cuanto terminemos volvéis?

—Pero ¿tan urgente es que no puede esperar a mañana? —estaba claro que Mathieu debía de estar muy bien acompañado, a juzgar por lo que le estaba costando aceptar—. Tíos, últimamente no sé lo que os pasa, pero...

—Sí, es muy urgente —le cortó Dominique, a punto de perder la calma—. ¿Por qué íbamos a llamarte a estas horas, si no? Venga, que además serán consultas de historia y el tema te mola, ¿no?

Hubo unos instantes de silencio.

—Estáis locos. ¡De acuerdo! —cedió su interlocutor con un suspiro—. Pero más vale que vaya todo rápido, que mis padres tampoco me dejan volver a cualquier hora.

—Muchas gracias, tío. Te debemos una.

—Ya lo creo. Oye, ¿sabéis algo de Michelle? Sigue sin contestar al móvil, y en la residencia me han dicho que está de viaje. Es raro que no me haya dicho nada. Además, dentro de poco tenemos que exponer un trabajo en clase, y como no aparezca pronto...

Dominique estaba demasiado nervioso para entrar en aquel nuevo asunto:

—Supongo que volverá a tiempo, Mathieu. Ahora te tengo que dejar. Por favor, comprueba en todo momento que tienes cobertura, ¿vale?

—Que sí, que sí. Espero vuestra llamada.

* * *

La sustancia que los había envuelto durante aquel viaje temporal con el tacto protector del líquido amniótico abandonó, con cierta brusquedad, su tono neutro para oscurecerse por completo. Poco después, Pascal y Beatrice fueron escupidos de aquel entorno borroso sin ninguna delicadeza, aterrizando sobre un escenario sólido en la dimensión donde se desarrollaba la vida.

Pascal volvía a estar en su mundo. Aunque no en su época, supuso.

Se encontraban en el interior de una casa muy rudimentaria, dominada por la piedra y la madera, aunque sobre todo por un olor nauseabundo que llegaba a ellos en violentas oleadas. Sin saber todavía a qué se enfrentaban, identificaron aquel hedor, era el olor de la enfermedad. No se veía a nadie en aquellas dependencias, que parecían haber sido abandonadas con cierta premura.

Tras los muros se percibía el ruido del paso de caballos, además de fuertes voces y gritos, la mezcla sonora de una ciudad sin la presencia de motores —dedujo Pascal—. ¿Cuánto habrían retrocedido en el tiempo?

Beatrice y el Viajero, que habían rodado por el suelo como consecuencia del impacto con aquella realidad, se pusieron de pie y se sacudieron las ropas, algo aturdidos y asqueados por el ambiente infecto de aquel cobijo.

—Oculta tu arma —recomendó Beatrice al chico, bajo aquella atmósfera sucia—. Un hombre armado siempre se ve como amenaza, y puede aparecer alguien y descubrirte.

Pascal, que se había tapado la nariz mientras se acostumbraba al olor, estuvo de acuerdo. Tras desprenderse de la correa que le cruzaba el pecho sujetando la daga, se quitó la camiseta y el jersey. Después volvió a colocarse la pieza de cuero, y se metió la funda con el arma por una de las perneras.

—Así la sigo llevando —comentó Pascal en susurros, mientras terminaba de vestirse de nuevo—, pero no se ve.

Beatrice asintió, el delgado bulto de la daga apenas se notaba bajo la tela vaquera. El chico acariciaba la empuñadura, que sobresalía entre su ropa por encima de la cintura. Ya estaba preparado para continuar.

—¡Pero qué mal huele! ¿Y ahora? —el Viajero recorría con los ojos todo lo que los rodeaba: las paredes de piedra, que delataban aquel amplio interior como perteneciente a una casa de cierta categoría; una mesa y unas rústicas sillas de madera; la chimenea apenas humeante, que mostraba los restos carbonizados de pequeños troncos; un vano sin puerta que conducía a lo que parecía la cocina, a juzgar por el instrumental que permanecía colgado de unos ganchos y las cacerolas; una escalera frente a ellos que comunicaba con un piso superior, y, finalmente, lo que no podía ser sino la puerta principal de aquel hogar: una gruesa plancha de madera de aspecto sólido atrancada con una pequeña viga cruzada; sin duda, un sencillo mecanismo para asegurar la entrada de la casa. Nada eléctrico ni tecnológico se veía por allí. Pascal calculó que, como poco, habían retrocedido un siglo y medio con respecto a su propio tiempo.

—Disponemos de veinticuatro horas para encontrar la salida de esta época cristalizada —recordó Beatrice una vez más—. Tiene que ser un acceso camuflado, hexagonal, como el que hemos atravesado para llegar hasta aquí. Tu piedra nos llevará en la dirección correcta. Espero.

Pascal extrajo de un bolsillo el extraño mineral transparente que brillaba en uno de sus extremos.

—¿Hacia dónde? —preguntó Beatrice.

Pascal señaló la puerta de la casa, tras la que seguían escuchando multitud de ruidos y voces.

—Tenemos que salir —añadió el chico, temeroso ante la posibilidad de su primer encuentro con personas de aquella época, un riesgo que Beatrice, invisible salvo para él, no corría.

—No te preocupes —lo animó ella cogiendo de un mueble cercano unas ropas que acababa de descubrir—. Ponte esto encima y pasarás desapercibido.

En pocos segundos liberaban la puerta principal del leño que la bloqueaba, pero Pascal no logró, sin embargo, que cediera a su impulso. La hoja de madera no se había movido ni un milímetro.

—¿Queda algún otro pestillo o cerrojo? —preguntó extrañado, abandonando sus esfuerzos para abrir aquel acceso macizo.

Beatrice estudió toda la puerta con detenimiento.

—No —contestó—, hemos quitado el único bloqueo.

—Entonces, ¿por qué no se abre? ¿Está atascada?

—No lo sé —Beatrice pensaba—. Si me concentro, puedo eliminar la consistencia de mi cuerpo, es una facultad que solo puedo ejercitar en el mundo de los vivos. Y como estamos en él, aunque en otra época, supongo que funcionará. Voy a intentar hacerlo para salir al exterior, así podré comprobar si el problema está por fuera.

Pascal conocía así, por primera vez, aquella fantasmagórica capacidad de Beatrice, que no supo si procedía de su condición de muerta o de su naturaleza de espíritu errante. En cualquier caso, era algo que podía resultarles muy útil en esas circunstancias.

Beatrice cerró los ojos frente a la puerta y, poco a poco, en silencio, su imagen fue perdiendo nitidez. Pascal asistía a aquel fenómeno con el sereno respeto de quien empieza a perder la capacidad de asombro. Estaba viviendo tantas cosas...

Pareció que sobre el volumen tangible de la chica caía una cortina gris que fue anulando sus colores, tonalidades sólidas que languidecían víctimas de una voraz transparencia. El cuerpo de Beatrice acabó, por fin, engullido por aquel tono neutro, convertido en poco más que una sombra.

—Ahora vuelvo —susurró ella con un desdibujado gesto de espía que todavía Pascal podía intuir.

* * *

Michelle sabía que su cuerpo estaba prisionero —ojalá pudiera ignorar el dolor de las cuerdas, de su postura sobre el carro, de la mordaza—, pero no su cerebro. Dentro de sus pensamientos seguía siendo libre, debía tenerlo en cuenta. ¿No había luz ahí fuera? Pues ella resucitaría su brillo en la imaginación, una luz potente, cegadora. Y cálida. Disfrutó de aquella recreación con los ojos cerrados, evadiéndose por un instante de su angustiosa realidad. Necesitaba aquel respiro, aunque fuese solo algo mental.

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