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Authors: David Lozano

Tags: #Terror, Fantástico, Infantil y Juvenil

El viajero (12 page)

BOOK: El viajero
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A su espalda, algo oscuro ha surgido respondiendo a su llamada. Pero ambos están ya en el otro mundo, al que Daphne ha accedido en espíritu.

* * *

Michelle caminaba con paso firme, oculto su rostro bajo una gruesa bufanda de lana negra. Sus zapatos de tacón resonaban sobre la acera a buen ritmo. Se le había hecho tarde en casa de Mathieu, preparando una exposición oral que tenían que presentar en el instituto, y ahora apuraba el paso para llegar cuanto antes a la residencia donde se alojaba durante el curso, ya que su familia vivía fuera de París.

De todos modos, a Michelle le había venido bien aquel paseo nocturno, pues necesitaba pensar. Llevaba varios días dando largas a la declaración sentimental de Pascal, aun a sabiendas de que de aquel modo de actuar egoísta prolongaba la impaciencia de su amigo. Pero primero tenía que analizar con honestidad sus sentimientos hacia Pascal, antes de valorar otras cuestiones, como la amistad que los unía. ¿Qué sentía por él? Algo especial, desde luego, pero necesitaba concretarlo.

Entre el ruido de sus pasos, Michelle percibió un sonoro aleteo que le hizo levantar la vista, aunque solo llegó a distinguir un movimiento como de ropa oscura entre los tejados de unas pequeñas casas próximas. Se detuvo, curiosa. Lo que había llamado su atención era la sensación de pesadez que aquel breve ruido le había transmitido, un movimiento de aire más propio de algo voluminoso que de un pájaro o unas sábanas tendidas al aire. Paseó su mirada por las pendientes de tejas de aquellos edificios bajos, sin lograr ver nada que desvelase el enigma. Ni un pájaro trasnochador. Nada.

Los segundos transcurrían, y Michelle tenía demasiadas cosas en la cabeza como para perder más tiempo allí parada. Su mente volvió a Pascal mientras reanudaba su camino, decidida a auscultarse el corazón para poder responder a su amigo de una vez. No quería hacerle sufrir más.

Michelle cayó en la cuenta de que esa noche no hacía viento. Eso la hizo volverse de nuevo, buscando, ahora con más detenimiento, una justificación a lo que había creído ver, que resultaba entonces mucho más raro. Aquel giro inesperado le permitió vislumbrar, en medio de las sombras que tapizaban los tejados vecinos, una silueta inmóvil que la observaba. Su postura estática confundió a la chica, que pensó que se trataba de algún relieve del edificio. No obstante, al momento constató que los ojos de la misteriosa efigie despedían un brillo inquietante. Aquella hierática figura acababa de salir de su escondite, y ella la había sorprendido
infraganti
en su labor furtiva de vigilancia.

«Acechante», pensó Michelle, con un creciente miedo. «No me vigila, me acecha.»

Lo que agravaba una situación de por sí amenazadora.

Aquel espía nocturno, que se sabía detectado, avanzó unos pasos sobre el tejado, y Michelle pudo comprobar que se trataba de un hombre de tez muy pálida, envuelto en una capa oscura.

Pero estaba esa mirada. Amarilla. Venenosa. A pesar de la distancia, ella sintió que aquellos ojos la atravesaban.

¿Qué estaba ocurriendo? ¿Por qué le brillaban así los ojos a aquel tipo?

El desconocido esbozó una sonrisa blanquísima, aunque Michelle no pudo distinguir sus colmillos, que quedaron al descubierto. Entonces, desde aquel tejado que distaba unos diez metros del suelo, la criatura saltó.

* * *

Daphne abrió los ojos cuando supo que podía hacerlo, y se encontró en medio de la calle del Árbol Seco, dominada ahora por una quietud absoluta. La ausencia de luna y estrellas advirtió a Daphne de que, en efecto, ya no se encontraba en su mundo. Era París, claro. Pero el París de los muertos, al que su mente había llegado abandonando el cuerpo en la tierra de los vivos. Se hallaba en pleno viaje astral.

No había luz en las farolas, solo un resplandor lechoso parecía emanar de todos los rincones. No hacía frío, no corría el aire, no se oían ruidos. Nadie caminaba.

Pero no estaba sola, lo percibía.

La vidente se volvió con calma para descubrir la lúgubre silueta del árbol seco de las ejecuciones, que volvía a existir a pocos metros de ella, erguido, con su esqueleto de ramas retorcidas y desnudas. De una de ellas pendía una cuerda gruesa, tirante por el peso de un cuerpo que colgaba oscilando; el cadáver de un ahorcado que se pudría para siempre.

El muerto giró la cabeza, inclinada por el estorbo del nudo corredizo, y la enfocó con sus ojos sin pupilas. Era una mirada vacía, pero su propia nada condensaba un poder tan intenso, tan devastador, que hizo caer al suelo a Daphne, incapaz de aguantar aquellas cuencas negruzcas clavadas en ella. Horrorizada, se dio cuenta de que la imagen de su cuerpo empezaba a arrastrarse hacia el árbol seco, como atraída por una fuerza magnética que la vidente no podía controlar. Tenía que averiguar lo que se proponía antes de terminar bajo las hambrientas raíces de aquel tronco y salir de allí; de lo contrario, su espíritu nunca volvería al mundo de los vivos y quedaría para siempre encerrada en aquel árbol agrietado repleto de almas de condenados.

Daphne intentó hablar, pero de su garganta lo único que surgió fue un susurro. Debía calmarse, o fracasaría.

* * *

Por un momento, Michelle pensó que se trataba de un suicida, y casi sintió alivio al asistir a aquella loca maniobra del tipo de los ojos brillantes que saltaba al vacío. No obstante, en décimas de segundo, las circunstancias daban un giro radical que sumergió a la chica en una repentina pesadilla: el desconocido no se había precipitado hasta el suelo desde el tejado, sino que se mantenía en el aire, dirigiéndose hacia ella a velocidad creciente. Estaba volando, de un modo diferente que a ella se le antojó extrañamente obsceno. Sobrecogedor, pero cierto.

La escena adquiría tintes de magia negra. Ni siquiera se había interrumpido la mirada voraz del cazador, que seguía taladrando el cuerpo de Michelle en su avance aéreo.

Para la chica, cuya boca se había quedado seca, ya no había duda: esos ojos, y ahora aquello. Ese ser silencioso no era humano, no podía serlo. Michelle, sin detenerse a valorar lo imposible que era todo, soltó un grito de miedo y echó a correr para escapar de su perseguidor. No le importó por qué ocurría todo aquello; en su ignorancia vulnerable, la única prioridad era huir.

Su instinto de supervivencia no la engañaba.

Michelle cambió de calle varias veces en su fuga frenética, pero la sombra del ser siniestro siempre volvía a aparecer, con su gesto malévolo, su mirada fría lamiéndole la espalda. Y ella no conseguía cruzarse con nadie por la calle. Nadie a quien pedir ayuda.

Michelle intentó gritar pidiendo auxilio, pero su propia carrera alocada la mantenía sin aliento, y solo logró emitir una llamada demasiado parecida a un susurro. Las ventanas de los edificios a cuyo lado pasaba como una exhalación seguían a oscuras, los vecinos dormían ajenos a lo que estaba a punto de ocurrir a escasos metros de distancia.

La fiera estaba jugando con ella. Como el gato con el ratón. Michelle era una chica inteligente, y se dio cuenta. No tenía escapatoria, no la había tenido en ningún momento.

El vidrio de una farola estalló a su lado, lo que provocó la caída de Michelle al suelo en medio de una nueva penumbra mayor que la propia noche. Ya no tuvo ocasión de levantarse, pues la silueta maligna llegó hasta ella en unos instantes. La chica tampoco habría podido reanudar la carrera: estaba exhausta y aterrada. Aun así, sus ojos se detuvieron en una especie de palo de madera que había en el suelo, muy cerca. Sin levantarse lo atrapó, blandiéndolo con el gesto fiero de la última oportunidad. Ofrecería resistencia hasta el final.

A aquella distancia de apenas medio metro, la chica pudo descubrir que el rostro deforme de su adversario ofrecía unas pupilas rasgadas como las de un felino. Eso, y un hedor espeso y turbio. Una náusea de pánico le subió por la garganta, aunque se negó a bajar su arma.

Recordó el móvil que llevaba en el bolsillo, inútil en aquellas circunstancias, pero que le trajo a la memoria a su familia y sus amigos. Entre ellos, Pascal. ¿Cómo reaccionaría él si a ella le ocurría algo? Su miedo se tiñó de una melancolía cargada de impotencia. Había que luchar.

Fue un movimiento tan ágil, tan fugaz como un pestañeo. Michelle no pudo iniciar su maniobra de respuesta antes de que la garra de la criatura atacante se cerrara como un cepo sobre su muñeca, retorciéndole el brazo hasta que soltó el palo entre gemidos de dolor. Aquel ser tenía una fuerza impresionante.

¿Y ahora qué?

La criatura volvía a esbozar una sonrisa cuajada de dientes afilados entre los que sobresalían dos colmillos. Acarició la piel suave del rostro de Michelle con sus dedos gélidos, como regodeándose en su captura.

* * *

La proyección de su cuerpo, en contra de su voluntad, seguía avanzando, seducida por los ojos del ahorcado.

—¡Soy Daphne, la vidente! —gritaba mientras tanto—. ¡Pertenezco al mundo de los vivos y he venido a hacer uso de la cuarta potestad!

El cadáver no reaccionó, pero la pitonisa notó que el empuje de su cuerpo perdía velocidad. Daphne había aludido a la norma sagrada que recogía uno de los poderes que la Hermandad de Videntes Vivos, a la que ella pertenecía, conservaba desde tiempos inmemoriales: todo difunto a quien un vidente formulara una pregunta amparada en esa norma, estaba obligado a responder con la verdad.

—¡Ahorcado! —Daphne luchaba por camuflar su miedo, cuando se encontraba ya tan cerca de aquella espantosa criatura que casi podía sentir su aliento pútrido—. ¡Te hago una pregunta!

El cadáver gruñía, molesto. Su balanceo bajo el árbol se acentuó.

La pitonisa, agarrando el amuleto que llevaba al cuello, lanzó su interrogante:

—¿Qué está ocurriendo en esta ciudad?

—Muchas cosas —contestó el ahorcado con voz siseante, sin dejar de mirarla.

—¡No atentes contra la Cuarta Potestad! —advirtió ella—. ¡Te repetiré la pregunta, muerto!

—Daphne, Daphne... nos acordaremos de ti...

La desagradable boca del cadáver movía sus labios agrietados. Del tronco del árbol seco surgieron nuevas voces: coreaban el nombre de la vidente en un tono impaciente, acuciante, que heló la sangre de la mujer. No se dejó acobardar y volvió a lanzar su pregunta:

—¡Muerto, algo que vincula nuestros dos mundos está sucediendo en París! ¿Qué es?

El ahorcado bramó, bajo aquella noche eterna, e interrumpió sus convulsos movimientos. La pitonisa, al tiempo que escuchaba a aquel ser, luchaba por resistirse a los tentáculos invisibles del árbol seco, que continuaban arrastrándola por el suelo hacia su tronco deforme, abombado por los restos de los cuerpos de los que se alimentaba. Si lograban acercarla lo suficiente, Daphne sería devorada en décimas de segundo, convertida en savia maligna.

—La Puerta Oscura, vidente Daphne... —claudicó al fin el ahorcado, sin atreverse a desobedecer a la Potestad—. Un mortal ha cruzado el umbral de nuestro reino... La Puerta Oscura se ha abierto de nuevo... Un Viajero entre Mundos camina por sus calles...

La adivina abrió mucho los ojos, comprendiendo por primera vez el presagio que revelara a Pascal días antes. Todo cobraba sentido. ¡Se había abierto la Puerta Oscura, y el Viajero era aquel chico español! Cien años después, volvía a suceder. Los nervios ganaron al miedo.

—¿Sabes tú quién es? —el ahorcado hablaba de nuevo—. Dímelo...

Daphne no cayó en la trampa; si continuaba con aquella comunicación, se precipitaría en las fauces del árbol seco, así que cortó el diálogo. Ya tenía lo que necesitaba. Además, no podía permitir que el ahorcado utilizara aquella información para negociar con el Mal.

La existencia de un Viajero entre Mundos era demasiado valiosa para todos los reinos, para todas las criaturas.

Procedió a interrumpir el trance, con el fin de que su espíritu volviera al mundo de los vivos.

CAPITULO XII

AYÚDAME... —seguía rogando la mujer del espejo, que había dejado de agarrarlo para unir sus manos en actitud suplicante—. Tú puedes, eres el Viajero...

Pascal seguía medio hundido en la negrura, asomado a aquella otra dimensión mientras permanecía asido a los marcos del espejo con tal fuerza que los nudillos mostraban una tonalidad blanquecina. No estaba dispuesto a perder el vínculo con su propia realidad, la casa de su abuela, pero tampoco estaba dispuesto a salir por completo de aquel mundo más allá del cristal sin averiguar lo que ocurría. Y eso que aquel paisaje le sonaba demasiado al Mundo de los Muertos.

Pascal era curioso y cobarde a la vez, una temible combinación.

La extraña señora había perdido ya su apariencia amenazadora. Ahora ofrecía un aspecto tan desvalido que el miedo puro de Pascal se iba transformando en lástima. Lo que llamó la atención del joven español fue que ella lo había reconocido como el Viajero, una condición que a él todavía le resultaba demasiado ajena; tanto, que estuvo a punto de mirar a su alrededor para ver si la mujer se dirigía en realidad a alguien que lo acompañaba. Alguien alto, fuerte, con aspecto curtido. Un tipo, en definitiva, de apariencia heroica.

Pero allí no estaban más que ellos dos, claro. El malentendido no era posible.

—Eres... ¿eres un fantasma, un espíritu? —preguntó, inseguro.

Ella asintió en silencio, sin abandonar su mirada acuciante. El cuerpo de la mujer parecía flotar, ingrávido, en aquella nada oscura.

—Entonces, estás muerta... —dedujo tragando saliva—. ¿Por qué estás enganchada a mi mundo? ¿Por qué no te has ido al tuyo, a la Tierra de la Espera?

—Me llamo Melissa —empezó el espíritu—, la muerte me sorprendió hace seis años, pero no puedo descansar en paz porque quedó algo pendiente... Ayúdame... Quiero irme ya...

Aquel fantasma volvía la cabeza de vez en cuando, como si temiese que algo malo pudiera surgir a su espalda.

—Yo soy Pascal... —se presentó el chico, tratando de ganar tiempo mientras decidía cómo afrontar aquello.

—Lo sé... Eres el Viajero... —ella insistía en aquel apelativo que Pascal había sido incapaz de emplear para identificarse—. Ayúdame... Si tú no lo haces, deberé esperar en esta terrible soledad otros cien años, hasta que el próximo Elegido que cruce la Puerta...

Pascal entendió la profunda tristeza que emanaba de aquel cuerpo que solo era un recuerdo, como la luz que despiden en el universo algunas estrellas que hace siglos que desaparecieron.

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