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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

El último deseo (25 page)

BOOK: El último deseo
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—No nos mezclamos los unos con los otros. Ellos con ellos, nostros con nostros.

—La mejor solución —dijo el poeta—. ¿No es cierto, Geralt?

El brujo no contestó.

II

—Gracias por el convite. —Geralt relamió la cuchara de hueso y la colocó en el cuenco vacío—. Miles de gracias, señor. Y ahora, si permitís, vayamos al asunto.

—Va, venga —se mostró de acuerdo Tapadera—. ¿Qué, Dhun?

Dhun, el Anciano de Posada de Abajo, un enorme hombre de lúgubre mirada, inclinó la cabeza a las mozas; éstas, a toda prisa recogieron de la mesa la vajilla y dejaron la sala del concejo, para evidente tristeza de Jaskier, el cual desde el principio del banquete les había mostrado sus blancos dientes y les había empujado a soltar risitas a base de bromas bastante vulgares.

—Escucho entonces —dijo Geralt, mirando por la ventana desde la que le llegaba el golpetear del hacha y el sonido de la sierra. En el exterior se estaba haciendo algo con madera, un fuerte olor a resina llegaba hasta la isba—. Decidme en qué os puedo ayudar.

Tapadera miró a Dhun. El viejo colono asintió, carraspeó.

—Va, esto es así —dijo—. Hay acá una cierta haza...

Geralt dio un puntapié por debajo de la mesa a Jaskier, el cual se disponía ya a soltar un comentario malintencionado.

—Haza —continuaba Dhun—. ¿No digo bien, Tapadera? Estuvo esta haza por largo tiempo baldía, pero la aramos y ahora sembramos allá cáñamo, centeno y lino. Un pedazo de terreno, os digo. Hasta el mesmo monte que alcanza...

—¿Y qué? —no resistió el poeta—. ¿Qué hay en esa haza?

—Va. —Dhun bajó la cabeza, se arrascó detrás de una oreja—. Va, allá campa un diablo.

—¿Qué? —resopló Jaskier—. ¿El qué?

—Lo dicho, el Diablo.

—¿Qué diablo?

—¿Y qué diablo va a ser? El Diablo y basta.

—¡Pero si los diablos no existen!

—No interrumpas, Jaskier —dijo Geralt con voz serena—. Y vos, seguid adelante, señor Dhun.

—Pues si lo dije: un diablo.

—Esto ya lo sé. —Geralt, cuando quería, sabía ser paciente hasta el extremo—. Decidme qué aspecto tiene, de dónde salió, en qué os estorba. Una cosa tras la otra, si no os importa.

—Va. —Dhun alzó una mano nudosa y comenzó a contar, doblando los dedos de uno en uno con grandes trabajos—. Una cosa tras la otra, cuán vivo y sabio home sois. Va, venga. Aspecto tiene, señor, pues de diablo, un diablo tal que ni pintado. ¿De dónde salió? Pues de lugar ninguno. Pam, paf, chas, y miro: diablo. Y estorbar, lo que es estorbar, lo cierto es que no mucho. Y hay veces en que hasta ayuda.

—¿Ayuda? —se rió Jaskier mientras intentaba sacar una mosca de la cerveza—. ¿El diablo?

—No interrumpas, Jaskier. Seguid, señor Dhun. En qué forma os ayuda ese, como decís...

—Diablo —repitió con énfasis el aldeano—. Va, ayuda de tal modo: estercola el campo, remueve el terreno, mata los topos, asusta a los pájaros, vela por los nabos y los rabanillos. Ah, y las hojillas que se resecan se come de las coles. Pero por cierto que también la col entera se come. No es que se embuche otra cosa. Así es este diablo.

Jaskier se rió de nuevo, después de lo cual chasqueó los dedos y disparó la mosca bañada en cerveza hacia el gato que dormía junto al hogar. El gato abrió un ojo y miró al bardo con reproche.

—En cualquier caso —habló con tranquilidad el brujo—, estaríais dispuestos a pagarme para libraros de ese diablo, ¿o no? En otras palabras, ¿no lo queréis por estos alrededores?

—¿Y quién —Dhun le miró lúgubremente— querría un diablo en la tierra de sus padres? Nuesa es esta tierra, de nuesos antepasados, por cesión del rey, y nada pinta acá un diablo. Al cuerno con su ayuda, ¿qué pasa, qué no tenemos manos nostros mesmos? Y no de diablo, señor brujo, sino de malevada bestia tiene en la cabeza tales, con perdón, mierdas, que no se puede aguantar. No sabes por la mañana lo que le vendrá a la cabeza por la noche. Y allá, señores, que ensucia el pozo, y acá que corre a una moza, la asusta, la amenaza que la va a encular. Roba, señores, los avíos de la casa y de la cosecha. Destruye y rompe, importuna, mete el morro en el dique, patea en los bajos como un castor o un hurón cualequiera, el agua de un estanque se escurrió del todo y las carpas se murieron. En el hórreo quemó unos escobeños, el hideputa, y hizo cenizas la mies toda...

—Entiendo —le cortó Geralt—. Veo entonces que sí que estorba.

—No —agitó la cabeza Dhun—. No estorba. Diabluras hace y no más.

Jaskier se volvió hacia la ventana, ahogando las risas. El brujo callaba.

—Y a qué más plática —dijo el hasta entonces silencioso Tapadera—. ¿Vos sois brujo, no? Pues entonces meteislo en cintura a aqueste diablo. Buscabais faena en Posada de Arriba, yo mismo lo oí. Pues acá tenéis faena. Os pagaremos lo preciso. Pero guardaos, no querríamos que matarais al diablo. Eso sí que no.

El brujo alzó la cabeza y mostró una sonrisa siniestra.

—Interesante —dijo—. Aun diría más, no muy habitual.

—¿Qué? —Dhun arrugó el rostro.

—Una condición no muy habitual. ¿Por qué tanta piedad?

—No se le debe matar. —A Dhun se le arrugó aún más el rostro—. Porque en aqueste Valle...

—No se le debe matar y basta —le interrumpió Tapadera—. Agarraislo sólo, señor, o bien echaislo al quinto cuerno. Y no os quejaréis de la paga.

El brujo callaba sin dejar de sonreírse.

—¿Aceptáis el trato? —preguntó Dhun.

—Primero me gustaría echar un vistazo a ese vuestro diablo.

Los aldeanos se miraron el uno al otro.

—Vueso derecho —dijo Tapadera, después de lo que se levantó—. Y vuesa voluntad. Por todos los alrededores andurrea el diablo a las noches, pero de día suele estar allá por los cañaverales. O entre los sauces viejos, en el pantano. A voluntad podréis verlo allá. No os vamos a urgir. Si queréis descansar, descansaiste tan largo como queráis. Ni comodidades ni viandas os ahorraremos, tal y como es el derecho del huésped. Con los dioses.

—Geralt. —Jaskier se levantó del escabel, contempló a los aldeanos que se alejaban de la casa—. No entiendo nada. No ha pasado ni un día desde que hablábamos de monstruos imaginarios y tú de pronto te contratas para cazar diablos. Y que justo los diablos son invenciones, criaturas míticas, lo sabe todo el mundo, descontando por lo que veo algunos aldeanos analfabetos. ¿Qué significa este inesperado entusiasmo tuyo? Apuesto, como te conozco un poco, a que no te rebajaste a solucionarnos de este modo alojamiento, manutención y lavado de ropa.

—Por supuesto —se enfadó Geralt—. Parece que ya me conoces un poco, pallador.

—En tal caso no lo entiendo.

—¿Y qué hay que entender aquí?

—¡No existe el diablo! —gritó el poeta, sacando definitivamente al gato de su sueño—. ¡No hay! ¡Los diablos no existen, diablos!

—Cierto —se sonrió Geralt—. Pero yo, Jaskier, nunca pude resistir la tentación de ver algo que no existe.

III

—Una cosa es cierta —murmuró el brujo recorriendo con la vista la enmarañada jungla de cañas que se extendía ante ellos—. Este diablo no es tonto.

—¿Por qué lo dices? —se interesó Jaskier—. ¿Porque se esconde en una espesura impenetrable? Una liebre común y corriente tiene suficiente cerebro para ello.

—Me refiero a las propiedades especiales del cañaveral. Un campo tan enorme emite una potente aura antimágica. La mayor parte de los encantamientos resultan aquí inútiles. Y mira allí, ¿ves esas hierbas? Eso es lúpulo. El polen del lúpulo actúa de forma parecida. Apuesto a que no es casualidad. El bellaco siente el aura y sabe que aquí está seguro.

Jaskier tosió, se colocó los pantalones.

—Me interesa ver —dijo, rascándose la frente, debajo del sombrerillo— cómo te pondrás a ello, Geralt. Todavía no tuve ocasión de verte nunca en el tajo. Apuesto a que sabes un tanto de la caza de diablos. Intentaré recordar un antiguo romance. Había uno sobre un diablo y una moza, indecoroso, pero divertido. Moza, piensas...

—Olvídate de la moza, Jaskier.

—Como quieras. Quería ayudar, nada más. Y no hay que menospreciar los cantos antiguos, está oculta en ellos la sabiduría recogida por generaciones. Hay un romance sobre un jornalero llamado Yolop, el cual...

—Cierra el pico. Es hora de ponerse al tajo. Hay que ganarse la manutención y el lavado de ropa.

—¿Qué quieres hacer?

—Fisgaré un poco en los cañaverales.

—Muy original —rebufó el trovador—. Aunque no muy refinado.

—¿Y tú qué harías?

—Algo inteligente —se burló Jaskier—. Brillante. Con una batida de caza. Echaría al diablo de entre los arbustos y en campo abierto lo acosaría a caballo y lo atraparía con un lazo. ¿Qué te parece?

—Una concepción muy interesante. Quién sabe, puede que se pudiera usar si quisieras participar, porque para tal operación hacen falta por lo menos dos personas. Pero por ahora no vamos de caza. De momento quiero tan sólo orientarme, saber qué cosa es el diablo éste. Por eso me tengo que meter en los cañaverales.

—¡Eh! —El bardo se dio cuenta sólo ahora—. ¡No llevas la espada!

—¿Y para qué? Yo también conozco los romances sobre el diablo. Ni la moza ni el jornalero llamado Yolop llevaban espada.

—Hmm... —Jaskier miró a su alrededor—. ¿Tenemos que meternos en el mismo centro de esa espesura?

—Tú no tienes. Puedes volver a la aldea y esperarme allí.

—Oh, no —protestó el poeta—. ¿Cómo voy a perderme tamaña ocasión? Yo también quiero ver al diablo, convencerme de si en verdad es tan fiero como lo pintan. Pregunté si obligatoriamente tenemos que atravesar por el cañaveral porque allí hay una trocha.

—Cierto. —Geralt se hizo sombra con la mano—. Hay una trocha. La usaremos.

—¿Y si es la trocha del diablo?

—Mejor. Así no andaremos de más.

—Sabes, Geralt —parloteó el bardo mientras atravesaba detrás del brujo el estrecho e irregular sendero entre las cañas—. Siempre pensé que «diablo» era una metáfora, creada para que fuera como una maldición. «Vaya un diablillo», «Que se vaya al diablo», «Qué diablos». Así decimos nosotros en la lengua común. En mi tierra se usa «allá donde el diablo dijo buenas noches» para referirse al quinto pino. Los duendes, cuando ven que se acerca alguien a caballo, dicen: «De nuevo los diablos traen a alguien». Los enanos maldicen «Düvvel hoáel», cuando algo no les sale, y a las mercancías defectuosas las llaman «Düvvelsheyss». Y en la Antigua Lengua hay un dicho: «A d'yaebl aép arse», que quiere decir...

—Sé lo que quiere decir. Deja de cotorrear, Jaskier.

Jaskier se calló, se quitó el sombrerito adornado con una pluma de ganso, se abanicó con él y se secó la frente sudorosa. En la espesura hacía un calor pesado, húmedo, asfixiante, incrementado incluso por el perfume de hierbas y matorrales en flor que flotaba en el ambiente. El sendero se torcía ligeramente y, al otro lado de la curva, se terminaba en un pequeño claro lleno de malas hierbas.

—Mira, Jaskier.

En el mismo centro del claro se erguía una piedra grande y plana sobre la que había unos cuantos cuenquecillos de barro. Entre los cuencos resaltaba una vela de sebo quemada casi hasta el final. Geralt vio, pegados a las plastas de grasa desecha, unos granos de maíz y de habas, así como otros pipos y semillas, ya irreconocibles.

—Como me imaginaba —murmuró—. Le ofrecen aquí sacrificios.

—Cierto —afirmó el poeta señalando a la vela—. Y le encienden fuego al diablo. Pero por lo que veo lo alimentan de semillas como a una gallina. Joder, vaya una pocilga asquerosa. Todo está pegajoso de brea y miel. Qué...

Las siguientes palabras del bardo se ahogaron en un berrido sonoro y amenazador. En los cañaverales algo se removió y pataleó, después de lo cual de la espesura surgió el más extraño ser que a Geralt le hubiera sido dado contemplar.

El ser tenía algo más de cuatro codos de altura, ojos saltones, cuernos y barbas de cabra. También los labios, vivos, partidos y blandos, recordaban una cabra rumiando. La parte inferior del cuerpo del ser estaba oculta por pelos largos, densos, de color rojo oscuro que alcanzaban hasta unas pezuñas bifurcadas. El engendro también estaba provisto de una cola terminada en un bordón apincelado, que agitaba enérgicamente.

—¡Uk! ¡Uk! —castañeteó el monstruo, moviendo las pezuñas—. ¿Qué aquí? Largo, largo, que os ensarto en mis cuernos, ¡uk, uk!

—¿Te ha dado alguien alguna vez una patada en el culo, cabroncillo? —no resistió Jaskier.

—¡Uk! ¡Uk! ¡Beeeee! —baló el cuernocabra. Resultaba difícil discernir si esto era una afirmación, una negación o incluso un menosprecio de la pregunta.

—Cállate, Jaskier —habló el brujo—. No digas ni una palabra.

—¡Blebleblebeeeee! —gorjeó con rabia el ser, alzando tanto los labios que dejó al descubierto unos amarillentos dientes de caballo—. ¡Uk! ¡Uk! ¡Uk! ¡Bleubeeeubleuuubeeeee!

—Seguro, seguro —afirmó Jaskier—. El organillo y la campanilla son tuyos. Cuando te vayas a ir a casa, los recoges.

—Déjalo ya, joder —gritó Geralt—. Lo vas a estropear todo. Guarda para ti tus estúpidas bromas...

—¡Bromas! —berreó sonoramente el cuernocabra y dio un salto—. ¡Bromas, beee, beeee! Nuevos bromeadores vinieron, ¿qué? ¿Trajeron bolitas de metal? ¡Ya os daré yo bolitas de metal a vosotros, canallas, uk, uk! ¿No queríais bromas, beeee? ¡Aquí tenéis bromas! ¡Tenéis vuestras bolitas! ¡Tenéis!

El ser saltó y agitó violentamente la mano. Jaskier aulló y cayó en la trocha tentándose la frente. El ser dio un balido, agitó de nuevo la mano. Junto a la oreja de Geralt algo pasó silbando.

—¡Tenéis vuestras bolitas! ¡Beeee!

Una bolita de metal de una pulgada de diámetro le asestó al brujo en el hombro, la siguiente le acertó a Jaskier en la rodilla. El poeta soltó una imprecación y emprendió la huida. Geralt se lanzó delante de él sin esperar, mientras las bolitas le silbaban por encima de la cabeza.

—¡Uk! ¡Uk! ¡Beee! —gritó el cuernocabra, saltando—. ¡Ya os daré bolitas! ¡Bromistas de mierda!

Una bolita silbó en el aire. Jaskier lanzó una maldición aún más fea y se agarró el codo. Geralt se echó a un lado, entre los cañaverales, pero no escapó al impacto que le acertó en el omóplato. Había que reconocer que el diablo tenía una puntería asombrosa y que parecía tener un depósito inagotable de bolitas. El brujo, arrastrándose por entre la espesura, escuchó aún el balido triunfal del diablo victorioso y, enseguida, el silbido de otra bolita, la blasfemia y el pataleo de Jaskier escapando de la vereda.

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