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Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Fantástico, Aventuras, Infantil y Juvenil

El Gran Rey (30 page)

BOOK: El Gran Rey
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—¡Oh, gigante, basta de quejidos y resoplidos! —replicó Gurgi, quien ya tenía bastante desgracia con haber quedado separado de los compañeros—. Gurgi está perdido y entristecido, pero intenta encontrar al bondadoso amo con inspecciones e investigaciones. No temas —añadió en tono tranquilizador, aunque tenía que hacer un inmenso esfuerzo para impedir que le temblara la voz—, el osado Gurgi mantendrá a salvo al gigantito quejumbroso, oh, sí.

—Pues no lo estás haciendo demasiado bien —dijo secamente Glew.

Pero a pesar de sus palabras el regordete hombrecillo se agarró al costado de la peluda criatura, y sus rechonchas piernecillas empezaron a moverse más deprisa para acompasar su paso al de Gurgi.

Habían llegado al final de un pasillo en el que había una gruesa puerta de hierro no muy alta que estaba abierta. Gurgi se detuvo ante ella y la contempló con expresión atemorizada. Una luz brillante y fría brotaba de la estancia que había al otro lado del umbral. Gurgi dio unos cuantos pasos cautelosos hacia adelante y echó un vistazo en el interior. Más allá del umbral se extendía lo que parecía ser un túnel interminable. La luz procedía de montones de gemas preciosas y adornos de oro. Más lejos distinguió objetos extraños medio escondidos por las sombras. Gurgi retrocedió, y los ojos se le desorbitaron a causa del asombro y el terror.

—Oh, es la sala de los tesoros del malvado Señor de la Muerte… —murmuró—. ¡Oh, relumbres y vislumbres! Este lugar es muy secreto y temible, y no es prudente que el osado Gurgi siga en él.

Pero Glew avanzó hacia el umbral, y la visión de las gemas hizo que sus pálidas mejillas temblaran y que le brillasen los ojos.

—¡Cierto, es un tesoro! —exclamó, medio atragantándose a causa de la excitación—. Se me ha robado una fortuna, pero ahora me cobraré con creces lo que se me debe. ¡Es mío! —gritó—. ¡Todo, todo! ¡Yo he hablado primero! ¡Nadie me privará de esto!

—No, no —protestó Gurgi—. ¡No puede ser tuyo, gigante codicioso! Dar o tomar es algo que corresponde al poderoso príncipe. Ahora ven con apresuramiento y premura, y busquemos a los compañeros todavía más deprisa. Ven con avisos y consejos, pues Gurgi también teme a las celadas y entrampadas. ¿Costosos tesoros sin vigilancia? No, no, el astuto Gurgi se huele que aquí hay encantamientos malvados.

Glew le apartó a un lado sin hacer caso de las advertencias de la criatura. El antiguo gigante cruzó el umbral con un grito anhelante y entró en el túnel para hundir las manos en el montón de joyas más grande. Gurgi le agarró por el cuello del jubón e intentó en vano hacerle retroceder mientras las llamas emergían de las paredes del escondite de los tesoros.

Gwydion reagrupó a los últimos supervivientes de los Hijos de Don y los jinetes de los Commots ante la Gran Sala de Annuvin. Los compañeros se reunieron con ellos allí mientras Kaw revoloteaba sobre sus cabezas lanzando graznidos de júbilo. Taran escrutó el rostro de Gwydion durante unos momentos, pero sus dudas se desvanecieron cuando el guerrero se apresuró a ir hacia él y le estrechó la mano.

—Tenemos muchas cosas que contarnos el uno al otro —dijo Gwydion—, pero ahora no hay tiempo para ello. Annuvin está en nuestras manos, pero el Señor de la Muerte se nos ha escapado. Debe ser encontrado y muerto, si es que se halla en nuestro poder el hacerlo.

—Gurgi y Glew se han extraviado en la Gran Sala —dijo Taran—. Dadnos permiso para ir en su busca antes.

—Id entonces, y deprisa —respondió Gwydion—. Si el Señor de la Muerte sigue en Annuvin sus vidas corren tanto peligro como las nuestras.

Taran abrió la hebilla que unía Dyrnwyn a su cinto y alargó la espada a Gwydion.

—Ahora entiendo por qué Arawn quiso apoderarse de ella…, no para utilizarla él mismo, sino porque sabía que amenazaba su poder. Sólo Dyrnwyn podía destruir a sus Nacidos del Caldero. De hecho, su temor era tan grande que ni siquiera se atrevió a tenerla dentro de su fortaleza, y creyó que si la enterraba en la cima del Monte Dragón ya no podría dañarle. Cuando Arawn se disfrazó utilizando vuestra apariencia casi consiguió engañarme para que le entregase el arma. Tomadla ahora. La espada está más segura en vuestras manos.

Gwydion meneó la cabeza.

—Te has ganado el derecho a desenvainarla, Ayudante de Porquerizo —dijo—, y con él el derecho a llevarla al cinto.

—¡Cierto, cierto! —intervino Fflewddur—. El golpe que asestaste a ese Nacido del Caldero fue realmente magnífico… Ni un Fflam podría haberlo hecho mejor. Nos hemos librado de esas bestias repugnantes para siempre.

Taran asintió.

—Y sin embargo ya no siento odio hacia ellos. Nunca desearon acabar convertidos en esclavos de otra voluntad, y ahora por fin están en paz.

—Bueno, en cualquier caso la profecía de Hen Wen se ha realizado después de todo —dijo Fflewddur—. No es que dudara de ello ni por un momento, naturalmente… —El bardo lanzó una mirada instintiva por encima de su hombro, pero esta vez no hubo ningún chasquido de cuerdas de arpa—. Aun así la verdad es que se expresó en unos términos realmente muy curiosos. Sigo sin haber oído hablar a ninguna piedra.

—Yo sí la he oído hablar —respondió Taran—. En la cima del Monte Dragón el sonido de la cresta rocosa era como una voz. Sin él no habría prestado ninguna atención a la piedra, pero cuando vi lo desgastada y agujereada que estaba pensé que quizá sería capaz de moverla. Sí, Fflewddur, la piedra que no tenía voz habló con toda claridad…

—Bueno, si piensas en ello supongo que tienes razón —dijo Eilonwy—. En cuanto a que la llama de Dyrnwyn se extinguiría está claro que Hen Wen no podía estar más equivocada. Es comprensible, desde luego, ya que en aquellos momentos estaba muy nerviosa y asustada y…

Dos siluetas asustadas salieron a la carrera de la Gran Sala antes de que la muchacha pudiera terminar la frase y corrieron hacia los compañeros. Una gran parte del vello y la cabellera de Gurgi estaban chamuscadas aquí y allá; sus hirsutas cejas se habían quemado hasta casi desaparecer y sus ropas aún desprendían humo. El antiguo gigante lo había pasado todavía peor, pues parecía poco más que un montón de mugre y cenizas.

Taran no tuvo tiempo de dar la bienvenida a los compañeros extraviados, pues la voz de Achren se alzó en un grito terrible.

—¿Buscáis a Arawn? ¡Está aquí!

Achren se arrojó a los pies de Taran, quien jadeó y quedó paralizado por el horror. Ante él había una serpiente enroscada que se preparaba para atacar.

Taran saltó a un lado. Dyrnwyn salió de su vaina y brilló en el aire. Achren había agarrado a la serpiente con las dos manos como si quisiera estrangularla o partirla por la mitad. La cabeza de la serpiente salió disparada hacia ella, el cuerpo escamoso se movió con la fuerza y la velocidad de un látigo y los colmillos se hundieron en la garganta de Achren, quien cayó al suelo lanzando un grito desgarrador. Un instante después la serpiente ya volvía a enroscarse. Sus ojos estaban iluminados por una llama gélida y letal. La serpiente volvió a lanzarse hacia adelante emitiendo un silbido de rabia para atacar a Taran con las fauces abiertas y los colmillos al descubierto. Eilonwy gritó. Taran hizo girar la espada resplandeciente golpeando con todas sus fuerzas. La hoja atravesó el cuerpo de la serpiente cortándolo por la mitad.

Taran arrojó a Dyrnwyn a un lado y cayó de rodillas junto a Gwydion, quien sostenía en sus brazos el flácido cuerpo de la reina. Los labios de Achren estaban exangües, y sus ojos vidriosos buscaron el rostro de Gwydion.

—Bien, Gwydion, ¿he sido fiel a mi juramento o no? —murmuró con una débil sonrisa—. ¿El Señor de Annuvin está muerto…? Ah, eso es bueno. La muerte me llega como una amiga.

Los labios de Achren se separaron como si fuese a decir algo más, pero su cabeza cayó hacia atrás y su cuerpo se aflojó en los brazos de Gwydion.

Un jadeo horrorizado escapó de la boca de Eilonwy. Taran alzó la mirada y vio que la muchacha señalaba las dos mitades de la serpiente. El cuerpo de la serpiente se retorció y se volvió borroso, y en su lugar apareció la silueta vestida de negro de un hombre cuya cabeza cercenada había rodado hasta quedar con el rostro vuelto hacia el suelo; pero un instante después aquella forma también pareció perder la sustancia y el cadáver se hundió en la tierra como una sombra, y allí donde había yacido el suelo quedó calcinado y estéril, herido y agrietado como por muchos años de sequía. Arawn, el Señor de la Muerte, se había esfumado.

—¡La espada! —gritó Fflewddur—. ¡Mirad la espada!

Taran se apresuró a cogerla, pero la llama de Dyrnwyn parpadeó como avivada por un viento surgido de la nada en el mismo instante en que sus dedos se cerraban alrededor de la empuñadura. El resplandor blanco se debilitó como una hoguera que agoniza, y se fue desvaneciendo cada vez más y más deprisa. Ya no era blanco, sino que estaba lleno de colores que se arremolinaban en una danza temblorosa. Un instante después Taran sostenía en su mano un arma maltrecha y envejecida cuya hoja brillaba con los destellos apagados que ya no procedían de la llama que en tiempos había ardido dentro de ella, sino sólo de los rayos del sol poniente que reflejaba.

Eilonwy corrió hasta él.

—Lo que había escrito en la vaina también está desapareciendo —exclamó—. Por lo menos creo que eso es lo que ocurre, a menos que sea la penumbra… Espera, déjame probar con esto.

Sacó su juguete de entre los pliegues de su capa y lo acercó a la vaina negra, y de repente la inscripción brilló bajo los rayos dorados.

—¡Mi juguete ilumina lo que está escrito en la vaina de Dyrnwyn, y hay más de lo que se veía antes! —gritó la muchacha con voz sorprendida—. Incluso la parte que había sido raspada… ¡Ahora puedo verla casi toda!

Los compañeros se apresuraron a congregarse a su alrededor, y Taliesin cogió la vaina y la examinó mientras Eilonwy sostenía su juguete sobre ella.

—La escritura está clara, pero se desvanece muy deprisa —dijo Taliesin—. Cierto, princesa, tu luz dorada muestra lo que había escrito en ella… «
DESENVAINA A DYRNWYN, SÓLO TÚ DE NOBLE NATURALEZA, PARA GOBERNAR CON JUSTICIA Y PARA ACABAR CON EL MAL. QUIEN LA EMPUÑE POR UNA BUENA CAUSA PODRÁ MATAR INCLUSO AL SEÑOR DE LA MUERTE
.» Un instante después la inscripción ya se había desvanecido. Taliesin hizo girar la vaina negra entre sus dedos.

—Ahora quizá comprendo aquello a lo que el saber antiguo sólo hacía vagas alusiones…, que hubo un tiempo en el que un gran rey descubrió un gran poder e intentó utilizarlo en beneficio propio. Creo que Dyrnwyn era esa arma, que fue apartada de su destino y que estuvo perdida durante mucho tiempo para acabar volviendo a ser encontrada.

—La misión de Dyrnwyn ha llegado a su fin —dijo Gwydion—. Marchémonos de este lugar maligno.

La muerte había hecho que los rasgos de Achren perdieran su altiva amargura, y su rostro por fin estaba tranquilo. Los compañeros envolvieron a la mujer en su harapienta capa negra como si fuese un sudario y llevaron el cuerpo hasta la Gran Sala, pues quien en tiempos gobernó Prydain había sabido morir con honor.

De repente el estandarte negro que ondeaba en el pináculo de la torre del Señor de la Muerte quedó envuelto en una nube de fuego y cayó convertido en hilachas llameantes. Los muros de la Gran Sala temblaron, y la fortaleza pareció estremecerse de un extremo a otro.

Los compañeros y los guerreros se alejaron al galope de las Puertas de Hierro, y los muros se agrietaron y las enormes torres se derrumbaron detrás de ellos. Una cortina de llamas brotó de las minas sobre las que se había levantado Annuvin y se alzó hacia el cielo.

20. El regalo

Volvían a estar en casa. Gwydion había guiado a los compañeros en dirección oeste hasta llegar a la costa en la que aguardaban los navíos dorados. Desde allí, con Kaw orgullosamente posado en el mástil más alto, las grandes embarcaciones de velas relucientes les llevaron hasta el puerto de Avren. La nueva de la destrucción de Arawn se había difundido con gran rapidez; y cuando los compañeros desembarcaron muchos señores de los cantrevs y sus huestes de batalla ya se habían reunido para seguir a los Hijos de Don, rendir homenaje al rey Gwydion y gritar dando la bienvenida a los habitantes de los Commots y a Taran el Vagabundo. Gurgi desplegó lo que quedaba del estandarte de la Cerda Blanca y lo alzó con expresión triunfante.

Pero Gwydion se mostraba extrañamente silencioso, y cuando la pequeña granja apareció ante sus ojos Taran sintió más pena que alegría. El invierno ya se iba debilitando. La tierra que se descongelaba había empezado a agitarse, y las primeras huellas de verde, aún apenas visibles, acariciaban las colinas como una delgada cortina de niebla; pero los ojos de Taran se posaron en el huerto vacío de Coll y volvió a sentir el dolor de la pérdida del robusto cultivador de repollos que se hallaba tan lejos en su solitario lugar de reposo como si ésta acabara de ocurrir.

Dallben salió cojeando de la casita para recibirles. El rostro del encantador estaba aún más arrugado que cuando se separaron de él. Su frente parecía muy frágil, y la piel marchita era casi transparente. Al verle, Taran tuvo la impresión de que Dallben ya sabía que Coll no volvería. Eilonwy corrió hacia sus brazos extendidos. Taran bajó de un salto de la grupa de Melynlas y la siguió. Kaw batió las alas y empezó a parlotear con toda la potencia de sus pulmones. Fflewddur, Doli y Gurgi quien tenía un aspecto más sucio y descuidado que nunca, se apresuraron a añadir sus saludos y todos intentaron hablar al mismo tiempo para contar a Dallben lo que les había ocurrido.

Hen Wen gruñía, chillaba y resoplaba, y parecía a punto de conseguir trepar por encima de los maderos de su aprisco. Taran entró de un salto en él para rodear con sus brazos a la cerda que había enloquecido de alegría al verle, cuando de repente oyó unos chillidos muy estridentes y la sorpresa le dejó boquiabierto.

Eilonwy, quien había venido corriendo hasta el aprisco, lanzó un grito de alegría.

—¡Cerditos!

Seis cerditos, cinco blancos como Hen Wen y uno negro, estaban incorporados sobre sus patas traseras al lado de su madre y no paraban de chillar. Hen Wen resoplaba y lanzaba gruñidos llenos de orgullo.

—Hemos tenido visitantes —dijo Dallben—, y uno de ellos era un jabalí muy apuesto. Durante el invierno hubo mucha agitación entre las criaturas del bosque, y ese jabalí vino buscando comida y refugio y descubrió que Caer Dallben le resultaba más agradable que el bosque. Ahora está vagabundeando por los alrededores, pues todavía es un poco salvaje y no está acostumbrado a la presencia de tantos recién llegados.

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