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Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Fantástico, Aventuras, Infantil y Juvenil

El Gran Rey (3 page)

BOOK: El Gran Rey
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Fflewddur se dejó caer al suelo y ocultó la cara en las manos.

—Y al parecer también he perdido la cordura, pues acabas de decirme que no eras tú quien nos llamó.

—No puedo juzgar qué viste —elijo Taran—, Lo que más debe preocuparnos ahora es la vida de Gwydion. Ya hablaremos de todo esto cuando tengas la memoria más clara.

—La memoria del arpista ya está lo bastante clara.

Una mujer vestida de negro emergió de la esquina sumida en las sombras dónde había estado escuchando en silencio, y fue lentamente hacia ellos hasta detenerse en el centro del grupo. Su larga cabellera suelta caía sobre los hombros y la espalda brillando como si fuese de plata; y la belleza letal de su rostro no se había desvanecido del todo, aunque ahora parecía desgastada y un poco borrosa, como un sueño que sólo se recuerda a medias.

—El infortunio ha marcado nuestro encuentro, Ayudante de Porquerizo — dijo Achren—, pero sé bienvenido, de todas formas. ¿Cómo es que todavía me temes? —añadió al ver la mirada de inquietud que le lanzó Taran, y sonrió. Tenía los dientes muy blancos, y brillaban como dagas—. Y Eilonwy, Hija de Angharad, tampoco ha olvidado mis poderes a pesar de que fue ella quien los destruyó en el Castillo de Llyr. Pero desde que vivo aquí, ¿acaso no he servido a Dallben tan bien como cualquiera de vosotros?

Achren fue hacia Gwydion, quien seguía inmóvil en el suelo. Taran vio un brillo de algo que casi parecía compasión en sus frías pupilas.

—El señor Gwydion vivirá —dijo Achren—, pero quizá acabe encontrándose con un destino más cruel que la muerte.

Achren se inclinó y rozó la frente del guerrero con las puntas de los dedos. Después apartó la mano y se encaró con el bardo.

-Tus ojos no te han engañado, arpista -dijo-. Viste lo que se deseaba que vieras. ¿un porquerizo? ¿por qué no, si escogió aparecerse ante vosotros bajo esa forma? Sólo hay uno que tenga tal poder…, el mismísimo Arawn, Señor de Annuvin, la Tierra de la Muerte.

2. Las varillas de las letras

Taran no pudo contener un jadeo de temor. La mujer vestida de negro le lanzó una mirada gélida.

—Arawn no se atreve a cruzar las fronteras de Annuvin con su verdadera forma, pues hacerlo significaría su muerte —dijo—, pero todas las apariencias están a su alcance y bajo su dominio, y todas le sirven de escudo y de máscara a la vez. Se mostró ante el arpista y el señor Gwydion con la apariencia del porquerizo. También podría haberse aparecido como un zorro en el bosque, un águila e incluso un gusano ciego si estimara que eso le resultaba más conveniente para sus fines. Sí, Ayudante de Porquerizo, escoger la forma y los rasgos de cualquier otra criatura viva le habría resultado igual de fácil… Pero en el caso del señor Gwydion, ¿qué cebo mejor que ver a un compañero en peligro…, alguien que ha luchado a menudo junto a él, que le es conocido y en quien confía? Gwydion es un guerrero demasiado astuto para caer en una trampa menos hábil.

—Entonces todos nosotros estamos perdidos —dijo Taran con voz abatida—. El Señor de Annuvin puede ir y venir entre nosotros como le plazca, y no poseemos ninguna defensa contra él.

—Cierto, Ayudante de Porquerizo, tienes razones para temerle —replicó Achren—. Se te ha ofrecido la ocasión de entrever uno de los poderes más sutiles de Arawn, pero es un poder que sólo utiliza cuando ningún otro le resulta de utilidad. Nunca abandonará su fortaleza salvo obligado por un peligro que amenace su existencia o, tal como hizo hoy, cuando lo que pretende conseguir justifique sobradamente ese riesgo. Arawn tiene muchos secretos —prosiguió Achren bajando el tono de voz—, pero éste es el que se halla más celosamente protegido y oculto de todos ellos. En cuanto asume una forma su fortaleza y sus artes no son más grandes que las del disfraz que lleva puesto. Entonces se le puede matar igual que a cualquier criatura mortal.

—¡Oh, Fflewddur, si hubiera estado contigo! —gritó Eilonwy, presa de la desesperación—. Por mucho que se pareciese a Taran, Arawn nunca habría conseguido engañarme. ¡Y no me digas que habría sido incapaz de percibir la diferencia entre un auténtico Ayudante de Porquerizo y uno falso!

—Eso no es más que orgullo estúpido, Hija de Angharad —replicó despectivamente Achren—. No existen ojos que puedan ver aquello que se oculta bajo la máscara de Arawn, Señor de la Muerte…, salvo los míos —añadió—, ¿Lo dudas acaso? —se apresuró a preguntar al ver la expresión de sorpresa de Eilonwy.

Los rasgos avejentados de la mujer aún encerraban restos de un viejo orgullo, y cuando volvió a hablar la altivez y la ira hicieron que su voz sonara más seca y cortante.

—Mucho antes de que los Hijos de Don vinieran a morar en Prydain, mucho antes de que los señores de los cantrevs jurasen lealtad al Gran Rey Math y a Gwydion, el líder de sus guerreros, era yo quien exigía la sumisión y la obediencia a mi poder, yo quien llevaba en mi cabeza la Corona de Hierro de Annuvin.

»Arawn era mi consorte, y me servía y hacía lo que yo quería que hiciese —siguió diciendo Achren—. Y me traicionó. —Su voz se convirtió en un murmullo enronquecido, y la rabia destelló en sus ojos—. Me robó mi trono y me hizo a un lado, pero sus poderes no son ningún secreto para mí porque fui yo quien le 15

enseñó a utilizarlos. Que nuble vuestra vista con el disfraz que se le antoje emplear, pero el rostro de Arawn nunca se me podrá mantener oculto.

Gwydion se removió y dejó escapar un débil gemido. Taran se volvió nuevamente hacia su palangana de hierbas curativas mientras Eilonwy levantaba la cabeza del guerrero con sus manos.

—Llevad al príncipe Gwydion a mi habitación —ordenó Dallben. El rostro desgastado por las preocupaciones y los años del encantador estaba tenso, y las arrugas de sus marchitas mejillas se habían vuelto más profundas—. Tus artes han ayudado a mantenerle alejado de la muerte —dijo volviéndose hacia Taran—. Ahora he de averiguar si las mías pueden ayudarle a regresar a la vida.

Coll alzó a Gwydion en sus robustos brazos.

Achren se dispuso a seguirle.

—Apenas necesito dormir y soy la que mejor puede velar —dijo—. Pasaré la noche cuidando del príncipe Gwydion.

—Yo cuidaré de él —dijo Eilonwy dando un paso para ponerse al lado de Coll.

—No me temas, Hija de Angharad —dijo Achren—. No deseo ningún mal al príncipe Gwydion. —Hizo una gran reverencia, mitad burlona y mitad humilde—. El establo es mi castillo y la cocina mi reino. No ambiciono mandar en ningún otro lugar.

—Venid —dijo Dallben—. Las dos me ayudaréis. Los demás…, esperad. Tened paciencia, y no perdáis la esperanza.

La oscuridad ya había cegado las ventanas de la casita. Taran tuvo la impresión de que el fuego había perdido su calor y sólo proyectaba frías sombras entre los compañeros, que se habían sumido en el silencio.

—Al principio pensé que conseguiríamos alcanzar a los Cazadores e impedir que llegaran a Annuvin —dijo por fin—, pero si Achren dice la verdad, Arawn en persona estaba al mando de ellos y ahora la espada de Gwydion se encuentra en sus manos. No sé qué se propone, pero siento un terrible temor.

—No consigo perdonarme lo que he hecho —dijo Fflewddur—. La espada se ha perdido por mi culpa. Tendría que haber percibido la trampa al instante.

Taran meneó la cabeza.

—La estratagema cíe Arawn no podía ser más astuta. Hasta Gwydion fue engañado por ella.

—¡Pero yo no! —gritó el bardo—. ¡Un Fflam tiene ojos de lince! Vi diferencias desde el primer momento. La forma en que montaba sobre su corcel, la forma en que… —El arpa que colgaba del hombro del bardo se tensó de repente y una cuerda se rompió con un chasquido tan ruidoso que Gurgi, que se había acurrucado al lado del fuego, se levantó de un salto. Fflewddur se atragantó y tragó saliva—. Ya volvemos a empezar —murmuró—, ¿Es que nunca dejará de hacerme esto? El más leve…, ah…, intento de adornar los hechos, ¡y las malditas cuerdas se rompen! Creedme, no pretendía exagerar en lo más mínimo. Cuando empecé a pensar en lo ocurrido me pareció que había podido notar… No, la verdad es que el disfraz era perfecto. Podría volver a engañarme…, y con tanta facilidad como la primera vez.

—¡Asombroso! —murmuró el rey de Mona, que le había estado observando con los ojos muy abiertos—. Oh, cómo me gustaría poder cambiar de forma… ¡Es increíble! Siempre he pensado en lo interesante que resultaría ser un tejón o una hormiga. Me encantaría saber construir tan bien como ellas. Desde que soy rey he intentado introducir algunas pequeñas mejoras aquí y allá. Tengo intención dé erigir un nuevo rompeolas en el puerto de Mona. Ya mandé iniciar la construcción de uno. Mi idea era empezar simultáneamente por los dos extremos y, de esa forma, terminarlo el doble de rápido. No consigo entender qué fue mal, pues yo mismo me encargué personalmente de todo el trabajo, pero… En fin, el caso es que no conseguimos encontrarnos en el centro y tendré que dar con una forma mejor de hacerlo. También he planeado el allanamiento de un camino que lleve hasta la caverna donde vivía Glew. Es un sitio asombroso, y creo que la gente de Dinas Rhydnant lo pasará en grande visitándolo. Resulta sorprendente lo sencillo que es —dijo Rhun con una sonrisa de orgullo—. Por lo menos la planificación, claro… No sé por qué razón, pero llevarla a la práctica siempre parece ser un poco más difícil.

Oír mencionar su nombre hizo que Glew alzara la cabeza. No se había movido de su puesto al lado de la chimenea, y la alarma que le habían provocado los recientes acontecimientos en la casita tampoco había bastado para hacerle soltar la marmita que tenía en las manos.

—Cuando yo era un gigante… —empezó a decir.

—Veo que la pequeña comadreja está con vosotros —le elijo Fflewddur al rey Rhun. El bardo había reconocido a Glew inmediatamente a pesar de la estatura actual del antiguo gigante— Cuando era un gigante —murmuró el bardo, lanzando una mirada de no muy bien disimulada irritación a Glew— era un gigante de lo más miserable. Habría hecho cualquier cosa para poder escapar de aquella caverna…, incluso echarnos dentro de aquel repugnante estofado que había cocinado. ¡Un Fflam siempre está dispuesto a perdonar! Pero creo que él fue un poco demasiado lejos.

—Cuando yo era un gigante —siguió diciendo Glew, ignorando las observaciones del bardo o, quizá, no habiéndolas oído—, nadie me habría humillado agarrándome por las orejas y obligándome a subir a un bote maloliente. No tenía ningún deseo de venir aquí, y después de lo que ha ocurrido hoy todavía tengo menos deseos de quedarme. —Glew frunció los labios—, Dallben se ocupará de que se me lleve a Mona lo más deprisa posible.

—Estoy seguro de que lo hará —replicó Taran—. Pero en estos momentos Dallben tiene asuntos mucho más importantes de los que ocuparse, al igual que todos nosotros.

Glew deslizó un dedo por el fondo de la marmita mientras murmuraba algo sobre la falta de consideración y el haber sido pésimamente tratado, y se pasó ruidosamente la lengua por los dientes con indignada satisfacción. Los compañeros no dijeron nada más y se prepararon para pasar la noche.

El fuego ardió hasta convertirse en cenizas. Un viento nocturno empezó a soplar fuera de la casita. Taran apoyó la cabeza en los brazos. Había anhelado tener la ocasión de presentarse ante Eilonwy olvidando su rango y su nacimiento, como cualquier hombre ante cualquier mujer, y aprovechar su bienvenida al hogar para pedirle que se casara con él; pero el repentino desastre sufrido por Gwydion había hecho que sus deseos perdieran toda importancia. Seguía sin saber qué sentimientos se ocultaban en el corazón de Eilonwy ni cuál podría ser la respuesta que daría a su petición, pero no se sentía capaz de averiguarlo hasta que todos los corazones hubieran vuelto a recobrar la tranquilidad. Taran cerró los ojos. El viento aullaba como si quisiera hacer pedazos las tranquilas praderas y huertos de Caer Dallben.

Una mano se posó sobre su hombro y le despertó. Era Eilonwy.

—Gwydion ha despertado —le dijo—. Quiere hablar con nosotros.

El príncipe de Don estaba medio incorporado en su lecho en la habitación de Dallben. Sus facciones estaban muy pálidas bajo el color moreno resultado de la vida a la intemperie, y también se hallaban tensas, aunque más a causa de la ira que del dolor. Su boca estaba fruncida en una mueca de amargura, sus ojos verdes ardían con destellos oscuros y su mirada era la de un lobo orgulloso que desdeña la gravedad de las heridas que ha sufrido, y siente un desprecio todavía mayor hacia quienes se las han infligido. Achren era una sombra silenciosa en un rincón. El anciano encantador estaba en pie con expresión preocupada junto a la mesa llena de libros al lado de la que había el banco de madera en el que Taran había tomado asiento para recibir sus lecciones mientras era un muchacho.
El Libro de los Tres
, el enorme volumen encuadernado en cuero lleno de una sabiduría secreta cuyo conocimiento estaba prohibido a todos salvo a Dallben, reposaba cerrado sobre un montón de tomos antiguos.

Taran fue hacia Gwydion seguido por Eilonwy, Fflewddur y el rey Rhun, y estrechó la mano del guerrero. Los labios del príncipe de Don se curvaron en una sonrisa melancólica.

—No es una reunión alegre, Ayudante de Porquerizo, y tampoco va a ser muy larga —dijo Gwydion—. Dallben me ha explicado la treta que usó el Señor de la Muerte. Dyrnwyn debe ser recuperada sin retraso y a toda costa. Dallben también me habló de tus vagabundeos —añadió Gwydion—. Me gustaría oír más sobre ellos de tus propios labios, pero eso tendrá que esperar a otra ocasión. Partiré hacia Annuvin antes de que haya terminado el día.

Taran contempló al príncipe de Don con una mezcla de sorpresa y preocupación.

—Vuestras heridas aún son muy recientes. No podéis hacer semejante viaje.

—Tampoco puedo quedarme aquí —replicó Gwydion—. Desde el momento en que Dyrnwyn llegó a mis manos he averiguado algunas cosas acerca de su naturaleza. No mucho —añadió—, pero sí lo suficiente como para saber que su pérdida es fatal.

»El linaje de Dyrnwyn es tan antiguo que ningún hombre vivo se acuerda de él —siguió diciendo Gwydion—, y una gran parte de su historia ha sido olvidada o destruida. Durante mucho tiempo se pensó que la hoja no era más que una leyenda, algo que sólo podía servir para que un arpista compusiera canciones sobre ella… Nadie conoce el folklore de Prydain mejor que Taliesin, el Primer Bardo, pero incluso él sólo pudo contarme que Govannion el Lisiado, un artesano sin igual, forjó y templó a Dyrnwyn a petición del rey Rhydderch Hael creando un arma de gran poder para que protegiera la Tierra. Un hechizo fue arrojado sobre la hoja para salvaguardarla, y se grabó una advertencia en la vaina.

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