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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Una campaña civil (11 page)

BOOK: Una campaña civil
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—Veamos ese presupuesto —le dijo Gregor a Ivan. Ivan se lo mostró—. Mm. No queremos que la gente se aburra. Que otras entidades, como la ciudad de Vorbarr Sultana o el Consejo de Condes, se encarguen de los fuegos en las otras noches. Y aumentemos el presupuesto para la muestra posterior a la boda en un cincuenta por ciento, de mi dinero personal como conde Vorbarra.

—¡Ooh! —apreció Ivan, e introdujo los cambios—. Qué bien.

Miles se desperezó. Terminaron por fin.

—¡Oh, sí!, casi se me olvidaba —añadió lady Alys—. Aquí tienes tu calendario de comidas, Miles.

—¿Mi qué? —sin pensarlo, aceptó el papel de sus manos.

—Gregor y Laisa tienen docenas de invitaciones durante la semana, entre la revista y la boda, procedentes de todo tipo de organizaciones que desean honrarlos… y honrarse a sí mismas, desde el Cuerpo de Veteranos Imperiales a la Honorable Orden de los Bajeleros. Y los Banqueros. Y los Barrenderos. Y los Bibliotecarios. Por no mencionar al resto del abecedario. Muchas más de las que podrían aceptar, naturalmente. Aceptarán algunas de las más ineludibles en la medida de lo posible, pero tú serás el próximo en el escalafón, como Segundo de Gregor.

—¿Me ha invitado a mí alguien personalmente? —preguntó Miles, estudiando la lista. Había al menos trece comidas o ceremonias en tres días seguidos—. ¿O se van a llevar una horrible sorpresa? ¡No puedo comer todo esto!

—¡Lánzate a territorio inexplorado, muchacho! —sonrió Ivan—. Es tu deber salvar al Emperador de una indigestión.

—Estarán avisados, naturalmente. Si no me equivoco tendrás que dar un discurso de agradecimiento apropiado para cada ocasión. Y aquí está tu calendario, Ivan.

La sonrisa de Ivan se convirtió en una mueca de temor cuando contempló su propia lista.

—No sabía que hubiera tantas cofradías en esta maldita ciudad…

A Miles se le ocurrió una idea maravillosa: podría llevar a Ekaterin a una selección de aquellos sitios. Sí, que vea al lord Auditor Vorkosigan en acción. Y su serena y sobria elegancia no le vendría mal a sus planes. Se enderezó en su asiento, súbitamente consolado, dobló el papel y se lo guardó en la túnica.

—¿No podemos enviar a Mark a alguno de estos sitios? —preguntó Ivan, por si acaso—. Regresará a la ciudad para la boda. Y también es un Vorkosigan. Sin duda es más que un Vorpatril. Y si hay una cosa que el chico sepa hacer, es comer.

Galeni alzó las cejas, concordando con esta última afirmación, aunque la expresión de su cara era un estudio en sombría diversión. Miles se preguntó si Galeni estaba también reflexionando sobre el otro notable don que tenía Mark para el asesinato.
Al menos no se come lo que mata
.

Miles empezó a mirar a Ivan con mala cara, pero tía Alys intervino.

—Guárdate tus bromitas, por favor, Ivan. Lord Mark no es el Segundo del Emperador, ni un Auditor Imperial, ni tiene demasiada experiencia en situaciones sociales delicadas. Y a pesar de todo lo que Aral y Cordelia hayan podido hacer por él en este último año, la mayoría de la gente sigue considerando su posición dentro de la familia algo ambiguo. Ni tampoco es, según tengo entendido, lo bastante estable para ser sometido a tensión en asuntos públicos. A pesar de su terapia.

—Era una broma —murmuró Ivan, a la defensiva—. ¿Cómo esperas que sobrevivamos a todo esto si no se nos permite tener sentido del humor?

—Contrólate —le aconsejó su madre severamente.

Tras estas palabras, la reunión se terminó.

3

Una fría llovizna de primavera caía sobre la cabeza de Miles cuando llegó al refugio que ofrecía el porche de la casa de los Vorthys. En medio del aire gris, el chillón frontal de losa de la casa parecía apagado, casi sutil. Ekaterin había retrasado inadvertidamente esta reunión al enviarle su propuesta de jardín a través de la comuconsola. Por fortuna, él no tuvo que fingir indecisión sobre la elección: ambos bocetos estaban muy bien. Confiaba en que aún pudieran pasar unas horas aquella tarde, las cabecitas juntas sobre la pantalla de vid, comparando y discutiendo detalles.

Un fugaz recuerdo del sueño erótico del que había despertado esa mañana caldeó su rostro. Había sido una repetición de su primer encuentro con Ekaterin en el jardín de esta casa, pero en esta versión la bienvenida de ella adquirió de pronto un tono mucho más, ejem, excitante e inesperado. Pero, ¿por qué su estúpido subconsciente tenía que preocuparse tanto por las delatoras manchas de hierba en las rodillas de sus pantalones, cuando podría haberse dedicado a elaborar momentos aún más fabulosos de abundancia para su yo del sueño? Y además se despertó demasiado pronto, maldición…

La profesora le abrió la puerta y sonrió como bienvenida.

—Pasa, Miles —añadió, mientras se dirigían hacia el pasillo—. ¿He mencionado alguna vez lo mucho que aprecio que avises antes de venir de visita?

En la casa no reinaba el habitual silencio, propio de una biblioteca. Parecía haber una fiesta en marcha. Sorprendido, Miles volvió la cabeza hacia la izquierda. Un estrépito de platos y vasos y el aroma del té y las pastas de melocotón le llegaron desde el saloncito.

Ekaterin, sonriendo amablemente pero con dos pequeñas arrugas paralelas de tensión entre las cejas, estaba sentada en el sillón de su tío, en un rincón, con una taza de té en las manos. Repartidos por la habitación, encaramados en tres sillas, había tres hombres, dos con el uniforme imperial y otro con una túnica civil y pantalones.

Miles no reconoció al tipo fornido con los galones de mayor y las insignias de Ops en el cuello. El otro oficial era el teniente Alexi Vormoncrief, a quien conocía de pasada. También sus insignias indicaban que trabajaba en Ops.

El tercer hombre, el de la elegante ropa de paisano, era experto en evitar todo tipo de trabajo, por lo que Miles sabía: Byerly Vorrutyer nunca se había unido al Servicio; era un payaso de ciudad desde que él lo conocía. Byerly tenía un gusto impecable en todo, menos en sus vicios. A Miles le habría disgustado presentárselo a Ekaterin incluso después de que ella estuviera prometida y a salvo.

—¿De dónde han salido? —le pregunto Miles a la profesora en voz baja.

—El mayor Zamori fue alumno mío hace quince años —respondió la profesora en un susurro—. Me trajo un libro que dijo que me gustaría. Y es cierto: ya tenía un ejemplar. El joven Vormoncrief vino a comparar su linaje con Ekaterin. Pensaba que podían ser parientes, ya que su abuela era una Vorvane. Tía del ministro de Industrias Pesadas, ya sabes.

—Conozco esa rama, sí.

—Han pasado la última hora estableciendo que, aunque los Vorvane y los Vorvayne tienen un origen común, las familias se separaron hace al menos cinco generaciones. No sé por qué está aquí By Vorrutyer. No me dio ninguna excusa.

—No hay ninguna excusa para By.

Pero Miles comprendía perfectamente por qué estaban allí los tres, historias tontas incluidas. Y ella atrapada en el rincón, con la taza de té en el regazo. ¿No podían inventar historias mejores que aquellas trolas tan evidentes?

—¿Está aquí mi primo Ivan? —añadió amenazador. Ivan trabajaba en Ops, ahora que lo pensaba. Una vez es casualidad, dos son coincidencia…

—¿Ivan Vorpatril? No. Oh, cielos, ¿va a venir también? Me he quedado sin pastitas. Las había comprado para el postre del profesor esta noche…

—Espero que no —murmuró Miles. Puso una sonrisa amable y entró en el saloncito de la profesora. Ella lo siguió.

Ekaterin alzó la barbilla, sonrió y soltó su taza-escudo.

—¡Oh, lord Vorkosigan! ¡Me alegra tanto que haya venido! Um… ¿conoce a estos caballeros?

—A dos de ellos, señora. Buenos días, Vormoncrief. Hola, Byerly.

Los tres conocidos intercambiaron saludos corteses. Vormoncrief dijo amablemente:

—Buenos días, milord Auditor.

—Mayor Zamori, éste es el lord Auditor Miles Vorkosigan —informó la profesora.

—Buenos días, señor —dijo Zamori—. He oído hablar de usted.

Su mirada era directa e intrépida, a pesar de que los lores Vor lo superaban ampliamente en categoría.

Pero claro, Vormoncrief apenas era teniente, y Byerly no tenía grado militar alguno.

—¿Ha venido a ver al lord Auditor Vorthys? Acaba de salir.

Ekaterin asintió.

—Fue a dar un paseo.

—¿Con la lluvia?

La profesora puso los ojos en blanco, por lo cual Miles dedujo que su marido se había largado y la había dejado haciendo de carabina de su sobrina.

—No importa —continuó Miles—. De hecho, tengo un asunto que tratar con la señora Vorsoisson.

Y si ellos interpretaban que era un asunto del lord Auditor Imperial y no sólo un asunto privado de lord Vorkosigan, ¿quién era él para sacarlos de su error?

—Sí —Ekaterin asintió, confirmándolo.

—Mis disculpas por interrumpirlos a todos —añadió Miles, con segundas. No se sentó, sino que se apoyó en el marco de la puerta y se cruzó de brazos. Nadie se movió.

—Estábamos discutiendo de árboles genealógicos —explicó Vormoncrief.

—En profundidad —murmuró Ekaterin.

—Hablando de extraños linajes, Alexi, lord Vorkosigan y yo tenemos una relación incluso más estrecha —observó Byerly—. Tengo con él lazos casi familiares.

—¿De veras? —dijo Vormoncrief, asombrado.

—Oh, sí. Una de mis tías por parte Vorrutyer estuvo casada con su padre. Así que Aral Vorkosigan es una especie de tío virtual mío, si no virtuoso. Pero ella murió joven, ay… implacablemente arrancada del árbol, sin darme un primo para privar de su herencia al futuro Miles —Byerly miró a Miles alzando una ceja—. ¿Le recuerdan con cariño en las conversaciones familiares?

—Nunca hablamos de los Vorrutyer —dijo Miles.

—Qué curioso. Nosotros tampoco hablamos mucho de los Vorkosigan. Casi nada, en realidad. Una especie de clamor silencioso.

Miles sonrió y dejó que el silencio se extendiera entre ambos, curioso por ver quién reventaba primero. Los ojos de By empezaron a brillar, pero el primero que perdió los nervios fue uno de los visitantes inocentes.

El mayor Zamori se aclaró la garganta.

—Bien, lord Auditor Vorkosigan. ¿Cuáles son las últimas noticias sobre el accidente de Komarr, por cierto? ¿Fue un sabotaje?

Miles se encogió de hombros, y dejó que By y su habitual pique escaparan de su atención.

—Después de seis semanas examinando datos, el lord Auditor Vorthys y yo consideramos que la causa probable fue un error de la piloto. Debatimos la posibilidad de que fuera un suicidio, pero acabamos por descartar la idea.

—¿Y cuál fue su opinión? —preguntó Zamori, que parecía interesado—. ¿Accidente o suicidio?

—Mm. Me pareció que el suicidio explicaba un montón de aspectos físicos de la colisión —repuso Miles, enviando una silenciosa oración de disculpa al alma de la piloto fallecida—. Pero como la piloto no pudo suministrarnos ninguna prueba, como notas o mensajes o registros de terapias, no pudimos llegar a ningún veredicto oficial. No me cite —añadió, para darle verosimilitud a la historia.

Ekaterin, protegida en el sillón de su tío, asintió, comprendiendo esta mentira oficial, quizás añadiéndola a su propio repertorio de engaños.

—¿Y qué le parece esta boda komarresa del Emperador? —añadió Vormoncrief—. Supongo que debe aprobarla… está en ella.

Miles tomó nota de lo dudoso de su tono. Ah, sí, el tío de Vormoncrief, el conde Boriz Vormoncrief, al estar fuera de la zona destruida, había heredado el liderazgo del partido conservador a la baja después de la caída del conde Vortifrani. La respuesta del partido conservador a la futura emperatriz Laisa había sido tímida en el mejor de los casos, aunque, prudentemente, no habían permitido que ninguna hostilidad declarada se filtrara a lugares públicos donde alguien (por ejemplo, SegImp) se sintiera obligado a reparar en ella. Con todo, el hecho de que Boriz y Alexi estuvieran emparentados no significaba que compartieran los mismos puntos de vista políticos.

—Creo que es magnífico —dijo Miles—. La doctora Toscane es inteligente y hermosa, y Gregor, bueno, ya es hora de que nos ofrezca un heredero. Y hay que reconocer que por lo menos deja a una mujer barrayaresa más para el resto de nosotros.

—Bueno, deja una mujer barrayaresa más para uno de nosotros —le corrigió Byerly Vorrutyer dulcemente—. A menos que esté proponiendo algo deliciosamente
outré
.

La sonrisa de Miles desapareció mientras contemplaba a By. El humor de Ivan, cargante como podía ser en ocasiones, no llegaba a ser ofensivo porque era más bien ingenuo. Al contrario que Ivan, Byerly nunca insultaba a nadie inintencionadamente.

—Caballeros, deberían realizar ustedes una visita a Komarr —recomendó Miles—. Sus cúpulas están repletas de mujeres hermosas, todas con genes limpios y educación galáctica. Y los Toscane no son el único clan que tiene una heredera. Muchas de las damas komarresas son ricas… Byerly.

Se abstuvo de explicar a todos los presentes que el desgraciado y difunto esposo de la señora Vorsoisson la había dejado sin posibles, primero porque Ekaterin estaba presente, mirándolo con las cejas alzadas, y segundo porque no le cabía duda de que By lo sabía ya.

Byerly sonrió levemente.

—El dinero no lo es todo, según dicen.

Ya.

—A pesar de ello, estoy seguro de que podría usted parecer agradable, si lo intentara.

By no pudo contener una mueca.

—Su fe en mí es enternecedora, Vorkosigan.

—Una hija de los Vor es suficiente para mí, gracias —dijo Alexi Vormoncrief tozudamente—. No me hace falta ni me gusta lo exótico.

Mientras Miles trataba de dilucidar si era una alusión a su madre betana (con By habría estado seguro, pero Vormoncrief nunca le había parecido que anduviera sobrado de sutileza), Ekaterin dijo animosamente:

—Voy a subir a mi habitación para traer esos discos de datos, ¿de acuerdo?

—Si así lo desea, señora.

Miles confió en que By no la hubiera convertido en objeto de ninguna de sus técnicas de conversación guerrilleras. Si era así, Miles tendría unas palabritas con su primo postizo. O tal vez incluso enviara a sus hombres a encargarse de él, como en los viejos tiempos…

Ekaterin se levantó, salió al pasillo y subió por las escaleras. No regresó. Vormoncrief y Zamori acabaron por intercambiar miradas de decepción y ruiditos de es hora de irse, y se levantaron. La gabardina militar que Vormoncrief se puso había tenido tiempo de secarse desde su llegada, advirtió Miles con desagrado. Los caballeros se despidieron de su anfitriona putativa, la profesora.

BOOK: Una campaña civil
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