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Authors: Patricia Sverlo

Tags: #Biografía, Histórico

Un rey golpe a golpe (3 page)

BOOK: Un rey golpe a golpe
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Aparte de fuentes bibliográficas, entrevistas con colaboradores anónimos desinteresados, y algunos textos legales (sentencias, denuncias, sumarios…), facilitados por la persona correspondiente en cada caso, también hemos contado con cantidades ingentes de información procedente de hemerotecas, nacionales y extranjeras, merced a la inestimable ayuda de nuestros documentalistas.

La mayoría de las referencias que salen a lo largo del libro a las diversas intervenciones del Gobierno de los Estados Unidos y de la Comisión Trilateral en la vida política del Estado Español, se han recogido del estudio del profesor Garcés
Soberanos e intervenidos
—una magnífica investigación sobre documentos desclasificados del Gobierno norteamericano—, cuya lectura recomendamos encarecidamente.

Bien, este es un libro que creemos proporciona la información posible, la que entra dentro de los límites de lo que se puede asumir delante de los tribunales. El resto queda para una ocasión mejor.

O para los tribunales, si fuera requerida ante éstos.

PRIMERA PARTE

18 AÑOS Y 83 DÍAS DE CANDIDATO

CAPÍTULO 1

POR DESIGNIO DIVINO

«El pobre nació ochomesino», escribe Doña María de las Mercedes, madre de Juan Carlos, en sus memorias, «y tenía los ojos saltones… Era horrible. Menos mal que enseguida se arregló». Fue el 5 de enero de 1938 en Villa Gloria, en la calle Parioli, 112, de Roma, casi en la periferia; un barrio de la mediana burguesía. Juan Carlos Víctor de Borbón y Borbón fue bautizado en la capilla de la Orden de Malta por el cardenal Pacelli, más tarde Pío XII (1939-1958), el papa que colaboró con el fascismo y que el 1 de julio de 1949 condenó el marxismo en un acta del Santo Oficio.

Era el primero hijo varón de Don Juan, conde de Barcelona, heredero del inexistente trono que había perdido su padre, Alfonso XIII. Nació cuando los golpistas que luego le educaron y le hicieron sucesor de Franco contaban con el apoyo de Hitler y Mussolini, y mientras la República legal, salida de las urnas, luchaba por su supervivencia en la batalla de Teruel, una de las más cruentas de la Guerra Civil. Pero aquélla no era ni la primera ni la última casa real, cada una desde su exilio respectivo, que seguía echando cuentas para averiguar a quién le tocaría ponerse la corona si llegaba el momento. Europa estaba llena de pretendientes al trono de España.

Que Juan Carlos fuera el heredero de los Borbones no era precisamente una cosa que cayera por su propio peso. Una dificultad nada despreciable era que había nacido fuera de España. Ni siquiera tenía derecho a la nacionalidad, puesto que su abuelo la había perdido junto con la corona, por decreto republicano, como castigo por su complicidad en el golpe de Estado de Primo de Rivera.

Además, una antigua ley que regulaba las normas de sucesión de la Corona española (el Auto Acordado, de 10 de mayo de 1713), pensada en contra de los archiduques austríacos para que los Habsburgo no volvieran a España, establecía que nacer en el extranjero era un impedimento para poder acceder al trono. Pero esta ley ya se la había cargado según su conveniencia otro Borbón, Carlos IV, que también había nacido fuera de España, sustituyéndola por la famosa Pragmática Sanción de 1789, que es la que aún está en vigor. Los Borbones siempre supieron componérselas muy bien y arreglar las leyes a su medida.

También era necesario pasar por delante de varias mujeres para poder llegar por una línea torcida a Juan Carlos, basándose en el hecho de que los varones, porque así lo había decidido la Casa Real, siempre tienen preferencia. Ésta es sencillamente una más de esas normas que, como todas las que afectan a la monarquía en general, no tienen nada que ver con la justicia ni con la razón. Apenas había nacido, Juan Carlos ya era considerado mejor y más digno que un numeroso grupo de mujeres de sangre real. No hace falta retroceder mucho en el tiempo, a la época de Alfonso XII, para ver que pasó por delante de la primera y la segunda hija de éste, María de las Mercedes y María Teresa, y de toda la descendencia de las dos. La voluntad divina también pasó por alto a las hermanas mayores de Don Juan, Beatriz y María Cristina; y a la hermana que Juan Carlos ya tenía cuando nació, Pilar.

La injusta línea dinástica también había esquivado a unos cuantos hombres. Alfonso XIII había designado como heredero, con el título de príncipe de Asturias, a su tercer hijo vivo, Don Juan, mediante la exclusión de otros dos hijos debido a sus deficiencias. No era una práctica nueva.

Carlos III ya había excluido a su primogénito, Felipe, por su «imbecilidad notoria», declarando que «después de haberlo intentado por todos los medios posibles, no han logrado descubrir en el desgraciado príncipe, mi hijo mayor, el menor rastro de juicio, de inteligencia, ni de reflexión».

En aquella ocasión heredó el trono su segundo hijo, Carlos IV, que era casi tan corto como su hermano mayor. Pero no era cuestión de poner demasiadas dificultades al destino de la patria. La imbecilidad, en todo caso, no era una cosa nada extraña, puesto que el que inauguró la dinastía, Felipe V (la falta de descendencia de Carlos II, último de los Austrias, dio lugar a la entronización de los Borbones en España, en la persona de su sobrino nieto Felipe), mostró de manera clara graves desórdenes mentales. Afortunadamente para la dinastía de los Borbones, ya había asegurado su descendencia con varios hijos varones cuando se emperró en que estaba muerto y ordenó que le pusieran en un ataúd, rezaran unos responsos y le enterraran vivo. Su segundo hijo, que le sucedió tras Luis I, muerto a los 17 años, fue Fernando VI, un personaje absolutamente extravagante.

Una de sus curiosas manías consistía en esforzarse por no evacuar nada, para lo cual se sentaba sobre los pomos puntiagudos de las sillas antiguas de su habitación, que utilizaba a manera de tapones. Una vez estuvo 18 horas en esta posición sin moverse. Al final, cuando se le acercaba la muerte, se echó en la cama, hizo sus inmundicias, y las lanzó a todos los que le servían. Murió a los 46 años, y su médico escribió: «Privado de los consuelos de la religión, y entre sus propios excrementos, ha fallecido Fernando VI, el más pulcro y religioso de los hombres».

Volvamos a Carlos IV… Este monarca desgraciado, que acabó huyendo de España destronado por su propio hijo, se casó con su prima, María Luisa de Borbón, que tuvo, entre partos y abortos, 24 hijos. La familia fue retratada «magníficamente» por Goya, en una imagen que vale más que mil palabras. Y le sucedió Fernando VII. Su hija, Isabel II, que lo era también de María Cristina de Borbón y Borbón, tercera esposa del rey y prima suya, también se casó con su primo carnal, Francisco de Asís, y así siguió «mejorando» la estirpe con la endogamia.

Del hijo de Isabel II, Alfonso XII, que parece que sí era inteligente, nació Alfonso XIII. Éste, por una vez, no tuvo la ocurrencia de casarse con su prima, pero, en cambio, introdujo un nuevo problema en la rama familiar: la hemofilia. Parece que el rey británico y su hermana, la princesa Beatriz, ya advirtieron a Alfonso que era posible que Victoria Eugenia de Battenberg, la hija predilecta de la reina Victoria, a quien Alfonso XIII había escogido con terquedad como esposa, transmitiera la enfermedad a alguno de sus hijos varones. El ministro de Exteriores inglés también le advirtió a su homólogo español, el marqués de Villa-Urrutia. Pero no hubo nada que hacer: la decisión de Alfonso XIII estaba tomada. Se fiaba de la buena suerte, porque la hemofilia no siempre se transmite.

El temor no era en vano ya que su primer hijo, llamado también Alfonso, fue hemofílico. Estuvo enfermo casi toda la vida, y en 1933 renunció a la sucesión para casarse con una bella cubana. Unos cuantos años después, en 1938, murió sin descendencia en un accidente automovilístico.

El siguiente hijo de Alfonso XIII, Jaime, era sordomudo, motivo por el cual su padre le obligó a renunciar a la Corona, también en 1933, antes de que se casara. En aquella época no era comprensible que un rey tuviera que hacerse entender por gestos. Sin embargo, como ser sordomudo no implica necesariamente ser idiota, más adelante recapacitó y quiso volverse atrás en su renuncia.

El tercer hijo de Alfonso XIII nació muerto. Y después vinieron dos niñas, a las que ni siquiera se tuvo en cuenta. Pero, al menos en el caso muy concreto de la infanta Beatriz, era mejor no reivindicar el derecho de la mujer a heredar el trono, si tenemos en cuenta lo que acabó dando de sí su descendencia. Beatriz, que junto con su hermana Margarita era uno de los peores partidos de la realeza en toda Europa, por el hecho de ser posibles portadoras de la hemofilia, se hubo de contentar con casarse con Alessandro Torlonia, un personaje de discutible reputación que tenía un título grandilocuente, príncipe de Civitella-Cese, pero de escaso valor. Su primogénita Sandra huyó para casarse con un playboy llamado Clemente Lecquio, que había sido embajador de la Italia fascista en Madrid entre 1940 y 1943, y después había vivido varios años en Perú como productor cinematográfico. En 1963 el pretendiente al trono de Italia, Humberto de Saboya, que fue muy amigo de Don Juan en Estoril, donde compartían exilio, le hizo la gracia de inventarle el título de conde, que nunca tuvo validez legal en Italia. De Sandra y Clemente nació Alessandro Lecquio. Sí, el famoso conde Lecquio de los escándalos rosa, que podría haber sido hoy en día el rey de España.

Pero dejemos la ficción, porque Don Juan de Borbón y Battenberg se convirtió en príncipe de Asturias, al tener la suerte de no nacer hemofílico ni sordomudo ni mujer. Siguiendo la curiosa tradición familiar, en octubre de 1935 se casó con una prima suya, María de las Mercedes de Borbón y Orleans, hija del infante Carlos de Borbón y de la princesa Luisa de Orleans. Y después de una primera hija, Pilar (nacida en Cannes, el 30 de julio de 1936), nació Juan Carlos, llamado literalmente «Juanito» por la familia durante dos décadas. El hecho de que le llamaran así no tendría ninguna relevancia si no fuera porque a su hermano pequeño le llamaban Alfonso y no «Alfonsito».

Nació con honores de heredero, pero, llegado el momento, además de pasar por encima de su propio padre, tuvo que superar un par de obstáculos más: dos Alfonsos, que le habrían podido quitar la Corona. Uno se encontraba en la rama de Jaime, el tío sordomudo, que se retractó mil veces de su renuncia al trono. Cuando Don Juan, tras la Guerra Civil, empezó a apostar por una línea liberal, el primogénito de Jaime, Alfonso de Borbón Dampierre, se convirtió en el candidato perfecto de la Alemana nazi y más tarde siguió siendo el «príncipe azul de la falange» durante todo el franquismo.

Cuando en 1972 se casó con la nieta de Franco, Carmen Martínez-Bordiu, la cosa todavía se complicó más.

Otro problema importante con el que se encontró Juan Carlos fue la competencia de su hermano Alfonso, tres años menor. Es cierto que no había ninguna duda de que Juan Carlos era el primero en la línea sucesora, pero ya hemos visto que, entre los Borbones, saltarse a alguien no era excepcional en absoluto.

Aparte de haber nacido ochomesino y con los ojos saltones, «Juanito» tenía en contra que nunca fue una lumbrera. Desde muy pequeño estuvo acompañado de tutores y clases especiales, como refuerzo a los cursos en los colegios —que ya eran poco convencionales de entrada— en los que estudió. Y tuvo, además, un seguimiento clínico constante. Alfonso, en cambio, era el listo de la familia. Le llamaban «Senequita», eso sí, en diminutivo, y todo el mundo le describía como una persona de aguda inteligencia y gran sensibilidad. Era, sin lugar a dudas, el predilecto de su padre.

El problema de su hermano desapareció muy pronto. Juan Carlos tenía 18 años y 83 días cuando accidentalmente le disparó un tiro a su hermano. El otro problema, el del primo, no se consideró del todo resuelto hasta el día de la coronación. Aún así, murió en «un cruce de cables», tema del que se tratará más detalladamente en próximos capítulos.

CAPÍTULO 2

LOS DUROS AÑOS DEL EXILIO

Esperando el fin de la guerra

Cuando Alfonso XIII tuvo que salir apresuradamente de España (el 4 de abril de 1931), empezó un interminable periplo europeo, que le llevó a viajar por París, Londres, Lausana… Se instaló primero en Francia y después en Roma, donde estuvo hasta que murió. Don Juan, que no fue considerado como heredero antes de 1933, pasó los primeros años de la República recorriendo medio mundo como marino. Y después, cuando se casó, en 1935, se instaló con su familia en Cannes. Pero se tuvieron que ir, expulsados, porque las demostraciones hostiles en su contra durante toda la Guerra Civil española no cesaron. Primero se instalaron en Milán, y después en Roma, donde nació Juan Carlos. Desde la capital italiana, la familia real siguió con suma atención los preparativos del golpe de Estado fascista, mientras anhelaban la hora de poder regresar.

La República había tenido la amabilidad de enviarles todas las joyas privadas en sus estuches correspondientes, pero nada más. El mismo decreto republicano por el que Alfonso XIII se había visto privado de la nacionalidad española, y que lo condenaba por su participación en la dictadura de Primo de Rivera, le había desposeído de sus propiedades. Claro está que el cambio, de vivir en el palacio real a vivir como burgueses venidos a menos, no lo llevaron demasiado bien. En Roma, Don Juan se instaló primero durante un tiempo en el Hotel Eden, y después se alojó en el último piso del palacio Torlonia, en la vía Bocca di Leone. La familia no estaba demasiada cómoda en aquella casa. Un día que Alfonso XIII llegó sin avisar se encontró a su mujer en la cama con impermeable y paraguas, para defenderse de las goteras que producía la bañera desbordada de los vecinos de arriba.

No había dinero para nada más, para poder estar mejor instalados. En cualquier caso, como suele pasar, la peor parte fue para los criados. A Petra, la doncella de la señora María, y a Luis Zaplana, el criado de Don Juan, les llegaron a deber un año de sueldo. Después se trasladaron al barrio de Parioli, donde nació «Juanito».

Aquello era insostenible, pero lo llevaban con paciencia, con la esperanza de que el futuro sería mejor. Para conseguirlo, los colaboradores ya se habían puesto a trabajar duramente en España.

Hacía falta preparar un clima propicio para el Alzamiento, pensando en el objetivo de poner fin a aquella república de tintes revolucionarios y de restaurar la monarquía. La clase media empezó a formar los primeros movimientos que fueron el preludio del fascismo, en 1932, con campañas propagandísticas en los medios de comunicación y con intrigantes profesionales de la talla de Eugenio Vegas Latapié (después preceptor del príncipe Juan Carlos) o Pedro Sainz Rodríguez, que después fue la mano derecha de Don Juan hasta que se pasó al bando de su hijo. En esta época tuvo lugar la alianza de los monárquicos en el exilio con la subversión contra la República en el interior, con el fin de organizar la conspiración que llevó al 18 de julio de 1936. Hicieron un poco de todo.

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