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Authors: James Joyce

Tags: #Narrativa, #Clásico

Ulises (69 page)

BOOK: Ulises
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El canónigo O’Hanlon volvió a dejar el Santísimo Sacramento en el tabernáculo y el coro cantó
Laudate Dominum omnes gentes
y luego cerró el tabernáculo porque se había acabado la bendición y el Padre Conroy le entregó el bonete para que se lo pusiera y la malvada de Edy le preguntó si no venía también pero Jacky Caffrey gritó:

—¡Eh, mira, Cissy!

Y todos miraron era un relámpago de calor pero Tommy lo vio también detrás de los árboles junto a la iglesia, azul y luego verde y violeta.

—Son fuegos artificiales —dijo Cissy Caffrey.

Y todos bajaron corriendo por la playa para ver más allá de las casas y la iglesia, haciendo jaleo, Edy con el cochecito con el nene Boardman dentro y Cissy sujetando de la mano a Tommy y Jacky para que no se cayeran al correr.

—Vamos allá, Gerty —gritó Cissy—. Son los fuegos artificiales de la tómbola.

Pero Gerty permaneció inexorable. No tenía intenciones de estar a su disposición. Si ellas querían correr como locas, ella podía seguir sentada así que dijo que veía muy bien desde donde estaba. Los ojos que estaban clavados en ella le hacían hormiguear las venas. Le miró un momento, encontrando su mirada, y una luz la invadió. En aquel rostro había pasión al rojo blanco, una pasión silenciosa como la tumba, que la había hecho suya. Al fin quedaban solos sin las otras que cotillearan y comentaran y ella sabía que podía confiar en él hasta la —muerte, constante, un hombre de ley, un hombre de honor inflexible hasta la punta de los dedos. A él le vibraban las manos y la cara: un temblor la invadió a ella. Gerty se echó muy atrás para mirar a lo alto los fuegos artificiales y se cogió la rodilla entre las manos para no caerse atrás al mirar y no había nadie que lo viera sino sólo él y cuando reveló así del todo sus graciosas piernas, tan hermosamente formadas, tan flexibles y delicadamente redondeadas, le pareció oír el jadeo de su corazón, el ronco respirar de él, porque conocía la pasión de hombres así, de sangre caliente, porque Bertha Supple se lo había contado una vez con mucho secreto y le había hecho jurar que nunca lo diría de aquel caballero el huésped que tenían en casa de la Dirección de Zonas Superpobladas que tenía ilustraciones recortadas de revistas con esas bailarinas de falditas cortas y patas por el aire y dijo que a veces hacía en la cama algo no muy bonito que ya se puede imaginar. Pero eso era completamente diferente de una cosa así porque había una completa diferencia porque ella casi sentía como él le atraía la cara a la de él y el primer contacto caliente de sus bellos labios. Además había absolución con tal de que no se hiciera lo otro antes de estar casados y debería haber mujeres curas que comprenderían sin que una lo dijera claro y Cissy Caffrey también a veces tenía en los ojos ese aire soñador de sueños así, así que ella también, vamos, y Winny Rippingham tan loca por las fotos de actores y además era por culpa de esa otra cosa que venía de esa manera.

Y Jacky Caffrey gritó que miraran, que había otro y ella se echó para atrás y las ligas eran azules haciendo juego por lo de la transparencia y todos lo vieron y gritaron mira, mira ahí está y ella se echó atrás todavía más para ver los fuegos artificiales y algo raro volaba por el aire, una cosa suave de acá para allá, oscura. Y ella vio una larga bengala que subía por encima de los árboles, arriba, arriba, y en el tenso silencio, todos estaban sin aliento de la emoción mientras subía más y más y ella tuvo que echarse todavía más y más atrás para seguirla con la mirada, arriba, arriba, casi perdiéndose de vista, y tenía la cara invadida de un divino sofoco arrebatador de esforzarse echándose atrás y él le vio también las otras cosas, bragas de batista, el tejido que acaricia la piel, mejor que esas otras de pantalón, las verdes, cuatro con once, porque eran blancas y ella le dejaba y vio que veía y luego subía tan alto que se perdió de vista por un momento y ella temblaba por todo el cuerpo de echarse tan atrás y él lo veía todo bien arriba por encima de la rodilla que nadie jamás ni siquiera en el columpio ni vadeando con los pies en el agua y a ella no le daba vergüenza y a él tampoco de mirar de ese modo sin modestia porque él no podía resistir la visión de la prodigiosa revelación ofrecida a medias como esas bailarinas de falditas cortas que se portaban tan sin modestia delante de los caballeros qué miraban y él seguía mirando, mirando. Ella habría deseado gritar hacia él con voz sofocada, extender sus brazos níveos para que viniera, sentir sus labios en la blanca frente, el clamar de un amor de muchacha, un gritito ahogado, arrancado de ella, ese grito que corre a través de los siglos. Y entonces subió un cohete y pam un estallido cegador y ¡Ah! luego estalló la bengala y hubo como un suspiro de ¡Ah! y todo el mundo gritó ¡Ah! ¡Ah! en arrebatos y se desbordó de ella un torrente de cabellos de oro en lluvia y se dispersaron y ¡Ah! eran todos como estrellas de rocío verdoso cayendo con doradas ¡Ah qué bonito! ¡Ah qué tierno, dulce, tierno!

Luego se disolvieron todos como rocío en el aire gris: todo quedó en silencio. ¡Ah! Ella le lanzó una ojeada al echarse adelante rápidamente, una pequeña ojeada patética de protesta lastimosa, de tímido reproche, bajo la cual él se ruborizó como una muchacha. Él estaba recostado contra la roca de detrás. Leopold Bloom (pues de él se trata) está quieto en silencio, con la cabeza inclinada ante esos jóvenes ojos sin malicia. ¡Qué bruto había sido! ¿Otra vez en eso? Le había llamado una hermosa alma inmaculada, a él, miserable, y ¿cómo había respondido? Había sido un verdadero infame. ¡Él, él precisamente! Pero había una infinita reserva de misericordia en aquellos ojos, una palabra de perdón también para él aunque había errado y pecado y se había extraviado. ¿Lo contaría eso una muchacha? No, mil veces no. Ese era el secreto entre los dos, sólo de ellos, solos en la media luz que se escondía y no había quien lo supiera ni lo contara sino el pequeño murciélago que volaba tan suavemente de acá para allá, y los pequeños murciélagos no hablan.

Cissy Caffrey silbó, imitando a los chicos en el fútbol para hacer ver qué persona más grande era; y luego gritó:

—¡Gerty, Gerty! Nos vamos. Ven acá. Se ve desde más arriba.

Gerty tuvo una idea, una de esas pequeñas astucias del amor. Deslizó una mano en el bolsillo del pecho y sacó el algodón y lo agitó en respuesta claro que sin dejarle ver a él y luego lo puso otra vez en su sitio. No sabía además si él estaba demasiado lejos. Se levantó. ¿Era el adiós? No. Tenía que irse pero se volverían a encontrar, allí, y ella lo soñaría hasta entonces, mañana, el sueño del día de ayer. Se incorporó en toda su estatura. Sus almas se unieron en una última ojeada demorada, y los ojos de él alcanzándole el corazón, llenos de un fulgor extraño, quedaron flotando en arrebato en torno a su dulce rostro floreal. Ella medio le sonrió pálidamente, una dulce sonrisa de perdón, una sonrisa al borde de las lágrimas, y luego se separaron.

Lentamente sin mirar atrás ella bajó por la playa desigual hacia Cissy, hacia Edy, hacia Jacky y Tommy Caffrey, hacia el nene Boardman. Ya estaba más oscuro y había piedras y pedazos de madera en la playa y algas resbalosas. Ella caminaba con una determinada dignidad tranquila muy característica suya pero con cuidado y muy despacio porque… Gerty MacDowell era…

¿Botines estrechos? No. ¡Es cojita! ¡Oh!

El señor Bloom la observó alejarse cojeando. ¡Pobre chica! Por eso la dejan plantada mientras las otras corrían tanto. Me parecía que debía haber algún problema por su aire. Belleza plantada. Un defecto es diez veces peor en una mujer. Pero las hace corteses. Me alegro de no haberlo sabido cuando se estaba exhibiendo. De todas maneras un diablillo caliente. No me importaría. Una curiosidad como una monja o una negra o una chica con gafas. Aquella bizca es delicada. Cerca de su mes, imagino, las pone cosquillosas. Qué dolor de cabeza tengo hoy. ¿Dónde he metido la carta? Ah sí, muy bien. Toda clase de antojos raros. Lamer monedas. La chica del convento Tranquilla que me dijo aquella monja que le gustaba oler aceite mineral. Las vírgenes acaban por volverse locas supongo. ¿Hermana? ¿Cuántas mujeres lo tienen hoy en Dublín? Martha, ella. Algo en el aire. Es la luna. Pero entonces ¿por qué no menstrúan todas las mujeres al mismo tiempo con la misma luna, digo yo? Depende del momento en que nacieron, supongo. O empiezan todas a la vez y luego pierden el paso. A veces Molly y Milly juntas. De todos modos yo he sacado lo más que se podía. Me alegro muchísimo de no haberlo hecho esta mañana en el baño por su carta tonta te voy a castigar. Me ha compensado del tranviario de esta mañana. Ese pelmazo de M’Coy parándome para no decirme nada. Y su mujer contrato en provincias maleta, la voz como una piqueta. Agradecido por pequeñas bondades. Barato también. A disposición de cualquiera. Porque lo quieren ellas también. Su deseo natural. Manadas de ellas todos los anocheceres saliendo de las oficinas. Mejor con reserva. No lo quieres y te lo echan encima. Pescarlas vivas, oh. Lástima que no se puedan ver ellas mismas. Un sueño de medias bien rellenas. ¿Dónde era eso? Ah sí. Las vistas en el mutoscopio de la calle Capel: sólo para hombres. El ojo de la cerradura. El sombrero de Willy y lo que hicieron con él las chicas. ¿Fotografían de verdad a esas chicas o es todo un truco? Es todo la ropa interior. Palpó sus curvas dentro del
déshabillé
. También las excita cuando están. Estoy toda limpia ven a ensuciarme. Y les gusta vestirse unas a otras para el sacrificio. Milly encantada con la blusa nueva de Molly. Al principio. Se lo ponen todo para quitárselo todo. Molly. Por eso le compré las ligas violeta. También nosotros: la corbata que llevaba, sus calcetines tan bonitos y pantalones con vuelta. Llevaba botines la noche que nos conocimos. Su deliciosa camisa resplandecía bajo su ¿qué? de azabache. Dicen que una mujer pierde un poco de encanto con cada alfiler que se quita. Prendidas con alfileres. Oh Mary perdió el alfiler de sus. De veinticinco alfileres para alguno. La moda es parte de su encanto. Cambia precisamente cuando uno está en la pista del secreto. Excepto en Oriente: María, Marta, ahora como entonces. No se rechaza ninguna oferta razonable. Ella tampoco tenía prisa. Siempre van a buscar a algún tío cuando la tienen. Nunca se les olvida una cita. Había salido probablemente a ver qué se pesca. Creen en la suerte porque es como ellas. Y las demás dispuestas a meterse con ella si podían. Amigas en el colegio, con los brazos al cuello unas de otras o con los dedos entrelazados, besándose y cuchicheando secretos de nada en el jardín del convento. Las monjas con caras enjalbegadas, toca helada y los rosarios, de acá para allá, vengativas también por lo que ellas no pueden tener. Alambre de espino. No te olvides de escribirme. Ya te escribiré también. ¿De verdad? Molly y Josie Powell. Hasta que llega el hombre de sus sueños y entonces se ven de Pascuas a Ramos.
Tableau!
¡Ay, mira quién está aquí, válgame Dios! ¿Cómo te va? ¿Qué ha sido de ti? Beso y cuánto me alegra, beso, verte. Buscándose defectos la una a la otra en el aspecto. Tienes una pinta estupenda. Almas hermanas enseñándose los dientes unas a otras. ¿Cuántos te quedan? No se prestarían un puñado de sal la una a la otra.

¡Ah!

Demonios que son cuando les viene eso. Un aspecto sombrío de demonios. Molly me decía muchas veces que las cosas le pesaban una tonelada. Ráscame la planta del pie. ¡Ah, así! ¡Ah, así es estupendo! También yo lo noto. Es bueno descansar una vez de algún modo. No sé si es malo ir con ellas entonces. Seguro, en cierto modo. Estropea la leche, hace que se partan las cuerdas de violín. Algo sobre que marchita las plantas en un jardín, lo he leído. Además dicen que si se marchita la flor que lleva, es una coqueta. Todas lo son. Apuesto a que se dio cuenta de que yo. Cuando alguien se siente así muchas veces se encuentra con lo que siente. ¿Le gusté o qué? Al traje es a lo que miran. Siempre saben cuando uno les hace la corte: cuellos y puños. Bueno los gallos y los leones hacen lo mismo y los ciervos. Alguna vez podrían preferir una corbata deshecha o algo así. ¿Pantalones? ¿Y si yo cuando estaba? No. La suavidad es lo principal. No les gusta la dureza y el revolcón. Besar a oscuras y no contarlo. Vio algo en mí. No sé qué. Mejor tenerme a mí tal como soy que a algún poeta de esos con brillantina y el rizo matador bien pegado sobre la visual izquierda. Para ayudar a un caballero en trabajos literarios. Debería cuidar mi aspecto mi edad. No la dejé que me viera de perfil. Sin embargo, quién sabe. Chicas guapas que se casan con hombres feos. La bella y la bestia. Además no puedo ser así si Molly. Se quitó el sombrero para enseñar el pelo. Ala ancha comprada para esconder la cara, si encuentra alguien que la conozca, agachándose o llevando un ramillete de flores para oler. El pelo es fuerte en celo. Diez chelines me dieron por los que se le caían a Molly al peinarse cuando estábamos sin una perra en la calle Holles. ¿Por qué no? Supongamos que él le diera dinero. ¿Por qué no? Es todo un prejuicio. Ella vale diez, quince, más, una esterlina. ¿Qué? Así lo creo. Todo por nada. Caligrafía audaz. Señora Marion. ¿Me olvidé de poner el remite en esa carta como en la postal que le mandé a Flynn? Y el día que fui a Drimmie sin corbata. El disgusto con Molly que me había puesto fuera de mí. No, me acuerdo. Richie Goulding. Ese es otro. Se le ha quedado en el alma. Es gracioso que se me paró el reloj a las cuatro y media. Polvo. Aceite de hígado de tiburón usan para limpiar podría hacerlo yo mismo. Ahorrar. ¿Fue precisamente entonces cuando él, ella?

Ah, él sí lo hizo. Dentro de ella. Ella hizo. Hecho.

¡Ah!

El señor Bloom, con mano cuidadosa, volvió a poner en su sitio la camisa mojada. Ah Señor, esa diablilla cojeante. Empieza a notarse frío y pegajoso. Consecuencia nada agradable. Sin embargo de algún modo hay que quitárselo de encima. A ellas no les importa. Halagadas quizá. A casita a su panecito con leche y a rezar las oraciones de la noche con los niñitos. Bueno, sí que son unas. Verla como es lo estropea todo. Tiene que tener toda la puesta en escena, el colorete, la ropa, la posición, la música. El nombre también: Amours de actrices. Nell Gwynn, Mrs Bracegirdle, Maud Branscombe. Se levanta el telón. Fulgor plateado de luna. Aparece una doncella de seno pensativo. Ven amorcito mío y dame un beso. Todavía noto. La fuerza que le da a un hombre. Ese es el secreto del asunto. Menos mal que me descargué ahí atrás saliendo de lo de Dignam. Era la sidra. De otro modo no habría podido. Le da a uno ganas de cantar después.
Lacaus esant taratará
. ¿Y si hubiera hablado con ella? ¿De qué? Mal plan sin embargo si uno no sabe cómo acabar la conversación. Les haces una pregunta y ellas te hacen otra. Buena idea si uno no sabe qué hacer. Ganar tiempo: pero entonces se mete uno en un lío. Estupendo clara si uno dice: buenas tardes, y se ve que ella está en plan: buenas tardes. Ah pero la tarde oscura en la Vía Apia cuando casi le hablé a la señora Clinch pensando que era. ¡Uf! La chica de la calle Meath aquella noche. Todas las porquerías que le hice decir todas equivocadas claro. El cubo lo llamaba. Es tan difícil encontrar una que. ¡Ahó! Si uno no contesta cuando ellas se ofrecen debe ser horrible para ellas hasta que se curten. Y me besó la mano cuando le di los dos chelines extra. Loros. Aprieta el botón y el pájaro chilla. Lástima que me llamó señor. ¡Ah, su boca en la oscuridad! ¡Y tú, un hombre casado, con una chica soltera! Eso es lo que disfrutan. Quitarle el hombre a otra mujer. O incluso oírlo decir. Es diferente conmigo. Me alegra quitarme de encima a la mujer de otro tío. Comer de las sobras de su plato. El tío de hoy en el Burton volviendo a escupir cartílagos masticados con las encías. Todavía llevo en la cartera el preservativo. Causa de la mitad del lío. Pero podría ocurrir alguna vez, no creo. Entre. Todo está preparado. Soñé. ¿Qué? Lo peor es empezar. Cómo cambian de música cuando no es lo que les gusta. Te preguntan le gustan las setas porque una vez conoció a un caballero que. O te preguntan lo que iba a decir alguien cuando cambió de idea y se detuvo. Sin embargo si yo llegara al fondo, decir: tenga ganas de, algo así. Porque tenía. Ella también. Ofenderla. Luego arreglarlo. Fingir necesitar algo terriblemente, luego renunciar por ella. Les halaga. Debía estar pensando en otro todo el tiempo. ¿Y qué tiene de malo? Debe ser él, él y él, desde que tiene uso de razón. El primer beso es la que lo hace todo. El momento propicio. Algo se dispara dentro de ellas. Ablandadas, se nota por sus ojos, a escondidas. Los primeros pensamientos son los mejores. Lo recuerdan hasta el día de su muerte. Molly, el teniente Mulvey que la besó debajo de la muralla mora junto a los jardines. A los quince me dijo. Pero tenía los pechos desarrollados. Luego se durmió. Después de la cena en Glencree fue eso cuando volvimos en coche a casa a la montaña del colchón de plumas. Rechinando los dientes en sueños. También el Lord Alcalde le echó el ojo. Val Dillon. Apoplético.

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