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Authors: James Joyce

Tags: #Narrativa, #Clásico

Ulises (58 page)

BOOK: Ulises
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El caso es que Terry trajo las tres pintas a que invitaba Joe y coño casi me quedé ciego cuando le vi alargar una libra. Vaya, como que te lo estoy contando. Un soberano de la mejor pinta.

—Y queda más en el sitio de donde he sacado éste —dice.

—¿Has robado el cepillo de los pobres, Joe? —digo yo.

—El sudor de mi frente —dice Joe—. Fue el prudente caballero quien me dio el consejo.

—Le vi antes de encontrarme contigo —digo yo—, dando vueltas por Pill Lane y la calle Greek, con sus ojos de besugo, pasando revista al detalle.

¿Quién viene a través de la tierra de Michan, revestido de armadura sable? O’Bloom, el hijo de Rory: él es. Inaccesible al miedo es el hijo de Rory, el del alma prudente.

—Por la vieja de la calle Prince —dice el Ciudadano—, el órgano subvencionado. El partido juramentado en la Cámara de Diputados. Y miren el maldito papelucho —dice—. Mírenlo —dice—. El
Irish Independent
, nada menos, fundado por Parnell para ser el amigo de los trabajadores. Escuchen los nacimientos y muertes en el
Irlandés, todo por Irlanda independiente
, y muchas gracias, y también las bodas.

Y empieza a leer en voz alta:

—Gordon, Barnfield Crescent, Exeter; Redmayne de Iffley, Saint Anne on Sea, esposa de William T. Redmayne, un niño. ¿Qué tal eso, eh? Wright y Flint, Vincent y Gillett, con Rotha Marion hija de Rosa y del difunto George Alfred Gillett, 179 Clapham Road, Stockwell, Playwood y Risdale en Saint Jude, Kensington, ante el muy reverendo Dr. Forrest, Deán de Worcester, ¿eh? Fallecimientos. Bristow, en Whitehall Lane, Londres; Carr, Stoke, Newington, de gastritis y fallo cardíaco; Cockburn, en Moat House, Chepstow…

—Conozco a ése —dije Joe—, por amarga experiencia.

—Cockburn. Dimsey, esposa de David Dimsey, que fue del Almirantazgo; Miller, Tottenham, a la edad de ochenta y cinco años; Welsh, 12 de junio, 35 Canning Street, Liverpool, Isabella Helen. ¿Qué tal está esto como prensa nacional, eh, hijito mío? ¿Qué le parece eso a Martin Murphy, el negociante de Bantry?

—Ah, bueno —dice Joe, pasando a la redonda los tragos—. Gracias a Dios que nos han dejado atrás. Bébete eso, Ciudadano.

—Muy bien —dice él—, honorable amigo.

—A la salud, Joe —digo yo—. Y liquidado.

¡Ah! ¡Oh! ¡No me hablen! Yo estaba que me moría de necesidad de ese trago. Como que me ve Dios que lo oí dar en el fondo de mi estómago con un chasquido.

Y he aquí que mientras ellos apuraban su cáliz de alegría, entró un mensajero divinal, radiante como el ojo del cielo, un joven apuesto, y tras de él pasó un anciano de nobles andares, llevando los sagrados rollos de la ley, y con él su noble esposa, dama de linaje impar, la más hermosa de su raza.

El pequeño Alf Bergan se metió de un salto por la puerta y se escondió en la trastienda de Barney, doblado en dos de la risa, y quién diréis que estaba allí sentado en el rincón, que no lo había visto yo, roncando borracho, ciego al mundo, nada menos que Bob Doran. Yo no sabía qué pasaba y Alf seguía haciendo señales de mirar afuera. Y coño resulta que era el jodido viejo payaso de Denis Breen en sus pantuflas de baño con dos librotes metidos bajo el sobaco y la mujer al trote detrás de él, desgraciada mujer de pena, trotando como un perrito. Creí que Alf se partía.

—Mírale —dice—. Breen. Está dando vueltas por todo Dublín con una postal que le ha mandado alguien con V. E.: ve, y él va a armar un plei…

Y se doblaba.

—¿A armar qué?

—Un pleito por injuria —dice—, por diez mil libras.

—¡Qué mierda! —digo yo.

El jodido chucho empezó a gruñir que daba pánico viendo que pasaba algo pero el Ciudadano le dio una patada en las costillas.


Bi i dho husht
—dice.

—¿Quién? —dice Joe.

—Breen —dice Alf—. Estuvo con John Henry Menton y luego se fue a Collis y Ward y luego se le encontró Tom Rochford y le mandó a ver al ayudante del sheriff para gastarle una broma. Válgame Dios, me duele de reír. V. E.: ve. El tío largo le miró de arriba a abajo y ahora el viejo chiflado se ha ido a la calle Green a buscar un policía.

—¿Cuándo va a ahorcar John el largo a aquel tío en Mountjoy? —dice Joe.

—Bergan —dice Bob Doran, despertando— ¿Es Alf Bergan?

—Sí —dice Alf—. ¿A ahorcarle? Espera que te lo enseñe. Ea, Terry, échanos otro trago. ¡Ese viejo chocho! Diez mil libras. Tendríais que haber visto la cara con que le miró John el largo. V. E. …

Y se echó a reír.

—¿De qué te ríes? —dice Bob Doran—. ¿Es Bergan?

—Date prisa, Terry querido —dice Alf.

Terence O’Ryan le oyó y al punto le trajo un cristalino cáliz rebosante de la espumosa cerveza de color ébano que los nobles mellizos Bungiveagh y Bungardilaun destilan eternamente en sus divinas barricas, astutos cual los hijos de la imperecedera Leda. Pues ellos reúnen las suculentas bayas del lúpulo y las amontonan y las aplastan y las hacen hervir y con ellas mezclan ácidos jugos y llevan el mosto al sagrado fuego y ni de día ni de noche cesan en su menester, esos astutos hermanos, señores del tonel.

Y entonces tú, oh caballeroso Terence, escanciaste, cual nacido para ello, el nectarado brebaje, y tú ofreciste el cristalino cáliz a aquel que sufría sed, alma de la caballería, semejante en belleza a los inmortales.

Pero él, el joven jefe de los O’Bergan, no sufrió ser vencido en generosas hazañas sino que al punto ofreció con gracioso gesto un tostón del más precioso bronce. En él, en relieve por excelente obra de forjador, se veía la imagen de una reina de majestuoso porte, retoño de la casa de Brunswick, Victoria por nombre, Su Excelentísima Majestad por la gracia de Dios del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda y de los dominios británicos allende el mar, Reina, Defensora de la Fe, Emperatriz de la India, ella, la misma que blandía el cetro, victoriosa sobre muchos pueblos, la bienamada, pues la conocían y la amaban desde el orto del sol hasta su ocaso, los pálidos, los oscuros, los rubicundos y los etíopes.

—¿Qué anda haciendo ese jodido masón —dice el Ciudadano—, de un lado para otro por la acera?

—¿Qué pasa? —dice Joe.

—Aquí tenéis —dice Alf, sacando la pasta—. Hablando de ahorcar. Os voy a enseñar algo que no habéis visto nunca. Cartas de verdugos. Mirad aquí.

Y sacó del bolsillo un fajo de jirones de cartas y sobres.

—No vengas con bromas —digo yo.

—Palabra —dice Alf—. Leedlas.

Y Joe cogió las cartas.

—¿De quién te ríes? —dice Bob Doran.

Conque vi que se iba a armar un poco de polvareda. Bob es un tío raro cuando se le sube el trago a la cabeza, así que digo yo, sólo para dar conversación:

—¿Qué hace ahora Willy Murray, Alf?

—No sé —dice Alf—. Le acabo de ver en la calle Capel con Paddy Dignam. Sólo que yo iba corriendo detrás de ése…

—¿Que tú qué? —dice Joe, tirando las cartas—. ¿Con quién?

—Con Dignam —dice Alf.

—¿Con Paddy? —dice Joe.

—Sí —dice Alf—. ¿Por qué?

—¿No sabes que se ha muerto? —dice Joe.

—¿Paddy Dignam se ha muerto? —dice Alf.

—Sí —dice Joe.

—Seguro que no hace cinco minutos que le he visto —dice Alf—, tan claro como el agua.

—¿Quién se ha muerto? —dice Bob Doran.

—Entonces has visto su espíritu —dice Joe—: Dios nos libre de mal.

—¿Cómo? —dice Alf—. Dios mío, hace cinco… ¿Cómo?… Y Willy Murray con él, los dos ahí cerca de como se llame… ¿Cómo? ¿Dignam se ha muerto?

—¿Qué pasa con Dignam? —dice Bob Doran—. ¿Quién habla de…?

—¡Muerto! —dice Alf—. No se ha muerto más que tú.

—A lo mejor —dice Joe—. En todo caso esta mañana se han tomado la libertad de enterrarle.

—¿A Paddy? —dice Alf.

—Sí —dice Joe—. Ha pagado su deuda a la naturaleza. Dios le haya perdonado.

—¡Válgame Dios! —dice Alf.

Coño, se quedó de verdad hecho polvo.

En la tiniebla se sintieron aletear manos de espíritus y cuando se hubo dirigido la oración según los tantras en la dirección conveniente, una leve pero creciente luminosidad de luz de rubí se hizo visible poco a poco, siendo particularmente realista la aparición del doble etéreo mediante la descarga de rayos jívicos desde la coronilla y la cara. Se estableció comunicación mediante la glándula pituitaria y también por medio de rayos de ardiente anaranjado y escarlata que emanaban de la región sacra y el plexo solar. Interrogado por su nombre terrenal en cuanto a su paradero en el mundo de los cielos aseveró que andaba ahora en la senda del
prālāyā
o retorno pero que todavía estaba sometido a juicio en manos de ciertas entidades sanguinarias en los niveles astrales inferiores. En respuesta a una pregunta sobre sus primeras sensaciones en la gran divisoria del más allá, aseveró que previamente había visto como en un espejo, oscuramente, pero que los que habían pasado más allá tenían cimeras posibilidades de desarrollo átmico abiertas ante ellos. Interrogado en cuanto a si la vida de allá se parecía a nuestra experiencia en la carne, afirmó que había oído decir de seres ahora más favorecidos en el espíritu que sus mansiones estaban equipadas con toda clase de comodidades domésticas tales como
tālāfānā, āszānsār, āguācālāntā, wātārclāsāt,
y que los más elevados adeptos estaban empapados en olas de voluptuosidad de la más pura naturaleza. Habiendo solicitado una taza de leche agria, se trajo y evidentemente produjo alivio. Preguntado si tenía algún mensaje para los vivos exhortó a todos los que todavía estaban en el lado de acá del Maya a que reconocieran la verdadera senda, pues se había oído decir en los círculos devánicos que Marte y Júpiter se disponían a producir desgracias en el ángulo oriental donde tiene poder el Carnero. Se interrogó entonces si había algunos deseos especiales por parte del difunto y la respuesta fue:
Os saludamos, oh amigos de la tierra que todavía estáis en el cuerpo. Cuidado con C. K. que no se aproveche demasiado
. Se comprobó que la referencia era al señor Cornelius Kelleher, gerente del conocido establecimiento funerario de los Sres. H. J. O’Neill, amigo personal del difunto, que había sido responsable de llevar a cabo la organización del entierro. Antes de partir solicitó que se le dijera a su querido hijo Patsy que la otra bota que había estado buscando se encontraba al presente bajo la cómoda del cuarto del descansillo y que había que mandar el par a Cullen a que le pusiera medias suelas solamente porque los tacones todavía estaban buenos. Afirmó que esto había perturbado grandemente su paz de ánimo en la otra región y solicitaba con empeño que se diera a conocer su deseo. Se dieron seguridades de que se prestaría atención al asunto y se obtuvo indicación de que esto había producido satisfacción.

Ha partido de las moradas de los mortales: O’Dignam, sol de nuestra mañana. Ligero era su pie en el brezal: Patrick el de la frente radiante. Gime, oh Banba, con tu viento: y gime tú, oh océano, con tu torbellino.

—Ya está ahí ése otra vez —dice el Ciudadano, mirando afuera con fijeza.

—¿Quién? —digo yo.

—Bloom —dice él—. Está ahí de guardia, de un lado para otro, desde hace diez minutos.

Y, coño, vi su jeta asomarse a atisbar dentro y luego escabullirse otra vez.

El pequeño Alf se había quedado de piedra. Palabra que sí.

—¡Válgame Dios! —dice—. Habría jurado que era él.

Y dice Bob Doran, con el sombrero echado atrás en la cholla, el peor chulo de Dublín cuando está tomado:

—¿Quién dijo que Cristo es bueno?

—¿Cómo, cómo? —dice Alf.

—¿Es bueno un Cristo —dice Bob Doran— que se lleva al pobrecillo Willy Dignam?

—Ah, bueno —dice Alf, tratando dejar correr—. Ya se han acabado sus penas.

Pero Bob Doran le arma una chillería.

—Es un jodido canalla —digo yo— por llevarse al pobrecillo Willy Dignam.

Terry se acercó y le guiñó el ojo para que se estuviera tranquilo, que no querían esa clase de conversación en un local respetable con todas las licencias. Y Bob Doran empieza a lloriquear por Paddy Dignam, tan verdad como que estás ahí.

—El hombre mejor que ha habido —dice, gimoteando—, el mejor carácter, el más puro.

Las jodidas lágrimas en el bolsillo. Diciendo majaderías. Más le valía irse a su casa con esa putilla callejera con que está casado, Mooney, la hija del ujier. La madre tenía una casa de putas en la calle Hardwicke donde andaba por el descansillo, que me lo contó Bantam Lyons que se había parado allí, a las dos de la mañana, como la parió su madre, enseñando su persona, entrada libre a todos, igualdad de oportunidades y no hay de qué.

—El más noble, el más leal —dice—. Y se ha ido, el pobrecillo Willy, el pobrecillo Paddy Dignam.

Y doliente y con el corazón oprimido lloraba la extinción de ese fulgor del cielo.

El viejo Garryowen empezó a gruñir otra vez a Bloom, que daba vueltas por la puerta.

—Entre, venga, que no le come —dice el Ciudadano.

Conque Bloom se escurre adentro con sus ojos de besugo en el perro y le pregunta a Terry si estaba Martin Cunningham.

—Ah, Cristo MacKeown —dice Joe, leyendo una de las cartas—. Oíd ésta, ¿queréis?

Y empieza a leer una en voz alta:

7, Hunter Street, Liverpool

Al Sheriff Jefe de Dublín, Dublín.

Respetable señor deseo ofrecer mis serbicios en el lamentable caso susodicho yo aorqué a Joe Gann en la cárcel de Bootle el 12 de febrero de 1900 y yo aorqué…

—Enséñanos, Joe —digo yo.

—…
al soldado Arthur Chace por el asesinato con agrabantes de Jessie Tilsit en la cárcel de Pentonville y fui alludante cuando

—¡Jesús! —digo yo.

—…
Billington egecuto al terrible asesino Toad Smith

El Ciudadano echó mano a la carta.

—Espere un poco —dice Joe—:
tengo una abilidad especial para poner el lazo que cuando se mete ya no se puede escapar esperando ser favorecido quedo, respetable señor, mis onorarios es cinco guineas
.

H. Rumbold

Maestro Barbero

—Y un bárbaro con esas barbaridades es también ese barbero —dice el Ciudadano.

—Y qué garrapateos más sucios hace el desgraciado —dice Joe—. Ea, quítamelos de la vista, al demonio, Alf. Hola, Bloom —dice—, ¿qué va a tomar?

Así que empezaron a discutir la cosa, Bloom diciendo que no quería y no podía y que le excusara sin tomarlo a mal y todo eso y luego dijo bueno que tomaría un cigarro. Coño, es un tío prudente, no cabe duda.

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