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Authors: Javier Negrete

Tags: #Fantástico

Señores del Olimpo (50 page)

BOOK: Señores del Olimpo
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El paso de la Edad del Bronce a la del Hierro, por cierto, fue una época de grandes turbulencias, guerras, migraciones de pueblos y revueltas sociales. Por ejemplo, en Grecia cayó la sociedad micénica y se abrió una Edad Oscura que duró varios siglos. A no ser que alguien acepte las tesis de
Siglos de oscuridad
, de Peter James y otros autores, quienes sostienen que hay graves errores en la cronología del mundo antiguo y que esta Edad Oscura no existió o, al menos, no fue tan larga. Yo reconozco mi fascinación por la teoría de
Siglos de oscuridad
.

En cuanto a la prohibición de utilizar el hierro, es invención mía. De alguna manera la he relacionado con el aborrecimiento que las hadas y otros seres sobrenaturales sienten por este metal.

La alcoba de la diosa

El relato del rapto de Ganímedes está basado en la mitología, digamos, ortodoxa. Se supone que fue el único amorío homosexual de Zeus. Algo que resulta extraño en una cultura donde la homosexualidad masculina, bajo la forma concreta de la pederastía (un amante adulto, el
erastés
, y un amado adolescente, el
eromenos
), estaba muy extendida. Por otra parte, no se supone que Ganímedes fuera amante de otras diosas, ni que Zeus lo fulminara con un rayo.

En la mitología griega, Atenea es siempre una diosa virgen. Sólo hay un episodio en que su castidad parece en peligro: Hefesto, enamorado de ella, intenta tomarla por la fuerza. No lo consigue, como era de esperar (Atenea es mucho más fuerte), pero su semen salpica la pierna de la diosa. Ésta se lo limpia, asqueada, y lo tira al suelo. Del semen que impregna el suelo nace Erictonio, rey de Atenas y bisabuelo de Cécrope, personaje que aparece más adelante en esta novela. Dada la buena relación que existe entre Hefesto y Atenea, obviamente, doy por supuesto que este embarazoso incidente no ha ocurrido en
Señores del Olimpo
.

El juramento sobre las aguas de la Estigia también es mitológico. Aparece en la
Ilíada
y en la
Odisea
, pero, sobre todo, en la
Teogonia
de Hesíodo, que detalla las consecuencias de quebrantarlo.

En cuanto al adulterio entre Ares y Afrodita, el relato más extenso aparece en el canto 8 de la
Odisea
. Pero termina cuando Poseidón se ofrece para pagar la compensación a Hefesto, sin que sepamos más del asunto. El destierro de Ares por romper el juramento de Estigia, por tanto, es invención mía.

Por cierto, el célebre cuadro
La fragua de Vulcano
refleja el momento en que Hefesto, con su nombre latino, se entera de que su esposa le es infiel. Los ayudantes son cíclopes, aunque de dos ojos —Velázquez nunca intenta dar formas fantásticas a sus personajes mitológicos—, y el chivato, que en el relato homérico es Helios, el Sol, resulta ser aquí el propio Apolo, con su epíteto de Febo, «el Resplandeciente».

La Égida es el escudo que utiliza Zeus y que presta a su hija Atenea. Ésta aparecía representada a menudo con la Égida, como por ejemplo en la gran estatua de oro y marfil que se alzaba en el Partenón. Según tradiciones tardías, Zeus la confeccionó con la piel de Amaltea, la cabra que lo amamantó en el monte Ida. También se cuenta que Zeus mató a un monstruo llamado Campe, que custodiaba las puertas del Tártaro. Pero utilizar sus escamas para blindar la Égida es invención mía. Así como todo lo relativo a la lanza de adamantio.

La expedición de la ambrosía

No existía tal caravana sagrada una vez al año. Pero Herodoto menciona una expedición que viene desde las lejanas tierras de Hiperbórea, y en que dos doncellas llamadas Hipéroque y Laódice llevan unos objetos sagrados de Apolo a la isla de Délos, lugar donde nació el dios. Relacionando esto con la longevidad de los hiperbóreos y la cercanía del jardín donde crecían las manzanas doradas de las Hespérides, desarrollé esta versión del mito.

La asamblea olímpica

La descripción del Olimpo y la propia existencia de la ciudad de Hieróptolis son figuración mía. El Olimpo es el monte más alto de Grecia, pero sus casi tres mil metros se me hacían pocos para los dioses, así que decidí subirlos hasta los diez mil recurriendo a Pirgos, la torre de cuarzo. El hecho de que los gigantes ayuden a Zeus a construir el Olimpo lo he tomado más de la mitología nórdica que de la griega. En concreto, de su versión wagneriana, cuando en
El oro del Rin
los gigantes reclaman a Wotan (Odín) el pago de su deuda. Al no conseguirlo, raptan a Freya, junto con las manzanas de oro que dan a los dioses su eterna juventud. También adapto este elemento a la mitología griega cuando, más adelante, hago que los gigantes se apoderen de las manzanas de oro de las Hespérides, ingredientes de la ambrosía.

El éter, el elemento más sutil y transparente que el aire, es una invención griega, tal vez para explicar que el cielo sea de color azul durante el día. Este concepto se utilizó más adelante para explicar la propagación de la luz en el espacio, que no estaría vacío, sino lleno de éter. El experimento de Michelson—Morley y la teoría de la Relatividad de Einstein relegaron la teoría del éter físico al mismo arcón que el éter mitológico de los griegos.

En cuanto al puente del Arco Iris, también me he basado en la mitología nórdica. En ella, se llama Bifrost, une la tierra con Asgard, la mansión de los dioses, y lo custodia el dios Heimdall. En la mitología griega, la diosa Iris representa al arco iris y, a la vez, es mensajera de los dioses, por lo que de alguna manera oficia de unión entre el cielo y la tierra. Por eso me animé a dar una forma más concreta a esta unión y crear un puente que uniera el suelo con la cúspide del Olimpo. La razón es argumental y literaria: la imagen de los gigantes arrancando montañas enteras para apilarlas, trepar sobre ellas y asaltar el Olimpo, tal como narra Apolodoro en su
Biblioteca,
no me convencía visualmente. Necesitaba un camino si quería que los gigantes llegaran a la cumbre del Olimpo.

La fragua de Hefesto suele situarse en la isla de Lemnos, o en Sicilia. Demasiado lejos, así que en la novela la he colocado al pie del mismo Olimpo.

De la lista de deidades que asisten a la asamblea, ninguna es invención mía. Tampoco lo son los datos biográficos de los dioses mayores, aunque desde luego la interpretación es personal. La disputa entre Poseidón y Atenea por el patronazgo de la ciudad de Atenas estaba representada en el frontón oeste del Partenón: ahora las estatuas, o lo que queda de ellas, se encuentran en el Museo Británico. En cuanto al rapto de Core—Perséfone, es uno de los relatos más conocidos de la mitología griega, y guarda relación con otros mitos que explican el curso de las estaciones, como el de Tammuz en Babilonia o Telepinu entre los hititas.

La consagración de Zagreo

Generalmente, los griegos consideraban que Zagreo era hijo de Zeus y Perséfone. En la novela, por razones arguméntales, doy a entender que es hijo de Hades, y no revelo la verdadera identidad de su padre hasta más adelante. Por otra parte, Zagreo fue despedazado y devorado por los titanes, aunque este mito no es coherente con otros que suponen a los titanes ya encerrados en el Tártaro. Hay que tener en cuenta que los mitos griegos tienen orígenes y procedencias muy variados, y que ponerlos todos de acuerdo es una tarea imposible. Eso explica que los propios griegos fueran moldeando o creando constantemente nuevas versiones. (Como he hecho yo, sólo que unos siglos más tarde...)

Tifón aparece también con el nombre de Tifeo. Sobre su nacimiento hay varias versiones. En general, se le relaciona con Gea, como a casi todas las criaturas monstruosas y dracontinas. A veces se dice que es hijo de Gea y Tártaro, o que lo engendró Hera, furiosa con su marido. En la novela, he combinado la versión del nacimiento de Tifón que aparece en el
Himno homérico a Apolo
con otra de un comentario a Homero, donde Cronos le da a Hera dos huevos impregnados en su semen.

Tifón es una criatura indescriptible. A los griegos parecía encantarles mezclar diversas criaturas en un solo cuerpo, pero en el caso de Tifón, tal como por ejemplo lo presenta Normo en las
Dionisiaca
s, la mezcla es tal que resulta difícil de imaginar. Con cien cabezas, y todo víboras de cintura para abajo, no resultaría demasiado visual para el lector. Por no hablar del inconcebible tamaño, pues sus brazos son tan largos que tocan las estrellas. Como, por otro lado, se habla de él como si combinara rasgos humanos con otros de fiera, decidí convertirlo en un híbrido entre hombre (o dios con aspecto humano) y dragón, y reducir su tamaño a una escala más asequible. En cuanto a sus cien cabezas, las convertí en los cien dragones a los que se llama en el texto «los cien hijos de Tifón.»

Las demandas de los gigantes

Al principio del capítulo, Zeus decide casar a Eos, la Aurora, con Ares. Según Apolodoro, Afrodita se vengó a conciencia de Eos, pues la convirtió en una especie de ninfómana que necesitaba amantes sin cesar.

En cuanto a la ambrosía, la mitología no nos llega a describir jamás su fórmula. Su propio nombre podría traducirse como
inmortalina
. La he relacionado con las manzanas de oro de las Hespérides, pensando a la vez en las manzanas de la eterna juventud de la diosa nórdica Freya, y con productos que llegan de la mítica Hiperbórea, un país feliz cuyos habitantes disfrutaban de una gran longevidad.

Hay muchas criaturas en la mitología griega que se pueden considerar como «gigantes», y en ocasiones sus rasgos se combinan con los de los dragones. En la novela he procurado darles unos rasgos comunes, y sigo el relato de Hesíodo cuando dice que de la sangre derramada por el miembro de Urano nacieron los gigantes. Sólo que cuando hablo de ellos como «gente descomunal y soberbia, que no comen pan ni respetan las leyes de la hospitalidad, y aborrecen las obras de dioses y hombres», me baso más bien en la descripción de los cíclopes salvajes que habitan la isla adonde van a parar Ulises y sus compañeros en la
Odisea
. Unos cíclopes bien distintos de los hábiles artesanos que acompañan a Hefesto en su fragua.

Los gigantes intentaron asaltar el cielo más de una vez. En una ocasión, los Alóadas, Oto y Enaltes, apilaron, como ya he mencionado, los montes Osa y Pelión para llegar al Olimpo. Éstos fueron, por cierto, quienes encerraron a Ares en un barril de bronce: un hecho que yo he atribuido a los otros gigantes, los hijos de Gea. El asalto de estos gigantes recuerda al mito hitita del gigante Ullikummi, una monstruosa columna de basalto que brotaba del mar y que amenazaba con destruir el palacio de los cielos. En el libro
When they severed Earthfrom Sky
, de Elizabeth y Paul Barber, se relaciona este tipo de mitos con erupciones volcánicas: los gigantes arrojando rocas al cielo o las columnas de basaltos no serían más que la inmensa columna de humo de una gran erupción. Tal como, por ejemplo, debieron ver los pueblos del Egeo cuando se produjo la gran erupción de Tera en torno al año 1625 a. de C.

En cualquier caso, yo he utilizado el relato de la Gigantomaquía más bien como aparece en Apolodoro. En esta ocasión, los dioses se enfrentan con una serie de gigantes cuyos nombres he atribuido a los Quince (el nombre del grupo en sí es invención mía). Pero se les vaticina que sólo podrán vencer con la ayuda de un héroe mortal. Este héroe no es otro que Heracles, que en la novela mata a Porfirión, mientras que en la
Biblioteca
de Apolodoro colabora también en la muerte de otros gigantes como Enaltes o Alcioneo.

Padre, soberano y amante

La descripción de los dardos de Eros es mitológica. En las
Dionisíacas
de Normo hay un fragmento delicioso donde se describen los doce dardos que Eros tiene preparados para Zeus, cada uno con una dedicatoria en letras de oro: Dánae, Sémele, Ío, Alcmena... Incluso Olimpia, la madre de Alejandro Magno. Estuve a punto de utilizar esta parte, pero me resultó poco verosímil que sabiéndose algo así, Zeus no tomara represalias contra el impertínente dios—niño.

Hay un fragmento en este capítulo en el que Zeus alardea de su fuerza: «Colgad del cielo una cadena de oro...» No es mío, sino de Homero, del
canto VIII de la lliada
. Pero he utilizado en la novela, de forma recurrente, la alusión a la gran fuerza física de Zeus, que heredan algunos de sus hijos.

La idea de Zeus como dios que trata de poner orden en un caos primordial es típica de muchas mitologías. Las luchas que comentaré después (Marduk—Tiamat, Indra—Vritra, etc.) suelen interpretarse así. Aunque para Robert Graves, en sus
Mitos griegos
, esta lucha entre Zeus y las fuerzas de la oscuridad y de la tierra representa más bien la sustitución de una religión originaria del Egeo, en que se adoraba a la Gran Diosa, por la religión que traían los invasores del norte, de raza indoeuropea, que adoraban a dioses varones y celestes. De alguna manera, para la rivalidad entre Gea y su propio nieto Zeus me he basado en esta interpretación.

(Debo añadir que
Los mitos griegos
de Graves es una obra espléndida para quien quiera leer estos mitos en orden y relatados por una pluma maestra. Pero después de cada capítulo hay una parte de interpretación que no recomiendo tanto. Graves habla de esta religión matriarcal de la Europa antigua con tal seguridad como si hubiera recibido alguna visión divina. Lo cierto es que, cuando en el prólogo confiesa que ha probado hongos alucinógenos, me da que pensar. Estoy de acuerdo con el helenista G. S. Kirk cuando en su obra
El mito
habla de Graves como «brillante aunque totalmente despistado en este campo», refiriéndose a la mitología griega.)

En el
Himno homérico a Apolo
se cuenta que Hera estuvo sin acostarse un año con Zeus para alumbrar a Tifón. Como ya expliqué antes, he mezclado esta versión con la de los huevos impregnados en el esperma de Cronos.Y he sumado otro año más de abstinencia, Este por iniciativa de Zeus, por conveniencia argumental.

En cuanto al amorío entre Tetis y Zeus, se supone que no llegó a consumarse. En una oda de Píndaro se cuenta cómo Zeus y Poseidón estaban a punto de disputar por el amor de Tetis, pero la sabía diosa Temis profetizó que el hijo que naciera de Tetis sería mucho más poderoso que su padre. Temiendo que tal vastago pudiera destronarlo, Zeus obligó a Tetis a unirse con un mortal, Peleo, para que así concibiera un hijo que muriera en la guerra. El hijo, como es bien sabido, fue el gran aquíles, que pereció bajo las murallas de Troya.

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