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Authors: Catherine Fisher

Tags: #Ciencia Ficción, Infantil y juvenil

Sáfico (48 page)

BOOK: Sáfico
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El Guardián se quedó callado durante varios segundos. Se acarició la perilla con el pulgar.

—Claudia…

—Decídmelo.

—¿Qué importa eso? —Miró a Finn—. El reino tiene su rey.

—Pero ¿es él?

Sus ojos grises le aguantaron la mirada.

—Si eres mi hija, no me lo preguntes.

Entonces fue ella quien se quedó callada. Durante un momento interminable, se miraron el uno al otro. Luego, manteniendo las formas, el Guardián la tomó de la mano y le dio un beso, y ella hizo una ligera reverencia.

—Adiós, padre —susurró.

—Reconstruye el Reino —dijo él—. Y yo volveré a casa cada cierto tiempo, como solía hacer. A lo mejor a partir de ahora no temes tanto mi regreso.

—Por supuesto que no lo temeré, en absoluto. —Claudia anduvo hasta el borde de la trampilla y le dedicó una última mirada a su padre—. Debéis venir para la Coronación de Finn.

—Y la tuya.

Ella se encogió de hombros. Entonces, miró por última vez a Jared y bajó las escaleras de oscuridad que había al otro lado de la puerta. Pero vieron cómo después subía y entraba en la habitación del Portal, donde Finn la cogió de la mano y la ayudó a salir al Exterior.

—Vamos, muchacha —le dijo Rix a Attia.

—No. —Miraba fijamente la pantalla—. No puedes perder a tus dos Aprendices, Rix.

—Bah, mis poderes se han multiplicado. Ahora puedo hechizar a un ser alado y darle la vida, Attia. Puedo hacer volver a un hombre desde las estrellas. ¡Menudo espectáculo daré por los pueblos! Seré el mejor, siempre. Aunque es cierto que nunca está de más un ayudante…

—Podría quedarme…

Keiro le preguntó:

—¿Qué pasa? ¿Tienes miedo?

—¿Miedo? —Attia levantó la mirada hacia él—. ¿De qué?

—De ver el Exterior.

—¿Y qué más te da?

Él se encogió de hombros, con los ojos azules y fríos.

—Me da igual.

—Vale.

—Pero todos tenemos que arrimar el hombro para ayudar a Finn. Si supieras ser agradecida…

—¿Por qué? Fui yo quien encontró el Guante. Quien te salvó la vida.

Finn intervino:

—Vamos, Attia. Por favor. Quiero que veas las estrellas. A Gildas le habría encantado que lo hicieras.

Attia lo miró a la cara, en silencio y sin mover ni un dedo, y fuera lo que fuese que pensaba, no dejó que se manifestara en la expresión de su rostro. Pero Jared, con los ojos de Incarceron, debió de ver algo, porque se acercó y la cogió de la mano, y ella se dio la vuelta y bajó las escaleras de oscuridad, para entrar en un extraño escalofrío espacial que se retorció de forma que, de repente, los peldaños subían, y cuando la mano de Jared soltó la suya, otra mano bajó para ayudarla a subir, una mano musculosa y llena de cicatrices, con la palma abrasada y una uña de acero.

Keiro dijo:

—No era tan difícil, ¿no?

Attia miró a su alrededor. La habitación era gris y transmitía tranquilidad, emitía un murmullo de débil energía. Al otro lado de la puerta, en un pasillo destrozado, unos cuantos hombres magullados observaban la escena, sentados como podían contra la pared. La miraban como si fuese un fantasma.

En la pantalla del escritorio empezaba a desvanecerse la cara del Guardián.

—No sólo iré a la Coronación, Claudia —dijo—. Sino que espero una invitación para la boda.

Y entonces la pantalla se oscureció, y susurró con la voz de Jared:

—Y yo también.

No había forma de bajar a la planta inferior, así que treparon por los restos de las escaleras hasta el tejado.

Finn sacó el reloj; contempló el cubo durante un buen rato y después se lo dio a Claudia.

—Guárdalo tú.

Claudia abrió la palma para recibir el objeto.

—¿De verdad están aquí dentro? ¿O nunca hemos sabido dónde se encuentra Incarceron?

Pero Finn no tenía la respuesta, así que, mientras agarraba con firmeza el reloj, lo único que podía hacer Claudia era seguir escalando detrás de él.

Los daños provocados en la casa la horrorizaron; rozó con los dedos las cortinas, que se caían a pedazos, y tocó los agujeros de las paredes y ventanas, sin alcanzar a comprenderlo.

—Es imposible. ¿Cómo vamos a lograr recomponer todo esto algún día?

—No podremos —dijo Keiro sin piedad. Se iba abriendo camino por los peldaños de piedra y su voz se hizo eco hacia atrás—. Si Incarceron es cruel, tú eres igual de cruel, Finn. Me enseñas un segundo el paraíso y luego se esfuma.

Finn miró a Attia.

—Lo siento —le dijo en voz baja—. Os pido disculpas a los dos.

Ella se encogió de hombros.

—Espero que las estrellas no se hayan esfumado…

Finn le cedió el paso en el último escalón.

—No —contestó—. Siguen aquí.

Attia salió a las almenas de piedra y se detuvo. Y Finn vio la expresión que iluminó su cara: la sorpresa y la maravilla que recordaba haber sentido él mismo. Attia suspiró cuando clavó la mirada en el cielo.

La tormenta había cesado y el cielo estaba despejado. Brillantes e incandescentes, las estrellas flotaban en todo su esplendor, con sus estructuras secretas, sus distantes nebulosas, y a Attia se le congeló la respiración mientras las contemplaba. Detrás de ella, Keiro abrió los ojos como platos; se quedó inmóvil, conmocionado por la magia.

—Existen. ¡Existen de verdad!

El reino estaba a oscuras. El ejército distante de refugiados se arracimaba junto a unas hogueras, destellos de llamas. Más lejos, el terreno se elevaba en tenues colinas y llegaba a los negros lindes del bosque, un reino sin electricidad, expuesto a la noche, con una elegancia tan marchita y maltrecha como la bandera de raso con el cisne negro que ondeaba, hecha jirones, sobre sus cabezas.

—No sobreviviremos —dijo Claudia negando con la cabeza—. Ya no sabemos cómo sobrevivir.

—Sí sabemos —contestó Attia.

Keiro señaló con el dedo.

—Igual que ellos.

Y Claudia vio, tenues y lejanos, los puntos de luz de las velas encendidas en las cabañas de los pobres, las casuchas que la ira y la rabia de la Cárcel no habían modificado en absoluto.

—Eso también son estrellas —dijo Finn en voz baja.

Catherine Fisher nació en Newport, (1957), Gales. Se graduó de la Universidad de Gales con una licenciatura en Inglés y una fascinación por el mito y la historia. Es una autora dedicada a la literatura juvenil, en cuyos libros podemos encontrar un gran componente de fantasía. Fisher es arqueóloga y profesora en una escuela de primaria, además de enseñar escritura creativa para niños en la Universidad de Glamorgan. Es miembro de la Academia de Gales.

Ha ganado muchos premios y reconocimientos, premios como el Welsh Arts Council o el Cardiff de poesía. Su poesía ha aparecido en revistas y antologías.

Su primera novela, El juego del prestidigitador, fue nominado para el premio Smarties Books y el Hijo de nieve de Walker para el Premio WHSmith. Igualmente aclamada es su cuarteto de El Libro del Cuervo, un clásico de la ficción de la fantasía.

El Oráculo, el primer volumen de la trilogía de Oracle, mezcla elementos egipcios y griegos de la magia y la aventura y fue preseleccionada para el Whitbread Children's Books prize.

El Candleman ganó Welsh Books Council's Tir Na n'Og Prize.

Incarceron novela futurista ha ganado el Mythopoeic Society of America's Children's Fiction Award y ha sido seleccionada por The Times como libro infantil del año.

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