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Authors: Jared Diamond

Tags: #Divulgación Científica, Sexualidad

¿Por qué es divertido el sexo? (7 page)

BOOK: ¿Por qué es divertido el sexo?
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Estos tres factores —las diferencias sexuales en la obligada inversión parental, las oportunidades alternativas perdidas por el cuidado infantil y la seguridad en la paternidad— contribuyen a que los hombres se muestren mucho más propensos que las mujeres a abandonar a la pareja y el hijo. Sin embargo, un hombre no es como un colibrí, un tigre macho o el macho de muchas otras especies animales, que pueden volar o salir corriendo con tranquilidad inmediatamente después de la cópula, en la seguridad y en el convencimiento de que su abandonada compañera sexual será capaz de controlar toda la tarea subsiguiente que habría de promover la supervivencia de sus genes. Los bebés humanos necesitan virtualmente cuidado biparental, especialmente en las sociedades tradicionales. Mientras que, como veremos en el capítulo 5, las actividades representadas como cuidado parental masculino pueden tener de hecho funciones más complejas que las evidentes a simple vista, muchos o la mayoría de los hombres en las sociedades tradicionales proporcionan indudablemente servicios a sus hijos y su esposa. Estos servicios incluyen: adquisición y entrega de alimentos; ofrecimiento de protección, no sólo contra depredadores sino también contra otros hombres sexualmente interesados en una madre y que consideran a su prole (sus hijastros potenciales) como una molestia genética competitiva; posesión de una tierra y su consecuente producción; construcción de una casa, limpieza de su jardín y dedicación a otras labores útiles; y educación de los hijos, especialmente de los varones, para así aumentar las oportunidades de supervivencia de éstos.

Las diferencias sexuales en el valor genético del cuidado parental en relación con el progenitor proporcionan base biológica a las ya muy conocidas actitudes diferenciales de hombres y mujeres hacia el sexo extramarital. Debido a que un bebé humano requiere virtualmente cuidados paternales en las sociedades humanas tradicionales, el sexo extramarital resulta más beneficioso para un hombre si lo practica con una mujer casada, cuyo marido criará sin saberlo a los niños resultantes. El sexo esporádico entre un hombre y una mujer casada tiende a aumentar la producción de hijos del hombre, pero no de la mujer. Esta diferencia decisiva se refleja en las distintas motivaciones de hombres y mujeres. Las encuestas de actitud en una amplia variedad de sociedades humanas de todo el mundo han mostrado que los hombres tienden a estar más interesados que las mujeres en la variedad sexual; incluyendo el sexo esporádico y las relaciones breves. Esta actitud es fácilmente comprensible porque tiende a maximizar la transmisión de genes de un hombre pero no la de una mujer. Por el contrario, la motivación de una mujer que participa en una relación sexual extramarital es atribuida por la mujer, en general y más frecuentemente, a la insatisfacción matrimonial. Una mujer en esa situación tiende a procurar una nueva relación duradera: bien un nuevo matrimonio, bien una relación extramatrimonial de larga duración con un hombre más capacitado que su marido para proporcionar recursos o genes adecuados.

Capítulo
3
¿Por qué los hombres no dan el pecho a sus bebes?

La no evolución de la lactancia masculina

Hoy se espera de nosotros, los hombres, que compartamos el cuidado de nuestros hijos. No tenemos excusa para no hacerlo porque somos perfectamente capaces de hacer por nuestros hijos virtualmente cualquier cosa que nuestras mujeres puedan hacer. Y así, cuando nacieron mis gemelos en 1987 aprendí, como era de esperar, a cambiar pañales, limpiar vómitos y desarrollar otras tareas adscritas a la paternidad. La única tarea de la que me sentía excusado era la de amamantar a mis hijos. Era visiblemente una tarea agotadora para mi mujer. Nuestros amigos bromeaban diciendo que tendrían que ponerme inyecciones de hormonas para compartir la carga. Sin embargo, los crueles hechos biológicos desafían aparentemente a aquellos que llevarían la igualdad sexual hasta este último bastión de privilegio femenino o escaqueo masculino. Parece obvio que los machos carecen del equipamiento anatómico, la experiencia preparatoria del embarazo y las hormonas necesarias para la lactancia. Hasta 1994, no se sospechaba que ninguna de las 4.300 especies mundiales de mamíferos llevara a cabo la lactancia masculina en condiciones normales. La inexistencia de lactancia masculina podría parecer así un problema resuelto que no requiere ninguna discusión ulterior, y podría parecer asimismo un tema doblemente irrelevante en un libro dedicado a cómo evolucionaron los aspectos únicos de la sexualidad humana. Después de todo, la solución al problema parece depender de hechos fisiológicos más que de razonamiento evolutivo, siendo la lactancia femenina exclusiva, aparentemente, un fenómeno universal de los mamíferos y en absoluto único de los humanos.

En realidad, el tema de la lactancia masculina es una perfecta continuación de nuestra discusión sobre la batalla de los sexos. Ilustra el fallo de las explicaciones estrictamente fisiológicas y la importancia del razonamiento evolutivo para entender la sexualidad humana. Sí es cierto que ningún mamífero macho se ha quedado jamás embarazado, así como que la gran mayoría de los mamíferos macho normalmente no dan de mamar. Pero uno tiene que ir más lejos y preguntarse por qué los mamíferos evolucionaron genes que especifican que sólo las hembras, y no los machos, desarrollarían el equipamiento anatómico necesario, la experiencia preparatoria del embarazo y las hormonas necesarias para ello. Tanto los machos como las hembras de las palomas regurgitan leche para alimentar a sus polluelos; ¿por qué no lo hacen los hombres al igual que las mujeres? Entre los caballitos de mar es el macho y no la hembra el que se queda embarazado; ¿por qué esto no se cumple también en los humanos?

En cuanto a la supuesta necesidad del embarazo tomo experiencia preparatoria para la lactancia, muchos mamíferos hembra, incluyendo muchas mujeres (¿la mayoría de ellas?), pueden producir leche sin haber sido preparados previamente por el embarazo. Muchos mamíferos macho, incluyendo algunos hombres, sufren desarrollo del pecho y pueden amamantar cuando se les proporcionan las hormonas necesarias. Bajo determinadas condiciones, una considerable fracción de hombres experimentan desarrollo del pecho y producción de leche incluso sin haber sido tratados hormonalmente. Los casos de lactancia espontánea son conocidos desde hace mucho tiempo en los machos cabríos domésticos, y hace poco se ha informado del primer caso de lactancia masculina en una especie salvaje de mamífero.

Así pues, la lactancia se cuenta dentro del potencial fisiológico de los hombres. Como veremos, la lactancia tendría mucho más sentido evolutivo para los hombres modernos que para los machos de la mayoría de las otras especies de mamíferos. Pero sigue vigente el hecho de que esto no es parte de nuestro repertorio normal, ni tampoco se sabe que caiga dentro del repertorio normal de otras especies de mamíferos excepto por ese único caso del que se ha informado recientemente. Puesto que evidentemente la selección natural pudo hacer que los hombres amamantaran, ¿por qué no lo hizo? Esta resulta ser una pregunta básica que no puede, ser contestada atendiendo simplemente a las deficiencias del equipamiento masculino. La lactancia masculina ilustra bellamente todos los temas principales en la evolución de la sexualidad: los conflictos evolutivos entre machos y hembras, la importancia de la confianza en la paternidad o maternidad, las diferencias en la inversión reproductiva entre los sexos y el compromiso de una especie con su herencia biológica.

Como primer paso en la exploración de estos temas tengo que vencer vuestra resistencia a pensar en la lactancia masculina, una consecuencia de nuestra incuestionada suposición de que es fisiológicamente imposible. Las diferencias genéticas entre machos y hembras, incluidas las que usualmente reservan la lactancia para las hembras, resultan ser ligeras y lábiles. Este capítulo te convencerá de la viabilidad de la lactancia masculina y, después, explorará por qué esta posibilidad teórica languidece normalmente irrealizada.

Nuestro sexo está establecido en último término por nuestros genes, que en los humanos se hallan entretejidos en veintitrés pares de
envases
microscópicos llamados cromosomas en cada una de las células del cuerpo. Un miembro de cada uno de nuestros veintitrés pares fue adquirido de nuestra madre, y el otro miembro, de nuestro padre. Los veintitrés pares de cromosomas humanos pueden ser numerados y distinguidos unos de otros mediante diferencias consistentes en su apariencia. En los pares de cromosomas del 1 al 22, los dos miembros de cada par parecen idénticos cuando son observados a través de un microscopio. Sólo en el caso del par cromosómico 23, los así llamados cromosomas sexuales, los dos representantes difieren, aunque esto sólo es cierto para los hombres, que tienen un cromosoma grande (llamado cromosoma X) emparejado con uno pequeño (cromosoma Y). En cambio, las mujeres tienen dos cromosomas X emparejados.

¿Qué función cumplen los cromosomas sexuales? Muchos genes de los cromosomas X determinan rasgos no relacionados con el sexo, tales como la capacidad para distinguir los colores rojo y verde. Sin embargo, el cromosoma y contiene genes que determinan el desarrollo de los testículos. En la quinta semana siguiente a la fertilización, los embriones humanos de ambos sexos desarrollan una gónada «bipotencial» que se puede convertir tanto en un testículo como en un ovario. Si está presente un cromosoma Y, esa versátil gónada empieza a comprometerse en la séptima semana para convertirse en testículo, pero si no hay cromosoma Y, la gónada espera hasta la decimotercera semana para desarrollarse como ovario.

Esto puede parecer sorprendente: podría haberse esperado que el segundo cromosoma X de las chicas hiciera ovarios y el Y de los
chicos
hiciera testículos. Pero, de hecho, la gente dotada anormalmente de un cromosoma Y y dos X se vuelven prácticamente machos, mientras que las personas dotadas de tres cromosomas X o de uno solo se vuelven prácticamente hembras. Así pues, la tendencia natural de nuestra versátil gónada primordial es desarrollarse como ovario si nada interviene; se requiere algo extra, un cromosoma Y, para transformarla en testículo.

Es tentador replantear este hecho simple en términos cargados emocionalmente. Tal como lo expone el endocrinólogo Alfred Jost, «convertirse en macho es una aventura prolongada, incómoda y arriesgada; es una especie de lucha contra las tendencias inherentes hacia la femineidad». Los machistas podrían ir más lejos y calificar como algo heroico el convertirse en hombre, y convertirse en mujer como la opción fácil. A la inversa, uno podría considerar la femineidad como el estado natural de la humanidad, con los hombres sólo como una aberración patológica que debe ser tolerada lamentablemente como precio por hacer más mujeres. Yo prefiero simplemente reconocer que un cromosoma y cambia el desarrollo de la gónada del camino ovárico al camino testicular y no extraer conclusiones metafísicas.

Pero el hombre es algo más que sólo testículos. Un pene y una glándula prostática se cuentan entre las muchas necesidades obvias de la masculinidad, de la misma forma que las mujeres necesitan algo más que ovarios (por ejemplo, ayuda el tener una vagina). Resulta que el embrión está dotado de otras estructuras bipotenciales además de la gónada primordial. A diferencia de la gónada primordial, sin embargo, estas otras estructuras bipolares tienen un potencial que no está directamente especificado por el cromosoma Y. En su lugar, son las secreciones producidas por los propios testículos las que canalizan a estas otras estructuras hacía su desarrollo como órganos masculinos, mientras que la carencia de secreciones testiculares las canalizan hacía la construcción de órganos femeninos.

Por ejemplo, ya en la octava semana de gestación los testículos comienzan a producir la hormona esteroide testosterona, parte de la cual se convierte en el esteroide cercanamente relacionado dihidrotestosterona. Estos esteroides (conocidos como andrógenos) convierten algunas estructuras embrionarias pluripotenciales en el glande y el cuerpo del pene, y en el escroto; las mismas estructuras se desarrollarían de otra manera como clítoris, labios menores y labios mayores. Los embriones también empiezan siendo versátiles con dos conjuntos de conductos, conocidos como los conductos de Muller y los conductos de Wolff. En ausencia de testículos, los conductos de Wolff se atrofian, mientras que los de Muller crecen hasta convertirse en el útero, las trompas de Falopio y la vagina interna del feto hembra. Sí están presentes los testículos, sucede lo contrario: los andrógenos estimulan los conductos de Wolff para que crezcan convirtiéndose en las vesículas seminales, los vasos deferentes y el epidídimo del feto macho. Al mismo tiempo, una proteína testicular llamada hormona inhibidora mulleriana hace lo que su nombre indica: evita que los conductos de Muller se desarrollen formando los órganos internos femeninos.

Puesto que un cromosoma y determina los testículos y puesto que la presencia o ausencia de las secreciones de los testículos determina el resto de las demás estructuras masculinas o femeninas, podría parecer que no hay forma de que un humano en desarrollo pueda acabar teniendo una anatomía sexual ambigua. En lugar de ello, se podría pensar que un cromosoma y debería garantizar un 100 por 100 de órganos masculinos, y la carencia de éste, el 100 por 100 de órganos femeninos.

Pero, de hecho, es necesaria una larga serie de pasos bioquímicos para producir todas esas otras estructuras además de los ovarios y los testículos. Cada paso implica la síntesis de un ingrediente molecular, llamado enzima, especificado por un gen. Cualquier enzima puede ser defectuosa o estar ausenté si el gen que subyace a ella es alterado por una mutación. Así pues, un defecto en una enzima puede dar como resultado un macho seudohermafrodita, definido como alguien que posee algunas estructuras femeninas además de testículos. En un macho seudohermafrodita con un defecto en una enzima tiene lugar un desarrollo normal de las estructuras masculinas dependientes de las enzimas que actúan en los pasos de la ruta metabólica previos a la enzima defectuosa. Sin embargo, las estructuras masculinas dependientes de la propia enzima defectuosa o de los pasos bioquímicos subsiguientes no logran desarrollarse y son reemplazadas bien por su equivalente femenino, bien por nada en absoluto; Por ejemplo, un tipo de seudohermafrodita tiene el aspecto de una mujer normal. De hecho, «ella» personifica la idea masculina de la belleza femenina incluso más precisamente que la mujer medía real, dado que sus pechos están bien desarrollados y sus piernas son largas y gráciles. De ahí que hayan aparecido repetidamente casos de bellas mujeres modelos publicitarias que no se daban cuenta de que en realidad eran hombres con un único gen mutante hasta que de «adultas» fueron sometidas a pruebas genéticas.

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