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Authors: John Brunner

Tags: #Ciencia ficción

Órbita Inestable (12 page)

BOOK: Órbita Inestable
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Las últimas dos palabras ascendieron hasta convertirse casi en un grito.

—Lo sabrás cuando oigas la grabación. —Sus ojos miraron hacia más allá de ella—.

Cállate y sonríe… Flamen viene hacia aquí.

La mujer con la que el hombre había estado hablando se estaba marchando ahora con el resto de los pacientes, como un componente más de un rebaño de ovejas de dos patas, y Flamen se estaba acercando con el ceño fruncido.

—¡Señor Flamen! —exclamó Dan—. ¡Espero que no se haya sentido usted decepcionado! Se lo aseguro, esta es la primera vez que he tenido que interrumpir a Lyla en público.

—¿Has «tenido»? —llameó Lyla—. ¡No «tenías» que haber hecho nada de eso! Deja de hablar como si fuera culpa mía, o te vas a encontrar sin pitonisa. ¡Y lo digo en serio!

—Sabía lo que estaba haciendo —murmuró Dan—. Tú no eres la primera pitonisa de la que me he ocupado.

—¡No, solamente la primera que no ha tenido que suplementar sus ingresos acostándose con desconocidos! —restalló Lyla.

—Señor Flamen, me temo que Lyla está un poco fatigada —dijo Dan, como disculpándose—. Quizá podamos…

—¿Y no debería estarlo? Pude haberme despertado completamente loca, ¿no te das cuenta?

—¡Ah, señorita Clay…, señor Kazer! —interrumpió otra voz, y allí estaba Ariadna acudiendo a reunirse con ellos—. Todo ha sido muy interesante. ¡Me siento realmente impresionada! Me pregunto si podrían ustedes dedicar un poco de tiempo a discutir los oráculos y ver si pueden ustedes encajarlos a alguno de… —las palabras murieron en su boca. Mirando desconcertada sus rostros, preguntó—: ¿Ocurre algo?

—Nunca hablo acerca de mis oráculos —dijo Lyla firmemente—. Tómelos o déjelos, eso es asunto suyo. Yo quiero irme a casa. No me gusta este lugar, y no puedo soportar lo que les hace a la gente. Dame mi billete de rapitrans, Dan.

Tendió la mano, pero él no hizo ningún ademán de obedecer.

—Eso es muy interesante —murmuró Flamen—. A mí tampoco me gusta mucho lo que este lugar le hace a la gente. —Se volvió hacia Ariadna—. Me dijo usted que los únicos pacientes que habían sido invitados a esta demostración eran aquellos que estaban recobrándose bien. Pero cuando he intentado hablar con Celia tan sólo he podido conseguir un educado hola de ella. ¿Es eso lo que su famoso jefe considera una cura decente?

—No hacemos otra cosa más que intentar ayudar a nuestros pacientes a reconstruir sus personalidades —dijo Ariadna rígidamente—. Si resulta que algunos de sus antiguos lazos afectivos y emocionales eran manifestaciones de alguna profunda inmadurez u otra malfun-ción, respecto a eso simplemente no podemos hacer nada.

El rostro de Flamen se puso blanco como la leche, y todos los músculos visibles de su cuerpo se tensaron como un muelle de reloj pasado de cuerda. Ariadna retrocedió medio paso, como rechazada por la inconfundible vehemencia de su mirada.

—¡He dicho que no me gusta lo que le han hecho ustedes a Celia, doctora! Por lo que puedo ver, si ella sigue algo más de tiempo aquí, no quedará nada en su mente susceptible de ser curado… ¡Estará completamente vacía!

—Si desaprueba usted los métodos del doctor Mogshack, está en su perfecto derecho de transferirla a los cuidados de cualquier otra persona —restalló Ariadna, sin darse cuenta aparentemente de con quién estaba hablando.

Sus ojos se clavaban en Lyla cada pocos segundos, luego volvían a apartarse como si temiera que su mirada pudiera ser objeto de censura.

—¡Tomaré eso como una invitación! —dijo Flamen heladamente—. ¡Buenas tardes! Incidentalmente, señorita Clay, me dirijo de vuelta a la ciudad y tengo aquí mi deslizador. Si desea que la lleve a algún lado…

—Tomaré el camino más rápido para salir de aquí —dijo Lyla—. Sí, por favor.

—¡Pero Lyla…!

Dan adelantó un brazo para sujetarla. En el mismo instante, Ariadna dijo ansiosamente:

—Señorita Clay, ¿cree usted juicioso…?

—Pero nada —cortó Lyla—. Me has reprochado haber efectuado una demostración demasiado corta, luego has admitido que me abofeteaste para despertarme antes de tiempo. Vuelve a casa como te plazca, vuelve arrastrándote si quieres. ¿Has comprendido?

36
Una obligación es como un músculo: cuando se contrae, adquiere volumen y dureza.

Tres rostros, no solamente uno, aparecieron en la pantalla de la comred de Prior, dividi-dos en una mitad y dos cuartas partes. Voigt ocupaba la mitad, naturalmente; Prior observó que había invertido en unas orejas nuevas. Él, y el blanc que ocupaba la cuarta parte superior de la otra mitad, tenían conectados entre ellos sonido y visión, pero el otro interlocutor— un nigblanc de fruncido ceño— parecía no haber entrado todavía en el circuito.

—¡Señor Prior! —dijo Voigt con una profesional cordialidad—. Llevamos mucho tiempo sin hablarnos. De todos modos, debo pedirle disculpas por molestarle en su propio hogar.

Prior murmuró una respuesta convencional.

—Déjeme presentarle al señor Frederick Campbell, del Departamento de Estado y Relaciones Federales —prosiguió Voigt—. Me ha llamado en petición de ayuda, y creo que lo mejor que puedo hacer es trasladárselo a usted. Señor Campbell, supongo que preferirá poner usted mismo al corriente al señor Prior.

—Encantado —dijo Campbell, en un tono que contradecía sus palabras—. Bien, quizá deba empezar explicando que mi trabajo está relacionado con la negociación de los contratos de tasas de la ciudad, y esta mañana he debido visitar Blackbury y discutir sus compras de agua y energía para el próximo año. Y precisamente cuando me iba, yo…, esto… Bien, me he encontrado con un problema más bien embarazoso entre las manos.

—No me lo diga —murmuró Prior hoscamente—. El negrito de aquí. —Señaló hacia el extremo restante de la pantalla—. Bien, precisamente en estos momentos tengo mis propios problemas, y lo último que desearía…

—Sabemos que los tiene, señor Prior —interrumpió Voigt—. ¿Debo recordarle que la CPC sigue atentamente las transmisiones de todas las estaciones de Tri-V con licencia? No se nos ha escapado en absoluto que la incidencia de fallos de transmisión que afectan al programa de Matthew Flamen ha alcanzado un nivel estadísticamente improbable. Es por eso por lo que pensé en llamar su atención sobre nuestro…, este…, visitante involuntario. El nombre de este negrito, como usted lo ha llamado, resulta ser Pedro Diablo.

—¿Qué? —Prior saltó como un pez que acaba de picar el anzuelo—. ¿Se han vuelto completamente locos, prescindiendo de un hombre como ése? ¡Eh, él solo vale lo que un par de cuerpos de ejército!

—He comprendido que ésa es también la opinión de él —murmuró Campbell—. Me ha contado la historia hasta en sus más mínimos detalles después de que me he visto obligado a admitirlo en mi deslizador esta mañana a punta de pistola.

—Pero ¿qué les ha hecho volverse locos?

—Una visita de Hermán Uys —dijo Campbell.

—¿Uys? ¿En Blackbury? Jamás hubiera creído que pudiera entrar ahí ni siquiera muerto… —La voz de Prior se ahogó en su sorpresa. Tras una pausa, añadió débilmente—: Además, ni siquiera sabía que estuviera en el país.

—Diablo tampoco —dijo Campbell sombríamente—. Ni, lo cual es mucho peor, el Servicio de Inmigración. —Se secó el rostro con un enorme pañuelo amarillo—. Los afrikaners deben de haber desarrollado alguna técnica completamente nueva de engañar a nuestros ordenadores, supongo. Pero eso no tiene importancia; han enseñado la oreja, y en el futuro estaremos en guardia. Volvamos a nuestro asunto.

Dobló su pañuelo y se acercó a la cámara.

—Aparentemente, Uys ha estado efectuando controles hereditarios sobre todos los empleados municipales. El Mayor Black ha prometido precipitadamente bajar la herencia no melánica de la población de la ciudad a un veinticinco por ciento en la próxima generación, y no hace falta que le diga que la rigidez de su actitud se está volviendo muy satisfactoria-mente contra él. Hemos establecido ya contactos extraoficiales relativos a los salvoconductos para el excedente de población, principalmente jóvenes solteros, hacia otras ciudades, a fin de ampliar el fondo genético, pero me complace decirle que podemos camuflar esta acción amparándonos en la Ley Mann. De todos modos…

Vaciló. De pronto su urbanidad de ejecutivo se deslizó como una máscara de carnaval a la que se le ha roto el elástico.

—Francamente, señor Prior, en este momento nos hallamos metidos en tantas maniobras comprometidas, con un margen de probabilidad tan mínima a nuestro favor según los ordenadores, que la expulsión de Pedro Diablo dista mucho de ser la inesperada bendición que puede parecer. No sé si estará usted familiarizado con el contrato entre el gobierno federal y el consejo de la ciudad de Blackbury, pero resulta ser uno de los peores que alguien haya redactado jamás. Porque es uno de los más antiguos; es anterior al advenimiento de los ordenadores que estamos utilizando actualmente para librarnos de lagunas peligrosas.

Algún maldito idiota loco pensó que podíamos sobornar a algunos nigblancs a desertar de los enclaves, hace ya mucho tiempo, y en el contrato sigue vigente todavía una cláusula que nos obliga a garantizar un empleo equivalente y un salario y unas condiciones de vida mejores a cualquiera que salga de la ciudad, sea abandonándola o siendo deportado. Y Diablo lo sabe todo respecto a eso. Me citó la cláusula, el párrafo y la línea cuando lo traje conmigo esta mañana. Y está como loco.

—De modo que se me ocurrió —intervino Voigt— que los servicios de uno de los más brillantes talentos que jamás hayan tenido los medios visuales podía unirse muy apropia-damente a su contrapartida superviviente en los canales blancs de los programas que estaba acostumbrado a preparar en su…, esto…, anterior ambiente. Especialmente desde el momento en que los análisis de nuestros ordenadores, señor Prior, indican que desde hace algún tiempo el temperamento de su jefe puede traerle algún llamémosle trastorno con el directorio de la Holocosmic.

¡El viejo zorro marrullero! Prior agitó la cabeza con reluctante admiración. La CPC podía ser letra muerta, pero Eugene Voigt no lo era en absoluto. Había tantas posibilidades implícitas en la proposición que hacían que su cabeza empezara a dar vueltas. Si ocurría lo peor y Flamen se metía estúpidamente en una disputa con la Holocosmic, podía ser un maravilloso salvavidas estar asociado a Diablo; un talento como el suyo seguiría siendo vendible indefinidamente. De todos modos, parecía improbable que las cosas llegaran hasta tal punto. Suponiendo que Diablo estuviera realmente tan furioso con su antiguo jefe como Campbell daba a entender, ¿por qué no hacer una emisión conjunta Flamen-Diablo que se convirtiera en el único programa que aireara los escándalos nigs al mismo tiempo que los blancs? Eso podía aportar una audiencia fácilmente remontable a las decenas de millones…, gente como Nora, por ejemplo, y sus vecinos, semifascinados y semirepelidos por esos alienígenas de dos patas contra cuyas depredaciones tenían que mantenerse en guardia día y noche…

Y con una perspectiva como esa ante ellos, el directorio de la Holocosmic cambiaría instantáneamente de opinión acerca de retirar de las ondas el programa de Flamen.

Pero Prior conservó su profesional presencia de espíritu. Dijo en voz alta:

—Bien, naturalmente, señor Voigt, siempre es un privilegio cooperar con una petición hecha por una agencia gubernamental. Sin embargo, comprenderá usted que no puedo comprometerme a nada sin consultar con mi jefe, y por supuesto necesitaré asesorarme acerca de la situación legal antes de…

—Si necesita usted tiempo de ordenador —interrumpió Campbell—, simplemente pídalo. Sinceramente, señor Prior, deseamos sacarnos a Diablo de las manos rápido…, quiero decir, naturalmente, que deseamos verlo instalado en un lugar donde ningún tribunal en el mundo pueda negar que se le ha ofrecido el tipo de oportunidades necesarias para proseguir con su profesión que la letra del contrato con Blackbury le puede permitir esperar. El sueldo no es problema; si es necesario, podemos pensionar sin problemas a toda la población de todos los enclaves al nivel de ingresos que tienen actualmente en ellos. Pero, como ya le he dicho, no se trata únicamente de un asunto de salarios.

Prior tragó dificultosamente saliva. Tenía la vaga sensación de estar soñando, como si inadvertidamente hubiera ingerido una dosis muy pequeña de alucinógeno.

Echó por la borda todas las precauciones y se lanzó directamente al fondo de sus problemas.

—Señor Voigt, Matthew cree que la Holocosmic está…, esto…, detrás de las interferencias en nuestro programa debido a que desearían tener otro bloque de publicidad pura en su lugar y recibirían con agrado cualquier posibilidad de romper el contrato que tienen con nosotros. Me pregunto si esta oferta de tiempo de los ordenadores federales podría extenderse a ayudarnos en nuestros intentos de evaluar el problema.

—Oh, por supuesto, señor Prior —dijo Voigt con voz melosa—. Exceder su actual índice de publicidad infringiría la Carta de Comunicaciones Planetarias, y nosotros naturalmente no lo permitiríamos.

Exultante, Prior hizo una promesa particular de comprarle a Voigt su próximo par de orejas.

—Esto es un trato —dijo firmemente—. Sí, señor…, es casi definitivamente un trato.

37
Fórmula encontrada en una botella.

Ingrediente activo.

R 250 mg por cápsula di-psico-cola-3'2-parabufotenina complejo tartrato hexitol en un medio separador anhidro y cápsulas neutras de gelatina.

38
Si se enfrenta usted con un fiasco, entonces mejor que lleve gafas, a fin de
que al menos pueda gafar adecuadamente su contenido para degustarlo.

Un desalentado silencio siguió a la marcha de Lyla y Flamen. Finalmente, Dan dijo, con el aire desesperado de alguien que quiere salvar todo lo posible de un naufragio:

—Bien, doctora Spoelstra, únicamente puedo suponer que han sido las condiciones especiales de trabajar en un hospital mental las que han arrojado a Lyla fuera de su órbita regular. Espero que no juzgará usted…

—¡Hola! ¿Por qué esas caras largas? ¡Pensé que la demostración había sido un tremendo éxito!

Todos se volvieron para mirar al que había hablado. Reedeth acababa de aparecer en el umbral y avanzaba con los dedos preparados para enviarle un beso a Ariadna.

—¿Qué más puede pedírsele a una pitonisa —prosiguió—, excepto que sus oráculos sean tan claros que uno no tenga que romperse la cabeza con ellos? Usted debe de ser Dan Kazer, supongo…, el mackero. Me alegra conocerle. Me llamo James Reedeth y trabajo aquí. Deduzco que su joven amiga se sintió muy impresionada con Matthew Flamen, ¿eh?

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