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Authors: Anthony E. Zuiker,Duane Swierczynski

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

No podrás esconderte (9 page)

BOOK: No podrás esconderte
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Pero lo que realmente le preocupaba era Wycoff. Como era habitual en él, había jugado sus cartas con tanta cautela que ahora prácticamente las llevaba dentro de su negro y frío corazón. ¿Qué era lo que sabía? ¿Por qué había insistido en que Riggins fuera a Chapel Hill? ¿Acaso ese hijo de puta sabía que quienquiera que fuera allí se convertiría en el nuevo objetivo de aquel psicópata asesino?

Riggins se levantó de la cama. Llevaba puestos unos calzoncillos y una camiseta de cordoncillo. Tenía que encontrar los zapatos. Si un hombre tiene intención de ir a examinar la escena de un crimen en plena noche necesita sus zapatos. Pero pensar en Wycoff lo exasperaba.

«Tranquilízate, Tom —se dijo—. Estás a punto de cruzar la línea en dirección a Paranoiaville. Densidad de población: uno (todos los demás han salido a perseguirte).» Wycoff era un gilipollas, pero no actuaba de esa manera. Si quería a Riggins muerto, habría enviado a su banda de pistoleros a sueldo tras él. Lo habrían llevado a un lugar solitario, le habrían inyectado algún veneno y fin de la historia. Y, bien mirado, quizá no hubiera sido tan malo.

Sin embargo, Wycoff no le estaba suministrando toda la información. Y a Riggins no se le escapaba el hecho de que, en esencia, había sido el responsable de enviar a ese chico al sur para que muriera.

Constance volvió a llamarlo al cabo de unos minutos.

—Estoy fuera. ¿Estás listo?

—Sí —mintió él.

Todavía no había acabado de ajustarse los pantalones y estaba seguro de que no le quedaban camisas limpias. Es sorprendente lo que uno llega a olvidar cuando trabaja cien horas semanales porque en casa no lo espera nadie. Se puso la camisa más decente que encontró, ajustó la pistolera en el cinturón, se calzó los zapatos y salió de su apartamento.

Constance, por supuesto, tenía un aspecto estupendo.

—¿Te encuentras bien, Riggins?

—Sí.

Excepto que estaba terriblemente lejos de encontrarse bien. Una parte de él rogaba que aún estuviera soñando y que todo aquello no fuese más que una pesadilla.

Partieron hacia Falls Church, en el borde de la frontera del distrito de Columbia y a unos cuarenta y cinco minutos de viaje. Por la forma en que Constance pisaba el acelerador, el viaje probablemente durara sólo treinta.

Constance Brielle tenía la sensación de que no conducía lo bastante de prisa. El nombre que seguía lanzando destellos en su mente como un letrero de neón espasmódico era Steve Dark, Steve Dark, Steve Dark. Pero aquello no tenía nada que ver con Steve. Eso tenía que ver con el pobre Jeb Paulson.

Al principio se había comportado como una auténtica zorra con Jeb. En él había una especie de tranquilo desenfado, como si el lugar que ocupaba en la mesa fuera un destino previsto de antemano. Ella odiaba esa actitud. Tenías que ganártelo. No podías simplemente entrar y esperar a que te explicaran los trucos, a que decodificaran los chistes internos para ti. Nadie había hecho eso con Constance, Dios lo sabía. Pero, muy pronto, ella se dió cuenta de que era sólo un mecanismo de defensa. Jeb comenzó a buscarla y a hacerle preguntas sobre diversas cuestiones. No preguntas estúpidas, sino preguntas inteligentes…, cosas que a ella no se le habría ocurrido preguntar durante sus primeras semanas en Casos especiales. Pronto comprendió que estaba desempeñando una especie de papel de tutora con Jeb. Igual que Steve Dark había asumido un papel de tutor con ella.

Bueno, de acuerdo. En cierto modo, Constance había empujado a Dark a cumplir ese papel.

Con Jeb, sin embargo, se había vuelto algo agradecido. De alguna extraña manera significó que ella se había graduado. Había durado en Casos especiales más tiempo que casi todos los demás —el índice de gente «quemada» era realmente increíble—, y ahora por encima de ella sólo estaba Riggins. Y Jeb estaba muerto.

No tenía ningún sentido. Del mismo modo que no había tenido sentido que la familia de Steve hubiese sido atacada al azar.

Constance no pensaba permitir que se repitiera la historia. Era demasiado tarde para salvar a Jeb. Pero no era demasiado tarde para detener al monstruo. Pisó el acelerador a fondo.

Capítulo 16

Falls Church, Virginia

Un agente uniformado acompañó a Riggins y a Constance hasta la escena del crimen, que había sido ocultada rápidamente a la mirada de los curiosos con precinto amarillo y lonas oscuras. Mientras se dirigían a Falls Church, Riggins había transmitido órdenes expresas a través de su móvil: apagón informativo total. «Y que ningún poli diga una mierda —advirtió Riggins—, o haré que los maten».

Elegir como objetivo a un miembro de Casos especiales significaba que el asesino requería atención. «Muy bien, que te jodan —pensó Riggins—. No vas a leer un carajo de esto en la prensa».

El cuerpo de Paulson estaba tendido sobre la acera un poco más allá del pequeño prado que había frente al edificio de apartamentos. Riggins y Constance miraron a su colega caído. Los brazos y las piernas estaban colocados en ángulos anormales. En la mano derecha tenía una rosa blanca. También había, extrañamente, una pluma encajada en su pelo castaño. «Mierda», susurró Riggins. Él había enviado al muchacho a Chapel Hill a investigar aquella escena del crimen. «Que Dios me perdone si el asesino lo vió allí y luego lo siguió hasta su casa», pensó.

—¿Crees que es él? —preguntó Constance como si le estuviera leyendo la mente.

—¿Quién?

—Quienquiera que haya matado a Green. El cuerpo está representando algo, igual que en Chapel Hill. Jeb estuvo allí el sábado.

Riggins miró el cuerpo quebrado de Paulson.

—No lo sé.

Pero en el fondo lo sabía. En realidad no había ninguna otra explicación para lo que tenían delante de los ojos. Riggins había enviado a otro hombre joven directamente a la muerte. ¿Qué habría pasado si hubiera obedecido a Wycoff y viajado a Chapel Hill? ¿Sería él quien estaría ahora tendido allí, con los huesos destrozados y los ojos sin vida mirando al vacío? Eso habría sido infinitamente mejor. Riggins no tenía nada que lo retuviera en este mundo. Jeb Paulson, en cambio, lo tenía todo. Un potencial ilimitado que se había apagado en cuestión de segundos.

En ese momento se produjo un revuelo escaleras arriba y alguien comenzó a pedir a gritos un médico. Riggins y Constance se miraron y echaron a correr hacia el interior del edificio.

Uno de los policías de Falls Church yacía seminconsciente en medio del vestíbulo, gimiendo. Su cuerpo temblaba ligeramente. Era extraño ver a un tipo tan robusto tendido en el suelo y encogido como un bebé. Un paramédico se agachó a su lado, le levantó la cabeza para colocar una toalla debajo y lo volvió sobre un costado alzándole la barbilla para que pudiera respirar mejor. Otros dos paramédicos se unieron rápidamente a él y cogieron al agente de los brazos y las piernas para mantenerlo estable y poder trasladarlo a la ambulancia.

—¿Dónde estaba este tío? —gritó Riggins—. ¿Qué ha pasado aquí?

El policía más próximo a él contestó:

—Estaba junto a mí. Salíamos del apartamento cuando, pum, simplemente se derrumbó en el suelo.

—¿Algo en el aire? —preguntó Constance—. ¿Algo que pudo haber tocado?

—Ni idea —dijo Riggins—. Que nadie se mueva. Que nadie toque una puta cosa.

A Riggins se le ocurrió que quizá ese asesino no sólo tenía a Paulson en el punto de mira. Tal vez la idea era cargarse a un miembro joven de Casos especiales, sabiendo que sus jefes acudirían de inmediato a la escena del crimen, ansiosos por vengar a uno de los suyos. Y entonces accionas la trampa…

—Usted —dijo Riggins señalando al policía que había visto caer a su compañero—. Dígame exactamente lo que pasó.

El agente repitió todos los pasos en voz alta, desde el momento en que llegaron a la escena del crimen hasta el registro del apartamento de Paulson, habitación por habitación, armario por armario, para luego salir afuera a respirar un poco de aire fresco.

—… y entonces Jon abrió la puerta y un momento después estaba tendido en el suelo.

—La puerta —dijo Riggins.

Algo muy potente había dejado a Paulson sin sentido y ni siquiera se había percatado de que alguien lo arrastraba a la azotea y finalmente lo lanzaba al vacío, hacia su propia muerte. Tenía que ser alguna cosa que había en la puerta.

Constance se acercó a la puerta y se acuclilló.

—Riggins, en este pomo hay alguna clase de líquido viscoso.

—Muy bien, recojamos una muestra, luego hagamos lo mismo con las manos de este tío. Después cortamos el pomo y se lo llevamos a Banner. Necesito que venga alguien con una sierra. Ahora.

Capítulo 17

Cuartel general de Casos especiales, Quantico, Virginia

Algunos años antes, si habías sufrido una muerte violenta y misteriosa en Los Ángeles, todo aquello que no enterraban o repartían entre tus herederos acababa en el laboratorio de análisis de muestras de Josh Banner.

Desde entonces, Banner había ampliado su campo de operaciones.

Banner había ayudado a Casos especiales a seguir la pista de Sqweegel, y Riggins no era el tipo de hombre que olvidara los favores recibidos. En el momento en que aparecía un nuevo caso, le pedía a Banner que se uniera a ellos en Washington a tiempo completo. Y le encantaba. A Banner, específicamente, le encantaba estar rodeado de evidencias forenses, ya que no estaban sujetas a los caprichos o emociones humanos. Las evidencias no eran más que piezas de una historia que tenías que volver a ordenar. Y Casos especiales le ofrecía la posibilidad de trabajar en los mejores puzles del mundo. La clave para no perder la chaveta en un trabajo así consistía, naturalmente, en olvidarse del hecho de que las «piezas» del puzle eran en realidad pedazos rotos de la vida de alguien. Y que la única razón por la que esas personas acababan allí era porque habían muerto de una de las formas más horribles que podían imaginarse.

Pero Banner había madurado aprendiendo a separar las cosas en compartimentos estancos. Así era como resolvía los problemas. Así era como conseguía no perder el juicio. Bueno, eso y los cómics.

Esta vez, sin embargo, era muy difícil. Porque en la mesa delante de él estaba el pomo serrado de la puerta de un colega y amigo. El primer día de trabajo en Casos especiales, Paulson asomó la cabeza en la guarida de Banner y le dijo: «Quiero saberlo todo acerca de su trabajo». Su gesto fue algo realmente asombroso. En Casos especiales había gente que llevaba años trabajando allí, y ni siquiera le habían preguntado a Banner cuál era su nombre de pila. Él, entretanto, lo había tratado como si fuera un dios de la ciencia forense. Habían compartido bocadillos y cervezas fuera del departamento en más de una ocasión, a veces hablando de cuestiones relacionadas con el trabajo, otras simplemente pasándolo bien.

Banner había sido un invitado en el apartamento de Paulson. Había besado a su esposa en la mejilla y estrechado la mano de Paulson diciéndoles hasta pronto, la cena estaba deliciosa, gracias por haberme invitado, y luego había tocado ese mismo pomo y cerrado la puerta tras de sí.

Ahora Banner lo estaba examinando, pasando con cuidado un hisopo sobre la superficie metálica. Luego utilizaría una máquina para separar los diferentes elementos. Nuevamente, otro puzle que resolver.

Pero si resolvía éste, estaría ayudando a encontrar al asesino de Jeb.

Se quedó trabajando hasta muy tarde y no oyó a Riggins cuando entró en el laboratorio.

—¿Qué tenemos, Banner?

—Una forma destructiva y letal de
Datura stramonium
.

Riggins lo miró fijamente y esperó su explicación. Cada vez que se encontraban pasaba lo mismo. Era casi como un baile. Banner le vacilaba mientras esperaba que Riggins le hiciera la pregunta de rigor. Esta vez, Riggins no mordió el anzuelo.

—Lo siento —se apresuró a añadir Banner—. También se la conoce como estramonio, trompeta de ángel o semilla del diablo. Lo que es una curiosa contradicción, si uno lo piensa.

Riggins esperó.

Banner continuó con su explicación.

—En circunstancias normales, es sólo una sustancia alcaloide que se absorbe a través de las membranas mucosas. Algunas personas suelen fumarla o ingerirla para experimentar sus efectos alucinógenos. Pero la versión que he encontrado en este pomo es algo que nunca había visto antes. Puede ser absorbida a través de la piel y actúa en pocos segundos, provocando parálisis y un colapso cardiovascular. Lo que explicaría por qué Jeb y ese agente de policía quedaron fuera de combate al tocarlo.

—¿Esta mierda es difícil de encontrar?

—En su estado natural, no. Pero no cabe duda de que esta sustancia ha sido diseñada en un laboratorio.

—¿Quién podría tener acceso a algo como esto?

—Los militares, supongo. Pero no podemos descartar los laboratorios privados o las universidades.

Riggins pensó en ello. O su asesino era muy inteligente o tenía acceso a esos lugares…, posiblemente ambas cosas.

—¿Encontraron algún rastro de esta sustancia en casa de Green?

—No —dijo Banner—. Pero sí encontraron otra cosa. Un repugnante agente en aerosol llamado Kolokol-1. Un soplo de ese producto y pierdes el sentido en tres segundos.

—Me suena familiar.

—Se dice que las fuerzas especiales rusas lo utilizaron con los chechenos en 2002. Es un producto derivado del fentanilo, un potente opiáceo que se disuelve en halotano…

Pero Riggins no le prestaba atención. En cambio, masculló para sí: «Dos agentes químicos diferentes. Ambos utilizados para dejar sin sentido a sus víctimas. ¿Por qué?».

Capítulo 18

Washington, D. C.

Knack sabía qué hacer para que la gente importante se pusiera al teléfono. No era muy difícil. Sólo tenías que aparentar que ya habías llamado mil veces antes, que tenías que tratar algo extraordinariamente urgente y que, a menos que te pasaran con esa persona en ese jodido momento, se les iba a caer el pelo. Era un tono de voz que Knack había perfeccionado en los últimos años.

Sin embargo, ese tono de voz no pareció dar resultado en Casos especiales.

—Le paso con la oficina de prensa —dijo una voz impersonal.

—No, no, cariño, no quiero hablar con la maldita oficina de prensa, quiero…

—Aguarde un momento. Estoy transfiriendo su llamada.

—Mierda.

Knack colgó. Los jefes de prensa eran absolutamente inútiles para los miembros de la prensa. Debía intentar alguna otra cosa.

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